Para aquellos que de alguna manera caen hoy entre nosotros desde la luna, doy una breve referencia. Después de haber intentado reubicar ante ustedes, en términos más rigurosos de lo que se ha hecho hasta ahora, lo que se puede llamar la teoría del amor, sobre la base del Banquete de Platón, es en el interior de lo que conseguimos situar en este comentario que comienzo a articular la posición de la transferencia. La posición de la transferencia en el sentido en que lo anuncié este año, es decir de lo que llamé, ante todo, su disparidad subjetiva.
Entiendo por esto que la posición de los dos sujetos en presencia, de ninguna manera es equivalente. Y es por eso que se puede hablar, no de situación, sino de seudosituación analítica.
Abordando pues, a partir de las dos últimas veces, la cuestión de la transferencia, lo hice del lado del analista. Esto no quiere decir que dé al término de contransferencia el sentido con que es comúnmente recibido, como una especie de imperfección de la purificación del analista en la relación con el analizado. Al contrario, quiero decir que la contratransferencia, a saber, la implicación necesaria del analista en la situación de la transferencia, hace que finalmente debamos desconfiar de este término impropio de la existencia de la contratransferencia. Pura y simplemente, las consecuencias necesarias del fenómeno en si de la transferencia, si se analiza correctamente.
Introduje este problema porque actualmente, en la práctica analítica, es considerado de una manera bastante extensa. Que lo que podremos llamar un cierto número de afectos, en tanto el analista es tocado por ellos en el análisis, constituyen una manera si bien no normal, por lo menos normativa de la referencia de la situación analítica. Y digo más, no sólo de la información del analista en la situación analítica, sino también un elemento posible de su intervención a través de la comunicación que eventualmente puede hacer de eso al analizado, y, lo repito, no tomé bajo mi responsabilidad la legitimidad de este método.
Constato que ha podido ser introducido y promovido, que ha sido admitido, recibido, en un campo muy amplio de la comunidad analítica, y que esto sólo es en sí suficientemente indicativo de nuestro camino, por el momento, que es analizar cómo los teóricos que entienden así el uso de la contratransferencia, la legitimizan.
La legitimizan, en tanto la unen a momentos de incomprensión por parte del analizado. Como si esta incomprensión fuera, en sí, el criterio, el punto de partición, la vertiente en que se define algo que obliga al análisis a pasar a otra forma de comunicación, a otro instrumento en su forma de referirse a aquélla de lo que se trata, es decir, el análisis del sujeto.
Es pues alrededor de este término que va a girar lo que pretendo mostrarles hoy para poder cercar más estrechamente alrededor de lo que se puede llamar, según nuestros términos, la relación de la demanda del sujeto con su deseo. Teniendo en cuenta que hemos colocado al principio aquélla que hemos mostrado, que el retorno es necesario; colocando en primer plano que de lo que se trata en el análisis no es otra cosa que sacar a luz la manifestación del deseo del sujeto.
¿Dónde está la comprensión cuando comprendemos, cuando creemos comprender? ¿Qué quiere decir? Diría que esto quiere decir, en su forma más segura, diría en su forma primaria, que la comprensión de cualquier cosa que el sujeto articule frente a nosotros es algo que podemos definir así a nivel de lo consciente, es que finalmente sabemos qué responder a lo que el otro demanda.
Es en la medida en que creemos poder responder a la demanda que estamos en el sentimiento de comprender. Sobre la demanda, sin embargo, sabemos un poco más que este abordaje inmediato. Precisamente en esto que sabemos, a saber, que la demanda no es explícita, que es aún mucho más implícita, que está escondida para el sujeto, que está como debiendo ser interpretada. Y es allí que está la ambigüedad, en la medida en que nosotros, que la interpretamos, respondemos a la demanda inconsciente en el plano de un discurso que para nosotros es un discurso concreto. Es allí que está el sesgo, la trampa, y que desde siempre intentamos del mismo modo deslizarnos hacia esta suposición, esta captura que nuestra respuesta, el sujeto de alguna manera debería contentarse con lo que sacamos a luz a través de nuestra respuesta, algo con lo cual debería satisfacerse.
