Volver a «La verdad y las formas jurídicas, quinta conferencia (primera parte)«
Asimismo, en relación con el modelo francés, la internación del siglo XIX es
bastante distinta de la que se presentaba en Francia en el siglo XVIII. En esta
época, cuando se internaba a alguien se trataba siempre de un individuo
marginado en relación con su familia, su grupo social, la comunidad a la que
pertenecía; era alguien fuera de la regla, marginado por su conducta, su
desorden, su vida irregular. La internación respondía a esta marginación de
hecho con una especie de marginación de segundo grado, de castigo. Era como
si se le dijera a un individuo: «Puesto que te has separado de tu grupo, vamos a
separarte provisoria o definitivamente de la sociedad». En consecuencia puede
decirse que en la Francia de esta época había una reclusión de exclusión.
En nuestra época todas estas instituciones —fábrica, escuela, hospital
psiquiátrico, hospital, prisión— no tienen por finalidad excluir sino por el contrario
fijar a los individuos. La fábrica no excluye a los individuos, los liga a un aparato
de producción. La escuela no excluye a los individuos, aun cuando los encierra,
los fija a un aparato de transmisión del saber. El hospital psiquiátrico no excluye
a los individuos, los vincula a un aparato de corrección y normalización. Y lo
mismo ocurre con el reformatorio y la prisión. Si bien los efectos de estas
instituciones son la exclusión del individuo, su finalidad primera es fijarlos a un
aparato de normalización de los hombres. La fábrica, la escuela, la prisión o los
hospitales tienen por objetivo ligar al individuo al proceso de producción,
formación o corrección de los productores que habrá de garantizar la producción
y a sus ejecutores en función de una determinada norma.
En consecuencia es lícito oponer la reclusión del siglo XVIII que excluye a los
individuos del círculo social a la que aparece en el siglo XIX, que tiene por
función ligar a los individuos a los aparatos de producción a partir de la
formación y corrección de los productores: trátase entonces de una inclusión por
exclusión. He aquí por qué opondré la reclusión al secuestro; la reclusión del
siglo XVIII, dirigida esencialmente a excluir a los marginales o reforzar la
marginalidad, y el secuestro del siglo XIX cuya finalidad es la inclusión y la
normalización.
Por último, existe un tercer conjunto de diferencias en relación con el siglo XVIII
que da una configuración original a la reclusión del XIX. En la Inglaterra del siglo
XVIII se daba un proceso de control que era, en principio, claramente
extraestatal e incluso antiestatal, una especie de reacción defensiva de los
grupos religiosos frente a la dominación del Estado, por medio de la cual, estos
grupos se aseguraban su propio control. Por el contrario, en Francia había un
aparato fuertemente estatizado, al menos por su forma e instrumentos
(recuérdese la institución de la lettre-de-cachet) fórmula absolutamente
extraestatal en Inglaterra y fórmula absolutamente estatal en Francia. En el siglo
XIX aparece algo nuevo, mucho más blando y rico, una serie de instituciones
que no se puede decir con exactitud si son estatales o extra-estatales, si forman
parte o no del aparato del Estado. En realidad, en algunos casos y según los
países y las circunstancias, algunas de estas instituciones son controladas por el
aparato del Estado. Por ejemplo en Francia el control estatal de las instituciones
pedagógicas fundamentales fue motivo de un conflicto que dio lugar a un
complicado juego político. Sin embargo, en el nivel en que yo me coloco esta
cuestión no es digna de consideración: no me parece que esta diferencia sea
muy importante. Lo verdaderamente nuevo e interesante es, en realidad, el
hecho de que el Estado y aquello que no es estatal se confunde, se entrecruza
dentro de estas instituciones. Más que instituciones estatales o no estatales
habría que hablar de red institucional de secuestro, que es infraestatal; la
diferencia entre lo que es y no es aparato del Estado no me parece importante
para el análisis de las funciones de este aparato general de secuestro, la red de
secuestro dentro de la cual está encerrada nuestra existencia.
