Acerca de la posición del analista en Psicoterapias y psicoanálisis

“Acerca de la posición del analista en Psicoterapias y psicoanálisis”

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos,

porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de

Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero

también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las

circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

Borges, “Emma Zunz”

Punto de partida

Este trabajo se centrará en la posición del analista en el tratamiento

psicoanalítico. Para ubicar algunas cuestiones referidas a ello, me basaré en

una pregunta formulada por uno de los asistentes a una presentación de

enfermos realizada en el mes de Abril del 2008 en el Hospital Álvarez. En dicha

oportunidad, en el momento en que Daniel Millas realizaba unos comentarios del

caso, una mujer preguntó “¿Acaso haberse quedado con Ivana, no podría haber

estabilizado al paciente?” Para entender un poco más del asunto, deberíamos

desarrollar un poco el caso. Pero antes de eso, ubiquemos la respuesta de

Millas, quien dijo que nosotros no estamos para ver si Ivana es buena o mala, si

le convendría o no al paciente. Estamos para analizar la verdad del caso, no la

verdad histórica. “La asistencia (…) es tonta por función, voyeurs, escuchadores,

están ahí de sobra, aprendices…”1 Más allá del tono irónico con el que Miller

califica a aquellos que asistimos a una presentación de enfermos, esta

descripción nos permite ubicar aquí el meollo de este informe. Lo que intentaré

ubicar aquí es la posición del analista frente a los decires del analizante. El caso

aquí presentado, es sólo una excusa, un punto de partida para pensar el lugar del psicoanalista

en el psicoanálisis lacaniano, y cómo este se diferencia de

otras prácticas terapéuticas.

La inexistencia de la objetividad subjetiva

J.A. Miller nos dice que “a nivel de la objetividad el sujeto no existe, y es

responsabilidad del analista producir otro nivel propio al sujeto”2. Es decir, “el

sujeto no es un dato” 3, por lo cual el trabajo analítico no se ocuparía, como lo

planteaban los posfreudianos por los años cincuenta, de lograr en el paciente

una rectificación de la realidad a partir de la identificación al Yo fuerte del

analista. No se trataría de una sugestión, de si conviene o no Ivana para este

paciente. La respuesta de Millas apunta precisamente a eso, a que a nosotros,

analistas, no nos debe importar cómo es en la realidad la persona que cita el

paciente. Esa persona, Ivana en este caso, está incluida en los decires del

analizante, y es desde allí donde hay que trabajar. “En el mundo de las neurosis

la realidad psíquica es la decisiva”4. Desde el caso por caso, pero dentro del

mismo caso. “Un caso particular no es nunca el caso de una regla o de una

clase. “Solo hay excepciones a la regla (…) y el sujeto se constituye siempre

como excepción a la regla”5. Ubicar esto nos permite entender que la práctica

analítica “no parte de la determinación del sujeto sino de la indeterminación; y es

en la experiencia misma donde se constituye el sujeto”6

La excusa del caso

Ubiquemos brevemente quién fue el enfermo presentado en esta

oportunidad para ejemplificar la idea que venimos sosteniendo. Se trata de un

joven de veintiséis años. Hugo. En su discurso se desplegaban dos realidades.

Una relacionada a lo cotidiano y otra con el “don”. El don de la adivinación. Un don que le permite prever lo que va a suceder en años posteriores. Esta

habilidad aparecería como un intento de explicación, de organización del

fenómeno inicial. Retroactivamente, y desde los ocho años, puede anticiparlo

todo.

No podemos saber con seguridad si el desencadenamiento de la

enfermedad se produce en el año dos mil dos, tras un encuentro con una mujer,

o a los ocho años de edad, momento en que aparentemente empezaría su don.

