Saben ustedes lo que tratamos de hacer aquí, es en las dificultades y en los callejones sin salida, en las contradicciónes que son el tejido de vuestra práctica, es en el mínimo presupuesto de nuestro trabajo en lo que ustedes tiene que reparar; tratar de traerlos siempre al punto en que estos callejones sin salida y estas dificultades pueden a la vez aparecerles en su verdadero alcance, y de este hecho eludirse trasladándose a estas teorías parciales, incluso escamoteos, deslizamiento de sentido en los términos mismo que ustedes emplean, que son también el lugar de todas las coartadas.
Hemos hablado la última vez del deseo y del goce. Quisiera mostrarles hoy de manera progresiva en este mismo texto lo que sobre un punto aporta Freud, por su observación de las dificultades que esto propone a sus seguidores, y de la manera en que tratando de ceñir de más cerca las cosas, —a partir por otro lado de ciertas exigencias preconcebidas, algo se desprende que va más lejos en el sentido de la dificultad, y como quizá podemos hacer un tercer paso. Se trata especialmente de Freud, a propósito de la posición fálica en la mujer, y más exactamente de lo que se llama la fase fálica.
Recuerdo sobre lo que hemos llegado, sobre lo que hemos puesto el acento, lo que en nuestras tres o cuatro últimas reuniones hemos comenzado a articular: este deseo que como tal y señaladamente, está puesto en el corazón de la meditación de la experiencia analítica. Aquí lo hemos formulado resumiendo, concentrando lo que hemos dicho, como una demanda significada. He aquí dos términos que no hacen más que uno: de igual forma en que demando, yo les significo a Uds., mi demanda, les significo un orden, yo les significo una pausa.
Esta demanda, pues, implica al Otro, aquel de quien él está exigido, pero también como aquel para quien esta demanda tiene un sentido, un Otro que entre otras dimensiones tiene aquella de ser el lugar donde este significante tiene su alcance.
Esto lo sabemos ya: el segundo término, demanda significada, en el sentido en el que yo les significo algo, les significo mi voluntad, este es el punto importante hacia el cual nos hemos dirigido especialmente.
Ahora este significado implica en el sujeto la acción estructurante de significante constituido en relación a la necesidad, en relación a este deseo en una alteración esencial; en relación a la necesidad esta alteración está constituida por esto que es la entrada del deseo en la demanda.
Me detengo un instante para hacer un paréntesis. Hasta el presente, por una razón de tiempo y de economía, hemos dejado de lado este año —en el que no obstante hablamos de las formaciones del inconsciente, el sueño. Conocen lo esencial de la afirmación de Freud concerniente al sueño, es que el sueño expresa un deseo. Pero al fin de cuentas no hemos siquiera empezado a preguntarnos que es lo que es este deseo del sueño; si este deseo del que hablamos —y hay más de uno en el sueño— son los deseos del día que le dan la ocasión, el material. Cada uno sabe lo que nos importa, es el deseo inconsciente.
Este deseo inconsciente, ¿porqué, en suma, Freud lo ha reconocido en el sueño? ¿En nombre de qué? ¿En qué es reconocido? No hay nada en el sueño aparentemente de manera manifiesta que corresponda a aquello por lo cual un deseo se manifiesta gramaticalmente.
No hay ningún texto de sueño, salvo aparentemente, es decir, que deba ser traducido en una articulación más profunda pero a nivel de esta articulación que está enmascarada, que está latente, ¿qué es lo que la distingue?, ¿qué es lo que pone el acento sobre aquello que articula el sueño?
Por supuesto, nada aparentemente.
Observen que al fin de cuentas, en el sueño, lo que Freud reconoce como deseo, es por lo que yo les he dicho, a saber, por la alteración de la necesidad, que aquí es señala, es en tanto que esto que está en el fondo está enmascarado, articulado en algo que lo transformo. ¿Qué lo transforma en qué? En esto que pasa por un cierto número de modos, de imagenes que están allí en tanto que significantes. Es por la entrada en juego de toda una estructura que sin duda es la estructura del sujeto, por lo que eso que debe operar un cierto número de instancias.
Pero esta estructura del sujeto, no la reconocemos más que a través del hecho de lo que pasa en el sueño; está sometida a los modos y a las transformaciones del significante, a las estructuras de la metáfora y de la metonimia, de la condensación y del desplazamiento. Aquí quien da la ley de la expresión del deseo en el sueño, es la ley del significante; es a través de una exégesis de lo que está particularmente articulado en un sueño detectamos este algo ¿que es qué, al fin de cuentas?. Algo que suponemos querer hacer reconocer, algo que participa de una aventura primordial que está allí inscripta, y que se articula, si la referimos siempre a algo original que ha pasado en la infancia y que ha sido rechazado.
Es a esto que damos al fin de cuentas la primacía de sentido, en lo que se articula en el sueño. Es que algo aquí se presenta que es totalmente último en cuanto a la estructuración del deseo del sujeto. Podemos desde ahora articularlo, es el deseo, la aventura primordial de lo que ha pasado alrededor de un deseo que es el deseo infantil, su deseo esencial que es el deseo del deseo del Otro, o el deseo de ser deseado. Es lo que se ha marcado, inscrito en el sujeto acerca de esta aventura que queda allí permanente, subyacente, y que da la última palabra de lo que en el sueño nos interesa en tanto que un deseo inconsciente que se expresa a través de qué, a través de la máscara de lo que ocasionalmente habrá dado al sueño su material, con algo que aquí nos es significado a través de las condiciones particulares que impone al deseo la ley del significante.
