Seminario 17: Clase 1, Producción de los cuatro discursos, 26 de Noviembre de 1969

No puedo contenerme una vez más, de interrogar a esta asistencia que Uds. me brindan en todos los sentidos del término, y especialmente hoy, siguiéndome algunos de ustedes, en el tercero de mis desplazamientos.

Lo menos que puedo hacer antes de retomar esta interrogación es precisar cómo estoy aquí, para agradecer a quién corresponda: es a título de un préstamo que la Facultad de Derecho tuvo a bien hacer a varios de mis colegas de «Hautes Etudes», a los cuales quise adscribirme. Que la Facultad de Derecho y particularmente sus más altas autoridades, especialmente el Sr. Decano, reciban mi agradecimiento, y pienso que esto, con vuestro consentimiento.

Como quizás el cartel les haya informado, hablaré aquí solamente el segundo y tercer miércoles de cada mes, no porque el lugar no me sea ofrecido todos los miércoles, sino que me libero así los otros miércoles, a los fines sin duda, de otras ocupaciones. Y especialmente, creo poder anunciar aquí, que el primero de esos miércoles del mes, al menos por un lado es decir uno de, cada dos meses, y entonces- ya que comenzaría el mes que viene- el primer miércoles de Diciembre, Febrero, Abril y Junio, iré a la Facultad de Vincennes a llevar, no mi seminario como fue erróneamente anunciado, si no lo que en contraste- y para subrayar que se trata de otra cosa- me tomé el cuida do de titular cuatro «Impromptus», a los cuales he dado un título humorístico del cual tomarán conocimiento en los lugares, donde ya están anunciados.

Ya que como Uds. ven, me agrada dejar en suspenso tal o cual indicación, aproveche para liberar aquí un escrúpulo que me ha quedado de cierta acogida, por que era en suma una reflexión poco amable, no porque lo quise así sino porque resultó así de hecho.

Un día una persona, que quizás esté aquí, y que sin duda no se señalara, me abordó en la calle en el momento en que yo subía a un taxi; ella detuvo por eso su pequeña motocicleta para decirme: —«¿Es Ud. el Dr. Lacan?. Sí, —le dije— ¿por qué? «, —¿Retoma Ud. su seminario?». —¡Seguro!, — ¿Y dónde?». —Y ahí — yo tenía motivos sin duda para eso, si es que ella quiere creerme, contesté —¡Ya lo verá!;al cabo de lo cual ella partió en su pequeña motocicleta, que arranca con tal rapidez, que me quedé a la vez pasmado y cargado de remordimiento. Es por este remordimiento que yo he querido hoy presentarle mis excusas si ella está aquí, para que me perdone.

En verdad, seguramente es una ocasión para remarcar que, sí uno se da cuenta del exceso de algo así; es porque el exceso de algún otro hace que uno se muestre aparentemente excedido; es siempre porque este exceso suyo, es por esto que yo, que me encontraba ya en un estado que significaba un exceso de preocupaciones, sin duda, me manifesté así, de manera muy intempestiva.

Y bien, entremos en lo que va, a ser lo que nosotros a bordemos este año: Creí deber titular a este seminario, «El envés del Psicoanálisis», y no crean que éste título se deba, en lo más mínimo, a la actualidad que creería estar revirtiendo un cierto numero de lugares y de fórmulas.

Yo daría como prueba sólo esto: que en un texto que data de 1966, y sobre todo en una de esas introducciónes que hice en el momento de la recopilación de mis Escritos, una de esas introducciónes que escande esta recopilación y que se denomina «De nuestros antecedentes», -se encuentra, si mal no recuerdo y si lo anote bien, en la pág. 68-, hago muy precisamente alusión, o más exactamente, carácterizo lo que fue del «discurso», como me expreso, de un «retormar -digo- el proyecto freudiano a la inversa». Fue escrito, por lo tanto, mucho antes de los acontecimientos.