Sin embargo, ¿Cómo poder descifrar si esa fecha es ya parte de su “adivinación

retroactiva”, de su don, o si efectivamente sucedió? Nos importa aquí situar la

lógica del caso y no la verdad histórica, como indica Millas. El encuentro que el

paciente relata con una mujer sucedió en una estación de servicio. Allí, según

cuenta, él dijo más de lo que debía haber dicho. Incluso bajo la “mirada” de una

cámara de seguridad. Esta mujer no quiso hablar por fuera de la cámara y Hugo

se sintió usado. Para que la psicosis se desencadene “es necesario que el

Nombre del Padre, precluido (…) sea llamado allí en oposición simbólica al

sujeto”7. Pero ¿cómo puede ser llamado el Nombre del Padre a aquel lugar

donde nunca ha advenido? “Basta para ello que ese Un-padre se sitúe en

posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria aa

´…”8. Creo que la cámara aquí juega un papel importantísimo entre Hugo y

esta mujer. Porque el paciente ya había tenido una relación previa, con Ivana e

incluso un hijo con ella. Pero algo ocurre en este encuentro con esta otra mujer.

Algo de la mirada de este Otro, de esta cámara de seguridad, de la que la mujer

no se quiere correr, y tras la cual Hugo se siente usado. Frente a la mujer y ante

la mirada del Otro, Hugo tenía que responder y no pudo. Hay una reconstrucción

de goce en el campo del Otro. Es el otro quien goza de él, usándolo. Pero si en

la paranoia es fácil identificar como el Otro toma la iniciativa y el paranoico

construye su delirio alrededor de una causa eficiente e identificable, donde todos

los fenómenos son leídos como alusivos, en este caso no se trataría de una

paranoia. No es posible ubicar una metáfora delirante precisa. Efectivamente

hay una construcción delirante en torno al “don”, pero con una lógica bastante

inconsistente. Una lógica que no está presente en todo momento, sino que se alterna con la lógica de lo cotidiano. Los hechos de la realidad no son leídos

como alusiones, no se trataría de una reconstrucción de goce en el Otro como

algo total. Hay ciertos aspectos de ese goce en el Otro que son innegables,

como cuando comenta que él ha escrito el guión de la película Matrix, como de

muchas otras películas, pero que no le han pagado nada por eso. Podemos

volver a situar acá cómo el Otro goza de él, lo usa, usa sus ideas y no paga por

ellas.

De cómo se construye un caso

Más allá del caso en sí y de su diagnóstico, lo que me interesa ubicar es

la cuestión de la construcción de un caso, y de cómo operar en él; desde qué

lugar se posiciona el analista. La presentación de un caso clínico, es una

construcción, no es una simple recopilación de datos, una anamnesis. Sin

embargo, tampoco es una teorización o recopilación de citas. La construcción

del caso debe dar cuenta de la singularidad del analista que escribe su caso. Se

apunta siempre a precisar la lógica analítica deducida del detalle y por lo tanto

de la particularidad en cada caso.

Siguiendo a Daniel Millas, no se trata de rastrear la verdad histórica, de

corroborar con la realidad si efectivamente él escribió o no Matrix, si Ivana, la

madre de su hijo, era buena o mala, si le hubiese convenido quedarse con ella o

si lo que le pasó a los ocho años fue verdadero en términos históricos. Si no,

estaríamos en el paradigma de la teoría del trauma freudiana. Pero esto que nos

parece obvio en la psicosis, el no ir contra la construcción delirante, en la

neurosis tal vez se nos escape un poco más. En esto se basaba la crítica de

Lacan a los posfreudianos. “Digo que es en una dirección de la cura que se

ordena (…) de las rectificaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la

transferencia, y luego a la interpretación. (…) Lo que puede decirse es que las

vías nuevas en las que se ha pretendido legalizar la marcha abierta por Freud,

dan prueba de una confusión en los términos…”9. Es decir, los posfreudianos no

partían de la idea de rectificación subjetiva, como podemos ubicar en las inversiones dialécticas de Freud y su paciente histérica. Cuando Dora llega a

