La producción del discurso y la conversación: Fases, procesos y tipos de representación

FASES, PROCESOS Y TIPOS DE REPRESENTACIÓN. COMPONENETES DEL PROCESAMIENTO
PROGRESAMIENTO PRAGMÁTICO. FASES INICIALES (PLANIFICACIÓN DEL DISCURSO):
PROCESAMIENTO SEMÁTNCIO PROCESAMIENTO SINTÁCTICO PROCESAMIENTO MOFO-LÉXICO
CODIFICACIÓN LINGÜÍSTICA DE LA ORACIÓN PROCESAMIENTO FONOLÓGICO PRODUCCIÓN
PLAN MOTOR DEL HABLA Rachel Reichman (1978) ha propuesto también una interpretación de la
coherencia gobal de los textos basada en la noción de tópico que es aplicable al análisis de los
discursos dialógicos. Interpretó que los tópicos pueden verse como unidades semánticas abstractas
que se desarrollan a través de una serie de «espacios de contexto», cada uno de los cuales agrupa
aquellas emisiones o turnos de habla que tratan sobre un mismo objeto o evento. La organización
estructural de los discursos coherentes,
así como su realización por los hablantes, podría pues
caracterizarse, para esta autora, definiendo los tipos dé relaciones lógicas que vinculan a unos
espacios de contexto con los otros, en orden al desarrollo de un tópico general. Reichman pone el
acento en la distinción entre tema y eventos dos conceptos que permiten clasificar los espacios de
contexto en función de su contenido: dicho contenido seria general, en el caso de los «temas», y más
específico, puesto que ilustra un evento relacionado con un tema, en el caso de los «eventos». La
coherencia de los discursos vendría dada, según esta teoría, por el hecho de que las contribuciones de
los hablantes giran en torno a un mismo tópico, el cual se realiza a través de sucesivos espacios de
contexto relacionados entre sí.
Algunas de estas relaciones (ej. la de «generalización», que se da
cuando un espacio-contexto del tipo «evento» es seguido por uno del tipo «tema», o la «relación
ilustrativa», cuando la secuencia ocurre en sentido inverso) guardan cierta semejanza con las definidas
por Hobbs para la relación entre proposiciones individuales. Reichman (1978), a partir del análisis de
conversaciones naturales, identificó también un conjunto de indicadores lingüsticos a través de los
cuales los hablantes suelen «marcar» las transiciones de un espacio de contexto a otro (ej. la
expresión «por cierto», indica el inicio de una digresión; «en cualquier caso», indica el fin de la
digresión y la vuelta a un tema o evento previo; «entonces» puede indicar el fin próximo de un tópico,
etc Planalp y Tracy (1980), partiendo del trabajo anterior de Rechman, tras preguntarse por las
condiciones en que los hablantes pueden cambiar de tópico sin romper la coherencia de los discursos,
trataron de dar una explicación cognitiva al hecho de que tales cambios parecen estar sujetos también
a reglas. Comprobaron empíricamente que los hablantes son capaces de identifi-car con relativa
claridad los límites de los tópicos en los discursos a pesar de que en las conver-saciones suelen
entrecruzarse varios temas, y también se comprobó que son igualmente capaces de reconocer cuándo
los cambios de tópico son «ilegales» y cuándo rompen la coherencia del discurso. También, en un
segundo momento de su investigación, Planalp y Tracy (1980) elabora-ron una tipología de estrategias
de cambio de tópico a partir del supuesto de que tales transicio-nes s rigen por principios similares a
los descritos por Grice (1975) en su máxima de relevan-cia» y por Clark y Haviland (1977) en su
contrato de lo nuevo y lo dado. De esta se concluyó que los hablantes cambian el tópico del discurso
(sin romper por ello su coherencia global) cada vez que consideran que es necesario para ajustarse a
las necesidades informativas de sus inter-locutores. En concreto, se cambia el tópico del discurso en
los cuatro siguientes casos:
a) para introducir un tópico nuevo que se interpreta como relevante para el
tópico inmediatamen-te anterior de la conversación (lo que llaman cambio de tópico inmediato). b) para
introducir un tópico que se interpreta como relevante para alguno de los tópicos aborda-dos en un
momento de la conversación anterior (cambio de tópico previo); c) para introducir un tópico que se
interpreta como relevante respecto a la información que los interlocutores comparten y que puede ser
recuperada a partir del contexto físico o social de la situación comunicativa («cambio de tópico
ambiental»), o d) cuando interpretan que el nuevo tópico puede guardar relación y ser integrado en los
esque-mas de conocimiento previos de sus interlocutores (cambio de tópico no especificado).
