La crisis de pánico, una lectura desde el psicoanálisis (Silvia Quesada)

La Crisis de Pánico, una lectura desde el Psicoanálisis

LAS CRISIS DE PÁNICO, UNA LECTURA DESDE EL PSICOANÁLISIS

SILVIA QUESADA

En el marco de las actividades de la Secretaría de Extensión de la Facultad de Psicología, y pensando la función social de la universidad respecto de las problemáticas en salud que surgen en el ámbito público y están múltiplemente determinadas, se implementa un programa de asistencia y orientación, abierto a la comunidad y gratuito, para personas que padecen ataques de pánico. En el entendimiento que se trata de un problema que puede ser abordado desde diferentes perspectivas ya que influye en el área personal, social y laboral de la persona que los padece.

En función de las complejidades del malestar en (de) la cultura actual y de estas variables personales, sociales y laborales de la persona que padece ataques de pánico, es que se me ocurrió reflexionar sobre este tema, en mi caso desde una perspectiva psicoanalítica del problema. Si bien es una problemática que presenta diversas aristas y también diferentes marcos teóricos que lo abordan, quizás hay una mirada que se vuelve transversal a todos los paradigmas, y es la insoslayable relación y tensión que existe entre las crisis de pánico y las actuales modalidades del lazo social.

La pregnancia de un discurso amo, donde al mismo tiempo que exige cada vez más: “buenos resultados”, no hay un Otro consistente que se vuelva garante.  Vacío simbólico, que en espejo refleja la variopinta sintomatología somática del “panicoso”.

En primer término entonces comenzaré reflexionando sobre cómo se presenta este “cuadro” en el consultorio, o en el hospital, ya que suele ser el primer lugar, por donde llegan estos pacientes. Me refiero a él en términos de cuadro, también podría denominarse con un término proveniente del campo de la medicina: “síndrome”. Esto es así porque efectivamente no se puede pensar el mismo entendiendo al pánico como síntoma, desde ya tampoco bajo el concepto de estructura. Es más, puede verificarse su emergencia tanto en las neurosis, como en las psicosis o en la perversión. Lo cual eso ya lo vuelve interesante por sí mismo.

Entonces, un dato que llama la atención cuando uno se dispone a investigar sobre este llamado inclasificable para algunos, patología actual para otros, fenómenos de borde, etc., es que todas estas designaciones intentan ceñir aquello, que resulta muchas veces inasible, y es el malestar que provoca su forma de presentación.

Precisamente la principal dificultad que en el terror se enfrenta, para ser más precisa, en el instante de terror, es la ausencia de palabra, y podemos pensar que es desde allí que la referencia al cuerpo es lo único que lo soporta.  Se trata de la irrupción de un cuerpo, que como señala Lacan en RSI, hace agujero.

El sujeto panicoso suele ser, “molesto”, pero con esa molestia angustiosa que nos produce esa modalidad de presentación rígida, casi estuporosa que manifiesta el sujeto. Se revela una presencia del cuerpo, que “inquieta”, en primer lugar, al médico de guardia, puerta de entrada de estos pacientes.

En términos freudianos se trataría de un sujeto “afectado”, pero no por ese estatuto del afecto que promueve la cadena asociativa, sino por el régimen económico del afecto, aquel con el que Freud se encontró a partir de Mas Allá del Principio de Placer. Es ese afecto que enmudece, que deja vacío de significante, y que tan bien señala el agujero del grito de horror, en el cuadro de Munch. Esa es, a mi juicio, la dimensión que abre el pánico. 

Prosiguiendo entonces, efectivamente, en el instante de terror el sujeto muestra esa rigidez, esa imposibilidad de asociación que probablemente llevo a Freud a sostener muy tempranamente, en sus estudios sobre la histeria: “La cólera y el terror hacen perder el sentido de las cosas, paralizan tanto la motilidad como la asociación”.