¿Qué quiere decir? Me sucedió el año pasado, en todo caso con mucha insistencia, distinguir lo actual del discurso, como una estructura necesaria, de algo que va mucho más allá de la palabra, siempre más o menos ocasional. Incluso prefiero, como lo hice notar un día, un discurso sin palabras. Es que en verdad sin palabras esto puede perfectamente subsistir. Subsiste en algunas relaciones fundamentales, las cuales literalmente, no podrían subsistir sin el lenguaje, sin la instauración, por medio del instrumento del lenguaje. de un cierto número de relaciones estables en cuyo interior puede, ciertamente, inscribirse algo que va mucho más allá, que es mucho más amplio de lo que hay en las enunciaciones efectivas. No existe ninguna necesidad de estos enunciados para que nuestra conducta, para que eventualmente nuestros actos, se inscriban en el cuadro de ciertos enunciados primordiales. ¿Si así no fuese, que sería de lo que reencontramos en la experiencia, y especialmente en la analítica, evocándose ésta en esta coyuntura sólo por haberla precisamente designado?, ¿qué sería de lo que se reencuentra bajo el aspecto del superyó ?

Hay estructuras, -no podríamos designarlas de otro modo- para carácterizar lo que es posible extraer de este «en forma de», sobre el cual el año pasado me permití poner el acento en un empleo en particular, el que pasa por la relación fundamental, aquella que yo defino como de un significante a otro significante.

He aquí la relación fundamental, esa que designo como aquella de donde resulta la emergencia de esto que llamamos el sujeto. Esto, por el significante que, en la ocasión funciona como el representante, de este sujeto, junto a otro significante. ¿Qué ocurre esto? Como situar esta forma fundamental, esta forma que si Uds. quieren, sin esperar más, vamos a escribir este año, no ya como lo decía el año pasado, como la exterioridad del significante S1, ese del cual parte nuestra definición del discurso, tal como nosotros vamos a acentuarla en este primer paso. Pongo entonces el significante S1, para manifestar lo que resulta de su relación con este círculo, del cual pongo aquí solamente la huella.

Significante

Había marcado aquí la sigla de la A mayúscula (A), el campo del Otro, pero simplifiquemos. Consideremos designada por la sigla S2 la batería de los significantes, de los que ya están allá. Porque, en el punto de origen donde nos colocamos para fijar lo que es actualmente el discurso, el discurso concebido como estatuto del anunciado, S1 es el que hay que ver como interviniendo sobre lo que hay actualmente en una batería de significantes que no tenemos ningún derecho de considerar dispersa, o no formando ya la trama de lo que se llama un «saber». Lo que se plantea en primer lugar en este momento donde la S1 viene a representar algo por su intervención en el campo definido, en el punto donde estamos, como el campo ya estructurado de un saber, es su supuesto «hypokéimenon», es el sujeto, en tanto representa este rasgo especifico para distinguir lo que es del individuo viviente, y que con certeza es el lugar, el punto de marca, pero que, por supuesto, no es del orden de lo que el sujeto hace entrar por el estatuto del saber.

Sin duda es alrededor de la palabra «saber», el punto de ambigüedad sobre el cual hoy tenemos que acentuar bien lo que desde ya, por varios caminos, por varios senderos, por varios destellos de luz, fogonazos de flash, -pienso-, he vuelto sensible para vuestras orejas. Me sucedió el año pasado -lo hago notar para los que tomaron nota, para aquellos quizás a quienes esto les repiquetea todavía en la cabeza-, llamar a este «saber», «el goce del Otro».

Significantes

Es un gran problema, una formulación que -a decir verdad- no ha sido proferida todavía. No es nueva, puesto que pude ya el año pasado, darle delante de Uds. suficiente verosimilitud, puesto que pude lograr el propósito sin elevar, sin levantar especiales protestas. Es este uno de los puntos de encuentro que anunciaba para este año.

Completemos en primer lugar, lo que fue primero de dos pies, luego de tres. Démosle el cuarto. Ese en el que, -pienso-, he insistido desde hace bastante tiempo, y especialmente el año pasado, ya que el año pasado el seminario estaba hecho para eso: «De un Otro al otro», lo titulaba.

Significantes1

Este otro, el chico con su gran «L» y su «L» de notoriedad, esté otro el que designamos, a este nivel que es el álgebra, que es de estructura significante, como el objeto «a minúscula». A este nivel de estructura significante, debemos conocer solamente la forma qué opera. A este nivel de estructura significante tenemos la libertad de ver lo que hace, si inscribimos cosas para dar a este sistema un cuarto de vuelta del cual hablo desde hace tiempo, en muchas otras ocasiones, especialmente desde la aparición de lo que escribí bajo el título de «Kant con Sade», para que se pueda pensar que quizás un día se verá que no se limita solamente al esquema llamado «Z», sino qué hay en este cuarto de vuelta otras razones que este puro accidente de representación imaginaria.