Sabemos muy bien que es allí, sin embargo, que se produce siempre alguna resistencia. Es a partir de la situación de esta resistencia, de la forma en que podemos calificarla, los instantes a que debemos referirla, que ha recorrido todas las etapas, todos los estadios de la teoría analítica del sujeto, a saber, sus diversas instancias que están en cuestión para nosotros.
Sin embargo, no será posible ir a un punto más radical, sin negar evidentemente la parte que tienen en la resistencia estas diversas instancias del sujeto; ver, asir que la dificultad de las relaciones entre la demanda del sujeto y la respuesta que le es dada se sitúa más lejos, se sitúa en un punto completamente original, en este punto a donde intenté llevarlos, mostrándoles lo que resulta en el sujeto que habla del hecho —lo expresaba yo así— que sus necesidades deben pasar por los desfiladeros de la demanda. Que por este hecho, en este punto completamente original, resalta precisamente ese algo en que se funda esto: que todo lo que es tendencia natural en el sujeto que habla, tiene que situarse en un más allá y en un más acá de la demanda.
En un más allá que es la demanda de amor, y en un más acá que es lo que llamamos el deseo, con lo que lo carácteriza como condición, como lo que llamamos su condición absoluta en la especificidad del objeto que concierne, a minúscula, este objeto parcial, ese algo que intenté mostrarles como incluido desde el origen en ese texto fundamental de la teoría del amor, ese texto del Banquete, como agalma, en tanto que lo identifiqué también con el objeto parcial de la teoría analítica.
Es esto lo que hay, a través de un breve recorrido por lo que existe de más original en la teoría analítica, las Triebe, las pulsiones y su destino, pretendo volver a hacerles tocar de cerca, antes que podamos deducir la consecuencia de esto en cuanto a lo que nos interesa, a saber, el punto en el cual los dejé la última vez, del drive interesado en la posición del análisis.
Recuerdan que fue sobre este punto problemático que los dejé, en el cual un autor, aquél que precisamente se expresa sobre el tema de la contratransferencia, designa en lo que él llamaba el drive parental, esa necesidad de ser padre, o el drive reparador, necesidad de ir contra la destructividad natural supuesta en todo sujeto en tanto que analizado, analizable.
En seguida notaron la intrepidez, la audacia, la paradoja de adelantar cosas como éstas, ya que es suficiente detenerse sólo un instante en esto para darse cuenta, a propósito de ese drive parental, si efectivamente es eso lo que debe estar presente en la situación analítica, que entonces cómo nos atreveríamos a hablar de situación de transferencia si es verdaderamente un progenitor lo que el sujeto en análisis tiene frente a él. Que más legítimo que volver a caer en su lugar en la posición misma que tuvo durante toda su formación, en el lugar de los temas alrededor de los cuales se constituyeron las situaciones fundamentales para él, que constituyen la cadena significante, los automatismos de repetición.
En otros términos, cómo no percibir que tenemos allí una contradicción directa, que vamos derecho hacia el escollo que permitirá reubicarnos, que al contradecirnos diciendo que la situación de la transferencia, tal como se establece en el análisis, está en discordancia con la realidad de esta situación, que algunos la consideran imprudentemente como una situación tan simple, aquella de la situación en el análisis, en el hic et nunc de la relación con el médico; cómo no ver que, si el médico está allí armado del drive parental tan elaborado que lo suponemos del lado de una posición educativa, no habrá absolutamente nada que distancie la respuesta normal del sujeto a esta situación, de todo lo que podrá ser enunciado como la repetición de una situación pasada.
Hay que decir que no hay forma de articular la situación analítica sin colocar al menos en algún lugar la exigencia contraria. Y, por ejemplo, en el capítulo III de «Más allá del principio del Placer», cuando efectivamente Freud, retomando la articulación en cuestión en el análisis, se aleja de la rememoración, de la reproducción del automatismo de repetición (Wiederholungszwang) en tanto lo considera como un semi-fracaso de la perspectiva rememorativa del análisis, como un fracaso necesario, llegando al punto de atribuir a la estructura del moi —en tanto en este estadio de su elaboración intenta fundar la instancia como siendo en gran parte inconsciente—, atribuir y colocar a cargo, no todo —pues sin duda todo el articulo está hecho para mostrar que hay un camino— sino la parte más importante de esta función de la repetición, a cargo de la defensa del moi en la rememoración reprimida, considerada el verdadero término, el término último quizás, aún en ese momento considerado como inaccesible, de la operación analítica.