¿Para qué sirven esta red y estas instituciones? Podemos caracterizar la función
de las instituciones de la siguiente manera: en primer lugar, las instituciones —
pedagógicas, médicas, penales e industriales tienen la curiosa propiedad de
contemplar el control, la responsabilidad, sobre la totalidad o la casi totalidad del
tiempo de los individuos: son, por lo tanto, unas instituciones que se encargan
en cierta manera de toda la dimensión temporal de la vida de los individuos.
Con respecto a esto creo que es lícito oponer la sociedad moderna a la sociedad
feudal. En la sociedad feudal y en muchas de esas sociedades que los
etnólogos llaman primitivas, el control de los individuos se realiza
fundamentalmente a partir de la inserción local, por el hecho de que pertenecen
a un determinado lugar. El poder feudal se ejerce sobre los hombres en la
medida en que pertenecen a cierta tierra: la inscripción geográfica es un medio
de ejercicio del poder. En efecto, la inscripción de los hombres equivale a una
localización. Por el contrario, la sociedad moderna que se forma a comienzos del
siglo XIX es, en el fondo, indiferente o relativamente indiferente a la pertenencia
espacial de los individuos, no se interesa en absoluto por el control espacial de
éstos en el sentido de asignarles la pertenencia de una tierra, a un lugar, sino
simplemente en tanto tiene necesidad de que los hombres coloquen su tiempo a
disposición de ella. Es preciso que el tiempo de los hombres se ajuste al aparato
de producción, que éste pueda utilizar el tiempo de vida, el tiempo de existencia
de los hombres. Este es el sentido y la función del control que se ejerce. Dos
son las cosas necesarias para la formación de la sociedad industrial: por una
parte es preciso que el tiempo de los hombres sea llevado al mercado y ofrecido
a los compradores quienes, a su vez, lo cambiarán por un salario; y por otra
parte es preciso que se transforme en tiempo de trabajo. A ello se debe que
encontremos el problema de las técnicas de explotación máxima del tiempo en
toda una serie de instituciones.
Recuérdese el ejemplo que he referido, en él se encuentra este fenómeno en su
forma más compacta, en estado puro. Una institución compra de una vez para
siempre y por el precio de un premio el tiempo exhaustivo de la vida de los
trabajadores, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El mismo
fenómeno se encuentra en otras instituciones: en las instituciones pedagógicas
cerradas que se abrirán poco a poco con el transcurso del siglo, en !os
reformatorios, los orfanatos y las prisiones. Tenemos además algunas formas
difusas surgidas, en particular, a partir del momento en que se vio que no era
posible administrar aquellas fábricas-prisiones y hubo de volverse a un tipo de
trabajo convencional en que las personas llegan por la mañana, trabajan, y
dejan el trabajo al caer la noche. Vemos entonces cómo se multiplican las
instituciones en que el tiempo de las personas está controlado, aunque no se lo
explote efectivamente en su totalidad, para convertirse en tiempo de trabajo.
A lo largo del siglo XIX se dictan una serie de medidas con vistas a suprimir las
fiestas y disminuir el tiempo de descanso; una técnica muy sutil se elabora
durante este siglo para controlar la economía de los obreros. Por una parte, para
que la economía tuviese la necesaria flexibilidad era preciso que en épocas
críticas se pudiese despedir a los individuos; pero por otra parte, para que los
obreros pudiesen recomenzar el trabajo al cabo de este necesario período de
desempleo y no muriesen de hambre por falta de ingresos, era preciso
asegurarles unas reservas. A esto se debe el aumento de salarios que se
esboza claramente en Inglaterra en los años 40 y en Francia en la década
siguiente. Pero, una vez asegurado que los obreros tendrán dinero hay que
cuidar de que no utilicen sus ahorros antes del momento en que queden
desocupados. Los obreros no deben utilizar sus economías cuando les parezca,
por ejemplo, para hacer una huelga o celebrar fiestas. Surge entonces la
necesidad de controlar las economías del obrero y de ahí la creación, en la
década de 1820 y sobre todo, a partir de los años 40 y 50 de las cajas de ahorro
y las cooperativas de asistencia, etc., que permiten drenar las economías de los
obreros y controlar la manera en que son utilizadas. De este modo el tiempo del
obrero, no sólo el tiempo de su día laboral, sino el de su vida entera, podrá
efectivamente ser utilizado de la mejor manera posible por el aparato de
producción. Y es así que a través de estas instituciones aparentemente
encaminadas a brindar protección y seguridad se establece un mecanismo por el
que todo el tiempo de la existencia humana es puesto a disposición de un
mercado de trabajo y de las exigencias del trabajo. La primera función de estas
instituciones de secuestro es la explotación de la totalidad del tiempo. Podría
mostrarse, igualmente, cómo el mecanismo del consumo y la publicidad ejercen
este control general del tiempo en los países desarrollados.
