Obras de S. Freud: Una vivencia religiosa (1928 [1927])

Una vivencia religiosa (1928)

Una vivencia religiosa (1928)

Este trabajo, publicado a comienzos de 1928, fue escrito, según Ernest Jones (1957}, a fines de 1927. El propio Jones nos informa que la visita de Viereck a Freud, punto de partida de los acontecimientos que desembocaron en la redacción del artículo, tuvo lugar a fines de junio de 1926. Viereck (un conocido periodista norteamericano que se interesó en el psicoanálisis) publicó su relato de la visita en el otoño siguiente; fue reimpreso en el volumen Glimpses of the Great (1930, págs. 28 y sigs.), y Jones ofrece algunos fragmentos (loc. cit.).
La versión alemana que dio Freud de la carta que le enviara el médico norteamericano no coincide exactamente en su contenido con el texto inglés publicado en International journal of Psycho-Analysis, para el cual se utilizó presumiblemente el manuscrito original; las diferencias son, empero, insignificantes.

James Strachey

En el otoño de 1927, un periodista germano-norteamericano a quien yo había recibido con
gusto, G. S. Viereck publicó unas charlas que mantuvo conmigo, en un artículo donde se
mencionaban mi falta de fe religiosa y mi indiferencia respecto de la perduración de la vida tras la muerte. Esta «interview», como se la llamó, fue muy leída y, entre otras, me deparó la
siguiente carta de un médico norteamericano:
« … Lo que más me impresionó fue su respuesta a la pregunta sobre si cree en una
supervivencia de la personalidad tras la muerte. Al parecer usted habría dicho: «No opino sobre
ese tema».
»Hoy le escribo para relatarle una experiencia que tuve el año que me gradué en la
Universidad de X. Cierta tarde, mientras atravesaba la sala de disección, atrajo mí atención una viejecita de dulce rostro que era llevada a la mesa de disección. Esta mujer de dulce rostro (this sweet faced woman) (1) me hizo una impresión tal que relampagueó en mí este
pensamiento: «No hay Dios: si lo hubiera, no habría permitido que esta viejecita (dear old
woman) fuera llevada a la mesa de disección».
»Cuando regresé a casa esa tarde, el sentimiento que me produjo lo que viera en la sala de
disección me había determinado a dejar de asistir a la iglesia. Ya antes de esto, las doctrinas
del cristianismo habían sido objeto de dudas en mi mente.
»Mientras meditaba sobre este asunto, una voz habló a mi alma; dijo que «debía considerar el
paso que estaba a punto de dar». Mi espíritu replicó a esa voz interior diciendo: «Si supiera con
certidumbre que el cristianismo es la verdad, y la Biblia la Palabra de Dios, lo aceptaría».
»En el curso de los días que siguieron, Dios volvió claro para mi alma que la Biblia era Su
Palabra, que las enseñanzas sobre Jesucristo eran verdaderas, y que Jesús era nuestra única
esperanza. Tras una revelación tan clara, acepté la Biblia como la Palabra de Dios, y a
Jesucristo como mi Salvador personal. Desde entonces, Dios se me ha revelado mediante
muchas infalibles pruebas.
»Le ruego, como hermano médico (brother physician), que dirija sus pensamientos a este
tema de suma importancia, y puedo asegurarle que si lo considera con mente abierta Dios le
revelará la verdad a su alma, lo mismo que hizo conmigo y tantísimos otros . . . ».
Le respondí cortésmente que me alegraba enterarme de que esa experiencia le hubiera
permitido conservar su fe. En cuanto a mí, Dios no había hecho tanto, nunca me había hecho oír una voz interior como aquella y si -en vista de mi edad- no se apuraba mucho, no sería por mi culpa que siguiera siendo yo hasta el final lo que ahora era: an infidel jew {un Judío infiel}.
La amable réplica de mi colega contenía la seguridad de que el judaísmo no era ningún
obstáculo en el camino de la recta fe, y lo probaba con numerosos ejemplos. Culminaba con la comunicación de que se elevaban ardientes plegarias en mi favor, para que Dios me
concediese faith to belíeve {fe para creer}, la fe verdadera.
Aguardo todavía el resultado de esa intercesión. Entretanto, la vivencia religiosa de mi colega
me da que pensar. Diría que pide un intento de interpretarla a partir de motivos afectivos, pues