Lo que trato de enseñarles aquí, es a sustituir todo lo que en la teoría es más o menos confuso porque siempre parcial, a saber, la mecánica, la economía de las gratificaciones, los cuidados, las fijaciones, las agresiones, esta noción fundamental de la dependencia primordial del sujeto en relación al deseo del Otro, de lo que está estructurado siempre por intermedio de este mecanismo que hace que el deseo del sujeto está ya, en tanto que tal, modelado por las circunstancias de la demanda, inscrito poco a poco en la historia del sujeto en su estructura, las peripecias, los avatares de la constitución de este deseo, en tanto que está sometido a la ley del deseo del Otro, hecho —si se puede decir— del más profundo deseo del sujeto, de aquel que queda suspendido en el inconsciente, la suma, lo íntegro, diríamos, de este gran D, de este Deseo del Otro; es sólo esto lo que puede dar un sentido a la evolución que Uds. conocen del análisis, lo que ha terminado por poner de tal manera el acento sobre esta relación primordial a la madre, al punto de parecer eludir toda la dialéctica ulterior, incluso la dialéctica edipiana.
He aquí algo que va a la vez en un sentido justo, y que lo formula de lado. No es solamente la frustración en tanto que tal, un más o menos real que es dado o que no es dado al sujeto, lo que constituye el punto importante es, eso a lo que el sujeto ha apuntado, ha señalado este deseo de Otro, que es el deseo de la madre, y en relación a este deseo es hacerle reconocer, o pasar, u ofrecer a devenir en relación a algo que es un X de deseo en la madre, a devenir o no aquel que responde, a devenir o no el ser deseado.
Esto es esencial, ya que para descuidarlo aproximándolo, para penetrar de tan cerca como es posible por vías —en principio tan cercanas como es posible— de acceso a lo que pasa en el niño, ustedes lo saben, Melanie Klein ha descubierto muchas cosas, pero para formularlo simplemente (si se lo puede decir) en el enfrentamiento, la confrontación del sujeto, del niño al personaje materno, ella desemboca en esta suerte de relación verdaderamente especular, en espejo, que hace que el cuerpo (si lo puedo decir, ya que es muy contundente), esto es en primer plano, el cuerpo materno deviene de alguna manera el recinto y el habitáculo de lo que allí se puede localizar, se puede proyectar de las pulsiones del niño; estas pulsiones siendo ellas mismas motivadas por la agresión de una decepción fundamental. Y al fin de cuentas en esta dialéctica, nada nos puede decir, de alguna manera, de un mecanismo de proyección ilusorio, de una construcción del mundo a partir de una suerte de autogénesis de fantasmas primordiales; la génesis del exterior en tanto que lugar del mal resto puramente artificial, y somete, en alguna forma, toda la accesión ulterior a la realidad, a una pura dialéctica de fantasía.
Es necesario introducir, para completar esta dialéctica kleiniana, esta noción que el exterior para el sujeto está dado al principio, no como algo que se proyecta del interior del sujeto, de sus pulsiones, sino como el sitio, el lugar donde se sitúa el deseo del Otro, y dónde el sujeto tiene que ir a reencontrarlo.
Esto es esencial, y es la única vía por donde podemos encontrar la solución de las aporías que engendra esta vía kleiniana que se ha mostrado tan fecunda por muchos lados, pero que llega a hacer desvanecer, a eludir completamente, o a reconstruir de una forma —en algún modo— implícita, cuando ella misma no se da cuenta, pero de una manera igualmente ilícita porque no motivada, la dialéctica primordial del deseo, tal como Freud la ha descubierto, que es en una tercera relación, a saber, aquel que hace intervenir más allá de la madre, incluso a través de ella, la presencia del personaje deseado o rival, pero de personaje tercero que es el padre.
Al fin de cuentas es aquí que se justifica el esquema que trataba de darles diciéndoles que es necesario plantear la tríada simbólica fundamental, a saber, la madre, el niño y el padre, en tanto que la ausencia de la madre o su presencia ofrece al niño aquí planteado como término simbólico, —simplemente por la introducción de la dimensión significante—, ofrece al niño, no es el sujeto, es por la sola introducción del significante y del término simbólico, el hecho que el niño será o no un niño demandado.
Y este tercer término esencial es el que de algún modo el que permite todo esto, o lo prohibe, el que se plantea más allá de esta ausencia o presencia de madre en tanto que sentido, presente, significante, lo que le permite o no manifestarse. Es en relación a esto que desde que el orden significante entra en juego, el sujeto tiene que situarse, el sujeto le tiende su vida concreta y real, por supuesto en algo que de aquí en adelante comporta los deseos en el sentido imaginario, en el sentido de la captura, en el sentido en que las imagenes lo fascinan, en el sentido en el que por relación a estas imagenes el tiene que sentirse como moi como centro, como amo o como dominado por esta relación imaginaria, en la que uds. saben, en el hombre juega con un acento primordial la imagen de sí, la imagen del cuerpo que en alguna forma viene a dominar todo.
Por supuesto esta electividad de la imagen en el hombre es algo profundamente ligado al hecho de que él está abierto a esta dialéctica del significante de la que hablamos. Aquí al reducción, si se puede decir, de la imagen cautivante a esta imagen central fundamental en la que el sujeto está en la tríada significante. Pero esta relación a la tríada significante introduce este tercer término para el sujeto, este tercer término por el que el sujeto más allá de esta relación dual, de esta relación de cautividad a la imagen, el sujeto —si puedo decir— demanda a ser significado.
Es por esto que hay sobre el plano de lo imaginario tres polos, tanto como en la constitución mínima del campo simbólico más allá de mi y de mi imagen, por el hecho que tengo para entrar en las condiciones del significante, hay un punto, algo que debe marcar que mi deseo debe ser mi significado, por eso pasa necesariamente por una demanda que yo significo sobre el plano simbólico. Existen otros términos, la exigencia de un símbolo general de este margen que me separa siempre de mi deseo, que hace a mi deseo estar siempre marcado de esta alteración por la entrada en el significante… Hay un símbolo general de este margen, de esta falta fundamental necesaria para introducir mi deseo en el significante, a hacer de esto el deseo el cual me es preciso en la dialéctica analítica, este símbolo, esto por lo que el significado está designado en tanto que es siempre significado, alterado, incluso significado de lado.
