Dora y el órgano femenino. La disimetría significante. Lo simbólico y la procreación. Freud y el significante.
¿Cuál es el sentido de mi conferencia de anoche sobre la formación del analista? Que lo esencial consiste en distinguir cuidadosamente el simbolismo propiamente dicho, o sea el simbolismo en tanto estructurado en el lenguaje, en el cual nos entendemos aquí, y el simbolismo natural. Resumí esto en una fórmula: leer en la borra del café no es leer en los jeroglíficos.
Tal cual era ese auditorio, habla que darle un poco de vida a la diferencia del significante y el significado. Di ejemplos, algunos humorísticos, hice el esquema y pase a las aplicaciones. Recordé que la práctica fascina la atención de los analistas sobre las formas imaginarias, tan seductoras, sobre la significación imaginaria del mundo subjetivo, cuando el asunto está en saber—esto es lo que interesó a Freud— qué organiza ese mundo y permite desplazarlo. Indiqué que la dinámica de los fenómenos del campo analítico está vinculada a la duplicidad que resulta de la distinción del significante y del significado.
No por azar fue un jungiano quien allí introdujo el término símbolo. En el fondo del mito junguiano existe el símbolo concebido como una flor que asciende del fondo, un florecimiento de lo que está en el fondo del hombre en tanto típico. El problema es saber si el símbolo es esto, o si en cambio es algo que envuelve y forma lo que mi interlocutor llamaba bellamente la creación.
La segunda parte de mi conferencia se refería al resultado del olvido en el análisis de la estructuración significante-significado. Allí no tuve más remedio que indicar en qué la teoría del ego actualmente promovida en los círculos neoyorquinos cambia por completo la perspectiva desde donde deben abordarse los fenómenos analíticos y participa de la misma obliteración. En efecto, esta culmina en la colocación en primer plano de la relación yo a yo. La simple inspección de los artículos de Freud entre 1922 y 1924 muestra que el yo nada tiene que ver con el uso analítico que de el se hace actualmente.
1)
Si lo que llaman el reforzamiento del yo existe, no puede ser otra cosa que la acentuación de la relación fantasmática siempre correlativa del yo, y más especialmente en el neurótico de estructura típica. En lo que le concierne, el reforzamiento del yo va en sentido exactamente opuesto al de la disolución, no sólo de los síntomas—que están, hablando estrictamente, en su significancia, pero que pueden dado el caso ser movilizados—sino de la estructura misma.
¿Cuál es el sentido de lo que introdujo Freud con su nueva tópica cuando acentuó el carácter imaginario de la función del yo? Precisamente la estructura de la neurosis.
Freud coloca al yo en relación con el carácter fantasmático del objeto. Cuando escribe que el yo tiene el privilegio del ejercicio de la prueba de la realidad, que es él quien da fe de la realidad para el sujeto, el contexto está fuera de dudas, el yo está ahí como un espejismo, lo que Freud llamó el ideal del yo. Su función no es de objetividad, sino de ilusión, es fundamentalmente narcisista, y el sujeto da acento de realidad a cualquier cosa a partir de ella.
De esta tópica se desprende cuál es, en las neurosis típicas, el lugar del yo. El yo en su estructuración imaginaria es como uno de sus elementos para el sujeto. Así como Aristóteles formulaba que no hay que decir ni el hombre piensa, ni el alma piensa, sino el hombre piensa con su alma, diríamos que el neurótico hace su pregunta neurótica, su pregunta secreta y amordazada, con su yo.
La tópica freudiana del yo muestra cómo una o un histérico, cómo un obsesivo, usa de su yo para hacer la pregunta, es decir, precisamente para no hacerla. La estructura de una neurosis es esencialmente una pregunta, y por eso mismo fue para nosotros durante largo tiempo una pura y simple pregunta. El neurótico está en una posición de simetría, es la pregunta que nos hacemos, y es justamente porque ella nos involucra tanto como a él, que nos repugna fuertemente formularla con mayor precisión.
