Diccionario de psicología, letra P, Paranoia (caso Schreber, forclusión)

Paranoia
s. f. (fr. paranoia; ingl. paranoia; al. Paranoia). Psicosis caracterizada por un delirio de
persecución sistematizado e interpretativo al que se atribuyen especialmente los delirios de
celos, de erotomanía y de grandeza. Desde el punto de vista freudiano, estas diversas formas
de delirio son otras tantas maneras de negar la homosexualidad proyectándola al exterior [véase
delirio]. El análisis de la paranoia es ejemplar para Lacan de la teoría de la psicosis, para la cual justamente ha introducido el concepto de forclusión del Nombre-del-Padre.
Esta «forclusión del Nombre-del-Padre» le quita todo sentido a lo que depende de la significación
fálica, cuyo encuentro sumerge al sujeto en el desconcierto, librándolo al retorno en lo real, en
forma de alucinaciones, de lo que falta en el nivel simbólico. El delirio va a suplir a la metáfora
paterna desfalleciente, construyendo una «metáfora delirante», destinada a dar sentido y
cohesión a aquello que carece de sentido y cohesión.
El uso del término paranoia, muy antiguo en psiquiatría, ha evolucionado desde una extensión muy amplia, tanto que en la psiquiatría alemana del siglo XIX llega a englobar al conjunto de los delirios, hasta un empleo más preciso, limitado, esencialmente bajo la influencia de E. Kraepelin (1899), a las psicosis en las que se instala un sistema delirante durable e inconmovible, que deja intactas las facultades intelectuales, la voluntad y la acción. Corresponde a los conceptos de monomanía y de delirio crónico sistematizado de los autores antiguos y se distingue por lo tanto de la esquizofrenia, o demencia precoz.
S. Freud, después de Kraepelin, adopta esta gran distinción y engloba en la paranoia, además del delirio de persecución, la erotomanía, el delirio de celos y el delirio de grandeza. Se opone así a Bleuler, que hace entrar la paranoia dentro del grupo de las esquizofrenias y encuentra en el origen de las dos enfermedades mentales el mismo trastorno fundamental, la disociación. Esta última concepción es la que prevalece actualmente en la escuela psiquiátrica norteamericana de inspiración psicoanalítica.
Freud, sin embargo, por otras razones, en particular porque la sistematización del delirio no
bastaba a sus ojos para definir la paranoia, no vacila en vincular a este grupo ciertas formas,
llamadas «paranoides», de la demencia precoz. Así, en el título mismo de su observación del
caso Schreber, hace equivaler paranoia y demencia paranoide (dementia paranoides).
Pero el aporte esencial del psicoanálisis a propósito de la paranoia no concierne a estos
problemas de clasificación nosográfica. Incluso tendería a dejarlos de lado para dedicarse más
bien a poner en evidencia los mecanismos psíquicos en juego en esta psicosis y la parte
innegable que le cabe a la psicogénesis en su etiología.
El caso Schreber, En 1911 Freud establece la observación de un caso de paranoia a partir de
las Memorias de un neurópata (1903) del presidente Schreber, eminente jurista que había escrito
y publicado él mismo la historia de su enfermedad. Esta había comenzado, después de su
nominación para la presidencia de la Corte de Apelaciones, bajo la forma progresiva de un
«delirio alucinatorio» multiforme, para culminar luego en un delirio paranoico sistematizado, a
partir del cual, según uno de sus médicos, «su personalidad se había reconstruido» y había
podido mostrarse «a la altura de las tareas de la vida, exceptuando ciertos trastornos aislados».
En este delirio, Schreber se creía llamado a salvar el mundo, por una incitación divina que se
trasmitía a él por medio del lenguaje de los nervios y en una lengua particular, llamada lengua
fundamental (al. Grundsprache). Para eso, debía trasformarse en mujer. La hipótesis de
arranque de Freud fue que podía abordar estas manifestaciones psíquicas a la luz de los
conocimientos que el psicoanálisis había adquirido de las psiconeurosis, porque ellas provenían
de los mismos procesos generales de la vida psíquica.
Así, en las relaciones que en su delirio Schreber mantiene con Dios, Freud reencuentra,
traspuesto, el terreno familiar del «complejo paterno». Reconoce, en efecto, en ese personaje
divino, el «símbolo sublimado» del padre de Schreber, médico eminente, fundador de una escuela
de gimnasia terapéutica, con quien él mantenía relaciones a la vez de veneración y de
insubordinación. Del mismo modo, en la subdivisión entre un Dios superior y un Dios inferior,
redescubre los personajes del padre y del hermano mayor.
Narcisismo y homosexualidad. Freud hace girar su interpretación esencialmente en torno de la
relación erótica homosexual con estas dos personas. Considera, en efecto, esencial a la
paranoia que Schreber haya debido construir un delirio de persecución para defenderse del
fantasma del deseo homosexual, que expresaría, según él, la feminización exigida por su misión
divina. Este fantasma, presente en la evolución normal del varón, sólo deviene causa de psicosis
porque hay en la paranoia un punto de fragilidad situado «en alguna parte de los estadios del
autoerotismo, del narcisismo y de la homosexualidad».
La referencia al narcisismo será precisada en 1914, cuando Freud distinga más nítidamente
todavía la libido de objeto de la libido narcisista, de cuyo lado situará la psicosis en su conjunto.
Tanto en los esquizofrénicos como en los paranoicos, Freud supone una desaparición de la
libido de objeto en provecho del investimiento del yo, y el delirio tendría como función secundaria
la de intentar retrotraer la libido al objeto.