Es pues siguiendo la vía de lo que es la resistencia en esta última perspectiva, la resistencia situada en la función inconsciente del moi, que Freud nos dice que debemos pasar por allí, que «por lo general, el médico no puede ahorrarle al analizado esta fase, debe dejarlo revivir nuevamente un nuevo fragmento de su vida olvidada» y que «para eso debe tomar recaudos, porque una cierta medida de superioridad (von Uberlegenheit), quede conservada, gracias a la cual la realidad aparente (die anscheinende Realität) sin embargo siempre podrá ser nuevamente reconocida en un reflejo, como un efecto de espejo de un pasado olvidado».
Dios sabe a qué abusos de interpretación se prestó la puntuación de esta Überlegenheit. Es en torno a eso que ha podido identificarse toda la teoría de la alianza con lo que se denomina la parte sana del moi.
Se ha podido identificar. Sin embargo, en este párrafo no hay nada semejante, y si puedo subrayar suficientemente lo que debió llamar vuestra atención en el párrafo, es el carácter de alguna manera neutro, ni de un lado, ni del otro, de esta Üblegenheit.
¿Dónde está esta superioridad? ¿Está del lado del médico, quien, esperémoslo, conserva toda su cabeza? ¿Será esto lo que es escuchado en la ocasión, o será que está del lado del enfermo?
Cosa curiosa, en la traducción francesa, que en consideración a las demás es tan mala como aquellas que fueron realizadas bajo otros diversos patrocinios, la cosa es traducida: «y debe sólo velar para que el enfermo conserve un cierto grado de serena superioridad —no hay nada semejante en el texto— que a pesar de todo le permita constatar que la realidad de lo que él reproduce es sólo aparente».
La cuestión de la situación de esta Überlegenheit —es de lo que se trata— sin duda exigible, ¿acaso no debemos situarla de una forma que puede ser, creo, infinitamente más precisa que todo lo que es elaborado en estas supuestas comparaciones entre la aberración actual de lo que se repite en el tratamiento; y una situación que sería dada como perfectamente conocida?
Recomencemos pues, a partir del examen de las fases y de su demanda, de las exigencias del sujeto, tal como las abordamos en nuestras interpretaciones, y empecemos simplemente, según esta cronología, según esta diacronía que es la que se denomina la de las fases de la libido, por la demanda más simple, aquélla a la que nos referimos tan frecuentemente: digamos que se trata de una de manda oral.
¿Qué es una demanda oral? Es la demanda de ser alimentado. ¿A quién se dirige? ¿A qué? Se dirige a ese Otro que espera, y que en este nivel primario de la enunciación de la demanda puede verdaderamente ser designado como lo que llamemos el lugar del Otro. El otro on (au-on), el «autron» diría, para que rimen nuestras designaciones con las designaciones familiares de la física He aquí este «autron» abstracto, a quien el sujeto dirige, más o menos sin saberlo, esta demanda de ser nutrido.
Hemos dicho: toda demanda, por el hecho de que es palabra, tiende a estructurarse en esto que ella invoca, el sujeto del Otro, su respuesta invertida que ella evoca por su estructura: su propia forma transpuesta según una cierta inversión.
A la demanda de ser nutrido responde, a través de la estructura significante, en el lugar del Otro, de una manera que se puede decir lógicamente contemporánea a esta demanda, en el nivel del «autron», la demanda de dejar se nutrir. Y, lo sabemos bien, en la experiencia no es la elaboración refinada de un diálogo ficticio. Sabemos perfectamente que es de esto de lo que se trata entre el niño y la madre cada vez que estalla el menor conflicto en esa relación que parece estar hecha para encontrarse, cerrarse de una forma estrictamente complementaria. ¿Qué, en apariencia, responde mejor a la demanda de ser nutrido, que aquella de dejarse nutrir? Sabemos sin embargo que es en este modo mismo de confrontación de las dos demandas que yace esta ínfima hendidura, esta hiancia, este desgarre donde puede insinuarse, donde se insinúa de una manera normal la discordancia, el fracaso preformado de este encuentro que consiste en esto mismo, que justamente no es el encuentro de tendencias sino el encuentro de demandas.