Es esto lo que constatamos en el esquema que les doy. Esto está en el sujeto a nivel de lo imaginario. Aquí su imagen, aquí el punto donde se constituye el yo (moi). Es esto que aquí les designo por la letra j, en tanto que esta es el falo.
Es imposible deducir la función constituyente del falo en tanto que significante en toda la dialéctica de la introducción del sujeto en su existencia pura y simple, y en su posición sexual, si no hacemos esto: que él es el significante fundamental por el que el deseo del sujeto tiene que hacerse reconocer como tal, se trate del hombre o se trate de la mujer.
Esto se traduce en: cualquiera sea el deseo, que es necesario que exista en el sujeto esta referencia que es el deseo del sujeto sin duda, pero en tanto que el sujeto, el mismo, a recibido su significación, que el sujeto en su poder de sujeto debe tener este poder de un signo, y que este signo no lo obtiene más que mutilándose de algo por cuya falta todo será a cuenta.
Esto no es una cosa deducida. Esto está dado por la experiencia analítica. Esto es lo esencial del descubrimiento de Freud. esto es lo que hace que Freud escribiendo «Sexualidad Femenina», nos afirma esto que sin duda en un primer abordaje es problemático, que sin duda es insuficiente, que sin duda demanda una elaboración que requiera las respuestas de todos los psicoanalistas, al principio femeninas, Hélene Deutch, Karen Horney, y muchas otras, y Melanie Klein, y J. Muller, y resumiendo todo esto y articulándolo de una manera que parezca más o menos compatible con la articulación de Freud, Jones responde a todo esto. Es lo que vamos a examinar hoy.
Tomemos la cuestión en el punto en que es más paradojal. La paradoja se presenta al principio, si así se puede decir, sobre el plano de una suerte de observación natural. Es en naturalista que Freud nos dice: lo que me muestra la experiencia, es que en la mujer también —y no solamente en el hombre—, este falo el cual en el hombre nos ha mostrado conforme a la fórmula general que trataba de darles hace un instante; la introducción en el hombre del sujeto en la dialéctica que va a permitirle tomar lugar, tomar rango en esta transmisión de los tipos humanos, que les permitirá devenir a su turno el padre, que nada se realizará sin lo que he llamado hace un instante esta mutilación fundamental gracias a la cual el falo va a devenir el significante del poder, el significante, el cetro, pero también este algo gracias a lo cual esta virilidad podrá ser asumida.
Por supuesto, hasta aquí hemos comprendido a Freud. Pero él va más lejos, y nos muestra cómo en el centro de esta dialéctica femenina, el mismo fallo se produce.
Aquí algo parece abrirse, por eso es que hasta el presente es en términos de lucha, de rivalidad biológica que hemos podido, en rigor, comprender la introducción del hombre por el complejo de castración en su accesión a la calidad de hombre. En la mujer, esto, seguramente presenta una paradoja, y Freud en un principio nos lo dice pura y simplemente como un hecho de observación: lo que parece coincidir también con algo que se presentaría, pues, como todo lo que es observado, como formando parte de la naturaleza, como natural. En efecto, parece presentarnos así las cosas cuando nos dice que la muchacha como el niño, en principio desea a la madre: —diciendo las cosas como están escritas—. No hay sino una sola manera de desear. La niña se cree en principio provista de un falo, como también cree a su madre provista de un falo, es esto lo que quiere decir: es que la evolución natural de las pulsiones hace que de transferencia en transferencia a través de las fases instintuales —es a algo que tiene la forma del seno por intermedio de un cierto número de otras formas— llega a este fantasma fálico por donde al fin de cuentas es en posición masculina que la niña se presenta en relación a la madre, y algo complejo, más complejo para ella que para el niño, debe intervenir para que ella reconozca su posición femenina. Está supuesto, no por nada que esté al principio, está supuesto en la articulación de Freud —faltante al comienzo—, este reconocimiento de la posición femenina.
No hay aquí una simple paradoja que de proponernos algo que va tan al revés de la naturaleza, que después de todo nos sugeriría que por una suerte de simetría en relación a la posición del niño, es como vagina, como alguien ha dicho, como boca vaginal. Tenemos observaciones que nos permiten afirmar incluso, y diría al encuentro de elementos freudianos, que hay experiencias, vivencias primitivas en las que podemos reencontrar el trazo primordial en la joven sujeto, que muestran, contrariamente a la afirmación de este desconocimiento primitivo, que algo puede ser movido por contragolpe en el sujeto, al menos por contragolpe pareciera, en el momento de la operación de crianza, quiero decir en la niñita aún a la teta, que muestra alguna emoción, sin duda vaga, pero de la que no es absolutamente inmotivado relaciónarla a una emoción corporal profunda, que nos es sin duda a través de los recuerdos difícil de localizar, pero que permitirá en suma la ecuación por una serie de transmisiones a la boca, de la crianza a la boca vaginal, como por otro lado el estado acabado, desarrollado de la feminidad, estas función de órgano absorbente, o incluso chupador, es algo señalable en la experiencia, y que suministra de alguna manera la continuidad por donde —si no se trata más que de una migración, si así se puede decir, de la pulsión erógena.— veremos trazada, si se puede decir, la vía real de la feminidad a nivel biológico; y es esto ese algo del que Jones se posiciona como el abogado y teórico, cuando piensa que es imposible, por toda suerte de razones de principio, admitir que la evolución de la sexualidad en la mujer sería algo consagrado a este rodeo y a este artificialismo.
