Aun en las profundas tinieblas que oscurecen la aproximación establecida entre el desarrollo de la raza y el del individuo, la teoría biológica ordinaria de la recapitulación que afirma el estricto paralelismo de ambos procesos, exige al menos dos modificaciones.
I. La aplicación continua de las leyes del hábito y de la acomodación, reforzadas por la fijación.
1 La vida social de ciertos himenópteros, notablemente las abejas y las hormigas, ilustra en extremo el desarrollo social «proyectivo» arraigado en el instinto.
En otros términos, ciertas fases o épocas de desarrollo necesarias para los progresos de los antepasados llegan a ser inútiles para los descendientes.
Examinemos por lo pronto el hábito, y, para comenzar, estudiémoslo de un modo abstracto. Una función particular del perro implicando los elementos a, b, c, d, e, etc., puede llegar a ejercer tan sólo los elementos a, c, e, etc., sea por razón de la diferencia de las circunstancias o bien gracias a los perfeccionamientos adquiridos por el ejercicio habitual. Este fenómeno es muy conocido hoy en lo que toca a ciertos desenvolvimientos de los sentidos, considerados de una, parte entre los vertebrados inferiores, tales como el perro y el conejo, y por otra parte entre los vertebrados superiores, el hombre y el mono por ejemplo. Un perro al que se le arranca el centro cortical de la vista, queda temporalmente ciego, pero acaba por recobrar el sentido perdido, lo cual da a suponer la reintegración de un centro inferior en la función que desempeñaba en los antecesores del perro. Este centro inferior es el elemento b de la serie a, b, c. Pero el mono y el hombre que pierden la vista a consecuencia de una lesión del centro cortical, jamás pueden recobrarla. En este caso, el centro inferior ha perdido el poder de suplir el centro visual y no es ya un término necesario en la serie de los órganos que cooperan a la función, y a-c representa perfectamente toda la serie. Fijan esta abreviación la selección y la herencia, y al desarrollo individual fáltale una de las fases del de la raza.
Como en otra parte he dicho: «en los organismos donde predominan los reflejos, y cuando una progresión descendente ha determinado el predominio del sistema de los centros ganglionares, permanecen dependientes y sin especializar aun los centros de las más elevadas funciones. Por consiguiente, aunque se uniesen para llenar alguna función particular, esos centros ganglionares, por razón de sus conexiones anatómicas, no pierden la capacidad de rehabilitarse a sus antiguas funciones. Así los ganglios sensorio-motores dotados de ciertas conexiones que han desaparecido por falta de uso, pueden recobrar la actividad perdida, bajo el estímulo de una lesión notable y peligrosa. La cosa en sí no significa sino una regresión de funcionamiento por un proceso regresivo de adaptación. Opuestamente, en el hombre, la ley del progreso ascendente ha suministrado su aplicación más completa; los centros corticales han llegado a ser independientes de los ganglionares inmediatos, y su alteración constituye una pérdida irreparable. Este último caso es el de un general de ejército herido en una acción y a quien no puede reemplazar un oficial subalterno; en el primer caso, es un capitán a quien con facilidad sustituye su teniente.»
Habiendo estudiado Foster, desde el punto de vista del movimiento muscular, la hipótesis de la abreviación o de los caminos a traviesa, dice: «Puede sostenerse que el hombre, ya desde el punto de vista del sistema nervioso, ya desde el punto de vista del cortex motor, no ha adquirido todo el desarrollo que hoy alcanza sino por haberse acostumbrado a no usar más que del sistema piramidal, y que, por lo tanto, la voluntad ha perdido el poder de obrar sobre el mecanismo nervioso necesario al pensamiento por otra vía que no sea la piramidal mientras que los animales inferiores lo poseen todavía.»
El resultado práctico en este ejemplo particular, acerca del cual hablaremos de nuevo, puede resumirse de este modo: Los animales pueden llevar a cabo movimientos que parecen voluntarios con un aparato nervioso que sería inadecuado para producirlos en el hombre y en el niño, lo cual significa que el hombre, en su crecimiento individual no pasa por esta fase de desenvolvimiento de la serie animal durante la cual esa función se desempeña por simples ganglios.