En consecuencia, un primer punto que parece quedar claro, es que no es por la vía del desciframiento que se deducirá algo del terror, y quizás es por esta razón, que estamos acostumbrados a ver muchas veces que las salidas cosméticas y efímeras a un posible tratamiento del tema suelen ser las que se tienen más a mano. Pero también sabemos que, irremediablemente como planteaba, son efímeras. Aunque remitan los síntomas en un primer tiempo del tratamiento, inevitablemente retornan las crisis.

Pienso que aquí deberíamos ubicar una primera dificultad que se enfrenta y es la falta de precisión que existe respecto de cuál es el afecto que está en juego en esta problemática.

Sabemos que desde diversos paradigmas, y aún desde el propio psicoanálisis, se confunde en detrimento de su comprensión el ataque de pánico con crisis de ansiedad y/o ataque de angustia

Si entonces queremos abordar el tema desde el psicoanálisis, deberíamos recapitular algunas de las observaciones freudianas sobre la diferencia, casi diría disyunción, que soporta la angustia respecto del terror.

Efectivamente es desde Más allá del principio de placer, (1920) y a partir de la serie que allí presenta Angustia- Miedo- Terror, donde Freud comienza a interrogarse sobre el tema y a decir de algún modo, que no se trata de una diferencia cuantitativa entre estos afectos, no hay “angustiómetro”.

Pienso entonces que hay una diferencia que solo se está en condiciones de abordar si la entendemos metapsicológicamente, si es que queremos pensar la clínica del ataque de pánico desde una teoría que la soporte.

Entonces esa primera distinción se vuelve forzosa. No es la angustia lo que está en el centro de la escena en el ataque de pánico, es el terror. La angustia es trinchera, parapeto, el terror la granada que cae adentro.

Si la angustia es parapeto, protección, preparación, el terror es irrupción, allí donde ya no hay tras que parapetarse.

Ese es el factor sorpresa, del que habla Freud. Solo que Freud lo analizó en las neurosis traumáticas, y es quizás por esa vía que deberíamos abordar las crisis de terror y no por la vía de las neurosis actuales, que es hasta ahora por donde se han pensado, pienso que lo es, en tanto la angustia automática aparece en el centro de la escena.

Pero si tal como planteaba precedentemente no se trata de angustia, entonces hay otra dirección posible.

Quizás deberíamos pensar en aquellas neurosis traumáticas de “tiempos de paz”.

El valor metapsicológico del terror es la vía para abordar estos cuadros. Tal como sucede con los sueños de angustia, la angustia sigue siendo la brújula del deseo.

Entonces en la medida que el terror instala un: “más allá de la angustia”, ¿cómo repensar el modo de abordar clínicamente los ataques de pánico?

Algunas preguntas que surgen ineludiblemente en estos casos tienen que ver por ejemplo con ¿cuál es el estatuto del cuerpo que se pone en juego?

Es claro que en la asociación con el cuerpo en el instante del terror, se revela una dimensión fragmentada y fragmentaria del mismo, no con las características que asume el cuerpo fragmentado en la histeria, sino con un estatuto más primario.

 

El humano accede a una forma totalizada de su cuerpo en una exterioridad, (estadio del espejo mediante). Es a partir de esa exterioridad que se constituye. Pero al mismo tiempo, realiza ese pasaje del cuerpo fragmentado a la totalidad, a partir de una falta. De este modo, se va a ubicar, y se va a sostener, y esto último es lo más importante, en una discordancia.

El sujeto debe soportar a partir de allí dos cuerpos discordantes, por un lado el cuerpo real: la fragmentación corporal, la incoordinación motriz, y por el otro, ese cuerpo construido, secundario. Aquel que Freud abordara y desarrollara tan bien en Introducción del Narcisismo.  Y como va a suceder en otros tantos aspectos de nuestra vida… va a ser en ese intervalo que el sujeto quedará boyando.

Sabemos que es mediante la imagen como el cuerpo participa en la economía del goce. Se tiene un cuerpo, dice Lacan, no se es un cuerpo.

Pero para poder pensar la relación del cuerpo con los tres registros, y situar al cuerpo en una economía nodal, tendremos que ubicar la relación del cuerpo con la imagen, con el significante, y con el goce.