Lo ilustra la manera en que desde siempre les hablo de la histeria, a la que Freud da el esclarecimiento más eminente en el caso de Dora.
¿Quién es Dora? Alguien capturado en un estado sintomático muy claro, con la salvedad de que Freud, según su propia confesión, se equivoca respecto al objeto de deseo de Dora, en la medida en que él mismo está demasiado centrado en la cuestión del objeto, es decir en que no hace intervenir la intrínseca duplicidad subjetiva implicada. Se pregunta qué desea Dora, antes de preguntarse quién desea en Dora. Freud termina percatándose de que, en ese ballet de a cuatro —Dora, su padre, el señor y la señora K.—es la señora K. el objeto que verdaderamente interesa a Dora, en tanto que ella misma está identificada al señor K. La cuestión de saber dónde está el yo de Dora está así resuelta: el yo de Dora es el señor K. La función que cumple en el esquema del estadio del espejo la imagen especular, en la que el sujeto ubica su sentido para reconocerse, donde por vez primera sitúa su yo, ese punto externo de identificación imaginaria, Dora lo coloca en el señor K. En tanto ella es el señor K. todos sus síntomas cobran su sentido definitivo.
La afonía de Dora se produce durante las ausencias del señor K., y Freud lo explica de un modo bastante bonito: ella ya no necesita hablar si él no está, sólo queda escribir. Esto de todos modos nos deja algo pensativos. Si ella se calla así, se debe de hecho a que el modo de objetivación no esta puesto en ningún otro lado. La afonía aparece porque Dora es dejada directamente en presencia de la señora K. Todo lo que pudo escuchar acerca de las relaciones de esta con su padre gira en torno a la fellatio, y esto es algo infinitamente más significativo para comprender la intervención de los síntomas orales.
La identificación de Dora con el señor K. es lo que sostiene esta situación hasta el momento de la descompensación neurótica. Si se queja de esa situación, eso también forma parte de la situación, ya que se queja en tanto identificada al señor K.
¿Qué dice Dora mediante su neurosis? ¿Que dice la histérica-muier? Su pregunta es la siguiente: ¿qué es ser una mujer?
Por ahí nos adentramos más aún en la dialéctica de lo imaginario y lo simbólico en el complejo de Edipo.
En efecto, la aprenhension freudiana de los fenómenos se carácteriza porque muestra siempre los planos de estructura del síntomas a pesar del entusiasmo de los psicoanalistas por los fenómenos imaginarios removidos en la experiencia analítica.
A propósito del complejo de Edipo, las buenas voluntades no dejaron de subrayar analogías y simetrías en el camino que tienen que seguir el varón y la hembra, y el propio Freud indicó muchos rasgos comunes. Nunca dejó de insistir, empero, en la disimetría fundamental del Edipo en ambos sexos.
¿A qué se debe esa disimetría? A la relación de amor primaria con la madre, me dirán, pero Freud estaba aún lejos de haber llegado a eso en la época en que comenzaba a ordenar los hechos que constataba en la experiencia. Evoca, entre otros, el elemento anatómico, que hace que para la mujer los dos sexos sean idénticos. ¿Pero es ésta sin más la razón de la disimetría?
Los estudios de detalle que Freud hace sobre este tema son muy densos. Nombraré algunos: Consideraciones acerca de la diferencia anatómica entre los sexos, El declinar del complejo de Edipo, La sexualidad femenina. ¿Que hacen surgir? Tan sólo que la razón de la disimetría se sitúa esencialmente a nivel simbólico, que se debe al significante.
Hablando estrictamente no hay, diremos, simbolización del sexo de la mujer en cuanto tal. En todos los casos, la simbolización no es la misma, no tiene la misma fuente, el mismo modo de acceso que la simbolización del sexo del hombre. Y esto, porque lo imaginario sólo proporciona una ausencia donde en otro lado hay un símbolo muy prevalente
Es la prevalencia de la Gestalt fálica la que, en la realización del complejo edípico, fuerza a la mujer a tomar el rodeo de la identificación al padre, y a seguir por ende durante un tiempo los mismos caminos que el varón. El acceso de la mujer al complejo edípico, su identificación imaginaria, se hace pasando por el padre, exactamente al igual que el varón, debido a la prevalencia de la forma imaginaria del falo, pero en tanto que a su vez ésta está tomada como el elemento simbólico central del Edipo.