5.B.3 La coherencia como relevancia A partir del trabajo de Planalp y Tracy (1980), y el de Reichman
(1978), puede decirse, que los textos sono no son coherentes en la medida en que los enunciados que
los compon pue-dan integrarse en una estructura de conocimiento o de acción previa y mas global: ya
se defina esta como una macroestructura (Van Dijk, 1977, 1980), como un «modelo mental del discurso
(Johnson-Laird,1986) o como un «acto de. habla global» (Van Dijk 1980). Los discursos y
conver-saciones serán, por tanto, coherentes en la medida en que sean «interpretables». Un texto
coherente implica, por parte del oyente, la posibilidad de relacionar el contenido proposicional de los
enunciados del discurso con un conjunto de proposiciones (emitidas o implí-citas) y de presuposiciones
que a) se conocen previa mente b) pueden ser recuperadas de la memoria en el punto exacto en el que
la conversación lo re-quiere, y c) resultan relevantes para la interpretación del significado de los
enunciados. Simétricamente, por parte del hablante, la coherencia presupondrá la capacidad de
esta-blecer un modelo mental con realidad psicológica también para oyente (un conocimiento común
mínimo e inicial) y la elaboración de enunciados sucesivos relevantes (que produzcan efectos sobre la
estructura de conocimiento previa) para este modelo mental. En ambos casos, el proce-samiento de los
discursos parecería regirse por un principio de búsqueda de relevancia (Sperber y Wilson, 1986 1987)
que implica la realización eficaz de operaciones inferenciales sobre el estado de conocimientos previos
del interlocutor relativamente complejas. Estas operaciones o mecanismos inferenciales, según Riviere
(1.991), son esencialmente de tipo deductivo, presumiblemente idénticas a los que participan en otras
formas de actividad inteligente.
La interpretación pragmática que identifica la coherencia de los textos con la relevancia en un contexto
cognitivo y comunicativo dado, ha sido desarrollada explícitamente por Spelber y Wilson en 1986, en su
principio de búsqueda de relevancia, que toma su nombre una de las máximas de Grice, destaca que la
actividad comunicativa humana se rige esencialmente por criterios de economía cognitiva, lo que
determina que el hablante intente producir la máxima relevancia con el mínimo esfuerzo cognitivo, y
destaca también la estrecha dependencia existente entre los procesos implicados en la producción de
los discursos y otros procesos cognitivos de carácter «central», como los mecanismos inferenciales
que subyacen a toda forma de razonamiento o el esfuerzo atencional. Por otro lado, la teoría de Sperber
y Wilson destaca la naturaleza primariamente conversacional y metarrepresentacional de la actividad
discursiva y la dificultad de esta-blecer una barrera tajante entre los procesos responsables de su
producción (por el hablante) y de su comprensión (tanto por e oyente como por el propio hablante).
Harry Stack Sullivan, un autor de orientación dinámica propuso, en la década de los años veinte, una
hipótesis que denominó hipótesis del auditor fantástico próxima en algunos pun-tos a la que da
contenido al trabajo de Sperber y Wilson. Según la hipótesis de Sullivan, todo dis-curso implica, para el
hablante la realización de un proceso de autocomposición que lleva con-sigo la puesta a prueba de la
utilidad informativa potencial de sus mensajes a través del contraste de los mensajes planificados y
todavía no emitidos con un oyente supuesto o interlocutor ima-ginario que representa las necesidades
informativas del interlocutor real En la medida en que el modelo de «interlocutor fantástico» simule
adecuadamente al «interlocutor real», el mensaje será comunicativamente eficaz. En la medida en que
existan discrepancias entre ambas representa-ciones, se producirán fallos de coherencia y de
interpretabilidad de los mensajes. La hipótesis del «auditor fantástico», aplicada al ámbito de la
comunicación humana y específicamente, al ámbito de la explicación de las habilidades de
comunicación referencial, permite esta-blecer predicciones empíricas similares a las derivadas del
«principio de relevancia» de Sperber y Wilsónn (1986) y dar cuenta de buena parte de las observaciones
recogidas en el ámbito de la investigación experimental sobre comunicación referencial tanto con
sujetos normales como con distintas patologías del lenguaje 5.B. 4. La naturaleza esquemática de los
discursos: Noción de superestructura Como ha observado Van Dijk en numerosas ocasiones (ej. 1978,
1980) nociones como las de tópico o macroestructura, con ser esenciales para dar cuenta de la
textualidad y coheren-cia de los discursos, resultan por sí mismas insuficientes en una caracterización
de su coherencia global (especialmente cuando los textos son planificados y ejecutados por un solo
hablante, caso de los monólogos y de los textos escritos). ¿Por qué? Porque, con cierta frecuencia, los
textos poseen un carácter esquemático, convencional y fijo, que es independiente de su contenido
se-mántico, es decir, poseen regularidades estructurales que permiten diferenciar distintos tipos de
«formatos», así, las narraciones o historias, los discursos procedimentales o las narraciones de cómo
hacer algo, los textos expositivos o ensayos, los textos exhortativos o sermones, y otros. A las
estructuras que identifican los tipos o formatos globales de discurso se las llama superestructuras.