La segunda función de las instituciones de secuestro no consiste ya en controlar
el tiempo de los individuos sino, simplemente, sus cuerpos. Hay algo muy
curioso en estas instituciones y es que, si aparentemente son todas
especializadas —las fábricas están hechas para producir; los hospitales,
psiquiátricos o no, para curar; las escuelas para enseñar; las prisiones para
castigar— su funcionamiento supone una disciplina general de la existencia que
supera ampliamente las finalidades para las que fueron creadas. Resulta muy
curioso observar, por ejemplo, cómo la inmoralidad (la inmoralidad sexual) fue
un problema considerable para los patrones de las fábricas en los comienzos del
siglo XIX. Y esto no sólo en función de los problemas de natalidad, que entonces
se controlaba muy mal, al menos a nivel de la incidencia demográfica: es que la
patronal no soportaba el libertinaje obrero, la sexualidad obrera. Resulta
sintomático que en los hospitales, psiquiátricos o no, que han sido concebidos
para curar,’ el comportamiento sexual, la actividad sexual esté prohibida. Pueden
invocarse razones de higiene, no obstante, estas razones son marginales en
relación con una especie de decisión general, fundamental, universal de que un
hospital, psiquiátrico o no, debe encargarse no sólo de la función particular que
ejerce sobre los individuos sino también de la totalidad de su existencia. ¿Por
qué razón no sólo se enseña a leer en las escuelas sino que además se obliga a
las personas a lavarse? Hay aquí una suerte de polimorfismo, polivalencia,
indiscreción, no discreción, de sincretismo de esta función de control de la
existencia.
Pero si analizamos de cerca las razones por las que toda la existencia de los
individuos está controlada por estas instituciones veríamos que, en el fondo, se
trata no sólo de una apropiación o una explotación de la máxima cantidad de
tiempo, sino también de controlar, formar, valorizar, según un determinado
sistema, el cuerpo del individuo. Si hiciéramos una historia de control social del
cuerpo podríamos mostrar que incluso hasta el siglo XVIII el cuerpo de los
individuos es fundamentalmente la superficie de inscripción de suplicios y penas;
el cuerpo había sido hecho para ser atormentado y castigado. Ya en las
instancias de control que surgen en el siglo XIX el cuerpo adquiere una
significación totalmente diferente y deja de ser aquello que debe ser
atormentado para convertirse en algo que ha de ser formado, reformado,
corregido, en un cuerpo que debe adquirir aptitudes, recibir ciertas cualidades,
calificarse como cuerpo capaz de trabajar. Vemos aparecer así, claramente, la
segunda función. La primera función del secuestro era explotar el tiempo de tal
modo que el tiempo de los hombres, el vital, se transformase en tiempo de
trabajo. La segunda función consiste en hacer que el cuerpo de los hombres se
convierta en fuerza de trabajo. La función de transformación del cuerpo en
fuerza de trabajo responde a la función de transformación del tiempo en tiempo
de trabajo.