Que es en este encuentro entre la demanda de ser nutrido y la otra demanda, la de dejarse nutrir, que se desliza el hecho manifestado en el primer conflicto que estalla en la relación de nutrición, que a esta demanda la desborda un deseo, y que no podría ser satisfecha sin que el deseo allí se extinguiera; que es para que ese deseo que desborda a esa demanda no se extinga que el propio sujeto, que tiene hambre de lo que a su demanda de ser nutrido responde la demanda de dejarse nutrir, no se deja nutrir, se niega de alguna manera a desaparecer como deseo por el hecho de ser satisfecho como de la demanda que la extinción o el aplastamiento en la satisfacción no podría producirse sin matar el deseo, es de allí que parten estas discordancias entre las cuales la más graficada es la negativa a dejarse nutrir, la anorexia, llamada más o menos acertadamente, mental.
Encontramos aquí esta situación que yo no podría traducir mejor que jugando con el equívoco de las sonoridades de la fonemática francesa: no se podría confesar al Otro más primordial lo siguiente: tú eres el deseo (tu es le désir), sin decirle al mismo tiempo: mata el deseo (tue le désir), sin concederle que mata el deseo, sin abandonarle el deseo como tal. Y la ambivalencia primera, propia a toda demanda, de que en toda demanda también está implícito que el sujeto no quiere que ella sea satisfecha, apunta en sí a la salvaguarda del deseo, testimonia de la presencia ciega del deseo, innombrado y ciego.
Ese deseo ¿qué es? Lo sabemos de la forma más clásica, y más original: es en tanto que la demanda oral tiene otro sentido que la satisfacción del hambre, que es demanda sexual, nos dice Freud, a partir de «Los tres ensayos sobre la sexualidad» que es en el fondo canibalismo, y que el canibalismo tiene un sentido sexual. Nos recuerda, es esto lo que está enmascarado en la primera formulación freudiana, que para el hombre el nutrirse está unido a la buena voluntad del otro, unido a este hecho por una relación polar. Existe también esa expresión, que no es sólo del pan de la buena voluntad del otro que el sujeto primitivo tiene que nutrirse, sino directamente del cuerpo de aquél que lo nutre. Pues hay que llamar las cosas por su nombre: lo que llamemos relación sexual es eso a través de lo cual la relación con el otro desemboca en una unión de los cuerpos. Y la unión más radical es aquélla de la absorción original o el blanco, la mira, el horizonte del canibalismo, y que carácteriza lo que es la fase oral, en la teoría analítica.
Observemos bien de lo que se trata aquí. Tomé las cosas por el extremo más difícil empezando por el origen, mientras que es siempre retroactivamente, retrocediendo que debemos encontrar cómo las cosas se cimentan en el desarrollo real.
Hay una teoría de la libido contra la cual ustedes saben que me rebelo, aunque la haya promovido uno de nuestros amigos, Alexander, la teoría de la libido, como excedente de la energía que se manifiesta en el ser viviente cuando se ha obtenido la satisfacción de las necesidades ligadas a la conservación. Es muy cómoda, pero es falsa, pues la libido sexual no es eso. La libido sexual es efectivamente un excedente, pero es este excedente el que torna vana toda satisfacción de la necesidad allí donde ella se ubica y, si es necesario, es el caso de decirlo, rechaza esta satisfacción para preservar la función del deseo. Y del mismo modo, todo esto no es más que una evidencia que se confirma por todos lados, como lo verán al retroceder y recomenzar por la demanda de ser nutrido, como lo tocarán de cerca en este hecho: que por el sólo hecho de que la tendencia tiene hambre se expresa a través de esta misma boca, en una cadena significante. Pues bien, es por allí que entra en ella la posibilidad de designar la nutrición que es el deseo: ¿qué nutrición? La primera cosa que resalta de esto es que ella puede decir, esta boca, aquélla no. La negación, el descarte, el «a mi me gusta esto y no otra cosa» del deseo entra ya allí donde estalla la especificidad de la dimensión del deseo.
