Diccionario de psicología, letra p, perversión, varios autores

Perversión
Alemán: Perversion.
Francés: Perversion.
Inglés: Perversion.
Término derivado del latín pervertere (dar vuelta), empleado en psiquiatría y por los fundadores
de la sexología para designar, a veces de manera peyorativa, y otras valorizándolas, las
prácticas sexuales consideradas desviaciones respecto de una norma social y sexual. Desde
mediados del siglo XIX, el saber psiquiátrico ubicó entre las perversiones a prácticas sexuales
tan diversas como el incesto, la homosexualidad, la zoorilia, la paidorilia, la pederastia, el
fetichismo, el sadomasoquismo, el transvestismo, el narcisismo, el autoerotismo, la coprorilla, la
necrofilia, el exhibicionismo, el voyeurismo, las mutilaciones sexuales. En 1987 la palabra
perversión fue reemplazada en la terminología psiquiátrica mundial por «parafilia» que incluye las
prácticas sexuales en las cuales el partenaire es un sujeto reducido a la condición de fetiche
(paldorilia, sadomasoquismo), o el propio cuerpo (transvestismo, exhibicionismo), o bien un
animal o un objeto (zoofilia, fetichismo).
Retomado por Sigmund Freud en 1896, el término perversión fue definitivamente adoptado como concepto técnico por el psicoanálisis, conservando la idea de desviación sexual respecto de
una norma. Sin embargo, en esta nueva acepción el concepto aparece desprovisto de toda
connotación peyorativa o valorizadora, y se inscribe en una estructura tripartita con la psicosis y
la neurosis.
Si el concepto de neurosis pertenece en rigor al dominio predilecto del psicoanálisis, y el de psicosis participó del origen de la historia de la nosología psiquiátrica, el término perversión
cubre un campo mucho más amplio, en la medida en que los comportamientos, las prácticas e
incluso los fantasmas que abarca sólo pueden ser aprehendidos con relación a una norma
social, a su vez inductora de una norma jurídica. Además la perversión siempre ha estado ligada
a las formas posibles de arte erótico, en Oriente y Occidente; por otra parte, las variaciones
sobre el tema de la perversión son múltiples según las épocas, los países, la cultura o las
costumbres. A veces son violentamente rechazadas, marginadas o consideradas abyectas, y
otras, por el contrario, son valorizadas por los escritores, los poetas y los filósofos, que las
consideran superiores a las prácticas sexuales llamadas normales.
Por ejemplo, en ciertas regiones de Africa se admitirá un ritual tribal de mutilación sexual
(ablación o infibulación) que, en cambio, en Europa constituye un delito. Lo mismo puede decirse
de la emasculación en el antiguo Egipto o en la India. Si las costumbres tradicionales son
impugnadas por un movimiento de emancipación que aspira a liberar el cuerpo de las mujeres, o
por una política colonial que psiquiatriza prácticas en otro tiempo consideradas habituales, éstas
pueden pasar abruptamente a ser consideradas perversiones. Tal fue el destino de la
homosexualidad. Considerada en la Grecia antigua una forma suprema del amor, vista más tarde
como un vicio satánico por el cristianismo, clasificada finalmente como una degeneración por el
saber psiquiátrico del siglo XIX, ha terminado por ser reconocida, en 1974, como un tipo de
sexualidad entre otras, en la mayor parte de los países democráticos modernos, al punto de no
figurar ya en el catálogo de las nuevas «parafilias- del tercer Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (DSM III), editado en 1987 por la American Psychiatric Association (APA).
A Geza Roheim, y sobre todo a Georges Devereux, les corresponde el mérito de haber
mostrado, a través del etnopsicoanálisis, de qué modo se puede comprender el mecanismo
general de este relativismo cultural en su relación con el universalismo.
En este sentido, la teoría de Freud en materia de perversión (y sobre todo de homosexualidad) es tan ambivalente como su doctrina de la sexualidad femenina. Por una parte, extiende la «disposición perversa polimorfa» al hombre en general, y de tal modo rechaza todas las
definiciones diferencialistas y antiigualitarias de la clasificación psiquiátrica de fines de siglo,
según la cual el perverso era un «tarado» o un «degenerado», pero, por otro lado, conserva la
idea de norma y desviación en materia de sexualidad. De allí la imposibilidad en que se encuentra
de considerar la perversión como una estructura universal del psiquismo que supera el marco de
las diversas prácticas sexuales llamadas perversas.
La clasificación de las perversiones (en plural) corresponde- tradicionalmente al dominio de la
psiquiatría y la sexología, mientras que el psicoanálisis se ha aplicado a dar una definición
estructural del concepto de perversión (en singular). Sin embargo, en Freud las cosas no son
tan simples. Como lo atestigua su obra inaugural de 1905, Tres ensayos de teoría sexual, él
empleó el término más bien en plural (las perversiones sexuales), y habló de inversiones más a
menudo que de perversiones. Más tarde su terminología sufrió numerosas inflexiones en el
sentido de una interpretación más estructural de la idea.