La tercera función de estas instituciones de secuestros consiste en la creación
de un nuevo y curioso tipo de poder. ¿Cuál es la forma de poder que se ejerce
en estas instituciones? Un poder polimorfo, polivalente. En algunos casos hay
por un lado un poder económico: en una fábrica el poder económico ofrece un
salario a cambio de un tiempo de trabajo en un aparato de producción que
pertenece al propietario. Además de éste existe un poder económico de otro
tipo: el carácter pago del tratamiento en ciertas instituciones hospitalarias. Pero,
por otro lado, en todas estas instituciones hay un poder que no es sólo
económico sino también político. Las personas que dirigen esas instituciones se
arrogan el derecho de dar órdenes, establecer reglamentos, tomar medidas,
expulsar a algunos individuos y aceptar a otros, etc. En tercer lugar, este mismo
poder, político y económico, es también judicial. En estas instituciones no sólo
se dan órdenes, se toman decisiones y se garantizan funciones tales como la
producción o el aprendizaje, también se tiene el derecho de castigar y
recompensar, o de hacer comparecer ante instancias de enjuiciamiento. El
micro-poder que funciona en el interior de estas instituciones es al mismo tiempo
un poder judicial.
Resulta sorprendente comprobar lo que ocurre en las prisiones, a donde se
envía a los individuos que han sido juzgados por un tribunal pero que, no
obstante ello, caen bajo la observación de un microtribunal permanente,
constituido por los guardianes y el director de la prisión que, día y noche, los
castigan según su comportamiento. El sistema escolar se basa también en una
especie de poder judicial: todo el tiempo se castiga y se recompensa, se evalúa,
se clasifica, se dice quién es el mejor y quién el peor. Poder judicial que, en
consecuencia, duplica el modelo del poder judicial. ¿Por qué razón, para
enseñar algo a alguien, ha de castigarse o recompensarse? El sistema parece
evidente pero si reflexionamos veremos que la evidencia se disuelve; leyendo a
Nietzsche vemos que puede concebirse un sistema de transmisión del saber que
no se coloque en el seno de un aparato sistemático de poder judicial, político o
económico.
Por último, hay una cuarta característica del poder. Poder que de algún modo
atraviesa y anima a estos otros poderes. Trátase de un poder epistemológico,
poder de extraer un saber de y sobre estos individuos ya sometidos a la
observación y controlados por estos diferentes poderes. Esto se da de dos
maneras. Por ejemplo, en una institución como la fábrica el trabajo del obrero y
el saber que éste desarrolla acerca de su propio trabajo, los adelantos técnicos,
las pequeñas invenciones y descubrimientos, las micro-adaptaciones que puede
hacer en el curso de su trabajo, son inmediatamente anotadas y registradas y,
por consiguiente, extraídas de su práctica por el poder que se ejerce sobre él a
través de la vigilancia. Así, poco a poco. el trabajo del obrero es asumido por
cierto saber de la productividad, saber técnico de la producción que permitirá un
refuerzo del control. Comprobamos de esta manera cómo se forma un saber
extraído de los individuos mismos a partir de su propio comportamiento.
Además de éste hay un segundo saber que se forma de la observación y
clasificación de los individuos, del registro, análisis y comparación de sus
comportamientos. Al lado de este saber tecnológico propio de todas las
instituciones de secuestro, nace un saber de observación, de algún modo
clínico, el de la psiquiatría, la psicología, la psico-sociología, la criminología, etc.
Los individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se
extrae el saber que ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado
según nuevas normas; o bien pueden ser objetos de un saber que permitirá a su
vez nuevas formas de control.
Por ejemplo, hay un saber psiquiátrico que nació y se desarrolló hasta Freud,
quien produjo la primera ruptura. El saber psiquiátrico se formó a partir de un
campo de observación ejercida práctica y exclusivamente por los médicos que
detentaban el poder en un campo institucional cerrado: el asilo u hospital
psiquiátrico. La pedagogía se constituyó igualmente a partir de las adaptaciones
mismas del niño a las tareas escolares, adaptaciones que, observadas y
extraídas de su comportamiento, se convirtieron en seguida en leyes de
funcionamiento de las instituciones y forma de poder ejercido sobre él.
