UNA FASE DEL YO

UNA FASE DEL YO

Cuando pasamos a examinar la vida del individuo de nuestros días, teniendo presentes las diversas descripciones complementarias unas de otras, que los autores nos han dado, de la psicología colectiva, vemos surgir un cúmulo de complicaciones muy apropiado para desalentar toda tentativa de síntesis. Cada individuo forma parte de varias masas, se halla ligado, por identificación, en muy diversos sentidos, y ha construído su ideal del Yo conforme a los más diferentes modelos. Participa así, de muchas almas colectivas, las de su raza, su clase social, su comunidad confesional, su estado, etcétera, y puede, además, elevarse hasta un cierto grado de originalidad e independencia. Tales formaciones colectivas permanentes y duraderas producen efectos uniformes, que no se imponen tan intensamente al observador como las manifestaciones de las masas pasajeras, de rápida formación, que han proporcionado a Le Bon los elementos de su brillante característica del alma colectiva, y precisamente en estas multitudes ruidosas y efímeras, superpuestas, por decirlo así, a las otras, es en las que se observa el milagro de la desaparición completa, aunque pasajera, de toda particularidad individual.
Hemos intentado explicar este milagro, suponiendo que el individuo renuncia a su ideal del Yo, trocándolo por el ideal de la masa, encarnado en el caudillo. Añadiremos, a título de rectificación, que el milagro no es igualmente grande en todos los casos. El divorcio entre el Yo y el ideal del Yo, es en muchos individuos poco marcado. Ambas instancias aparecen aún casi confundidas y el Yo conserva todavía su anterior contento narcisista de sí mismo. La elección del caudillo queda considerablemente facilitada en estas circunstancias. Bastará que el mismo posea, con especial relieve, las cualidades típicas de tales individuos y que dé la impresión de una fuerza considerable y una gran libertad libidinosa, para que la necesidad de un enérgico caudillo le salga al encuentro y le revista de una omnipotencia a la que quizá no hubiese aspirado jamás. Aquellos otros individuos, cuyo ideal del Yo no encuentra en la persona del jefe una encarnación por completo satisfactoria, son arrastrados luego «sugestivamente», esto es, por identificación.
Reconocemos que nuestra contribución al esclarecimiento de la estructura libidinosa de una masa se reduce a la distinción entre el Yo y el ideal del Yo y a la doble naturaleza consiguiente del ligamen -identificación y substitución del ideal del Yo por un objeto exterior-. La hipótesis que postula esta fase del Yo y que, como tal, constituye el primer paso del análisis del Yo, habrá de hallar poco a poco su justificación en los sectores más diversos de la psicología. En mi estudio «Introducción del narcisismo» he intentado reunir los datos patológicos en los que puede apoyarse la distinción mencionada, y todo nos lleva a esperar, que un más profundo estudio de la psicosis ha de hacer resaltar particularmente su importancia. Basta reflexionar que el Yo entra, a partir de este momento, en la relación de un objeto con el ideal del Yo por él desarrollado, y que probablemente, todos los efectos recíprocos desarrollados entre el objeto exterior y el Yo total, conforme nos lo ha revelado la teoría de la neurosis, se reproducen ahora dentro del Yo.
No me propongo examinar aquí sino una sola de las consecuencias posibles de este punto de vista, y con ello, proseguir la aclaración de un problema que en otro lugar hube de dejar inexplicado. Cada una de las diferenciaciones psíquicas descubiertas representa una dificultad más para la función anímica, aumenta su inestabilidad y puede constituir el punto de partida de un fallo de la misma, esto es de una enfermedad. Así, el nacimiento representa el paso desde un narcisismo que se basta por completo a sí mismo, a la percepción de un mundo exterior variable y al primer descubrimiento de objetos. De esta transición, demasiado radical, resulta que no somos capaces de soportar durante mucho tiempo el nuevo estado creado por el nacimiento y nos evadimos periódicamente de él, para hallar de nuevo, en el sueño, nuestro anterior estado de impasibilidad y aislamiento del mundo exterior. Este retorno al estado anterior resulta, ciertamente, también, de unaadaptación al mundo exterior, el cual, con la sucesión periódica del día y la noche, suprime por un tiempo determinado, la mayor parte de las excitaciones que sobre nosotros actúan.
Un segundo caso de este género, más importante para la patología, no aparece sometido a ninguna limitación análoga. En el curso de nuestro desarrollo, hemos realizado una diferenciación de nuestra composición psíquica en un Yo coherente y un Yo inconsciente, reprimido, exterior a él y sabemos que la estabilidad de esta nueva adquisición se halla expuesta a incesantes conmociones. En el sueño y en la neurosis, dicho Yo desterrado, intenta, por todos los medios, forzar las puertas de la consciencia, protegidas por resistencias diversas, y en el estado de salud despierta, recurrimos a artificios particulares, para acoger en nuestro Yo, lo reprimido, eludiendo las resistencias y experimentando un incremento de placer. El chiste, el humorismo, y en parte, también, lo cómico, deben de ser considerados desde este punto de vista. Todo conocedor de la psicología de la neurosis recordará fácilmente numerosos ejemplos análogos, aunque de un menor alcance.
Pero, dejando a un lado esta cuestión, pasaremos a la aplicación de nuestros resultados.