De allí la extrema prudencia que debemos tener en lo que se refiere a nuestras intervenciones, a nuestras interpretaciones en el nivel de este registro oral. Pues, lo he dicho, esta demanda se forma en el mismo punto, en el nivel del mismo órgano donde se erige la tendencia. Y es allí que yace el trastorno de la posibilidad de producir toda clase de equívocos al responderle. Evidentemente, a partir de lo que le es contestado, resulta sin embargo la preservación de este campo de la palabra, y la posibilidad por lo tanto de volver a encontrar siempre el lugar del deseo, pero también la posibilidad de todas las sujeciones, de lo que tienta imponer al sujeto, que una vez satisfecha esta necesidad no le queda otra cosa que estar contento. De allí que la frustración compensada es el término de la intervención analítica.
Quiero ir más lejos. Y verán que hoy tengo verdaderamente mis razones para hacerlo. Quiero pasar al estadio llamado el de la libido anal. Pues, también allí creo poder encontrar, alcanzar y refutar un cierto número de confusiones que de la forma más común se introducen en la interpretación analítica.
Al abordar este término por la vía de lo que es la demanda en este estadio anal, pienso que tienen todos suficiente experiencia para no tener que ilustrar lo que llamaré la demanda de retener el excremento, fundando sin duda algo que es un deseo de expulsar. Pero aquí la cosa no es tan sencilla, porque esta expulsión también es exigida en un determinado momento por el progenitor educador. Allí le es demandado al sujeto que dé algo que satisfaga la expectativa del educador, maternal en este caso.
La elaboración que resulta de la complejidad de esta demanda merece que nos detengamos allí pues es esencial. Observemos que aquí ya no se trata más de la relación simple de una necesidad con la ligazón a su forma demandada, sino al excedente sexual. Es otra cosa. Se trata de una disciplina de la necesidad, y la sexualización sólo se produce en el movimiento de retorno a la necesidad que, si puedo decirlo así, esta necesidad, la legitimiza como un don a la madre, que espera que el niño satisfaga con sus funciones, que hacen salir, aparecer algo digno de la aprobación general.
Ese carácter de regalo que tiene el excremento es muy conocido en la experiencia y es detectado desde el origen de la experiencia analítica.
Es de tal modo que un objeto es vivido, este registro, que el niño en el exceso de sus desbordes ocasionales lo emplea, se puede decir, naturalmente como medio de expresión. El regalo excrementicio forma parte de la temático más antigua del análisis.
Quiero, al respecto, colocar de alguna manera su término final a esta exterminación, en la que me esfuerzo desde siempre, de la mítica de la oblatividad, mostrándoles aquí a lo que realmente ella se refiere. Pues a partir del momento en que la hayan percibido una vez, ya no podrán nunca más reconocer de otra forma ese campo de la dialéctica anal que es el verdadero campo de la oblatividad.
Hace mucho que bajo diversas formas trato de introducirlos a esa marcación, y especialmente habiéndoles hecho notar desde siempre que el término mismo de oblatividad es un fantasma del obsesivo. Todo para el otro, dice el obsesivo. Y efectivamente es lo que hace. Pues el obsesivo, estando en el vértigo perpetuo de la destrucción del otro, nada de lo que hace le es suficiente para mantener al otro en la existencia. Pero aquí vemos la raíz de esto, el estadio anal se carácteriza por esto: el sujeto satisface una necesidad únicamente para la satisfacción de un otro. Esa necesidad, le enseñaron a retenerla para que únicamente se funde, se instituya como la ocasión de la satisfacción del otro que es el educador. La satisfacción del cuidado del bebé, del cual el aseo forma parte, es primero la del otro.
Y es propiamente en la medida en que algo le es demandado como don, —que se puede decir que la oblatividad está ligada a la esfera de relación del estadio anal. Noten la consecuencia: es que aquí el margen del lugar que le queda al sujeto como tal, dicho de otra manera el deseo, viene a ser simbolizado en esta situación a través de lo que es arrastrado en la operación. El deseo, literalmente, se va por el inodoro. La simbolización del sujeto como lo que se va a la bacinica, o en este caso al agujero, es lo que efectivamente encontramos en la experiencia como más profundamente unido a la posición del deseo anal.