En el hecho de la acomodación y de la adaptación podremos observar idéntico fenómeno, el cual modifica también el estricto paralelismo afirmado por la teoría de la recapitulación.
Para la acomodación de las recientes adaptaciones, se han destruido viejos hábitos, establecido nuevas y más complejas coordinaciones y elaborado progresivamente nuevas simplificaciones orgánicas. Fijan a su vez estas adquisiciones la herencia o la selección y constituyen más amplias desviaciones de la filogénesis. Evidenciase este fenómeno en la volición, y Foster lo observa también al tratar de la estructura de las fibras piramidales. No parece sin embargo ver la aplicación de los dos principios antitéticos de que he hablado, pues no indica con suficiente claridad que en el último caso trata del origen de las fibras piramidales determinadas por nuevas adaptaciones, y en el primero, de la fijación por el hábito de su capacidad de producir movimientos voluntarios. Dice así: «Cuando examinamos una serie de cerebros, desde el más inferior hasta el más elevado, y vemos el sistema piramidal invadir cada vez más la superficie cerebral; cuando esa diferenciación progresiva del motor cortical se nos presenta paralela al desarrollo de la motilidad inteligente, acaso sea lícito suponer que las fibras piramidales abren caminos traveseros a los nervios motores. La abreviación, como más útil que la vía primitiva que se continúa de segmento en segmento a todo lo largo del eje cerebroespinal, se fija por la selección natural y llega de este modo a ser el más perfecto instrumento que de los movimientos voluntarios se conoce.»
Esta influencia de la acomodación significa, pues, en este caso particular, que los animales pueden tener un aparato nervioso casi enteramente igual al del hombre y, por lo tanto, incapaz de desempeñar las funciones del aparato humano correspondiente. La razón de este hecho es, repitámoslo, que el hombre tiene un aparato independiente para el ejercicio de las funciones superiores, y que este aparato jamás sirvió en él para las funciones inferiores en que lo usaban los animales. Reconozcamos asimismo en este hecho una violación del principio de recapitulación.
Realmente es extraordinario ver hasta qué grado un simple detalle de estructura puede conservar a un aparato su género de función, aun cuando se adapte a condiciones totalmente nuevas y aun cuando sea propio para manifestar la conciencia. Hablaré más adelante de esto a propósito de la imitación y del génesis de las expresiones emocionales, a propósito de la exposición del principio del «anillo caí dos El tipo de las reacciones o repeticiones circulares que llamamos imitación, es un tipo fundamental siempre el mismo, común a toda la actividad motriz. La única diferencia entre las funciones superiores y las inferiores es que ciertas adaptaciones establecidas por el tiempo se han añadido a la reacción original y que el estado consciente que la acompaña parece diferir esencialmente de la conciencia imitativa en la cual tienen su origen.
Estos hechos sugieren necesariamente modificaciones de la doctrina
ontogenética, estableciendo que abrevia considerablemente la filogénesis.
Mientras el organismo pasa progresivamente por una larga serie de fases regulares, es claro que a menudo la evolución individual no representa exactamente sino las últimas fases de la serie animal y pasa tan sólo por un reducido número de las fases anteriores. Por ejemplo — y luego estudiaremos mejor este punto — sería falso decir que los primeros movimientos voluntarios del niño produjéronsen desde luego por medio de los surcos intra-segmentales, y que más tarde esta función transfirióse a las fibras piramidales. Así procedió no obstante la evolución filogenética. Por lo contrario, vemos que el niño no ejecuta acto de volición alguno en tanto no usa las fibras piramidales y sus ligazones centrales. El período de la acción voluntaria intra-segmental que, si existe, representa en algunos animales una fase absolutamente necesaria del desarrollo, falta por completo en la serie ontogenética.
He aquí un ejemplo que ilustra no menos admirablemente las modificaciones que la acomodación aporta a la recapitulación. Según la estricta interpretación de esta doctrina, el niño pasa por un período instintivo, que le comunica el sentido admirable de los brutos para gobernarse, y sólo pierde sus instintos al ampliarse la acción voluntaria. El niño sin embargo no muestra nada de esto. Al contrario, observamos que pasa directamente de la época sugestiva sensorio-motriz a la época voluntaria, omitiendo la fase instintiva que separa ambas épocas en la serie
filogenética, y realiza este salto gracias a la herencia directa de un organismo profundamente diferenciado por innumeras selecciones.