análisis lo primero que hace es quejarse del Otro, en este caso del padre. Lo

primero que hace Freud es alojarla, decir que Dora dice la verdad, que su queja

es verdadera. Luego el sujeto se implica en el desorden del mundo del cual se

queja, se hace responsable de ese desorden. Es como si Freud le dijera

primero: “es verdad, tu padre miente siempre”, y luego, como si Freud le dijera

una frase del último Lacan: “tú lo has dicho, ni yo ni nadie te lo ha hecho decir,

tú lo has dicho.”10 Entonces, lo que hay primero es una rectificación subjetiva,

una implicación del sujeto en sus dichos. Y ese es el punto inicial para el

análisis. Para pasar de los dichos a los decires y así hacer fluir la cadena

significante. Ahora, ¿Qué critica Lacan a los posfreudianos? Que la rectificación

subjetiva es el punto final. El objetivo al cual arribar. Lo ejemplifica bien con el

caso de “los sesos frescos” de Kris, donde el analista le dice a su paciente,

“usted no roba nada”. Kris ha contrastado con la realidad que su paciente, que

cree robar ideas de otro, ha plagiado una publicación. Esa es la solución

posfreudiana, lograr que el paciente se rectifique con la realidad. Esa es la

política que Lacan critica de los posfreudianos.

Emma Zunz diseña un plan de venganza contra el señor Löewenthal,

dueño de la fábrica donde ahora ella trabaja, y para la cual su padre había

trabajado años atrás. Emma recibe una tarde una carta donde se le indica que

su padre ha muerto en Brasil tras haber ingerido por error una dosis de veneno.

Ella supone que en verdad ha sido un suicidio; provocado por la estafa sufrida

años atrás por el señor Löwenthal. Planea entonces Emma ir a ver a este

hombre con la excusa de unos problemas laborales y estando allí, en su oficina,

vengarse. Planea dispararle, llamar luego a la policía y decir que lo mató porque

él había abusado sexualmente de ella. El tema central es entonces, que Emma

debe ser ultrajada por alguien, para poder luego responsabilizar de eso al Sr.

Löwenthal. Emma va la noche anterior al puerto y tiene relaciones sexuales con

un marinero, perdiendo así su virginidad. Al día siguiente, cuando la policía llega

tras el llamado de Emma, efectivamente su cuerpo había sido ultrajado. La

historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero

el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas

las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

Es notable entonces, la diferencia entre la verdad subjetiva y la realidad

histórica. Para el psicoanálisis lacanianao, la única que cuenta es la verdad

subjetiva. A pesar de que nada sea “más terrible que decir la verdad. Porque

podría llegar a serlo del todo si lo fuese, y Dios sabe lo que sucede cuando algo,

por ser verdad, no puede volver a entrar ya en la duda.”11

Sobre las psicoterapias

Más allá de la discusión entre Lacan y los posfreudianos, tenemos, por

fuera del psicoanálisis, a las psicoterapias cognitivas-comportamentales. Aquí,

lo novedoso, es el tema de la percepción. La idea de comparar al psicoanálisis

con las psicoterapias radica en enfatizar como las terapias cognitivo

comportamentales buscan modificar el “error de percepción” de la realidad.

Tanto el psicoanálisis como las psicoterapias son logoterapias, trabajan

con el lenguaje. Ambas también “admiten la existencia de una realidad

psíquica”12. El problema es cómo opera una y otra con esa realidad psíquica. En

toda psicoterapia “hay Otro que dice lo que hay que hacer”13. Aaron Beck fue

uno de los pioneros, en la década del sesenta, de la terapia cognitiva. La terapia

cognitiva, según lo ubica Beck en su texto “La depresión”, es un sistema de

psicoterapia basado en una teoría de la psicopatología que considera que la

percepción y la estructura de las experiencias del individuo determinan sus

sentimientos y conducta. Por lo tanto, los errores en el procesamiento de la

información derivados de los esquemas cognitivos o supuestos personales

recibe el nombre de distorsión cognitiva. Básicamente serían distorsiones

cognitivas, errores de percepción de la realidad. Sesgos cognitivos. Ante estas

distorsiones en la percepción, el terapeuta tiene una doble función: como guía,

ayudando al paciente a entender la manera en que las cogniciones influyen en sus emociones y conductas disfuncionales; y como catalizador, ayudando a