Efectivamente, es lo que hace de eso a la vez el (…falta en el original) y también en muchos casos el vaciamiento. Quiero decir que no es siempre a ese término que conseguimos dirigir el móvil del poniente. Sin embargo, pueden decirse que cada vez y en la medida que el estadio anal esté interesado, estarían equivocados al no desconfiar de la pertinencia de vuestro análisis si no han encontrado este término.
Por otro lado también, les aseguro que a partir del momento en que hayan abordado este punto preciso, neurálgico, que vale por la importancia que tienen en la experiencia todas las observaciones sobre los primitivos objetos orales buenos o malos, en tanto no hayan encontrado en ese punto la relación primordial, fundamental del sujeto, como deseo, con el objeto más desagradable, no habrán hecho grandes avances en el análisis de las condiciones del deseo. Y sin embargo, es innegable que en todo momento esta evocación ha sido hecha en la tradición analítica.
Pienso que no pueden mantenerse tanto tiempo sordos a eso, más que en la medida en que las cosas no han sido puntualizadas en su topología primordial, como me esfuerzo en hacerlo aquí para ustedes. Pero entonces, me dirán, ¿qué hay aquí de lo sexual y de la famosa pulsión sádica que se conjuga, gracias al guión, al término de anal, como si fuera una cosa natural?
Está muy claro que aquí es necesario algún esfuerzo en lo que sólo podemos llamar comprensión, en la medida en que se trata de una comprensión en el límite de lo sexual; no puede volver a entrar aquí más que de manera violenta. En efecto, es lo que ocurre aquí, ya que es de la violencia sádica de lo que se trata. Esto también conserva en sí más de un enigma, por lo que conviene que nos detenga más aquí.
Es justamente en la medida en que el otro, aquí, como tal, toma pleno dominio en la relación anal, que lo sexual va a manifestarse en el registro que es carácterístico de este estadio.
Podemos abordarlo, podemos entreverlo al recordar su antecedente calificado como sádico-oral; recuerda finalmente que la vida en el fondo es una asimilación devoradora como tal; y que también ese tema de la devoración era lo que estaba situado en el estadio precedente en el margen del deseo, esta presencia de la boca abierta de la vida, es lo que aquí les hace aparecer como una especie de reflejo, de fantasma, esto que, cuando el otro es colocado como el segundo término, debe aparecer como existencia ofrecida a esta hiancia. ¿Llegaremos hasta a decir que el sufrimiento está implicado en eso? Es un sufrimiento muy particular; para evocar una especie de esquema fundamental, que creo es el que mejor les dará la estructura del fantasma sadomasoquista como tal, diré que es un sufrimiento esperado por el otro, que es esta suspensión sobre (…falta en el original) del otro imaginario como tal, por encima del precipicio del sufrimiento, que forma la punta, el eje de la erotización sadomasoquista como tal; que es en esta relación que se instituye a nivel del estadio anal lo que ya no es más el polo sexual, sino aquélla que va a ser el partenaire sexual, y que por lo tanto podemos decir que ya es una especie de reaparición de lo sexual. Que aquello que en el estadio anal se constituye como estructura sádica, o sadomasoquista , es a partir de un punto de eclipse máximo de lo sexual, de un punto de pura oblatividad anal, el ascenso hacia lo que va a ocurrir en el estadio genital; que la preparación del estadio genital, del eros humano, del deseo en su plenitud normal para que pueda situarse (no como tendencia) como necesidad, no como pura y simple copulación, sino como deseo, toma su cebo, encuentra su (…falta en el original), tiene su punto de resurgimiento en la relación con el otro como sufriendo la espera de esta amenaza suspendida, de este ataque virtual que funda, que carácteriza, que justifica para nosotros lo que se denomina la teoría sádica de la sexualidad, de la que conocemos el carácter primitivo en la gran mayoría de los casos individuales.
Aún más, es en este rasgo situacional que se funda el hecho que, en el origen de esta sexualización del otro del cual se trata, deba estar como tal librado a un tercero para constituirse en este primer modo de su apercepción como sexual; y que allí está el origen de esta ambigüedad que conocemos, que hace que lo sexual como tal permanezca, en la experiencia original —que los teóricos más recientes del análisis han descubierto —permanezca indeterminado entre este tercero y este otro.