La probabilidad de tal modificación de la doctrina de la ontogénesis aumenta aún por la posibilidad de deducirla de la teoría psíquica del hábito. La cuestión está en saber si los efectos del hábito, que es por sí mismo un fenómeno de desarrollo, no se transmitirán por herencia o selección, abreviando así los procesos ontogenéticos. Por ejemplo, un niño que mostrase tendencia a responder verbalmente a una excitación visual, estaría exento de una larga evolución filogenéticamente necesaria para establecer el estrecho vínculo que hoy existe entre los centros verbales y los centros visuales; el espíritu es natural que también aprovecharía de ello. Otro ejemplo sorprendente: una estricta reproducción de las fases evolutivas de la raza pretende que el niño tenga desde luego el sentido exacto del espacio que se observa en los pequeñuelos de algunos animales, y que sólo después desarrolle las funciones y el aparato que le permitirán estudiar las propiedades de dicho espacio, de modo que sólo adquiriendo el sentido intelectual pierda el instintivo. Divagaciones.
Aun desde el punto de vista psicológico, esas consideraciones parecen confirmar la teoría general de la experiencia de la raza, común, por lo demás, a los evolucionistas de ambas escuelas. Los actuales psicólogos admiten en absoluto que el progreso de las funciones depende del ejercicio. Así la memoria no es más que una forma de la inhibición mental o del hábito; el carácter, una disposición particular de la acción; el cerebro sólo es un desarrollo funcional de una función primitiva, y el espíritu vive de su pasado aun ignorándolo. Mis opiniones y mis actos demuestran perfectamente este valor de la experiencia ancestral: sea cual fuere la manera como se produzca, indudablemente hubo evolución de mi padre a mí.
En resumen, como consecuencia de la evolución de la raza: el espíritu es función del pasado.
Así, puede considerarse como probable que las modificaciones profundas de la filogénesis consciente vuelven a encontrarse en el crecimiento del individuo. Estas modificaciones de la conciencia pueden fijarse también de una manera más caracterizada que las diferentes fases del desarrollo nervioso.
Balfour lo confirma al decir: «El tiempo de la evolución y el subsiguiente del desarrollo de los órganos son variables; pero al fin, los detalles secundarios de estructura se fijan, y el embrión o la larva se adaptan a las condiciones particulares de su existencia. Al modo del erudito que estudia un manuscrito antiguo, el embriologista debe someter el desarrollo a un cuidadoso examen crítico, determinar las lagunas, observar las adiciones posteriores y poner en orden todas las partes.»
Marshall nos dice también: «La evolución tiene verdaderamente su historia, pero una historia de la que se han perdido muchos capítulos, y las páginas que han quedado están de tal modo manchadas y revueltas, que casi son ilegibles… Y aun no es esto lo peor, sino que se ha introducido en ellas tantas adiciones y alteraciones inútiles, aunque hechas de antiguo y muy hábilmente, no hay que negarlo, que su lectura resulta ahora totalmente imposible.»
II. — La segunda gran modificación que debe aportarse a la teoría de la recapitulación, relaciónase con la teoría infantil, bajo cuyo término comprendo el desarrollo de la vida desde el germen hasta la fase independiente en que el niño puede ya bastarse a sí mismo.
La influencia del período extra-uterino de la infancia — en el sentido usual de la frase — sobre el total desarrollo del individuo, es de capital importancia, como ha demostrado Fiske. Los niños, durante su larga educación, tienen todos los medios de desarrollarse lentamente y alcanzar la madurez, adaptándose a las condiciones naturales y artificiales del medio intelectual y social que exige la vida del adulto.
Durante su larga infancia, el hombre futuro necesita la protección paternal, los cuidados de su madre; se le ha de alimentar, formar, instruir.