He aquí un ejemplo: tomando bien las cosas, si aparece fundado que la cadena, la sucesión de lo que hay ahora en las letras de este álgebra, no puede ser trastocado, si nos libramos a esta operación que he llamado de «cuarto de vuelta», obtendremos como máximo cuatro estructuras, de las cuales la que está escrita a la izquierda nos muestra de alguna manera, el punto de partida. Es muy fácil producir rápidamente sobre el papel las dos que restan:

Significantes2

Esto es solamente para especificar lo que sucede con un aparato que no tiene absolutamente nada de impuesto, como se diría, de ciertas perspectivas, de abstracciónes sin ninguna realidad. Muy por el contrario está desde ya inscripto en lo que funciona como esta realidad (de la cual yo hablaba hace un momento) del discurso que ya está en el mundo y que lo sostiene; al menos el que nosotros conocemos, está acá, no solamente inscripto, formando parte de sus arcas, sino como esta cadena simbólica -por supuesto poco importa la forma de las letras donde la inscribimos, por poco distinguibles que sean- como algo qué allí manifiesta una relación constante. Tal es esta forma, en tanto dice que es en el punto, en el instante mismo donde la S1 -es la continuación de lo que desarrollará aquí nuestro discurso, lo que nos dirá que sentido conviene darle en ese momento-, interviene en el campo ya constituido de los otros significantes, en tanto entre ellos ya se articulan como tales, que al intervenir en otro, de este sistema surge en éste momento, -cuyo estatuto debe ser tomado este año con su acento fuerte-, lo que hemos llamado: el sujeto como dividido.

Pero hemos acentuado siempre que de este trayecto sale algo definido como una pérdida, y que es eso que designa la letra que se lee como siendo el objeto a. Por supuesto, no dejamos sin designar el punto de donde extraemos esta función del objeto perdido: del discurso de Freud sobre el sentido específico de la repetición en el ser hablante. Porque no se trata en la repetición de ninguna manera, de un efecto de memoria en el sentido biológico. La repetición tiene cierta relación con lo que, de este sujeto y de este saber, es el limite que se llama «goce». Es por eso que se trata de una articulación lógica en esta formula: «el saber es el goce del Otro». Del Otro bien entendido, -porque no hay ningún Otro-, en tanto lo hace surgir como campo, la intervención del «significante».

Sin duda me dirán que allí en suma seguimos dando vueltas «el significante», el Otro, el saber… el significante, el Otro, el saber… «. Es acá justamente donde el termino goce permite mostrar el punto de inserción del aparato y, sin duda, saliendo de lo que es auténticamente reconocible como saber, referirnos a los límites, al fuera-de-campo, éste que la palabra de Freud osa afrontar cuando de todo lo que articula resulta, ¿qué?. No el saber, sino la confusión. Porque sobre la confusión misma debemos reflexionar y ya que se trata de los límites, nos ha llevado a salir del sistema, en virtud de ¿qué?. De una sed de sentido; ¡como si el sistema lo necesitara! El sistema no tiene ninguna necesidad! Y nosotros, seres de debilidad, tal como nos reencontraremos en este año, en todos los recodos, tenemos necesidad de sentido.

Y bien, he aquí uno. Quizás no sea el verdadero, pero lo que hay de cierto es que vamos a ver también que hay muchos «quizás no sea el verdadero», cuya insistencia nos sugiera propiamente la dimisión (lapsus), la dimensión de la verdad. Y bien, remarquemos la misma ambigüedad que tomó en la estupidez psicoanalítica la palabra Trieb, por cuanto en lugar de dedicarse a captar como se articula esta categoría, -sin duda no sin ascendientes, quiero decir sin empleo ya, y que se remonta lejos hasta Kant, de la palabra Trieb, para qué sirve eso en el discurso analítico, bien merecería que uno no se precipitara. para traducirlo demasiado rápidamente por la palabra Instink.