Nos propone en una teoría que se opone de alguna manera punto por punto, a lo que Freud, él mismo, nos articula como un elemento de la observación, proponiéndonos la fase fálica de la niñita como reposando sobre una pulsión de la que él nos explica, y de la que nos demuestra los apoyos naturales en dos elementos: el primer elemento, estando este admitido de la bisexualidad biológica primordial —aunque es necesario decirlo— puramente teórica, lejana, y de la que se puede muy bien decir con Jones, que después de todo está bastante lejos de nuestro acceso.
Pero hay otra cosa, la presencia de un inicio del órgano fálico, del órgano clitoridiano de los primeros placeres, ligado en la niñita a la masturbación clitoridiana, y que puede dar, de alguna forma, el inicio (amorce), del fantasma fálico que juega el rol decisivo del que nos habla Freud. Y es bien esto lo que Freud dice: la fase fálica es una fase clitoridiana, el pene fantasmático es una exageración del pequeño pene que da la anatomía femenina.
Es en la decepción y en la salida que, tal como es engendrada por esta decepción de este rodeo fundado no obstante por él en un mecanismo natural, que Freud nos da el resorte de la entrada de la niñita en su posición femenina, y es en ese momento, nos dice, que el complejo de Edipo juega el rol normativo que debe jugar esencialmente, pero lo juega en la niñita en su posición femenina, y es en ese momento, nos dice, que el complejo de Edipo juega el rol normativo que debe jugar esencialmente, pero lo juega en la niñita a la inversa que en el niño. El complejo de Edipo le da el acceso a ese pene que le falta, por intermedio de la aprehensión del pene del macho, ya sea que lo descubra en algún compañero, sea que ella lo situé, o que lo descubra de igual forma en el padre.
Es por intermedio del desencanto, de la desilusión de algo en ella en relación a esta fase fantasmática de la fase fálica, que la niñita es introducida en el complejo de Edipo, como lo ha teorizado una de las primeras analistas en seguir a Freud en este terreno, madama Lampl de Groot. Ella lo ha señalado muy justamente: la niñita entra en el complejo de Edipo por la fase inversa del complejo de Edipo, ella se presenta en un comienzo en el complejo de Edipo, en una relación con la madre, y es en el fracaso de esta relación con la madre que ella encuentra la relación con el padre, con lo que, más tarde, para ella se encontrará así normativizado por la equivalencia, en principio, de ese pene que ella no poseerá jamás, con el niño. Ella podrá en efecto tener, ella podrá dar en su lugar.
Observamos aquí un cierto número de señales en relación a lo que les he enseñado, en distinguir este penis-neid que resulta ser aquí la articulación esencial de la entrada de la mujer en la dialéctica edipiana; este penis-neid que como tal, y como la castración en el hombre, se encuentra en el corazón de esta dialéctica, que sin duda, a través de las críticas que voy a formularles enseguida —las que ha aportado Jones— va a ser replanteada, y bien entendido pareciera del afuera, cuando se comienza a abordar la teoría analítica, que esta se presenta como algo artificial.
Detengámonos un instante, en principio para subrayar (lo que es conveniente de hacer) con qué ambigüedad que es empleada a través de los diversos tiempos de esta evolución edipiana en la niña, esto (la discusión de Jones lo señala) el penis-neid, ¿qué es esto?.
Hay tres modos a través de esta entrada y de esta salida del complejo de Edipo que nos son mostrados por Freud acerca de la fase fálica.
Hay penis-neid en el sentido de fantasma (fantasía N.T.), a saber, este voto, este anhelo larga tiempo conservado, a veces conservado por toda la vida; y Freud insiste bastante sobre el carácter irreductible de este fantasma cuando es este el que se mantiene en primer plano: el fantasma de que el clítoris sea un pene. Es un primer sentido del penis-neid.
Hay otro sentido, penis-neid tal como interviene cuando lo que es deseado es el pene del padre, es decir el momento en el que el sujeto ve, en la realidad del pene, allí donde está el lugar en donde ir a buscar la posesión del pene, que el Edipo es la situación no solamente prohibida, sino imposibilidad fisiológica cuya situación, el desarrollo de la situación, la ha frustrado.
Luego está la función de esta evolución en tanto que ella hace surgir en la niñita el fantasma de tener un hijo del padre, es decir, de tener este pene bajo la forma simbólica. Recuerden ahora lo que a propósito del complejo de castración, les he enseñado a distinguir entre castración, frustración y privación.
En estas tres formas, ¿cuáles corresponden a cada uno de estos tres términos?
Les he dicho. Una frustración es algo imaginario que se sustenta en un objeto bien real. Es bien esto, que el hecho de que la niñita no reciba el pene del padre es una frustración.
Una privación es algo totalmente real, que no se sustenta más que sobre un objeto simbólico, a saber, que cuando la niña no tiene el hijo del padre, al fin de cuentas no ha sido jamás cuestión de que ella lo tenga. Es incapaz de tenerlo. El hijo, por otro lado, no está allí más que como símbolo, y símbolo precisamente de eso de lo que ella está realmente frustrada, y es bien, en efecto, a título de privación que este deseo del hijo del padre interviene en un momento de la evolución.
Queda pues, lo que corresponde a la castración, a saber, a eso que simbólicamente amputa al sujeto de algo imaginario, y en la ocasión de un fantasma, corresponde bien, cualquiera que este sea. Freud está aquí en la justa línea cuando nos dice que la posición de la niñita en relación a su clítoris, es en tanto que en un momento dado ella debe renunciar a este clítoris como ella, al menos, lo conservaba a título de esperanza, a saber, que tarde o temprano devendría algo tan importante como un pene.
Es bien a este nivel que estructuralmente se encuentra el correspondiente de la castración, si ustedes se acuerdan lo que he creído deber articular cuando les hablé de la castración, en el punto electivo en el que se manifiesta, es decir en el niño.