Fue con la histeria, como Freud pudo observar cómo el cuerpo era susceptible de ser recubierto y articulado a la red significante, pero sabemos que no todo el organismo puede reducirse a ese cuerpo significante, hay una parte, la pulsión, que queda excluida de esa lógica.

La siguiente pregunta es entonces ¿qué sucede cuando ese “relieve de estatura” se desbarata?

Caído del significante y de la imagen unificada, solo puede dejarse ver y solo por una hendija, lo extimo. Un interior- exterior difícil de delimitar. El sujeto, en su relato, posterior siempre, señala efectivamente la dificultad de definir de dónde proviene “el ataque”. Ubicándonos entonces en ese campo extimo que la pulsión delimita, a mi juicio, la teoría de la represión primaria, es el anclaje, para empezar a desplegar una teoría metapsicológica del terror.

De este modo, un concepto que se va a localizar como un shiffter es el de pulsión. Freud lo denominó: concepto fundamental y construyó un circuito con él, un montaje, que Lacan en el seminario 11, pudo desmontar, pero porque ya estaba montado, y no como un aparato de circuito cerrado, sino como un sistema que, tal como Freud lo presenta, tiene más que ver con un perro que se muerde la cola, y que, como todos nosotros, podemos observar cuando vemos un perro que hace esto, goza de ello, y con ello.

En los últimos desarrollos freudianos sobre la teoría de la angustia, cuando subvierte su condición con relación a la represión, ubica la angustia traumática, y lo económico se convierte en el núcleo genuino del peligro.

Es en Más allá del principio de placer y en Inhibición, síntoma y angustia, donde Freud desarrolla esta teoría de la angustia sosteniendo que nada hay en la angustia que pueda producir una neurosis de terror, la angustia protege contra el terror.

Así le otorga a la angustia el valor de contrainvestidura, y la vincula de modo directo con la represión primordial, y a esta con la pulsión. Efectivamente, como va a sostener, la contrainvestidura es el único mecanismo de la represión primordial, “cuida de su producción y mantenimiento”. Dos conclusiones a sacar aquí, la represión primordial, no es un mecanismo dado de una vez y para siempre, sino que contrariamente, está en económica y permanente producción. Y por otro lado el terror da cuenta de la irrupción y por lo tanto del fracaso de la angustia en su condición de protección y parapeto, es decir de contrainvestidura. 

Pero, por otra parte, es de la angustia de lo que efectivamente disponemos en la clínica. La emergencia de la angustia tiene por condición transformar lo mudo en palabra. Aún el sueño de angustia nos permite orientarnos en torno al deseo, tal como dice Freud, a diferencia del sueño traumático, sostenido en lo compulsivo, en ese “eterno retorno”.

Estas reflexiones me llevan a una posible pregunta: ¿Serán los ataques de pánico las neurosis de terror de tiempos de paz?, si es así, quedan por lo tanto, bajo la egida de más allá del principio de placer, esto por un lado. Y por otro lado, ¿el terror desde el punto de vista metapsicológico, circunscribe, quizás, como sostenía antes, un más allá de la angustia?

Referencias bibliográficas

Bauman, Z; Dessal, G. (2014) El retorno del péndulo: Sobre el psicoanálisis y el futuro del mundo líquido. Ed. Fondo de cultura económica. C.A.B.A. Argentina.

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Freud, S (1926) «Inhibición, síntoma y angustia». En J.L Etcheverry (Trad.), Obras completas: Sigmund Freud (1976) (Vol.20) Buenos Aires: Amorrortu.

Lacan, J (1975) El Seminario. Libro 23: El sinthome. Barcelona. España. Paidós.

Quesada, S. (2010) Una Explicación psicoanalítica del ataque de pánico. Ed. Letra Viva. Buenos Aires. Argentina.

Fuente: Revista Electrónica de la Facultad de Psicología – UBA – Año 8 – Número 29 – Diciembre de 2018

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