Pero de todas formas no sin motivo se producen estos deslizamientos. Y después de todo; aunque desde hace tiempo insistimos sobre el carácter aberrante de esta traducción, tenemos derecho, sin embargo, a sacarle provecho, no ciertamente para consagrar sobre todo a este propósito la noción de instinto, sino para recordar lo que, del discurso de Freud la hace habitable y simplemente, para procurar hacerla «habitar» de otra manera.

Popularmente, la idea del instinto es precisamente la idea de un saber. de un saber tal cual uno no está capacitado para decir lo que quiere decir, pero que es reputado -no sin justicia- de tener por resultado que la vida subsiste. Si damos un sentido a lo que Freud enuncia acerca del principio de placer como esencial para el funcionamiento de la vida, como siendo donde se mantiene la tensión más baja ¿no es decir que la continuación de su discurso demuestra como le es Impuesto, Impuesto por el desarrollo ¿de qué?. De una experiencia, de la experiencia analítica en tanto es estructura de discurso. Porque no olvidemos que no es considerando el comportamiento de la gente que se inventa «la pulsión de muerte». La pulsión de muerte la tenemos aquí, allí donde sucede algo … entre ustedes y lo que yo digo. Yo digo lo que digo, no hablo de lo que soy. ¿Para qué?, ya que en suma eso se ve, gracias a su asistencia!  No es que ella hable a mi favor. Habla a veces y más a menudo, en mi lugar. Pero lo que justifica, de cualquier manera, que aquí yo digo algo, es lo que yo llamaría la esencia de esta manifestación, el hecho de que hayan sido sucesivas las diversas asistencias que he traído desde donde yo hablara. Deseaba mucho empalmar en algún lado, porque hoy me parece el día, hoy en que estoy en un lugar mejor, para remarcar que este lugar siempre tuvo su peso para darle el estilo a lo que he llamado esta manifestación.

Manifestación quiere decir algo de lo cual, tampoco quiero dejar pasar la ocasión de decir que tiene relación con el sentido corriente del término «interpretación». Lo que he dicho por, para, y en vuestra presencia, es lo que en cada uno de estos tiempos he definido como lugares geográficos, siempre ya interpretados. Volveré sobre ello, porque tendrá que ser ubicado en los pequeños cuadripolos giratorios que hoy comienzo a utilizar. Pero para no dejarlos completamente en el vacío, indico que si tuviera que interpretar, quiero decir abrochar como interpretación, esto que va en el sentido contrario a la interpretación analítica, esto que hace realmente sentir como la interpretación analítica está ella misma revertida con respecto al sentido común del término interpretación, abrochar entonces la interpretación de lo que yo decía en Sainte Anne por ejemplo, diré que la cuerda más sensible, la que vibraba verdaderamente, era la jarana. El personaje más ejemplar de esta audiencia, que era médica, sin duda -pero en fin, había también algunos asistentes que no lo eran- era quien hilvanaba, si lo puedo decir, mi discurso con una especie de chorro contínuo de bromas. Es eso lo que tomaría como, lo más carácterizado de lo que fue durante diez años la esencia de mi manifestación. Las cosas empezaron a ponerse agrias solamente en el momento -y es una prueba más- en que consagré un trimestre al análisis del chiste. No puedo seguir mucho tiempo con esto, es un gran paréntesis, pero es realmente necesario que agregue a esto las carácterísticas de la interpretación, del lugar donde habíamos dejado la última vez, es totalmente magnífico retomarlo; gira alrededor del «siendo» -siempre es necesario para aprovechar los equívocos literales- sobre todo, lo que es muy importante, son las tres primeras letras de la palabra «enseñar»: E.N.S.

Es en ese momento que se dieron cuenta que lo que decía era una enseñanza. Antes de toda evidencia, no era una enseñanza, no estaba ni siquiera admitido. Los profesores y muy especialmente los médicos, estaban muy inquietos. El hecho de que no fuese para nada medico, dejaba fuertes dudas sobre que fuese digno de ser titulado enseñanza. El día que vimos unos muchachitos -Uds. saben, eso de los «Cahíers pour l’Analyse»- formados en un rincón, como yo lo había dicho mucho tiempo antes, justamente en el tiempo de las bromas, en un rincón donde por efecto de formación, no se sabe nada, pero se lo enseña admirablemente, el que hayan interpretado de esta forma lo que yo decía, tiene realmente un sentido: es otra interpretación.