Si tanto para la hembra como para el varón el complejo de castración adquiere un valor-pivote en la realización del Edipo, es muy precisamente en función del padre, porque el falo es un símbolo que no tiene correspondiente ni equivalente. Lo que esta en juego es una disimetría en el significante. Esta disimetría significante determina las vías por donde pasará el complejo de Edipo. Ambas vías llevan por el mismo sendero: el sendero de la castración.
La experiencia del Edipo testimonia la predominancia del significante en las vías acceso de la realización subjetiva, ya que la asunción por la niña de su situación no sería en modo alguno impensable en el plano imaginario. Están allí presentes todos los elementos para que la niña tenga de la posición femenina una experiencia que sea directa, y simétrica de la realización de la posición masculina. No habría obstáculo alguno si esta realización tuviera que cumplirse en el orden de la experiencia vivida, de la simpatía del ego, de las sensaciones. La experiencia muestra, empero, una diferencia llamativa: uno de los sexos necesita tomar como base de identificación la imagen del otro sexo. Que las cosas sean así no puede considerarse como una mera extravagancia de la naturaleza. El hecho sólo puede interpretarse en la perspectiva en que el ordenamiento simbólico todo lo regula.
Donde no hay material simbólico, hay obstáculo, defecto para la realización de la identificación esencial para la realización de la sexualidad del sujeto. Este defecto proviene de hecho de que, en un punto, lo simbólico carece de material, pues necesita uno. El sexo femenino tiene un carácter de ausencia, de vacío, de agujero, que hace que se presente como menos deseable que el sexo masculino en lo que éste tiene de provocador, y que una disimetría esencial aparezca. Si debiese captarse todo en el orden de una dialéctica de las pulsiones, no se vería el por qué de semejante rodeo, por qué una anomalía semejante sería necesaria.
Este señalamiento dista mucho de ser suficiente en lo tocante a la pregunta en juego, a saber la función del yo en los histéricos masculinos y femeninos. La pregunta no está vinculada simplemente al material, a la tienda de accesorios del significante, sino a la relación del sujeto con el significante en su conjunto, con aquello a lo cual el significante puede responder.
Si ayer hablé de seres de lenguaje, era para impactar a mi auditorio. Los seres de lenguaje no son seres organizados, pero que sean seres, que impriman sus formas en el hombre, es indudable. Mi comparación con los fósiles estaba, hasta cierto punto, totalmente indicada. Pero de todos modos carecen de una existencia sustancial en sí.
2)
Consideremos las paradojas resultantes de determinados entrecruzamientos funcionales entre los dos planos de lo simbólico y lo imaginario.
Parecería, por una parte, que lo simbólico es lo que nos brinda todo el sistema del mundo. Porque el hombre tiene palabras conoce cosas. El numero de cosas que conoce corresponde al numero de cosas que puede nombrar. No hay dudas al respecto. Por otra parte, tampoco hay dudas acerca de que la relación imaginaria está ligada a la etología, a la psicología animal. La relación sexual implica la captura por la imagen del otro. En otras palabras, uno de los dominios se presenta abierto a la neutralidad del orden del conocimiento humano, el otro parece ser el dominio mismo de la erotización del objeto. Esto es lo que se manifiesta en un primer abordaje.
Ahora bien, la realización de la posición sexual en el ser humano está vinculada, nos dice Freud—y nos dice la experiencia—, a la prueba de la travesía de una relación fundamentalmente simbolizada, la del Edipo, que entraña una posición que aliena al sujeto, vale decir que le hace desear el objeto de otro, y poseerlo por procuración de otro. Nos encontramos entonces ahí ante una posición estructurada en la duplicidad misma del significante y el significado. En tanto la función del hombre y la mujer esta simbolizada, en tanto es literalmente arrancada al dominio de lo imaginario para ser situada en el dominio de lo simbólico, es que se realiza toda posición sexual normal, acabada. La realización genital está sometida, como a una exigencia esencial, a la simbolización: que el hombre se virilice, que la mujer acepte verdaderamente su función femenina.