Se puede discutir que efectivamente todo en la niña da vueltas alrededor de la pulsión clitoridiana. Se puede sondear los rodeos de la aventura edipiana, como van a verlo ahora a través de la crítica de Jones, que la cosa se encuentra ya hecha. Pero no podemos desde el comienzo no remarcar el rigor, desde el punto de vista estructural, del punto que Freud nos designa en tanto que como correspondiente de la castración. Es bien algo que debe encontrarse a nivel de lo que pasa, de lo que puede pasar como relación a un fantasma, en tanto que, bien entendido, esta relación a un fantasma toma valor significante. Es en este punto que debe encontrarse el punto simétrico.
Se trata ahora de comprender como esto se produce. No es porque este punto es utilizado, entendiendo que, es este punto el que nos da la clave del affaire. Ella nos la da aparentemente en Freud, por eso que Freud parece mostrarnos aquí una historia de anomalía pulsional, y es lo que va a escandalizar, a hacer sublevarse a un cierto número de sujetos, precisamente a título de preconcepciones biológicas. Pero van a ver esto que, en la articulación misma de sus objeciones, ellos llegan a decir. Están forzados por la naturaleza de las cosas a articular un cierto número de puntos, de trazos que son justamente aquellos que van a permitirnos hacer el paso adelante, de comprender bien de lo que se trata, ir más allá de la teoría de la pulsión natural, ver que el falo verdadera y efectivamente interviene en lo que les he dicho al principio aquí, en lo que puedo llamar las premisas de la lección de hoy, que no es otra cosa que el llamamiento de lo que venimos de contornear por otras vías, a saber, que el falo interviene aquí en tanto que significante.
Pero vengamos a la respuesta, a la articulación de Jones. Hay tres artículos importantes de Jones aquí arriba: uno que se llama «Early female sexuality», escrito en 1935, y del que vamos a hablar hoy, que había estado precedido por el artículo sobre la «Phalique phase», presentado en el Congreso de Insbrück ocho años antes (Setiembre 1927), y al fin: «Early development of female sexuality».
Es a esto a lo que Freud, en su artículo de 1931, hace alusión cuando refuta en algunas líneas, y —debo decir, muy desdeñosamente, las posiciones tomadas por Jones. Jones responde en la «Phalique phase», y trata de responder y articular su posición, en suma, contra Freud, esforzándose en quedar lo más cerca posible de su letra. El tercer artículo sobre el que me voy a apoyar hoy es extremadamente significativo de lo que queremos demostrar. Es también el punto más avanzado de la articulación de Jones, se sitúa en 1935, cuatro años después del artículo de Freud sobre la sexualidad femenina. Había sido pronunciado por pedido de Federn, que era en ese momento la vicepresidente o la presidente de la sociedad vienesa; y es en Viena que fue aportado para proponer al círculo vienés lo que Jones a formulado como siendo simplemente el punto de vista de los londinenses, es decir lo que de aquí en más se halla centrado alrededor de la experiencia kleiniana.
Jones nos dice que es conveniente abordar por la experiencia, que es la única —la de los londinenes— de oponer; y él hace sus oposiciones de una manera más marcada, que la exposición gana en pureza, en claridad, en soporte a la discusión. Hace un cierto número de observaciones, y hay todo un interés en detenerse ahí, reportándose lo más posible al texto. Es necesario observar, en un principio, que la experiencia nos muestra que es difícil —cuando uno se acerca al niño— de asir esta pretendida posición masculina que sería la de la niñita en la fase fálica en relación a su madre. Cuanto más nos remontamos al origen, más nos encontramos confrontados que aquí es crítico. Me disculpo si siguiendo este texto, vamos a encontrarnos ante un cierto número de objetos que aparecen en relación a la línea que trato aquí de dibujarles, en posiciones algunas veces un poco laterales, pero que valen en ser relevadas por lo que ellas revelan.
Las suposiciones de Jones, se las digo enseguida, están esencialmente dirigidas hacia algo que articula claramente al final de su artículo: una mujer ¿es ella un ser «born», es decir, nacido como tal, como mujer? ¿o ser un ser «made», fabricado como mujer? Y es aquí que sitúa su interrogación. Es esto lo que lo subleva contra la posición freudiana.
Hay dos términos que van a ser de alguna manera el punto hacia el cual avanza su camino, algo que es la salida de una suerte de resumen de hechos que, en la experiencia concreta junto al niño, permite, ya sea objetar o sea algunas veces también confirmar, pero en todos los casos corregir la concepción freudiana.
No obstante todo lo que anima su demostración, es lo que al final plantea como cuestión, una especie de sí o no, que para él es absolutamente redhibitorio, incluso, de una elección posible. No puede tener en su perspectiva una posición tal que la mitad de la humanidad esté compuesta por seres que en alguna forma sería «made», es decir, fabricados en el desfiladero edipiano.
Parece no observar que el desfiladero edipiano al fin de cuentas, no fabrica menos, si se trata de esto, los hombres. Sin embargo el hecho, justamente que las mujeres entren aquí con un bagaje que, en suma, no es el suyo, le parece constituir una diferencia suficiente con el niño (varón), para que él reivindique algo que en su sustancia va a consistir en decir: es verdad que observamos en la mujer, en la niñita en un cierto momento de su evolución, algo que representa esta puesta en primer plano, esta exigencia, este deseo que se manifiesta bajo la forma ambigüa del penis-neid, y que para nosotros es tan problemática.
¿Pero por qué?, es en esto en lo que va a consistir todo lo que él nos va a decir.
Es una formación de defensa, es un rodeo, es algo —explica él— comparable a una fobia, y la salida de la fase fálica es esencialmente algo que se debe concebir como la curación de una fobia que sería, en suma, una fobia muy difundida, una fobia normal, pero esencialmente del mismo orden y del mismo mecanismo.