La Interpretación analítica, -porque naturalmente no se sabe lo que va a ocurrir aquí- no se lo que vendrá, eso llevaré a los estudiantes dé derecho… y en verdad sería capital para la interpretación, y probablemente el tiempo más importante de los tres, ya que de lo que le se trata este año, es de tomar el envés del Psicoanálisis. Es quizás darle su estatuto en el sentido del término que se llama jurídico, y en todo caso, eso seguramente siempre tuvo que ver y en el último punto, con la estructura del discurso. Si el derecho no es eso, sí no es allí donde se palpa como estructura el discurso al mundo real, ¿donde será?. Es por eso que pienso que no estoy peor aquí que en otra parte y que no es simplemente por razones de comodidad que acepte el ofrecimiento, y es también por Uds., en al periplo de menores molestias, por lo menos para los que estaban acostumbrados a ello.

Hay una cosa, no estoy muy seguro que para el estacionamiento les sea muy cómodo, pero en fin! les queda siempre la Rue d’Ulm!…

Retomemos

Habíamos llegado a nuestro instinto y a nuestro saber como situados en la escena de lo que Bichat define de la vida: «La vida -dice, y es la definición más profunda, y no es para nada sentenciosamente ridícula, si la ven de cerca- la vida es el conjunto de las fuerzas que resisten a la muerte». Sí leen lo que dice Freud de lo que es la resistencia de la vida en la pendiente hacía el Nirvana, como se designa de otro modo esta pulsión de muerte, en el momento en que la introduce, sin duda esta pendiente de retorno a lo inanimado se presenta en el seno de la experiencia analítica, como una experiencia de discurso. Freud va hasta allí. Pero lo que hace que subsista esta burbuja dice, como realmente la Imagen se Impone a la escucha de esas páginas, es que la vida solamente regresa ahí siempre por los mismos caminos que alguna vez ha trazado muy bien: ¿Qué es sino el verdadero sentido dado a lo que encontramos en la noción de Instinto, de inplicación de un saber? Este sendero, este camino, lo conocemos, es el saber «ancestral». Y ese saber ¿qué es?. Si no olvidamos el punto donde Freud, más allá del principio de placer, del principio de realidad, introduce lo que él mismo llama «Más allá del principio del placer», que no esta por ello controvertido; la prueba es que precisamente que el «saber» es lo que hace que la vida se detenga en un cierto límite hacia el goce. Ya que el camino hacia la muerte -es de eso que se trata el discurso sobre el masoquismo-, el camino hacia la muerte no es otra cosa que lo que se llama el goce. Es en esta relación primitiva del saber con el goce, donde viene a insertarse lo que surge en el momento en que el aparato aparece lo que es del orden del significante y es concebible, desde ya, que este surgimiento del «significante» nos hable ligando la función.

Por que necesitamos siempre explicar todo. Y el origen del lenguaje, ¿por qué no? Cada uno sabe que para estructurar correctamente un «saber» es necesario renunciar a la cuestión de los orígenes y que lo que hacemos aquí, ya se los he dicho, es, en vista de lo que debemos desarrollar este año, es decir, una estructura, es decir que lo que hacemos articulando esto es superfluo, en cierto sentido, ya vana búsqueda de sentido. Tengamos en cuenta que somos en la juntura de un goce -y no de cualquiera, sin duda debe quedar opaco- un goce, privilegiado entre todos, no el goce «sexual», ya que este goce designa un estar en la juntura, como decía hace un instante, es la pérdida del goce sexual: es la «castración». Pero es en relación a la juntura con el goce sexual que surge en la fábula, la fábula freudiana de la repetición, el engendramiento de esto que es radical y que da cuerpo a un esquema articulado literalmente, y es en tanto S1, habiendo surgido en un primer tiempo, se repite junto a S2, de donde surge la entrada en relación «al sujeto»; donde algo representa una cierta pérdida es necesario haber hecho este esfuerzo hacia el sentido para entender la ambigüedad; porque no es por nada que este mismo objeto que por otra parte les había designado como aquél alrededor del cual, en resumen, se organiza en el análisis toda la dialéctica de la «frustración», este mismo objeto al que el año pasado lo llamé «el plus-de-goce».