Freud siempre definió la perversión con referencia a un proceso de negatividad y en una relación dialéctica con la neurosis. En efecto, de entrada, en una carta a Wilhelm Fliess del 24 de enero de 1897, y después en los Tres ensayos, caracterizó la neurosis como «el negativo de la perversión». De tal manera subrayaba el carácter salvaje, bárbaro, polimorfo y pulsional de la sexualidad perversa: una sexualidad infantil en estado bruto, en la cual la libido se limitaba a la pulsión parcial. A diferencia de la sexualidad de los neuróticos, la sexualidad perversa no conocía la prohibición del incesto, ni la represión, ni la sublimación.
Si la sexualidad perversa no tiene límites, se debe a que está organizada como una desviación
con relación a un empuje, a una fuente (órgano), a un objeto y a un fin. A partir de estos cuatro
términos, Freud distingue dos tipos de perversiones: las perversiones de objeto y las
perversiones de fin. En las perversiones de objeto, caracterizadas por una fijacion en un solo
objeto en detrimento de los otros, ubica por una parte las relaciones sexuales con un partenaire
humano (incesto, homosexualidad, paidofilia, autoerotismo), y por otro lado las relaciones
sexuales con un objeto no humano (fetichismo, zoofilia, transvestismo). En las perversiones de
fin, distingue tres tipos de prácticas: el placer visual (exhibicionismo, voyeurismo), el placer de
sufrir o hacer sufrir (sadismo, masoquismo), el placer por sobrestimación exclusiva de una zona
erógena (o de un estadio), es decir la boca (fellatio, cunnilingus) o el aparato genital.
A partir de 1915 Freud introdujo numerosas modificaciones en su primera concepción de la
perversión, primero en función de su metapsicología y de su nueva teoría del narcisismo, y
después de su segunda tópica y de su elaboración de la diferencia de los sexos. Pasó de tal
modo de una descripción de las perversiones sexuales a la idea de una posible organización de
la perversión en general como paradigma de una organización del yo basada en el clivaje. En un
artículo de 1923, «La organización genital infantil», y después en otro de 1924, «La pérdida de
realidad en la neurosis y la psicosis», introdujo el concepto de renegación (Verleugnung), para
señalar que los niños niegan la realidad de la falta de pene en las mujeres, y afirmar que ese
mecanismo de defensa caracteriza la psicosis, en oposición al mecanismo de represión que se
encuentra en la neurosis: mientras que el neurótico reprime las exigencias del ello, el psicótico
reniega la realidad.
En 1927, en el marco de una discusión con René Laforgue sobre la cuestión de la
escotomización, Freud abordó la renegación a partir del fetichismo, sosteniendo que en esa
forma de perversión el sujeto hace coexistir dos realidades: la renegación y el reconocimiento de
la ausencia de pene en la mujer. De allí un clivaje del yo característico no sólo de la psicosis, sino
también de la perversión. En consecuencia, la perversión se inscribe en una estructura tripartita.
Junto a la psicosis, que se define como la reconstrucción de una realidad alucinatoria, y de la
neurosis, que es el resultado de un conflicto interno seguido de una represión, la perversión
aparece como una renegación o un desmentido de la castración, con fijación en la sexualidad
infantil.
Entre 1905 y 1927, Freud pasó entonces de una descripción de las perversiones sexuales a una
teorización M mecanismo general de la perversión, que ya no era sólo el resultado de una
disposición polimorfa de la sexualidad infantil, sino la consecuencia de una actitud de sujeto
humano enfrentado a la diferencia de los sexos. En este sentido, la perversión existe tanto en el
hombre como en la mujer, pero no se distribuye de la misma manera en ambos sexos cuando se
trata del fetichismo y la homosexualidad.
A partir de esta definición de la perversión, basada en el clivaje del yo, los herederos de Freud
no cesaron de estudiar las diferentes formas de prácticas sexuales perversas masculinas y
femeninas, arrancando así a la sexología el privilegio de sus clasificaciones refinadas. Pero en
lugar de conducir el movimiento psicoanalítico a un nuevo enfoque de las perversiones, estos
trabajos, en un primer tiempo, entre 1930 y 1960, tuvieron el efecto contrario. Considerados
incurables, o sometidos en la cura a una supuesta normalización de su sexualidad, los
perversos no fueron autorizados a practicar el psicoanálisis en ninguna de las sociedades
componentes de la International Psychoanalytical Association (IPA). Esta prohibición, que
apuntaba esencialmente a los homosexuales, fue experimentada como una importante
discriminación, sobre todo después de 1972, cuando la homosexualidad dejó de ser asimilada
por la psiquiatría a una enfermedad mental y, quince años más tarde, a una perversión. Tanto
para la psiquiatría como para el psicoanálisis se planteó entonces la cuestión de una redefinición
posible del estatuto de la perversión en general, y de las perversiones sexuales en particular.
