En relación al otro de la iniciación (adulto): lo simbólico, perspectiva del psicoanálisis

En relación al otro de la iniciación, hoy el que acompaña, provee y espera el retorno
del iniciado no está planteado como en los ritos con cualidad de tales.
Esto nos lleva a
preguntarnos y volver a plantear el lugar del adulto de la comunidad a la que pertenece
el joven. Parece fallar una de las partes: La necesaria comarca reconocedora, sustancia
de la eficacia simbólica
. No resulta fácil describir los lugares sociales donde se daría el
reconocimiento de las diferencias generacionales, resultan comunes la confusión, la
indiferencia y el repudio. ¿Si no existe reconocimiento entre las dos generaciones como
puede gestarse la diferenciación? Si no existe diferenciación, ¿cómo se daría el
reconocimiento?
Desde el psicoanálisis sabemos que el circuito identificatorio implica un camino por la
dialéctica separación-alienación, por la transitividad, de ida y vuelta entre el yo y el otro
,
donde el ser amado y amar son consustanciales a la discriminación necesaria para existir
como sujeto. El desconocimiento y la intrusión resultan violentos y generan su respuesta
en la angustia y en el síntoma. Respuesta que en el joven parece constituirse también como
demanda, y en el mejor de los casos como afirmación de la capacidad de sustitución. Ya
decía Freud, que si no fuéramos capaces de sustituir el objeto –siempre perdido, siempre
reencontrado-, moriríamos psíquicamente, y tal vez físicamente. El tema es como se
encuentran las vías.
En relación a las ritualidades de iniciación aparece como otro en primer lugar otro joven, el grupo, y también otro plasmado en un objeto, en un lugar: la ciudad, otras superficies donde deslizarse, donde marcar, dejar una señal que al ser mirada identifique. (tatuajes,
piercings, tags, stencils, roturas, juegos de deslizamiento, skate en lugares de riesgo, la red)
Cuando no existe un lugar –espacio físico- para este tránsito, el desafío está en ser capaz
de crearlo, de arrebatarlo, de marcarlo. Marc Augé desde la antropología plantea que
nuestras ciudades están pobladas de "no lugares sin historia que afectan nuestras
representaciones del espacio, nuestra relación con la realidad y nuestra relación con los
otros"."La identidad se construye en el nivel individual a través de las experiencias y las
relaciones con el otro. Eso es también muy cierto en el nivel colectivo. Un grupo que se
repliega sobre sí mismo y se cierra es un grupo moribundo". Estos no lugares son tocados,
marcados por sutiles o brutales gestos de un joven que tal vez busca un camino de
subjetivación.
Podríamos plantearnos que hoy el rito no se realiza ante un adulto investido sino ante la polis indiferenciada, en busca de diferenciación y legitimación. Nos encontramos con la
necesidad de otorgar valor del acontecer de un acto ritualizado en sí mismo.
El otro adulto (jefe, chaman, representante totémico, conocedor del mito en el rito) no sólo está desdibujado, sino que muchas veces no ofrece ni el saber, ni el lugar ni el tiempo; no parece ofrecer un relato maravilloso que se actualice en la repetición del rito. No sería un saber compartido el que ofrece la entrada en una ritualidad simbólica, sino que es
necesario crearlo, ante la mirada muchas veces de pares que ejercerían un lugar tercero.
En este sentido asistimos a manifestaciones muy diferentes entre las grandes urbes y las
pequeñas ciudades, pueblos o barrios con fuerte identidad.
El viso violento que muchas veces adquieren estos actos, reclama la intervención de la
justicia como representante de una institución (Estado) que aún empuña torpemente
cierto código de normas ordenadoras. Pero que sigue siendo reclamado.

En los ritos de iniciación propiamente dichos el otro-referente (adulto) acompaña, provee y espera para recibir al iniciado. El rito está cargado de sentido, y tiene eficacia simbólica para la comunidad donde se realiza. Existe un modo para realizarlo, una clara
discriminación entre las partes y un profundo reconocimiento del otro.
(ejemplo entre el
chaman y el púber). Intentaremos pensar estos aspectos en la cultura occidental actual.
Las ritualidades contemporáneas parecen exceder la búsqueda de legitimación de “la
entrada en la madurez sexual”, y aparece como tendencia una acuciante demanda de
reconocimiento de ser, de existir, de habilitación como ser cultural, perteneciente a
algún lugar social.
Hablamos de ritualidades pues existen variados actos donde parece haber una búsqueda de legitimación, de reconocimiento por el otro. Actos donde parece buscarse producir sentido, y a la vez hacer una marca, acercarse a un código ordenador aunque sea
compartido sólo por un grupo o a una pequeña comunidad. Estos actos mantienen cierto
grado de repetición, implican cierto grado de desafío –aspecto propio del rito- y en algunos
casos reinventan un “mito fundante” desconocido para los protagonistas.