Podemos admitir perfectamente, que la separación operada entre el Yo y el ideal del Yo, no puede tampoco ser soportada durante mucho tiempo y ha de experimentar, de cuando en cuando, una regresión. A pesar de todas las privaciones y restricciones impuestas al Yo, la violación periódica de las prohibiciones constituye la regla general, como nos lo demuestra la institución de las fiestas, que al principio no fueron sino períodos durante los cuales quedaban permitidos por la ley todos los excesos, circunstancias que explica su característica alegría. Las saturnales de los romanos y nuestro moderno carnaval coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de los primitivos, durante las cuales se entregan los individuos a orgías en las que violan los mandamientos más sagrados.
El ideal del Yo engloba la suma de todas las restricciones a las que el Yo debe plegarse, y de este modo, el retorno del ideal al Yo tiene que constituir para éste, que encuentra de nuevo el contento de sí mismo, una magnífica fiesta.
La coincidencia del yo con el ideal del yo produce siempre una sensación de triunfo. El sentimiento de culpabilidad (o de inferioridad) puede ser considerado como la expresión de un estado de tensión entre el yo y el ideal.
Sabido es, que hay individuos cuyo estado afectivo general oscila periódicamente, pasando desde una exagerada depresión a una sensación de extremo bienestar, a través de un cierto estadio intermedio.
Estas oscilaciones presentan amplitudes muy diversas, desde las más imperceptibles hasta las más extremas, como sucede en los casos de melancolía y manía, estados que atormentan o perturban profundamente la vida del sujeto atacado. En los casos típicos de estos estados afectivos cíclicos, no parecen desempeñar un papel decisivo las ocasiones exteriores. Tampoco encontramos en estos enfermos motivos internos más numerosos que en otros o diferentes de ellos.
Así, pues, se ha tomado la costumbre de considerar estos casos como no psicógenos. Más adelante trataremos de otros casos, totalmente análogos, de estados afectivos cíclicos, que pueden ser reducidos con facilidad a traumas anímicos.
Las razones que determinan estas oscilaciones espontáneas de los estados afectivos son, pues, desconocidas. También ignoramos el mecanismo por el que una manía se sustituye a una melancolía. Así, serían éstos, los enfermos a los cuales podría aplicarse nuestra hipótesis de que su ideal del Yo se confunde periódicamente con su Yo, después de haber ejercido sobre él un riguroso dominio.
Con el fin de evitar toda oscuridad, habremos de retener lo siguiente: desde el punto de vista de nuestro análisis del Yo, es indudable que en el maníaco, el Yo y el ideal del Yo se hallan confundidos, de manera que el sujeto, dominado por un sentimiento de triunfo y de satisfacción, no perturbado por crítica alguna, se siente libre de toda inhibición y al abrigo de todo reproche o remordimiento. Menos evidente, pero también verosímil, es que la miseria del melancólico constituya la expresión de una oposición muy aguda entre ambas instancias del Yo, oposición en la que el ideal, sensible en exceso, manifiesta implacablemente su condena del Yo, con la manía del empequeñecimiento y de la autohumillación.
Trátase únicamente de saber si la causa de estas relaciones modificadas entre el Yo y el ideal del Yo debe ser buscada en las rebeldías periódicas de que antes nos ocupamos, contra la nueva institución, o en otras circunstancias.
La transformación en manía no constituye un rasgo indispensable del cuadro patológico de la depresión melancólica. Existen melancolías simples, de un acceso único, y melancolías periódicas, que no corren jamás tal suerte. Mas por otro lado, hay melancolías en las que las ocasiones exteriores desempeñan un evidente papel etiológico; así, aquellas que sobrevienen a la pérdida de un ser amado, sea por muerte, sea a consecuencia de circunstancias que han obligado a la libido a desligarse de un objeto. Del mismo modo que las melancolías espontáneas, estas melancolías psicógenas pueden transformarse en manía y retornar luego de nuevo a la melancolía, repitiéndose este ciclo varias veces. La situación resulta, pues, harto oscura, tanto más, cuanto que hasta ahora, sólo muy pocos casos y formas de la melancolía han sido sometidos a la investigación psicoanalítica. Los únicos casos a cuya comprensión hemos llegado ya, son aquellos en los que el objeto queda abandonado por haberse demostrado indigno de amor. En ellos, el objeto queda luego reconstituído en el Yo, por identificación, y es severamente juzgado por el ideal del Yo. Los reproches y ataques dirigidos contra el objeto se manifiestan entonces bajo la forma de reproches melancólicos contra la propia persona.
También una melancolía de este último género puede transformarse en manía, de manera que esta posibilidad representa una particularidad independiente de los demás caracteres del cuadro patológico.
No veo ninguna dificultad en introducir en la explicación de las dos clases de melancolía, las psicógenas y las espontáneas, el factor de la rebelión periódica del Yo contra el ideal del Yo. En las espontáneas, puede admitirse que el ideal del Yo manifiesta una tendencia a desarrollar una particular severidad, que tiene luego, automáticamente por consecuencia, su supresión temporal.
En las melancolías psicógenas, el Yo sería incitado a la rebelión por el maltrato de que le hace objeto su ideal en los casos de identificación con un objeto rechazado.