En esta tercera función de las instituciones de secuestro a través de los juegos
de poder y saber —poder múltiple y saber que interfiere y se ejerce
simultáneamente en estas instituciones— tenemos la transformación de la
fuerza del tiempo y la fuerza de trabajo y su integración en la producción. Que el
tiempo de la vida se convierta en tiempo de trabajo, que éste a su vez se
transforme en fuerza de trabajo y que la fuerza de trabajo pase a ser fuerza
productiva; todo esto es posible por el juego de una serie de instituciones que,
esquemática y globalmente, se definen como instituciones de secuestro. Creo
que cuando examinamos de cerca a estas instituciones de secuestro nos
encontramos siempre con un tipo de envoltura general, un gran mecanismo de
transformación, cualquiera sea el punto de inserción o de aplicación particular de
estas instituciones: cómo hacer del tiempo y el cuerpo de los hombres, de su
vida, fuerza productiva. El secuestro asegura este conjunto de mecanismos.
Para terminar, desarrollaré precipitadamente algunas conclusiones. En primer
lugar creo que este análisis permite explicar la aparición de la prisión, una
institución que, como hemos visto, resulta ser bastante enigmática. ¿Cómo es
posible que partiendo de una teoría del Derecho Penal como la de Beccaria
pueda llegarse a algo tan paradójico como la prisión? ¿Cómo pudo imponerse
una institución tan paradójica y llena de inconvenientes a un derecho penal que,
en apariencia, era rigurosamente racional? ¿Cómo pudo imponerse un proyecto
de prisión correctiva a la racionalidad legalista de Beccaria? En mi opinión, la
prisión se impuso simplemente porque era la forma concentrada, ejemplar,
simbólica, de todas estas instituciones de secuestro creadas en el siglo XIX. De
hecho, la prisión es isomorfa a todas estas instituciones. En el gran panoptismo
social cuya función es precisamente la transformación de la vida de los hombres
en fuerza productiva, la prisión cumple un papel mucho más simbólico y
ejemplar que económico, penal o correctivo. La prisión es la imagen de la
sociedad, su imagen invertida, una imagen transformada en amenaza. La prisión
emite dos discursos: «He aquí lo que la sociedad es; vosotros no podéis
criticarme puesto que yo hago únicamente aquello que os hacen diariamente en
la fábrica, en la escuela, etc. Yo soy pues, inocente, soy apenas una expresión
de un consenso social». En la teoría de la penalidad o la criminología se
encuentra precisamente esto, la idea de que la prisión no es una ruptura con lo
que sucede todos los días. Pero al mismo tiempo la prisión emite otro discurso:
«La mejor prueba de que vosotros no estáis en prisión es que yo existo como
institución particular separada de las demás, destinada sólo a quienes
cometieron una falta contra la ley».
Así, la prisión se absuelve de ser tal porque se asemeja al resto y al mismo
tiempo absuelve a las demás instituciones de ser prisiones porque se presenta
como válida únicamente para quienes cometieron una falta. Esta ambigüedad en
la posición de la prisión me parece que explica su increíble éxito, su carácter
casi evidente, la facilidad con que se la aceptó a pesar de que, desde su
aparición en la época en que se desarrollaron los grandes penales de 1817 a
1830, todo el mundo sabía cuáles eran sus inconvenientes y su carácter funesto
y dañino. Esta es la razón por la que la prisión puede incluirse y se incluye de
hecho en la pirámide de los panoptismos sociales.