Esta reflexión ya se encuentra en los trabajos de K. Abraham (1908), que opone, a propósito de
la demencia precoz, los dos tipos de investimiento, del mismo modo como supone para la
persecución un origen erótico, no siendo el perseguidor al principio sino el objeto sexual mismo.
El mecanismo proyectivo. Al retomar esta tesis, Freud le va a dar un desarrollo muy importante,
puesto que va a fundar lo esencial de su teoría: el delirio de persecución, en efecto -lo mismo,
por otra parte, que los delirios erotomaníacos y de celos-, sería siempre el resultado de una
proyección, que produce, a partir del enunciado de base homosexual «Yo, un hombre, amo a un
hombre», primero su negación: «Yo no lo amo, lo odio», y luego la inversión de las personas: «El
me odia». Por medio de esta proyección, lo que debería ser sentido interiormente como amor es
percibido como odio proveniente del exterior. El sujeto puede evitar así el peligro en el que lo
colocaría la irrupción en su conciencia de sus deseos homosexuales. Peligro considerable a
causa de la fijación de estos enfermos al estadio del narcisismo, lo que haría de la amenaza de
castración una amenaza vital de destrucción del yo. El delirio por lo tanto aparece como un medio
para el paranoico de asegurar la cohesión de su yo al mismo tiempo que reconstruye el universo.
Desarrollos de la teoría freudiana. De estos dos puntos esenciales en la teoría freudiana de la paranoia, regresión al narcisismo y evitación de los fantasmas homosexuales por medio de la proyección, el primero conoció su desarrollo más importante a partir de M. Klein, para quien toda psicosis era un estado de fijación o de regresión a un estadio primario infantil, en el que un yo precoz era capaz, desde el nacimiento, de experimentar angustia, emplear mecanismos de defensa y establecer relaciones de objeto, pero con un objeto primario, el seno, escindido entre un seno ideal y un seno persecutorio. Este yo todavía desorganizado y lábil desviaría la angustia, suscitada en él por el conflicto entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte, por una parte recurriendo a la proyección y, por la otra, a la agresividad. Se ve en consecuencia que, desde el principio, todo ser humano es psicótico y, en particular, paranoico. Esta posición primitiva es denominada, por otra parte, esquizoparanoide.
Por el contrario, en lo concerniente al segundo punto, es decir, al núcleo homosexual de la
paranoia, Melanie Klein no lo retorna y plantea además problemas de fondo que ya los mismos
contemporáneos de Freud habían señalado.
La forclusión del Nombre – del – Padre. Pero sin duda es en Lacan (Seminario sobre las
psicosis, 1955-56) en quien esta cuestión ha sido retomada de la manera más apropiada para
aclararla. Volviendo a la lectura freudiana del texto de Schreber, introduce un supuesto esencial
para comprender lo que Freud llama el «complejo paterno» en el neurótico y lo que lo distingue de
lo que se encuentra en el psicótico, clarificando de un solo golpe considerablemente lo que
significa la pretendida «homosexualidad» del paranoico. Este supuesto es el de la función
paterna simbólica, o metáfora paterna, designada también con el término Nombre-del-Padre, que
conviene distinguir del padre real porque resulta del reconocimiento por la madre no sólo de la
persona del padre, sino sobre todo de su palabra, de su autoridad, es decir, del lugar que ella le
reserva a la función paterna simbólica en la promoción de la ley. En el paranoico, esta metáfora
no opera. Hay en él –Lacan retorna aquí un término posterior en la obra de Freud- Verwerfung, que Lacan traduce por «forclusión», es decir que, en el lugar del Nombre-del-Padre, hay un agujero, que produce en el sujeto un agujero correspondiente en el sitio de la significación fálica, lo que provoca en él, cuando se encuentra confrontado con esta significación fálica, el desarreglo más completo. Es así como se desencadena la psicosis en Schreber, en el momento en que es llamado a ocupar una función simbólica de autoridad, situación frente a la cual sólo puede reaccionar con manifestaciones alucinatorias agudas, a las que poco a poco la
construcción de su delirio vendrá a aportarles una solución, constituyendo, en el lugar de la
metáfora paterna desfalleciente, una «metáfora delirante», destinada a dar un sentido a lo que
para él carece totalmente de sentido.
En esta concepción se comprende mejor a qué corresponde lo que Freud designa como
homosexualidad. Se trata, con más exactitud, de una posición transexual, es decir, de una
feminización del sujeto, subordinada no al deseo de otro hombre, sino a la relación que su madre
sostiene con la metáfora paterna y, por lo tanto, con el falo. En este caso, que es de forclusión
del primer término, se atribuye al hijo ser ese falo materno, lo que lleva a la conclusión de que «a
falta de poder ser el falo que le falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que le falta a
los hombres» («De una cuestión preliminar … », Escritos) o, todavía, la mujer de Dios.
La forclusión de la metáfora paterna impide en efecto asimilar a una posición femenina en la
homosexualidad, o a aquella más general del Edipo invertido, este ser la mujer al que se
encuentra constreñido Schreber, porque, contrariamente a esas otras dos situaciones, lo que le
falta precisamente es la amenaza de castración. El padre de Schreber, situado fuertemente
como una figura imponente y respetada, ilustra bien que un padre pueda ser así en la realidad,
pero, al propio tiempo, por el hecho mismo de que se arroga una posición de legislador o de
servidor de una obra, puede estar en relación con esos ideales en una postura de demérito o
incluso de fraude, es decir, «de excluir al Nombre-del-Padre de su posición en el significante»
(Escritos).
Otra consecuencia de esta reformulación teórica es que pone término, de manera quizás abrupta, a las discusiones sobre el distingo entre paranoia y esquizofrenia. La cuestión de la paranoia deviene la cuestión totalmente general de la estructura de la psicosis.

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