He aquí algo, ustedes lo ven ya que en suma, tomo el partido de saltar al corazón de su demostración, he aquí algo que para nosotros es extraordinariamente propicio para nuestra reflexión, por ellos ustedes todavía recuerden quizás la manera en que traté de articularles la función de la fobia.
Si, efectivamente es así que la relación de la niñita al falo debe ser concebida, seguramente nos aproximamos bien a la concepción que trato de darles, a saber, que a título de un elemento significante privilegiado, que interviene la relación en el Edipo de la niñita al falo.
¿Es decir que vamos a reunirnos aquí a la posición de Jones? Ciertamente no. Si ustedes se acuerdan de la diferencia que he hecho entre fobia y fetiche, diríamos más bien que aquí el falo juego el rol de fetiche, más que él rol de fobia. Sobre esto volveremos ulteriormente.
Retomemos la entrada de Jones en su crítica, su articulación, y digamos de dónde el parte, de donde esta fobia se va a constituir. Esta fobia, para él, es una construcción de defensa contra algo, contra un peligro engendrado por las pulsiones primitivas del niño, del niño que él sigue aquí a nivel de la niñita, pero que se halla en este nivel en la misma posición y que tiene la misma suerte que el niñito. Pero se trata aquí de la niñita, y remarca él que originalmente la relación del infante ( y es aquí que me detuve recién para decirles que reencontraríamos cosas completamente singulares) a la madre, es una posición masculina primitiva. El dice: ella está lejos de ser como un hombre es con respecto a una mujer, «como un hombre considera a una mujer», es decir, como una criatura de quien aceptar o recibir sus deseos, como un ser al que acceder a sus deseos, colmarlos, es un placer.
Es necesario reconocer que llevar a este nivel una posición tan elaborada de las relaciones del hombre y de la mujer, es por lo menos paradojal. Es bien cierto que cuando Freud habla de la posición masculina de la niñita, él no se fía de ningún modo de este efecto más acabado, suponiendo que esté verdaderamente aquejado, de la civilización donde el hombre está allí para colmar todos los deseos de la mujer. Pero bajo la pluma de alguien que sobresale en este dominio con pretensiones tan naturalistas desde el inicio, no podemos de relevar esto como, diría, una de las dificultades del terreno, por lo que llega a tropezar en este punto en su demostración, todo al comienzo de su demostración, a saber, para oponer a esto bien pronto la posición del infante, y no sin duda a justo título, no como un hombre, sino que se trata de la madre tal como la considera el infante.
Han reconocido aquí el pote de leche de la madre, como el niño tal como lo describe Melannie Klein, a saber —traduzco Jones—; como «una persona que ha sido el logro». Este succesfull tiene toda su consecuencia porque implica en el sujeto materno ese algo, y Jones no se da cuenta de esto más que calcando las cosas sobre el texto de lo que encuentra en el infante, bien se trata de un ser deseante. Es la madre —ya que ha sido lo bastante afortunada para tener éxito en llenarse ella misma, justo con las cosas que el infante desea tan tremendamente, a saber, por este material regocijante de dos especies de cosas sólidas y líquidas.
No se puede desconocer que nada más que de representarnos que en una experiencia primitiva del infante, a saber, aquella a la cual se accede sin duda parcialmente, pero acercándose lo más próximo posible a este lugar, analizando a los infantes de tres y cuatro años, lo que hizo Melanie Klein, cuando descubrimos ya un rapport al objeto que está estructurado bajo esta forma que he llamado el imperio del cuerpo materno, que algo que ustedes hallan a propósito de lo que Melanie Klein llama en sus «Contribuciones» el Edipo ultra precoz del niño, con los contornos que nos brinda, este algo que yo he llamada a la vez el campo del imperio materno, con lo que comporta al interior de esto que he llamado por referencia a la historia china, los reinos combatientes, a saber, que ella nos muestra que el infante es capaz de dibujar en el interior que ella señala como significantes, los hermanos, las hermanas, los excrementos, todo lo que cohabita en este cuerpo materno con, además, todo lo que hay en el cuerpo materno
Esto nos permite distinguir lo que efectivamente la dialéctica del tratamiento permite articular como siendo el falo paterno, a saber, ese algo que de aquí en más sería introducido aquí como un elemento a la vez particularmente nocivo, y particularmente rival en relación a las exigencias de posesión de este infante en relación al contenido de este cuerpo. Parece igualmente muy difícil ver aquí otra cosa que datos que acusan, que profundizan para nosotros el carácter problemático de estas relaciones llamadas naturales, en cuanto no las vemos de aquí en más estructuradas, lo que llamé la última vez por toda una batería significante que lleva un rapport con ella, que está articulada de tal manera que ninguna relación biológica natural puede verdaderamente motivarlas. Del mismo modo el hecho que Melanie Klein introduce en la dialéctica del infante, a saber, de aquello que hace la entrada en escena del falo a nivel de esta experiencia primitiva, esta referencia que está verdaderamente dada por ella como de alguna manera leída en lo que el infante ofrece, pero que no es menos pasmante, la introducción del pene como siendo un seno más accesible, más cómodo y en alguna forma más perfecto, he aquí algo para admitir como un dato de la experiencia.
Por supuesto, si esto es dado, es válido. Pero no es menos cierto que, de ningún modo, algo, si se puede decir, que vaya de sí; que es algo que precisamente en sí nos permite plantear la cuestión de ¿qué es lo que puede tornar este pene, como algo que sea efectivamente más accesible, más cómodo, más gozante que el seno primordial? Es la cuestión de lo que significa este pene, a saber, de la implicación de aquí en más ¿por intermedio de qué? Es esto, bien entendido, lo que será cuestionado, a saber, la introducción del infante en una dialéctica significante.