Eso quiere decir que la perdida del objeto es también la hiancia abierta, el agujero: abierto a algo de lo cual no se sabe si es la representación de la «falta de goce».

Se sitúa en el proceso del saber en tanto acá toma totalmente otro acento de ser, desde entonces, el saber escondido del significante. «Es aún el mismo?».

La relación con el goce se acentúa con esta función todavía virtual que se llama «deseo». Así también es por eso que artículo «plus-de-goce» lo que aquí aparece, pero no como un fuera o una transgresión. Les ruego que se agote un poquito este farfulleo alrededor.

Si el análisis muestra algo, -invoco a aquellos que tienen un poco otra alma que esa de la cual Barrés dice como del cadáver que farfulla- es muy Importante esto: que no se transgrede nada. Deslizarse no es transgredir. Ver una puerta abierta no es transpasarla. Tendremos ocasión de reencontrar lo que aquí estoy introduciendo.

No hay pues aquí una transgresión, sino más bien irrupción, caída en el campo de algo que es del orden del goce, un «superávit». Bueno incluso es quizás eso lo que hay que pagar. Es por eso que el año pasado a propósito de este «plus-de-goce», les he mostrado en Marx la pequeña «a», que acá es reconocida como funcionando en el nivel del discurso analítico donde se articula -no de otro- como «plus-de-goce»; y bien, es lo que Marx descubre como lo que pasa verdaderamente al nivel de la plusvalía. Porque, por Supuesto, no es Marx quien ha inventado la plusvalía, solamente que antes que el nadie sabrá qué lugar tenía eso: el mismo lugar ambigüo que eso que recién dije, «trabajo de mas», del «plus de trabajo». Cuánto paga -dice él- sino justamente el goce, que es muy necesario que vaya hacia algún lado. Lo que hay de inquietante es que si uno lo paga uno lo tiene, y que a partir del momento en que se lo tiene no es ya muy urgente derrocharlo, y si uno lo derrocha, esto tiene múltiples consecuencias.

Dejemos por el momento las cosas en suspenso. Porque ¿qué es lo que estoy haciendo?. Empiezo por hacerles admitir simplemente, por haberlo situado, que este aparato de cuatro patas, con cuatro posiciones, puede servir para definir cuatro discursos radicales. No es azaroso que sea su forma lo que le he dado como primera; pero nada dice que no hubiera podido partir de cualquier otra, como, por ejemplo, de

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ésta que está a la izquierda. Es un hecho determinado por razones históricas que hace que esta primera forma, esa que enuncia a partir de este «significante» que representa un «sujeto» para otro «significante», tenga importancia porque es ésta la cual, en lo que vamos a enunciar este año, va a abrocharse entre todas, entre las cuatro, como siendo la articulación del discurso del maestro (Amo).

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Pienso que es inútil contarles la Importancia histórica del discurso del Maestro (Amo), ya que de todas formas, en el conjunto, Uds. están reclutados sobre este tamiz que se llama «universitario» y que, por este hecho, no ignoran que la filosofía trata únicamente de eso. Aún antes de que tratase únicamente de eso, es decir, que lo llamase por su nombre, punto sobresaliente en Hegel, muy especialmente ilustrado por él, ya era manifiesto que era en el campo al nivel del discurso del Maestro (Amo) que había aparecido algo, que de cualquier manera nos concierne, nos concierne en cuanto al discurso, cualquiera sea su ambigüedad y que se llama «la filosofía». Entonces yo no sé hasta dónde voy a poder llevar lo que debo hoy simplemente redondearles, apuntarles, ya que de cualquier manera, no es necesario retardarnos si queremos recorrer los cuatro discursos en cuestión.

¿Cómo se llaman los otros? Se los diré enseguida, aunque sólo sea para engolosinarlos. Este de la izquierda, es el discurso de la histérica . Esto no se ve enseguida, ¿eh?, pero se los explicaré. Y luego los otros dos: hay uno que es el discurso del Analista y el otro, decididamente no les diré cuál es, no se los diré porque eso -de ser dicho hoy de esa forma podría prestarse a demasiados malentendidos.