En la primera forma de apercepción libidinal del otro, en el nivel de este punto de ascenso de un cierto eclipse puntiforme de la libido como tal, el sujeto no sabe qué es lo que más desea de ese otro o de ese tercero interviniente, y esto es esencial a toda estructura de los fantasmas sadomasoquistas.
Pues aquél que constituye este fantasma, no lo olvidemos, si hemos dado aquí un análisis correcto del estadio anal, este testigo sujeto a este punto pivote del estadio anal, efectivamente es lo que es. Acabo de decirlo, es de la madre. Además es una (…falta en el original).
Este es el verdadero fundamento de toda una estructura radical que volverán a encontrar, especialmente en los fantasmas, en el fantasma fundamental del obsesivo en tanto se desvaloriza, en tanto que pone fuera de él todo el juego de la dialéctica erótica, que finge, como dice el otro, ser su organizador. Es sobre el fundamento de su propia eliminación que funda todo ese fantasma.
Y aquí las cosas están arraigadas en algo que, una vez reconocido, les permite elucidar puntos totalmente banales. Si las cosas verdaderamente están fijadas en este punto de identificación del sujeto a la a minúscula excrementicia, ¿qué vamos a ver? No olvidemos que aquí ya no está más sin embargo…interesado en el nudo dramático de la necesidad a la demanda, a quien le es confiado, por lo menos en principio, el cuidado de articular esta demanda. En otros términos, salvo en los cuadros de Gerónimo Bosch, no se habla con el trasero. Y sin embargo, tenemos los curiosos fenómenos de los recortes, seguidos de explosiones de algo que nos hace entrever la función simbólica de la tira excrementicia en la articulación misma de la palabra.
Hace mucho tiempo —pienso que aquí nadie puede recordarlo— había una especie de pequeño personaje siempre que ha habido pequeños personajes significativos en la mitología infantil, —que en realidad tiene un origen parental (en nuestros días se habla mucho de Pinocho) en una época que soy bastante viejo como para recordar, existía trozo de Zan.
La fenomenología del niño como objeto precioso excrementicio está enteramente contenida en esta designación donde el niño es identificado con el elemento dulzón de lo que se llama el regaliz. Glucurisa, la dulce raíz que parece ser su origen griego.
Y sin duda no es en vano que a propósito de esta palabra regaliz podamos encontrar un ejemplo, verdaderamente es el caso de decirlo, de los más azucarados, de la perfecta ambigüedad de las transcripciones significantes. Permítanme este pequeño paréntesis. Esta perla que encontré para vuestro uso en mi recorrido —por otro lado no es de ayer, se los guardé hace tiempo, pero ya que la encuentro a propósito del trozo de Zan, se los voy a dar regaliz, nos dicen que en su origen es glucurisa. Evidentemente, no es directamente del griego que esto viene, pero cuando los latinos escucharon esto, transformaron esa palabra en liquirita, utilizando para eso licor; de allí en francés antiguo se convierte en licorice, luego ricolice por metástasis. Ricolice encontró regla, regula, y es así que se convirtió en rygalisse. Admitan que este encuentro de licorice con la regla es verdaderamente magnífico.
Pero no es todo, pues la etimología consciente, a que todo esto llego, sobre la cual se han apoyado las últimas generaciones, es que «regaliz» (réglisse), debía escribirse «raí de Galice», porque el regaliz está hecho con una raíz dulce que sólo se encuentra en Galicia.
La «raí de Galicia», aquí es adonde volvamos después de haber partido —es el caso de decirlo— de la raíz griega.
Pienso que esta pequeña demostración de las ambigüedades significantes los habrá convencido de que estamos sobre un terreno sólido, al darle toda su importancia. A fin de cuentas, lo hemos vista, más que en ningún otro lado en el nivel anal; debemos ser reservados en lo que concierne a la comprensión del otro, precisamente en esto, que toda comprensión de la demanda lo implica tan profundamente que debemos mirar dos veces antes de ir a su encuentro. Y que les estoy diciendo, sino algo que va al encuentro de lo que todos saben, o por lo menos aquellos que hicieron un poco de trabajo terapéutico, a saber, que al obsesivo no hay que darle eso, ni estimularlo, ni desculpabilizarlo, tampoco comentarios interpretativos que se adelanten un poco demasiado, porque entonces tienen que ir mucho más lejos, y a lo que se encontrarán accediendo y concediendo para vuestro más grande perjuicio es precisamente a este mecanismo a través del cual los quiere hacer comer, si puedo decirlo así, su propio ser, su mierda.