La segunda conclusión es más polémica. Alguien dijo: la esencia completa del
hombre es el trabajo. En verdad esta tesis ha sido enunciada por muchos: la
encontramos en Hegel, en los post-hegelianos, y también en Marx, en todo caso
en el Marx de cierto período, diría Althusser; como yo no me intereso por los
autores sino por el funcionamiento de los enunciados poco importa quién lo dijo
o cuándo. Lo que yo quisiera que quedara en claro es que el trabajo no es en
absoluto la esencia concreta del hombre o la existencia del hombre en su forma
concreta. Para que los hombres sean efectivamente colocados en el trabajo y
ligados a él es necesaria una operación o una serie de operaciones complejas
por las que los hombres se encuentran realmente, no de una manera analítica
sino sintética, vinculados al aparato de producción para el que trabajan. Para
que la esencia del hombre pueda representarse como trabajo se necesita la
operación o la síntesis operada por un poder político.
Por lo tanto, creo que no puede admitirse pura y simplemente el análisis
tradicional del marxismo que supone que, siendo el trabajo la esencia concreta
del hombre, el sistema capitalista es el que transforma este trabajo en ganancia,
plus-ganancia o plus-valor. En efecto, el sistema capitalista penetra mucho más
profundamente en nuestra existencia. Tal como se instauró en el siglo XIX, este
régimen se vio obligado a elaborar un conjunto de técnicas políticas, técnicas de
poder, por las que el hombre se encuentra ligado al trabajo, por las que el
cuerpo y el tiempo de los hombres se convierten en tiempo de trabajo y fuerza
de trabajo y pueden ser efectivamente utilizados para transformarse en plusganancia.
Pero para que haya plus-ganancia es preciso que haya sub-poder, es
preciso que al nivel de la existencia del hombre se haya establecido una trama
de poder político microscópico, capilar, capaz de fijar a los hombres al aparato
de producción, haciendo de ellos agentes productivos, trabajadores. La ligazón
del hombre con el trabajo es sintética, política; es una ligazón operada por el
poder. No hay plus-ganancia sin sub-poder. Cuando hablo de sub-poder me
refiero a ese poder que se ha descrito y no me refiero al que tradicionalmente se
conoce como poder político: no se trata de un aparato de Estado ni de la clase
en el poder, sino del conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en
un nivel más bajo. Hasta ahora he intentado hacer el análisis del sub-poder
como condición de posibilidad de la plus-ganancia.
La última conclusión es que este sub-poder, condición de la plus-ganancia
provocó al establecerse y entrar en funcionamiento el nacimiento de una serie
de saberes —saber del individuo, de la normalización, saber correctivo— que se
multiplicaron en estas instituciones del sub-poder haciendo que surgieran las
llamadas ciencias humanas y el hombre como objeto de la ciencia.
Puede verse así, cómo es que la descripción de la plus-ganancia implica
necesariamente el cuestionamiento y el ataque al sub-poder y cómo se vincula
éste forzosamente al cuestionamiento de las ciencias humanas y del hombre
como objeto privilegiado v fundamental de un tipo de saber. Puede verse
también —si mi análisis es correcto— que no podemos colocar a las ciencias del
hombre al nivel de una ideología que es mero reflejo y expresión en la
conciencia de las relaciones de producción. Si es verdad lo que digo, ni estos
saberes ni estas formas de poder están por encima de las relaciones de
producción. no las expresan y tampoco permiten reconducirlas. Estos saberes y
estos poderes están firmemente arraigados no sólo en la existencia de los
hombres sino también en las relaciones de producción. Esto es así porque para
que existan las relaciones de producción que caracterizan a las sociedades
capitalistas, es preciso que existan, además de ciertas determinaciones
económicas, estas relaciones de poder y estas formas de funcionamiento de
saber. Poder y saber están sólidamente enraizados, no se superponen a las
relaciones de producción pero están mucho más arraigados en aquello que las
constituye. Llegamos así a la conclusión de que la llamada ideología debe ser
revisada. La indagación y el examen son precisamente formas de saber-poder
que funcionan al nivel de la apropiación de bienes en la sociedad feudal y al
nivel de la producción y la constitución de la plusganancia capitalista. Este es el
nivel fundamental en que se sitúan las formas de saber-poder tales como la
indagación y el examen.
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