Las
superestructuras son, en este sentido, representaciones abstractas de la organización del contenido de
los discursos que se fijan culturalmente y que, en cierta forma, or-ganizan el significado global
(macróproposicional) de los textos (Van Dijk, 1980) Desde el punto de vista del oyente, las
superestructuras, que están estrechamente vinculadas a otras unidades de representación esquemática
de las acciones e interacciones sociales como los marcos o los guiones, proporcionan una base de
conocimiento relativamente invariable en condiciones norma-les que facilita la realización de inferencias
causales tanto «hacia delante» como «hacia atrás» y tanto durante la comprensión de textos orales
como escritos. Desde el punto de vista del hablante las superestructuras determinan jerárquicamente
algunas de las decisiones iniciales de la planificación de sus discursos: por ejemplo influyen sobre la
selección de las unidades temáticas centrales del discurso (los tópicos) y sobre la ordenación lineal y
jerárquica de los subtópicos en el texto. El respeto al orden cronológico de los acontecimientos en las
narraciones, la presentación lógica de los argumentos en los discursos expositivos y procedimentales,
etc., constituyen, así, mecanismos de coherencia no ligados al contenido semántico ni a la relevancia
pragmática de los discursos, pero también importantes en tanto en cuanto conectan a los discursos
con formas generales y esquemáticas de representación del conocimiento
, que facilitan a los oyentes
la construcción de inferencias y expectativas y, consiguientemente, la comprensión e interpretación de
los discursos. Al mismo tiempo, condicionan decisiones del hablante, durante la producción, que
posteriormente se reflejan en la propia organización superficial de los textos y en algunas de sus
marcas lingüsticas La estrecha conexión existente entre las superestructuras y otras formas o
unidades es-quemáticas de representación del conocimiento en la memoria no permite interpretar, sin
embar-go, que los procesos psicolingüsticos responsables de la producción y la comprensión de los
dis-cursos son meros reflejos de los procesos centrales y que, por tanto, su caracterización nada
aporta a la caracterización científica de estos últimos. Dubitsky y Harris (1980), han demostrado que
los formatos textuales,( las superestructuras) transportan por sí mismos contenidos ilocutivos que
pueden influir y modificar la comprensión y los recuerdos de los textos (su interpretabilidad, en un
sentido amplio. Para poner a prueba su hipótesis, estos autores presentaron una misma información en
textos que se ajustaban a cuatro formatos discursivos distintos: una narración, una descripción, un
anuncio publicitario y una conversación. Tras pedir a sus sujetos que realizaran una tarea de recuerdo y
otra de «juicios» sobre la información presentada, observaron que el nú-mero de unidades informativas
recordadas y la «actitud» o valoración de los sujetos hacia ciertos aspectos de la información
presentada, o hacia la dificultad de los textos mismos, variaba signifi-cativamente de unos textos a
otros (ej. los contenidos factuales se recordaban peor cuando se presentaban en forma de anuncio que
en formatos dé descripción o narración), sin embargo, la comprensión de estos últimos se valoraba
como más difícil que la de los anuncios o conversaciones). Los resultados obtenidos por Dubitsky y
Harris, si bien no deben ser considerados como concluyentes, pues no ha sido replicado el estudio,
ilustran la idea de que algunas de las repre-sentaciones de orden superior que permiten dar cuenta de
la organización formal de los textos constituyen, como ha sugerido Van Dijk (1980), «ejemplos
prototípicos del conocimiento organi-zado en esquemas de los usuarios del lenguaje»
. Por otro lado,
abren la puerta a la intrigante posibilidad que la naturaleza intrínsecamente conversacional de los
discursos (operativizada mediante variables pragmáticas como la de «fuerza ilocutiva global del
discurso»
) imponga peculiaridades estructural y/o funcionales a estas representaciones y, por
extensión, tengan implicaciones para la caracterización de la propia organización funcional del sistema
cognitivo. Sin duda, la posibilidad de identificar el dominio cognitivo pragmático discursivo con
propiedades computacio-nales diferenciadas tanto respecto al dominio lingüstico como a otros dominios
cognitivos más generales (ej. de solución de problemas o de razonamiento) está en el trasfondo de la
propuesta de Van Dijk (1980) cuando define un tipo de unidades, a las que también llama
«macroestructuras» como unidades de representación comunes a ciertos tipos de actividades
cognitivas complejas (concretamente, el discurso y otras formas de interacción) pero diferenciables de
representaciones o procesos más generales como los implicados en la utilización de guiones y
marcos. Sin duda, la sugerencia es todavía demasiado especulativa.