Inversamente, cosa no menos paradójica, la relación de identificación a partir de la cual el objeto se realiza como objeto de rivalidad esta situada en el orden imaginario. El dominio del conocimiento está inserto fundamentalmente en la primitiva dialéctica paranoica de la identificación al semejante. De ahí parte la primera apertura de identificación al otro, a saber un objeto. Un objeto se aisla, se neutraliza, y se erotiza particularmente en cuanto tal. Esto hace entrar en el campo del deseo humano infinitamente más objetos materiales que los que entran en la experiencia animal.
En ese entrecruzamiento de lo imaginario y lo simbólico, yace la fuente de la función esencial que desempeña el yo en la estructuración de las neurosis. Cuando Dora se pregunta ¿Qué es una mujer? intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto tal. Su identificación al hombre, portador del pene, le es en esta ocasión un medio de aproximarse a esa definición que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no logra simbolizar.
Hay muchas más histéricas que histéricos—es un hecho de experiencia clínica porque el camino de la realización simbolice de la mujer es más complicado. Volverse mujer y preguntarse que es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes. Diría aún mas, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo. La metafísica de su posición es el rodeo impuesto a la realización subjetiva en la mujer. Su posición es esencialmente problemática y, hasta cierto punto, inasimilable. Pero una vez comprometida la mujer en la histeria, debemos reconocer también que su posición presenta una particular estabilidad, en virtud de su sencillez estructural: cuanto más sencilla es una estructura, menos puntos de ruptura revela.. Cuando su pregunta cobra forma bajo el aspecto de la histeria, le es muy fácil a la mujer hacerla por la vía más corta, a saber, la identificación al padre.
Indudablemente, la situación es mucho más compleja en la histeria masculina. En tanto la realización edípica está mejor estructurada en el hombre, la pregunta histérica tiene menos posibilidades de formularse. Pero si se formula ¿cuál es? Hay aquí la misma disimetría que en el Edipo: el histérico y la histérica se hacen la misma pregunta. La pregunta del histérico también atañe a la posición femenina.
La pregunta del sujeto que evoque la vez pasada giraba en torno al fantasma de embarazo. ¿Basta esto para agotar la pregunta? Sabemos desde hace mucho que la fragmentación anatómica, en tanto fantasmática, es un fenómeno histérico. Esta anatomía fantasmática tiene un carácter estructural; no se hace una parálisis, ni una anestesia, según las vías y la topografía de las ramificaciones nerviosas. Nada en la anatomía nerviosa recubre cosa alguna de las que se producen en los síntomas histéricos. Siempre se trata de una anatomía imaginaria.
¿Podemos precisar ahora el factor común a la posición femenina y a la pregunta masculina en la histeria? Factor que se sitúa sin duda a nivel simbólico, pero sin quizá reducirse totalmente a el. Se trata de la pregunta de la procreación. La paternidad al igual que la maternidad tiene una esencia problemática; son términos que no se sitúan pura y simplemente a nivel de la experiencia.
Charlaba no hace mucho con uno de mis alumnos sobre los problemas, formulados desde hace tiempo a propósito de la couvade, y el me recordaba los esclarecimientos aportados últimamente por los etnógrafos. Hechos de experiencia obtenidos a partir de una investigación continuada, pues es ahí donde esto se ve claramente, en alguna tribu de América Central, permiten en efecto zanjar ciertas cuestiones que se plantean en torno a la significación del fenómeno. Se observa ahora un cuestionamiento de la función del padre y su aporte a la creación del nuevo individuo. La couvade se sitúa a nivel de una pregunta que atañe a la procreación masculina.