es en sí extraña y es particularmente mala su fundamentación lógica. Harto se sabe que Dios
permite horrores muy otros que el de llevar a la mesa de disección el cadáver de una anciana
señora de simpático rostro. En toda época fue así, y no ocurriría diversamente en el tiempo en
que mí colega norteamericano cursaba sus estudios. Por lo demás, en su calidad de médico
novel, no puede haber sido tan ajeno al mundo como para ignorar por completo todo su
infortunio. ¿Por qué habría de rebelarse contra Dios justamente a raíz de una impresión recibida en la sala de disección?
La explicación es muy obvia para quien esté habituado a abordar analíticamente las vivencias
interiores y las acciones de los hombres; y lo es tanto, que en mi recuerdo ella misma se
incluye en el relato de manera directa. Cierta vez que en el curso de unos debates mencioné la
carta de mi piadoso colega, referí que había escrito que el rostro del cadáver de esa mujer le
había recordado a su propia madre. Ahora bien, eso no figuraba en la carta -y por otra parte, la
más somera reflexión nos dirá que era imposible que así fuera-, pero es la explicación que se
impone de manera irrefutable frente a la lectura de las tiernas palabras con que se recuerda a la anciana señora (sweet faced dear old woman). La fragilidad de juicio del joven médico puede imputarse entonces al afecto que le despertó el recuerdo de su madre. Y si uno no puede librarse de una mala costumbre del psicoanálisis, la de aducir pequeñeces como material probatorio y admitir también otra explicación de menor profundidad, tendrá que reparar en que el colega se dirige luego a mí como brother physician, expresión de la cual sólo puede darse una traducción imperfecta.
Cabe entonces representarse el proceso del siguiente modo: La vista del cuerpo desnudo (o
en acto de ser desvestido) de una mujer trae al jovencito el recuerdo de su madre; entonces
despierta en él la añoranza de la madre, proveniente del complejo de Edipo, que al instante se
completa con la rebelión contra el padre. Padre y Dios todavía no se han distanciado mucho en
él, y la voluntad de aniquilar al padre puede devenir conciente como duda en la existencia de
Dios y pretender legitimarse ante la razón como indignación por el maltrato del objeto-madre. En efecto, es típico que el niño juzgue como maltrato lo que el padre hace con la madre en el
comercio sexual. Esta nueva moción, desplazada al campo religioso, no hace sino repetir la
situación edípica y por eso tras breve lapso experimenta el mismo destino. Sucumbe a una
poderosa contracorriente. En el curso del conflicto el nivel del desplazamiento no es sostenido,
no se mencionan argumentos justificatorios de Dios ni los signos inequívocos mediante los
cuales El probó su existencia al escéptico. El conflicto parece haberse desenvuelto en la forma
de una psicosis alucinatoria; hablaron voces interiores para hacerle desistir de la resistencia a
Dios. Pero el desenlace de la lucha vuelve a presentarse en el campo religioso, y es el
predeterminado por el destino del complejo de Edipo: total sometimiento a la voluntad de Dios
Padre; el joven se convierte en creyente, acepta todo lo que se le enseñó en su niñez acerca de
Dios y Jesucristo. Ha tenido una vivencia religiosa, ahora es un converso.
Es todo tan simple y trasparente que uno no puede dejar de preguntarse si comprendiendo este caso se ha ganado algo para la psicología de la conversión religiosa en general. Me remito a un certero trabajo de Sante de Sanctis (1924), que por lo demás aplica todos los hallazgos del psicoanálisis. Su lectura nos corrobora la expectativa de que en modo alguno todos los casos de conversión pueden penetrarse con tanta facilidad como el aquí relatado, pero que el nuestro en ningún punto contradice las opiniones que la moderna investigación se ha formado sobre este tema. Lo característico de nuestra observación es su enlace con una particular ocasión que hace recrudecer nuevamente la incredulidad antes que el individuo la supere de manera definitiva.

Notas:
1-  {Las expresiones entre paréntesis son agregados de Freud en su versión de la carta al alemán.}

Autor: psicopsi

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