También, por otro lado, toda la continuación de la demostración de Jones no hará más que plantear de una manera todavía más acuciante, esta cuestión, ya que nos explica que si la niñita después de haber tenido posiblemente, —él no lo resuelve, pero está exigido por los elementos mismos de su punto de partida, él lo resuelve igualmente aquí, para esto simplemente: decirnos que el falo no puede intervenir más que como medio y coartada de una especie de defensa. Supone, pues, que en el origen es por una relación a una cierta aprehensión primitiva de su órgano propio, de su órgano femenino, que la niñita se halla libidinalmente interesada. Pero él va a tratar de explicarnos porqué es necesario que esta aprehensión de su vagina, ella la rechace. Nos dice, que es con miras a evocar la relación del infante femenino con su propio sexo, una ansiedad más grande —que la que evoca en el niño (varón) la relación con su sexo—, porque el órgano es más interior, más difuso, más profundamente la fuente propia de sus primeros movimientos. El clítoris no jugará, entonces, articula él, —estoy seguro que lo articula para mostrarlas las necesidades implicadas de lo que él articula de una manera particularmente ingenua, a saber, que el clítoris, ya que es exterior, sirve para lo que se proyecta sobre él, las angustias; no es por otro lado más fácilmente objeto de reaseguramiento por parte del sujeto, a saber, que él podrá comprobar esto, por ejemplo, por sus propias manipulaciones, incluso en rigor de la vista, el hecho de que esta siempre ahí.
Es esto lo que quiere decir Jones. Y manifestará que a continuación será siempre hacia objetos más exteriores, a saber, hacia su apariencia, hacia su vestimenta que la mujer por la continuación de su evolución, llevará lo que él denomina la necesidad de reaseguramiento, ese algo desplazado, dicho de otro modo en la angustia que permite templarla haciendo llevar su objeto sobre algo que no es el punto especialmente en el que se está para esto incluso desconocido de su origen.
Ustedes lo ven bien, es de lo que se trata. Es que hallamos aquí una vez más la necesidad implicada que está bien a título, dice Jones, de algo exteriorable, representable, que viene a primer plano, el falo a título de elemento, de término límite, de punto dónde se detiene la ansiedad, y bien entendida he ahí su dialéctica. Vamos a ver si esta es suficiente. Es por esta dialéctica que admite que la fase fálica debe ser presentada como una posición fálica, como algo que permite al infante de alguna forma alejar, centrándose sobre algo accesible los temores y las angustias de retorsión que sus propios deseos orales o sádicos habrán dirigido al interior del cuerpo de la madre, y que enseguida le parecerán como un peligro capaz de amenazarla en el interior de su propio cuerpo.
Tal es la génesis que da Jones de lo que llama la posición fálica en tanto que fobia. Es en tanto que órgano fantasmado, pero accesible, exteriorizado, que el falo entra en juego, que a continuación, por otro lado, igualmente es capaz de redesaparecer de la escena, porque los temores ligados a la hostilidad podrán ser moderados, y trasladados igualmente a otro lado, sobre otros objetos, la madre por ejemplo, o la erogeneidad y la ansiedad en tanto que están ligadas a los órganos profundos, de igual modo podrán por el proceso mismo de un cierto número de ejercicios masturbatorios, desplazarse, y que al fin de cuentas, dice, la relación devendrá menos parcial al objeto femenino, que podrá desplazarse sobre otros objetos, que seguidamente la angustia, (en suma innombrable, la angustia original, ligada al órgano femenino, lo que es en el infante al fin de cuentas, en el infante niña el correspondiente de las angustias de castración en el varón), podrá variar por este temor de ser abandonada, que al decir de Jones, devendrá más carácterístico de la psicología femenina.
Es esto antes lo que nos encontramos. Para resolverlo, vean la posición de Freud, posición de observador, y que se presenta como observación natural. El vínculo a la fase fálica es de naturaleza pulsional. La entrada a la feminidad se produce a partir de una libido que de naturaleza —así diríamos para poner las cosas en su exacto punto, y no en la crítica un poco caricaturesca que hace Jones— es activa, y que desembocará en la posición femenina en la medida en que esta posición frustra llegará por una serie de transformaciones y de equivalencias a hacer del sujeto una demanda, y acepta de muchos otros, que es el personaje parental, algo que vendrá a colmar su deseo.
Al fin de cuentas, el presupuesto, por otro lado plenamente articulado por Freud, es que la exigencia infantil primordial es, como él dice, sin objetivo. Lo que exige es todo, y es por el desencanto, si así se puede decir, de esta exigencia, por otro lado imposible de satisfacer, que el infante entra poco a poco en una posición más normativa. Hay aquí algo, de seguro, que por problemático que sea, comporta cierta apertura que va a permitirnos articular el problema en términos de deseo y de demanda, que son aquellos sobre los cuales trato aquí de poner el acento.
A esto Jones responde: he aquí una historia natural, una observación de naturalista que no es tan natural, y yo la volveré más natural. Lo dice formalmente. La historia de la fobia fálica no es más que un rodeo en el pasaje de una posición; de aquí en más, primordialmente determinada. La mujer es «born», ella es nacida, ella es nacida como tal, en una posición que de aquí en más es aquella posición de boca, de una boca absorbente, de una boca chupadora. Ella va a reencontrar después de la reducción de su fobia, lo que no es más que un simple rodeo en relación a su posición primitiva. Lo que ustedes llaman pulsión fálica es pura y simplemente artificialismo de una fobia contradescrita evocada en el infante por su hostilidad y su agresión al lugar de la madre. No hay aquí —en un ciclo esencialmente instintual— más que un puro rodeo, y la mujer cambiará entonces con pleno derecho, a una posición que es una posición vaginal. Para responder a esto, trato de articularles que el falo es absolutamente inconcebible en la dinámica, la mecánica kleiniana, más que implicado, de aquí en más, como siendo el significante de la falta, el significante de esta distancia de la demanda del sujeto a su deseo, que hace que para este deseo sea encontrado, deba ser hecho siempre una cierta deducción de esta entrada necesaria en el ciclo significante, que si la mujer debe pasar por este significante, por paradojal que sea, es por tanto que esto de lo que se trata para ella no es pura y simplemente hembra, sino de entrar en una dialéctica que está descartada en el hombre por el hecho de la existencia de significante por todas las prohibiciones que constituyen la relación de Edipo; dicho de otro modo, hacerla entrar en el ciclo de los intercambios de la alianza y del parentesco, es decir, de devenir ella misma este objeto de intercambio.