Están bien instruidos por la experiencia, que éste no es un proceso por el cual estarán haciendo un favor, muy por el contrario.
Que es en otro lado que debe situarse la introyección simbólica, en la medida que tiene que restituir, en él, el lugar del deseo, y que también, ya que para anticipar lo que será el estadio siguiente, el neurótico lo que más comunmente quiere ser es el falo, ciertamente es promover un corto circuito indebido de las satisfacciónes al darle, al ofrecerle esta comunión fálica contra la cual saben, que, en mi seminario sobre el deseo y su interpretación, ya abordé las objeciones más precisas. Quiero decir que el objeto fálico como objeto imaginario no podría en ningún caso prestarse a revelar de una manera completa el fantasma fundamental. En efecto, sólo podría responder a la demanda del neurótico, por algo que podemos llamar globalmente una obliteración, dicho de otra manera, una vía que le es abierta para olvidar un cierto número de los recursos más esenciales que intervinieron en los accidentes de su acceso al campo del deseo.
Para marcar un punto de espera en nuestro recorrido sobre lo que promovimos hoy, decimos lo siguiente: que si el neurótico es deseo inconsciente, es decir reprimido, es ante todo en la medida en que su deseo sufre el clipse de una contra-demanda. Que ese lugar de la contrademanda es hablando con propiedad, el mismo que aquél en que se coloca, en que se edifica posteriormente todo lo que el afuera puede agregar como suplemento a la construcción del superyó, una cierta forma de satisfacer esta contrademanda. Que toda forma prematura de la interpretación en tanto comprende demasiado rápidamente, en tanto no percibe que lo más importante a comprender en la demanda del analizado, es lo que está más allá de esta demanda—. Es el margen de lo incomprensible, que es el margen del deseo. Que es en esta medida que un análisis se cierra prematuramente y, para decirlo todo, fracasa.
Evidentemente, la trampa es que al interpretar, dan al sujeto algo con lo cual se nutre la palabra, incluso el libro que está por detrás, y que la palabra permanece sin embargo el lugar del deseo, aún si la dan de tal suerte que ese lugar no sea reconocible, quiero decir, aunque este lugar permanezca inhabitable para el deseo.
Responder a la demanda de nutrición, a la demanda frustrada en un significante nutricio, es algo que deja elidido que más allá de toda nutrición de la palabra, aquélla que el sujeto verdaderamente necesita es aquélla que él significa metonímicamente, es aquello que no pertenece en ningún punto a esta palabra. Y pues, por lo tanto, cada vez que ustedes introducen la metáfora, sin duda están obligados a esto, permanecen en la misma vía que da consistencia al síntoma. Sin duda un síntoma más simplificado, pero en todo caso aún un síntoma en relación al deseo que se trataría de liberar.
Si el sujeto está en esta relación singular con el objeto del deseo, es que primero fue él mismo un objeto de deseo que se encarna. La palabra, como lugar del deseo, es ese «poros» donde están todos los recursos. Y el deseo, Sócrates les enseñó originalmente a articularlo, es ante todo, falta de recursos, «Aporía». Esta aporía absoluta se acerca a la palabra adormecida, y se hace embarazar de su objeto. Qué significa esto sino que el objeto estaba allí y que es él quien demandaba ser dado a luz.
La metáfora platónica de la metempsicosis del alma errante que duda antes de saber adónde va a ir a vivir, encuentra su soporte, su verdad y su substancia en ese objeto del deseo que está allí desde antes de su nacimiento. Y Sócrates, sin saberlo cuando alaba —epanei—, elogia a Agatón, hace lo que quiere, trae a Alcibíades a su alma haciendo nacer este objeto que es el objeto de su deseo, este objeto, meta y fin de cada uno, limitado sin duda porque el todo está más allá, sólo puede ser concebido como el más allá de este fin de cada uno.