promover experiencias correctivas o nuevos aprendizajes que promuevan a su

vez pensamientos y habilidades más adaptativas. La finalidad de las técnicas en

el tratamiento cognitivo-conductuales es proporcionar un medio de nuevas

experiencias correctoras que modifiquen las distorsiones cognitivas y supuestos

personales. Para un terapeuta “el síntoma no implica goce, al revés, implica la

falta de goce”14 por lo cual el terapeuta intenta levantar el síntoma para que el

sujeto pueda gozar. Pero para el psicoanálisis, el síntoma implica goce. De lo

que no están advertidos los que critican al psicoanálisis por su “perspectiva

inhumana y dilatante del sufrimiento humano” es que “no se trata de bendecir el

sufrimiento: `tú eres feliz en tu sufrimiento´. El único sentido que puede tener la

cura es disminuir el precio del sufrimiento que se debe pagar para acceder a la

satisfacción pulsional, que sea menos costoso.” 15 Hay un problema estructural

entonces, entre las psicoterapias y el psicoanálisis lacaniano con respecto a la

noción de goce. Creo que es un irreductible que hace casi imposible el diálogo

entre una y otra esfera.

De un deseo más fuerte que el de ser amo…

Hasta aquí tenemos entonces al “error perceptivo” como el eje central en

que se basa este tipo de terapia, y terapeuta en el lugar de aquel que debe

enseñar al paciente como sus cogniciones erróneas influyen en su conducta y

pensamientos, alentándolo a modificarlas a fin de suprimir el síntoma en

cuestión. Tenemos al terapeuta posicionado desde el lugar del amo, aquel que

indica qué camino tomar para levantar el síntoma. Ahora bien, “todo significante

del Otro (…) en la medida que se le haya reconocido a este Otro la posición de

gran Otro, tiene un efecto de identificación. (…) y esta es la base común a la

psicoterapia y al psicoanálisis”. Pero si existe esta base común, ¿En qué otra

cosa se fundamenta la diferencia con la posición del analista? “La posibilidad de

la operación analítica se basa únicamente en el rechazo por parte del analista de utilizar los poderes de la identificación. El analista (…) rechaza ser el amo.

Por eso hablamos de la ética del psicoanálisis y del deseo del analista, como un

deseo que sería más fuerte que el de ser amo.”16 Más allá de toda identificación.

Porque el problema con las identificaciones, es que la identificación no satisface

a la pulsión. Y el analista eso lo sabe, pero el psicoterapeuta, aparentemente no.

O no lo tiene en cuenta. Con “Más allá del principio del placer” Freud indicaba

que había algo irreductible, algo que persistía, se resistía, insistía. Un plus de

gozar que Miller menciona en “El otro que no existe y sus comités de ética”,

donde ubica ese plus más allá de la identificación. En los tiempos del Otro que

no existe, donde el Ideal del yo pierde la función de brújula para dirigir al deseo

y tratar al goce, donde ya no hay garantías, ni respuesta última, ni verdad por

encontrar se abre una pregunta para el lugar del amo. Para el lugar de las

identificaciones. Creo que el problema de las psicoterapias es que “hay sentido

que se hace tomar por el buen sentido, que encima se pretende sentido común.

Es la cima de lo cómico, a diferencia que lo cómico conlleva el saber de la norelación

que está en el golpe, en el golpe del sexo.”17 Es decir, la psicoterapia

especula con el sentido, pero para el último Lacan, la palabra ya no tiene

incidencia sobre lo real. Hay algo que queda por fuera de lo significante, algo

real sin sentido en el hueso del síntoma. El goce es real, y eso parece que las

psicoterapias no tienen en cuenta.