En la misma dirección, tal vez no les parezca forzada la elaboración siguiente.
Lo simbólico da una forma en la que se inserta el sujeto a nivel de su ser. El se reconoce como siendo esto o lo otro a partir del significante. La cadena de los significantes tiene un valor explicativo fundamental, y la noción misma de causalidad no es otra cosa.
Existe de todos modos una cosa que escapa a la trama simbólica, la procreación en su raíz esencial: que un ser nazca de otro. La procreación esta cubierta, en el orden de lo simbólico, por el orden instaurado de esa sucesión entre los seres. Pero nada explica en lo simbólico el hecho de su individuación, el hecho de que un ser sale de un ser. Todo el simbolismo esta allí para afirmar que la criatura no engendra a la criatura, que la criatura es impensable sin una fundamental creación. Nada explica en lo simbólico la creación.
Nada explica tampoco que sea necesario que unos seres mueran para que otros nazcan. Los biólogos dicen que hay una relación esencial entre la reproducción sexuada y la aparición de la muerte, y si esto es cierto, muestra que ellos también giran en torno a la misma pregunta. La cuestión de saber que liga dos seres en la aparición de la vida sólo se plantea para el sujeto a partir del momento en que esta en lo simbólico, realizado como hombre o como mujer, pero en la medida en que un accidente le impide acceder a ello. Esto puede también ocurrir debido a los accidentes biográficos de cada quien.
Estas son las mismas preguntas que Freud plantea en el trasfondo de Más allá del principio del placer. Así como la vida se reproduce, ella se ve obligada a repetir el mismo ciclo, para alcanzar el objetivo común de la muerte. Para Freud este es el reflejo de su experiencia. Cada neurosis reproduce un ciclo particular en el orden del significante, sobre el fondo de la pregunta que la relación del hombre al significante en tanto tal plantea.
En efecto, hay algo radicalmente inasimilable al significante. La existencia singular del sujeto sencillamente. ¿Por qué esta ahí ? ¿De donde sale? ¿Que hace ahí? ¿Por que va a desaparecer? El significante es incapaz de darle la respuesta, por la sencilla razón de que lo pone precisamente más allá de la muerte. El significante lo considera como muerto de antemano, lo inmortaliza por esencia.
Como tal, la pregunta sobre la muerte es otro modo de la creación neurótica de la pregunta, su modo obsesivo. Lo indiqué anoche, y hoy lo dejo de lado, porque este año examinamos las psicosis y no las neurosis obsesivas. Las consideraciones de estructura que aquí propongo no son más que preludios al problema planteado por el psicótico. Si me intereso especialmente por la pregunta planteada en la histeria, es precisamente porque se trata de saber en qué ella se diferencia del mecanismo de la psicosis, principalmente la del presidente Schreber, en quien la pregunta de la procreación también se dibuja, y muy especialmente la de la procreación femenina.
3)
Quisiera terminar indicándoles los textos de Freud que justifican lo que dije anoche.
Mi trabajo es comprender que hizo Freud. En consecuencia, interpretar incluso lo implícito en Freud, es legítimo a mi modo de ver. Quiero decirles que si les ruego remitirse a lo que algunos textos han articulado poderosamente, no es para retroceder ante mis responsabilidades.
Vayamos a esos años, alrededor de 1896, en los que el propio Freud nos dice que montó su doctrina; necesitó mucho tiempo para soltar lo que tenía que decir. Freud señala claramente el tiempo de latencia, que es siempre de tres o cuatro años, que hubo entre el momento en que compuso sus principales obras y el momento en que las publicó. La Traumdeutung fue escrita tres o cuatro años antes de su publicación. Ocurre lo mismo con la Psicopatología de la vida cotidiana y el caso Dora.