Hoy admiten los biólogos una época correspondiente de circunstancias modificadoras y poderosamente influyentes; es el período prenatural, que, por lo demás, sólo representa la primera fase de la infancia. La marcha evolutiva del embrión depende de la presencia en el huevo de una mayor o menor cantidad de alimento llamada «food-yolk». Admí tese como principio que existe una relación directa entre esta cantidad de alimento y las fases de la ontogénesis. Una abundante provisión de alimento lleva rápida y directamente a la madurez por la abreviación de las fases de la recapitulación; al nacer, el individuo está ya completamente formado para la vida independiente de la existencia solitaria.
Cuando se emprende este estudio de la infancia y de su doble período pre y postnatal, parece que se vislumbren dos medios productores de influencias y de acciones opuestas. Hemos visto que un abundante alimento embrionario suaviza y abrevia el desarrollo prenatal, y que los recién-nacidos, prontos luego para la vida independiente y aun para la lucha, no tienen necesidad, por lo tanto, de una, larga infancia postnatal ni reclaman tampoco todos los cuidados artificiales que exigen los demás niños. Por otra parte, encontramos a veces un largo período de infancia postnatal, ‘como en el hombre, acompañada de un largo período embrionario, y esto a pesar de la nutrición abundante suministrada por la placenta materna.
Esta contradicción aparente parece explicarse si consideramos la parte de mentalidad propia de cada ser. En el primer caso, tiende éste al instinto que, por más que sutil y variado, no es sino la fijación filogenética de una estructura orgánica. El progreso instintivo puede estar completamente asegurado por la herencia y el período prenatal; por esta razón, el esfuerzo que sigue al nacimiento alcanza pronto plena madurez.
En el caso contrario de una larga infancia pre y postnatal, las aptitudes intelectuales que se trata de formar no podrían cristalizar con tanta rapidez como las tendencias instintivas. Las aptitudes debidas a una herencia ancestral reciente exigen una larga evolución individual. Así , a pesar de todas las condiciones favorables, la abundancia de alimento, la protección contra las perniciosas influencias, la criatura dotada de gran mentalidad demanda prolongada educación.
Las consideraciones psicológicas — a que tengo necesidad de atenerme, sin atravesar los límites de la experiencia biológica—parecen conducir a la fórmula siguiente: El período extra-uterino de la infancia es al período intra-uterino (siendo igual todo), lo que la extensión de la ontogénesis es a la extensión de la filogénesis.
Bien que para las criaturas de instinto, los dos períodos infantiles sean cortos, el período prenatal es relativamente largo, y para los seres inteligentes, bien que sean largos ambos períodos, el prenatal es relativamente corto.
Existe además toda una variada serie de influencias mecánicas, tales como los esfuerzos o las presiones exteriores, los accidentes, los cambios bruscos de medio, susceptibles de modificar las condiciones fisiológicas del crecimiento, y, por lo tanto, el orden y el número de las fases de todo el desarrollo infantil. Los biólogos reconocen, por otra parte, la necesidad de restringir el alcance de la teoría de la recapitulación en los casos de desarrollo producidos en normales condiciones.
Sin embargo, no hemos hablado todavía de una causa muy grande de excepción en la ley de recapitulación. Refiérome a los numerosos hechos biológicos conocidos bajo el nombre de variaciones espontáneas o fortuitas. La ley de suplencia, que permite que la selección natural concurra a la preservación de los adultos y fije sus numerosas variedades, se aplica igualmente a los organismos jóvenes. No sólo sobreviven los adultos bien condicionados, sino que están seguros de adquirir desarrollo los embriones bien organizados. Weissmann1 ha demostrado claramente una aplicación profunda de esta ley. Ha descrito, bajo el nombre de intra-selección, los desarrollos privilegiados de los órganos más sanos de una misma criatura2. Es fácil, pues, deducir de todo esto la posibilidad de numerosas alteraciones en la marcha del crecimiento individual y en la recapitulación de las fases filogenéticas.
Además, un embrión colocado en nuevas condiciones, tendrá tanto más seguro sobrevivir cuanto más se desvíe de la serie evolutiva que representa otras condiciones de desarrollo.
Sedgwick sostiene también que las variaciones de las formas adultas se reproducen en el embrión. En el artículo ya citado, dice: «Las variaciones no afectan sólo al período posterior de la vida, donde son, para el animal, de funcional e inmediata importancia; pero son inherentes al embrión y afectan más o menos la totalidad del desarrollo.»