A modo de conclusión…

Creo que es posible debatir, como lo hizo Lacan en “Dirección de la cura”

y en varios momentos de su Seminario, con los posfreudianos. Sin embargo,

creo las recurrentes discusiones y debates entre psicoanálisis y psicoterapias

tienen un irreductible. Ambos parten de lógicas diferentes. Mencionábamos la

cuestión del goce, la cuestión de la identificación al discurso del amo, la realidad

psíquica versus la realidad material, los errores perceptivos… Definitivamente el

psicoanálisis (lacaniano) poco tiene que ver con estas terapéuticas que con su

afán positivista-cientificista, solamente se retrotraen, podríamos decir, a la primera época de

Freud. A una existencia objetiva del trauma, a la posibilidad

del levantamiento de los síntomas sin ninguna resistencia. La paradoja que a

Freud se le presentó a comienzos del siglo XX, de que los enfermos sufren de

sus síntomas pero no parecen desear tanto el quitárselos, es una paradoja que

a las terapias cognitivas-comportamentales, parece no habérseles presentado

(aún). Y en su afán cientificista, demuestran con estadísticas como los síntomas

efectivamente se levantan. Pero en su seguimiento de casos, no se estudia la

posibilidad de que la libido se desplace hacia otras representaciones

inconcientes y los síntomas puedan aflorar por otro lado. Claro, para estas

terapias no existe el inconciente. Pero ¿para qué seguir con esta confrontación

imaginaria entre el psicoanálisis y las psicoterapias? Esto no conduce a ningún

lado. Debemos aceptar que en la época en la que vivimos estas terapias están

en auge. Son acordes al capitalismo y al empuje hacia el pragmatismo de lo

inmediato. Levantar el síntoma, para poder seguir con la vida, para poder seguir

consumiendo, que pareciera ser el Ideal de la época actual. Y levantar el

síntoma en pocas sesiones, claro, las que cubre la obra social, las que decide

el Estado capitalista.

Por lo tanto, es bueno estar alerta sobre las cuestiones de la época, para

no caer en la trampa. Ya que como decía Jaques Lacan en su última

enseñanza, “quien no esté a la altura de su época, que renuncie a ser analista”.

Notas:

1 J. A. Miller, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 1999. Pág. 418.

2 J.A. Miller, Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997. Pág. 67

3 Ídem

4 Freud, Conferencia 23. Los caminos de la formación de síntoma. Amorrortu, Buenos Aires, 1976.

Pág. 336.

5 J. A. Miller y otros, «El ruiseñor de Lacan» Conferencia inaugural del ICBA, en Del Edipo a la

sexuación, Instituto Clínico de Buenos Aires, Paidós, 2001, pp.258- 261.

6 A. Leserre, Condiciones de la práctica analítica, Virtualia Nº 10.

7 Lacan, Escritos II. De una cuestión preeliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, siglo

veintiuno editores, Buenos Aires, 1987. Pág. 558.

8 Ídem, 559

9 Lacan, Escritos II. La dirección de la cura y los principios de su poder, siglo veintiuno editores,

Buenos Aires, 1987. Pág. 578

10 Lacan, El atolondrado, El atolondraducho o Las vueltas dichas, Paidós, Bs. As., 1984

11 Lacan, Escritos II. La dirección de la cura y los principios de su poder, siglo veintiuno

editores, Buenos Aires, 1987. Pág. 598

12 Miller, Psicoterapias y psicoanálisis, Revista freudiana Nº 10, Paidós, Barcelona, 1997. Pág. 13

13 Ídem

14 O.Úmerez, deseo-Demanda, Pulsión y Síntoma, JVE ediciones, Buenos Aires, 2004. Pág. 83

15 J.A. Miller, Seminario de Barcelona: Sobre Die Wege der Symptombuilding. Revista freudiana

Nº 17, Barcelona, 1997. Pág. 45.

16 J.A. Miller, Psicoterapias y psicoanálisis, Revista freudiana Nº 10, Paidós, Barcelona, 1997. Pág.

15

17 Lacan, Televisión, Anagrama, Barcelona, 1973. Pág. 90

 

Bibliografía

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Amorrortu, Buenos Aires, 1976

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