Comprobamos que la doble estructuración que es la del significante y el significado no aparece retroactivamente. A partir, por ejemplo, de la carta 46, Freud nos dice que comenzó a ver surgir en su experiencia, y a poder construir las etapas del desarrollo del sujeto, así como a relaciónarlas con la existencia del inconsciente y sus mecanismos. Es impactante verlo emplear el término Ubersetzung para designar tal o cual etapa de las experiencias del sujeto en tanto se traduce o no. Se traduce, ¿qué quiere decir esto? Se trata de lo que ocurre en niveles definidos por las edades del sujeto: de uno a cuatro años, luego de cuatro a ocho años, luego el período prepubertal, y por fin el período de madurez.
Es interesante destacar el énfasis que Freud da al significante. La Bedeutung no puede ser traducida como especificando al significante en relación al significado. De igual modo, en la carta 52, ya destaqué una vez que Freud decía lo siguiente: Trabajo con la suposición de que nuestro mecanismo psíquico nació siguiendo una disposición en capas, mediante un ordenamiento en el cual cada tanto, el material que se tiene a mano sufre una reorganización según nuevas relaciones y un trastocamiento en la inscripción, una reinscripción.
Lo esencialmente nuevo en la teoría, es la afirmación de que la memoria no es simple, que es plural, múltiple, registrada bajo diversas formas. Les hago notar el parentesco de lo allí dicho con el esquema que comenté el otro día. Freud subraya que esas diferentes etapas se carácterizan por la pluralidad de las inscripciones mnésicas.
Primero está la Wahrnehmung, la percepción. Es una posición primera, primordial, que permanece hipotética, puesto que de algún modo no sale a la luz en el sujeto. Después está la Bewnsstsein, la conciencia.
Conciencia y memoria en cuanto tales se excluyen. Acerca de este punto Freud jamás varió. Siempre le pareció que la memoria pura, en tanto inscripción, y adquisición por el sujeto de una nueva posibilidad de reacción, debía permanecer completamente inmanente al mecanismo, y no hacer intervenir captación alguna del sujeto por sí mismo.
La etapa Wabrnehmung esta ahí para indicar que hay que suponer algo simple en el origen de la memoria, concebida como formada por una pluralidad de registros. El primer registro de las percepciones, también inaccesible a la conciencia, está ordenado por asociaciones de simultaneidad. Tenemos ahí la exigencia original de una instauración primitiva de simultaneidad.
Esto se los mostré el año pasado en nuestros ejercicios demostrativos a propósito de los símbolos. Recuerden que las cosas se volvían interesantes a partir del momento en que establecíamos las estructuras de grupos de tres. Colocar untos grupos de tres es, en efecto, instaurarlos en la simultaneidad. El nacimiento del significante es la simultaneidad, y también su existencia es una coexistencia sincronice. De Saussure enfatiza este punto.
La Bewnsstsein es del orden de los recuerdos conceptuales. La noción de relación causal aparece ahí en cuanto tal por vez primera. Es el momento en que el significante, una vez constituido, se ordena secundariamente respecto a algo distinto que es la aparición del significado.
Sólo después interviene la Vorbewasstsein, tercer modo de reordenamiento. A partir de este preconsciente se harán conscientes las investiciones, de acuerdo a ciertas reglas precisas. Esta segunda conciencia del pensamiento está ligada probablemente a la experiencia alucinatoria de las representaciones verbales, a la emisión de palabras. El ejemplo más radical es la alucinación verbal, vinculada al mecanismo paranoico por el cual hacemos audibles las representaciones de palabras. La aparición de la conciencia esta ligada a esto; si no seguiría sin lazo alguno con la memoria.
En todo lo que sigue, Freud manifiesta que el fenómeno de la Verdrängung consiste en la caída de algo que es del orden de la expresión significante, en el momento del pase de una etapa de desarrollo a otra. El significante registrado en una de esas etapas no pasa a la siguiente, con el modo de reclasificación retroactiva que necesita toda nueva fase de organización significante-significación en la que entra el sujeto.
A partir de esto hay que explicar la existencia de lo reprimido. La noción de inscripción en un significante que domina el registro, es esencial para la teoría de la memoria, en tanto ella esta en la base de la primera investigación por Freud del fenómeno del inconsciente.