Volviendo al desarrollo mental, deben encontrarse iguales modificaciones; la recapitulación de la evolución de la inteligencia es susceptible de tales lagunas. La abundancia del alimento del espíritu, de las enseñanzas intelectuales, de las sugestiones de todo género de su vida social, el curso de su educación moral, todo esto debería apresurar la madurez de la inteligencia y abreviar las fases habitualmente requeridas para su desarrollo. La diferencia de los medios puede también producir los mismos efectos: el pilluelo, más o menos abandonado a la educación callejera, pronto llega a ser ágil y despabilado; mientras que el hijo de familia, educado por un preceptor en el aislamiento y la soledad de la casa paterna, se desarrolla con lentitud.
Sin embargo, la variación no es menos frecuente para el espíritu que para el cuerpo, y en verdad no es posible hallar dos inteligencias iguales. Este vínculo común tiene una significación elevada; nada hay que admirar en el hecho de que el gusto y las aptitudes de A difieran de las de C; pero esta misma diferencia es la condición del progreso humano y del triunfo de los más aptos, bajo la influencia de un medio social progresivo.
No quiero extenderme ahora sobre los múltiples aspectos pedagógicos de este particular. Hablo de la educación del niño sólo desde el punto de vista de la cuestión del desarrollo. Si es verdadera esta teoría, es preciso que todas las observaciones realizadas sobre el niño se estudien a su luz. Los actos de un niño, observados y clasificados, aun por un hábil psicólogo, no pueden ofrecerse, por lo tanto, como tipos antes de un prolongado examen crítico, y este mismo examen presupone bastantes soluciones. ¿ Cómo sabremos que ese niño, hasta cierto punto de su vida, no ha recibido una educación artificial?
¿Quién nos asegurará que deje de haber sufrido la influencia de diversos medios sociales capaces de haber abreviado su crecimiento mental? ¿Quién nos probará que su evolución se ejerce sin anacronismos, y que ninguna particularidad de los miembros o del cerebro haya podido producir lagunas? ¿Qué sabemos de las causas que pueden activar o retardar su muerte, o cuál es, desde este punto de vista, la influencia del instinto filial, de la sexualidad prematura, de la precocidad o de la intensidad de las emociones nerviosas? Nada sabemos de todo esto.
Si el morfólogo cuyos objetos de estudio están inmovilizados, se confunde ante las perpetuas excepciones a la ley de recapitulación y se ve así forzado a adoptar las múltiples precauciones indicadas por Balfour, Marshall, Adam, Sedgwick y otros, ¿qué adivinación, qué perspicacia y sobre todo qué prudencia y escrúpulos no necesitará el psicólogo para descubrir el espíritu tras la espesa cortina de las múltiples adiciones convencionales debidas a la crianza, a la educación y al medio? A menudo, por desdicha, suelen faltar todas estas cualidades.
¿Acaso nosotros mismos no hemos hecho excesivas afirmaciones estableciendo en principio la regularidad y la constancia de las fases de la evolución infantil? Su aplicación no es justa sino en tanto la experiencia no nos haya enseñado para cada fase observada que es regularmente universal y constante, situada entre dos fases asimismo constantes, para todos los casos conocidos. Esta precaución, es preciso considerar todavía la ley como más o menos rigurosa; según se aplique a la filogénesis o a la ontogénesis del hombre, es decir, según constituya la regla del desarrollo de la raza humana, ya estudiada sola, ya como parte de la serie animal, o según represente la evolución del individuo desde la cuna a la tumba.
Así pues, podemos establecer la ontogénesis del hombre por medio de múltiples observaciones sobre los niños, y toda contribución en este sentido tiene un verdadero valor para la ciencia y especialmente para la educación.
Pero la ciencia de la morfología comparada del espíritu, o mejor aún, la de la embriología mental, son hoy verdaderas quimeras. ¿Cómo podremos decir algo sobre la recapitulación consciencial cuando nada casi sabemos de la ontogénesis mental y tan poco de psicología individual? ¿Cómo comparar el desarrollo del niño al de la serie animal, cuando ignoramos todo lo de su conciencia durante las diferentes fases de su desarrollo intelectual?