El hecho (de que esto que nos es mostrado, efectivamente, ya que todo análisis correcto de lo que estructura en la base esta relación edípica, es que la mujer debe proponerse, o más exactamente aceptarse ella misma como un elemento de este ciclo de intercambios) es algo que tiene en sí, en efecto, algo infinitamente más enorme desde el punto de vista natural que todo lo que pudimos señalar hasta hoy de anomalías en su evolución instintiva, y que a justo título justifica bien, en efecto, que debíamos encontrar a nivel imaginario, a nivel del deseo, una suerte de representante en el hecho de las vías indirectas por donde ella misma debe volver.
Lo que puntúa en ella este hecho de deber como el hombre, por otro lado, inscribirse en el mundo del significante, es esta necesidad hacia un deseo, hacia algo que en tanto que significado, deberá quedar siempre a una cierta distancia, a un cierto margen de lo que sea que pueda trasladarse a una necesidad natural, por tanto que precisamente por ser introducido en esta dialéctica, algo de esta relación natural debe ser amputado, debe ser sacrificado, ¿con qué fin? Precisamente para que esto devenga el elemento significante mismo de esta introducción en la demanda.
Pero algo es a la vez bastante, yo no diría, sorprendente, pero va a mostrarnos la vuelta de esta necesidad observada, de la que vengo de hablarles con toda la brutalidad que este señalamiento sociológico fundado sobre todo lo que sabemos, más recientemente articulado sobre la necesitado por una parte, una mitad, efectivamente, de la humanidad de devenir el significante del intercambio. Es así que Lévy Strauss articula en «Las estructuras elementales» aquello por lo que las mujeres, por las leyes diversamente estructurados en las estructuras elementales de seguro mucho más simplemente estructuradas, pero que acarrean efectos más bien complejos en las estructuras complejas del parentesco.
Lo que observamos en la dialéctica de la entrada del infante en este sistema del significante, es de alguna manera al revés de este pasaje de la mujer como tal, como objeto significante, en lo que podemos llamar entre comillas «la dialéctica social», ya que bien entendido el término social debe estar puesto aquí con todo el acento que lo muestra dependiente, justamente de la estructura significante y combinatoria. Lo que vemos al revés es el resultado que para que el infante entre en esta dialéctica significante, ¿qué observamos?. Muy precisamente esto: que no hay ningún otro deseo del que él dependa más estrechamente y más directamente, que del deseo ¿de qué?. De la mujer, del deseo de la mujer en tanto que esta precisamente significado por aquello que a él le falta, y por el falo.
Lo que les he mostrado, es que todo lo que reencontramos como tropiezo, como accidente en la evolución del infante, y esto hasta lo más radical de sus tropiezos y de sus accidentes, está ligado a que el infante no se encuentra sólo frente a la madre, sino frente a la madre y a algo que es justamente el significante de este deseo, a saber el falo. Nos encontramos ante lo que será el objeto de mi lección la próxima vez. Es esto: de dos cosas la una: o el infante entra en la dialéctica, es decir, que se hace a sí mismo objeto en esta corriente de intercambios, es decir, en un momento dado renuncia a su padre y a su madre, a los objetos primitivos de su deseo, pero que es en la medida en que preserva estos objetos, es decir, en que sostiene este algo que es para él mucho más que su valor, ya que el valor justamente es aquello que puede intercambiarse y aquello que existe, a partir del momento en que los reduce a puros significantes, pero es en la medida en que él está ligado a estos objetos en tanto que objetos de su deseo, es aquí siempre en tanto que el apego edípico está conservado, es decir, donde el complejo de Edipo, donde la relación infantil con los objetos parentales no se pasa, es en la medida en que no se pasa y estrictamente en esta medida que vemos ¿pasar qué?
Bajo una forma muy general, decimos, estas inversiones o estas perversiones del deseo que muestran que en el interior de la relación imaginaria con los objetos edípicos, no hay normativación posible, no hay normativación posible, precisamente en esto: que existe siempre entero —con respecto a la relación más primitiva, a la relación del infante con la madre— este falo en tanto que objeto de deseo de la madre, es decir, lo que pone al infante con esta suerte de barrera infranqueable de la satisfacción de su propio deseo que es el de ser él el deseo exclusivo de la madre.
Es esto lo que lo empuja a una serie de soluciones que serán siempre de reducción o identificación de esta tríada, del hecho de que es necesario que la madre sea fálica, o que el falo esté puesto en el lugar de la madre misma; es el fetichismo, o que él mismo reúna en él de alguna forma, de una manera íntima, esta reunión del falo y de la madre, sin la cual nada para él puede ser satisfecho: es el travestismo.
Brevemente, es precisamente en la medida en que el infante, es decir, el ser en tanto que entra con necesidades naturales en esta dialéctica, no renuncia a su objeto, que su deseo no encuentra satisfacción, y no encuentra satisfacción más que renunciando en parte, que es esencialmente lo que he articulado al principio, diciéndoles que debe devenir demanda, es decir, deseo en tanto que significante, significado por la intervención y la existencia del significante, es decir, en parte deseo alienado.