Es un discurso totalmente actual, como finalmente lo verán. Retomemos este discurso del Maestro (Amo), en tanto es necesario que yo asiente lo que sucede con la designación del aparato algebraico presente, como siendo la estructura del discurso del Maestro (Amo). Aquí digamos para ir más rápido: el significante, la función del significante (S1) sobre la cual se apoya la esencia del maestro.

Posiblemente sé acuerden de otro aspecto sobre el cual puse el acento el año pasado respectivamente: que el campo propio del esclavo es el saber. No cabe ninguna duda, leyendo los testimonios que tenemos de la Era Antigua, en todo caso del discurso que se tenía sobre esa vida -lean sobre esto la Política de Aristóteles-, que lo que adelanto acerca del esclavo, como carácterizado, por ser el que es, soporte del saber.

Lo que define la posición del esclavo, por tanto, en la Era Antigua, no es como para nuestro moderno esclavo, una clase simplemente: es una función inscripta en la familia. Cuando Aristóteles habla del esclavo, está también en la familia, y más aún en el Estado; y lo está porque es el que tiene un «savoir faire» (saber hacer). Es muy importante porque antes de saber si el saber se sabe, si se puede fundar un sujeto sobre la perspectiva de un saber totalmente transparente en sí mismo, hay que saber conjugar el registro de lo que de origen es «saber hacer» («savoir faire») .

Sin embargo, acerca de lo que sucede bajo nuestros ojos, y queda su sentido, un primer sentido -tendrán otros- a la filosofía, tenemos absoluta y felizmente una huella gracias a Platón. Y es muy esencial recordarla, para situar, para poner en su lugar, ya que después de todo, si algo tiene un sentido en lo que nos preocupa puede ser, solamente poniendo las cosas en su lugar.

Lo que la filosofía designa en toda su evolución es lo siguiente: el robo, el rapto, la sustracción al esclavo de su saber, por la operación del amo. Es suficiente tener un poco de práctica -y Dios sabe sí desde hace 16 años hago esfuerzos para que los que me escucha aprendan esta práctica- con los diálogos de Platón, para advertirlo.

¿Qué buscan -lo llamaré en esta ocasión las dos fases del «saber», este «savoir faire» (saber hacer) tan cercano del saber animal, pero que en el esclavo no está absolutamente desprovisto, por supuesto, de este aparato que lo transforma en un entretejido del lenguaje, de los más articulados, por supuesto. Porque se trata de eso: de la segunda capa, del aparato articulado, advertir que esto se puede transmitir, lo que quiere decir transmitirle del bolsillo del esclavo al del Amo, si es que en esa época se tenían bolsillos. Y todo el esfuerzo de desprendimiento, del lo que se llama la episteme -es una extraña palabra, no se si han reparado bien en ella: ubicarse en buena posición, como Vorstellung; es la misma palabra- es tratar de encontrar la posición en la cual el «saber» devenga «saber del Maestro» (Amo). La función de la episteme, en tanto «saber transmisible», está especificada como tal -remítanse a los diálogos de Platón-, y está totalmente extraída del recurso a las técnicas artesanales, es decir, Serves; de lo que se trata, es de extraer la esencia para que devenga «saber del Maestro» (Amo). Y además esto se redobla naturalmente por un pequeño Shock que vuelve, que es un lapsus, un retorno de lo reprimido. Pero, llamado tal o tal, que sea Calimaco u otro, en fin ¿qué soy acá?. En fin, repórtense al Menón, ahí donde se trata de la raíz de 2 y de su inconmensurable, hay uno que dice: «Veamos al esclavo, que venga el queridito, él sabe». El sabe, que se le plantean preguntas de amo, por supuesto, y ¿cómo contesta el esclavo a las preguntas?; naturalmente lo que las preguntas dictan ya como respuestas. Se encuentra acá, bajo esta especie de forma de dimisión, de irrisión, de modo burlesco, el personaje que está aquí dado vuelta sobre la sartén, se muestra bien que lo serio, la meta es la siguiente: es que el esclavo sabe, y que, sólo confesándolo en este bies de irrisión, se esconde: que de lo que se trata es de robar al esclavo su función al nivel del saber. Y para darle sentido a lo que he dicho recién sería necesarias -pero será nuestro próximo paso- ver como se articula la posición del esclavo -y es lo que ya he planteado el año pasado- con respecto al «goce».