La implantación del psicoanálisis en los grandes países occidentales había tenido por
consecuencia la desalienación de los perversos, y la separación de la homosexualidad como tal
del dominio de las perversiones sexuales. La aparición en el DSM III del término «parafilia»
restringió el campo de las anomalías y de las desviaciones a las prácticas sexuales coactivas y
fetichistas, basadas en la ausencia de cualquier partenaire humano libre y consintiente. Se hizo
entonces sentir la necesidad de que el propio psicoanálisis abandonara toda forma de terapia
«normalizadora», en beneficio de una clínica del deseo capaz de comprender las elecciones
sexuales de los sujetos cuyas prácticas libidinales ya no eran todas castigadas por la ley, ni
vividas como un pecado, ni incluso concebidas como una desviación respecto de una norma.
En este sentido, la revisión de la doctrina freudiana original ya se había iniciado hacia 1960,
antes de las transformaciones de la terminología psiquiátrica de las décadas de 1970 y 1980.
En la teoría kleiniana, la perversión es siempre descrita en función de una norma y una patología,
pero descartando cualquier idea de desviación. También es considerada un trastorno de la
identidad de naturaleza esquizoide, ligado a una pulsión salvaje de destrucción de sí mismo y del
objeto. Lejos de ser la expresión de una «aberración» sexual, es la manifestación en estado
bruto de la pulsión de muerte, al punto de dar origen en el marco de la cura a una reacción
terapéutica negativa (o perversión de transferencia). En cuanto a la homosexualidad, se reduce
a una fijación en la posición esquizoparanoide, que puede desembocar en una paranoia. Las
perversiones sexuales son asimiladas a una organización patológica del narcisismo. De modo
que el kleinismo tiende a empujar la perversión hacia la psicosis, alejándose del diagnóstico de
incurabilidad.
A Jacques Lacan y sus discípulos franceses (Jean Clavreul, Franlois Perrier, Piera Aulagnier,
WIadimir Granoff, Guy Rosolato) les corresponde el mérito, único en la historia del freudismo, de
saber finalmente sacado la perversión del domino de la desviación, para considerarla una
verdadera estructura. Amigo de Georges Bataille (1897-1962), gran lector de Sade, de Henry
Havelock Ellis, de la poesía erótica y de la filosofía platónica, Lacan fue mucho más sensible que
Freud, que los freudianos y los kleinianos, a la cuestión del eros, del libertinaje y sobre todo de la
naturaleza homosexual, bisexual, fetichista, narcisista y polimorfa del amor. Libertino él mismo,
pensaba que solamente los perversos saben hablar de la perversión. De allí el privilegio que
acordó de entrada a dos nociones -el deseo y el goce- para hacer de la perversión una
componente principal del funcionamiento psíquico del hombre en general, una especie de
provocación o desafío permanente en relación con la ley. Su fórmula fue propuesta en 1962 en
un célebre artículo, «Kant con Sade», destinado a servir de presentación a dos obras de Sade,
Justine ou les malheurs de la vertu y La Philosophie dans le boudoir. Lacan hizo del mal en el
sentido sadeano un equivalente del bien en el sentido kantiano, para demostrar que la estructura
perversa se caracteriza por la voluntad del sujeto de transformarse en objeto de goce ofrecido a
Dios convirtiendo la ley en una burla, y por el deseo inconsciente de anularse en el mal absoluto
y en la autoaniqu flación. Al sacar de tal modo la perversión del ámbito de las perversiones
sexuales, la corriente lacaniana abrió el camino a nuevas perspectivas terapéuticas: sobre la
perversión dejaba de caer el diagnóstico de incurabilidad, pero además el perverso, no siendo
ya necesariamente catalogado como perverso sexual, podía muy bien acceder a la práctica del
psicoanálisis, sin ser «un peligro» para la comunidad. Esta concepción de la perversión como
estructura llevaría a Lacan y su escuela a abordar la homosexualidad en el marco de la
perversión.
En la época en que los alumnos de Lacan comentaban en estos términos la teoría clásica de
Freud, el gran psicoanalista Robert Stoller la cuestionó a fondo, introduciendo en particular una
diferenciación entre «sexo» y «género». Su principal libro, Sex and Gender, publicado en 1968 y
traducido al francés diez años más tarde con el título de Recherches sur l’identité sexuelle, así
como muchos otros trabajos, renovaron el enfoque clínico del conjunto de las perversiones (y en
particular del fetichismo femenino y el transexualismo).
En la perspectiva de la Sel-Psychology,, es Joyce McDougali, psicoanalista francesa, quien
desde 1972 ha aportado una de las mejores revisiones de la teoría freudiana de la perversión.
En su Plaidoyer pour une certaine anormalité observa que la estructura tripartita
(neurosis/psicosis/perversión) resulta demasiado rígida para explicar los trastornos sexuales
vinculados con los diferentes desórdenes narcisistas del sí-mismo. En consecuencia, denomina
neosexualidad y sexualidad adictiva a formas de sexualidad perversa, cercanas a la droga y la
toxicomanía, pero que a ciertos sujetos que están al borde de la locura les permiten encontrar el
camino de la curación, la creatividad y la realización de sí mismos.