Era sólo un «mito», un mito pintoresco, pero cada uno sabe lo que es Interesante, es lo que allí desmiente de lo que se dice comúnmente, a saber, que el goce es el privilegio del Maestro (Amo).

Concluyendo, es de la ley del Amo (Maestro) de lo que se trata en esta ocasión. Lo que quería decirles como introducción hoy era hasta qué punto nos interesa profundamente esta ley, de la cual merece guardarse la enunciación para el próximo paso.  Cuánto nos Interesa cuando lo que se ve, lo que se devela, lo que de un mismo golpe se reduce a un rincón del paisaje, es la función de la filosofía; por eso -sin duda, visto el espacio más corto este año de lo que en otros me ha tomado para desarrollarlo- no tiene importancia que alguien retome este tema y haga con el lo que quiera, dado que la filosofía en su función histórica es, esta tracción, que presiona el saber del esclavo para obtener su transmisión en saber del Amo.

¿Sería decir, que lo que vemos surgir como ciencia para dominarnos, es el fruto de la operación?. También allí aún -por lejos que haya que precipitarse- corroboramos por el contrario que no es nada; es sabiendo que toda esta inteligencia, está episteme hecha de todos los recursos a todas las dicotomías, sólo desemboco en un saber qué podemos designar -hablando con propiedad- con el término que utilizaba Aristóteles mismo para carácterizar el saber del Amo, el «saber teórico», seguramente no en el sentido débil que damos a esta palabra, sino en el sentido acentuado que la palabra tiene en Aristóteles. Y que, cosa curiosa, fue sólo en el momento -vuelvo a ello, ya que para mi discurso es el punto vivo, un punto pivote, un punto esencial- en que un movimiento de renuncia a ese saber mal adquirido, algo de la relación estricta de S1, con S2 ha tomado por primera vez como tal la función del sujeto. He nombrado a Descartes que, bien entendido, creo poder articulárselos, de acuerdo con una parte importante de aquellos que se han ocupado de él. La diferenciación del tiempo en que surge el viraje de esta tentativa de pasaje del esclavo al Amo y de su nueva partida sólo motiva cierta manera de plantear en la estructurado da función posible del enunciado, en tanto solamente la soporta la articulación del significante. He aquí un pequeño ejemplo de las ideas generales, de los relámpagos que puede aportarles al tipo de trabajo que les propongo este año.

No crean que esto se detiene allí. Porque lo que digo, lo que adelante aquí, a partir del momento en que se lo muestra, pienso que presenta al menos el carácter revelador de una evidencia: ¿Quién puede negar que la filosofía haya sido alguna vez otra cosa que una empresa fascinante en beneficio del Amo (maestro), a partir del momento en que se lo dice. Por supuesto, volveremos sobre esto.

En el otro termino, tenemos el discurso de Hegel y su enormidad llamada del «saber absoluto». ¿Qué puede querer decir el «saber absoluto», si partimos de la definición que me permití recordar como principio para nuestra marcha concerniente al saber?. Es quizás de ahí de donde partiremos la próxima vez; será al menos uno de nuestros puntos de partida.

El otro es este, no es menor, es enorme y muy especialmente salubre a causa de las enormidades verdaderamente agobiantes que escuchamos de los psicoanalistas, concernientes al deseo de saber: si hay algo que el Psicoanálisis debería forzarnos a mantener obstinadamente, es que el deseo de saber no tiene ninguna relación con el saber. Nos contentamos con la palabra lubrica de transgresión. La distinción radica en que el deseo de saber no es lo que conduce al saber, es algo que, finalmente, pienso que permitiría motivar más o menos largo alcance, el discurso mismo.

Pero al fin de cuentas, hay que plantearse una pregunta: El Amo que hace allí esta operación de desplazamiento -llamen a esto como quieran-, el viraje bancario del saber del esclavo, ¿tiene ganas de saber? Por lo que hemos visto en general hasta una época reciente -cada vez se ve menos un verdadero Amo- no desea saber absolutamente nada, desea que eso ande. ¿Y por qué querría sabe? Hay cosas más divertidas que eso.

Entonces, la cuestión es saber cómo el filósofo llegó a inspirarles el deseo de saber. Los dejo allí. Es una pequeña provocación. Si hay algo que encuentren aquí, la próxima vez me lo dirán.