Hoy tengo el propósito -lo cual no quiere decir que tenga tiempo de llevarlo a cabo- de conducirles del amor, al umbral en el que dejé las cosas el último día, a la libido.
Anuncio a continuación lo que será el remate de esta elucidación al decirles: la libido no es algo huidizo, fluido, no se reparte, ni se acumula, como un magnetismo, en los centros de focalización que le ofrece el sujeto; la libido hay que concebirla como un órgano en los -dos sentidos del término, órgano-parte del organismo y órgano-instrumento.
Me excuso si, como se me pudo decir en la intervención del último día, existen algunas oscuridades en los caminos por donde les conduzco. Creo que ésta es la carácterística de nuestro campo. No olvidemos que es común representar el inconsciente como una cueva, si no como una caverna, para evocar la de Platón. Pero la comparación no es buena. El inconsciente es algo más bien próximo a esta vejiga, se trata de hacerles ver, como a condición de introducir una lucecita en su interior, puede servir de linterna. ¿Por qué extrañarse si la luz algunas veces tarda algún tiempo en encenderse?
En el sujeto, que alternativamente se muestra y se oculta por la pulsación del inconsciente, sólo captamos pulsiones parciales. La ganze Sexualstrebung, representación de la totalidad de la pulsión sexual -Freud nos lo dice, no está ahí. En el camino de este resultado les conduzco tras él, y les afirmo que todo lo que he aprendido en mi experiencia concuerda con ello, a todos los que están aquí no puedo pedirles que estén completamente de acuerdo, ya que algunos carecen de esa experiencia, pero su presencia aquí responde a una cierta confianza, a base de lo que -en el papel que desempeño con respecto a ustedes, el del Otro- llamaremos la buena fe. Esta buena fe sin duda siempre es precaria, supuesta; pues esta relación del sujeto con el Otro, al fin y al cabo, ¿dónde se acaba?
Que el sujeto como tal está en la incertidumbre, por la razón de que esta dividido por efecto del lenguaje, es lo que enseño, en tanto que LACAN siguiendo las huellas de la excavación freudiana. Por efecto de la palabra, el sujeto siempre se realiza más en el Otro, pero ahí ya no persigue más que una mitad de sí mismo. Encontrará su deseo cada vez mis dividido, pulverizado, en la circunscribible metonimia de la palabra. En efecto de lenguaje siempre está mezclado en lo siguiente, que es el fondo de la experiencia analítica: el sujeto sólo es sujeto al ser sujeción al campo del Otro, el sujeto proviene de su sujeción sincrónica en este campo del Otro. Por eso tiene que salir de él, que arreglárselas, y al arreglárselas, sabrá que el Otro real tiene, tanto como él, que arreglárselas, que salir por su cuenta del apuro. Es ahí que se impone la necesidad de la buena fe, basada en la certeza de que la misma implicación de la dificultad con respecto a las vías del deseo también aparece en el Otro.
La verdad, en este sentido, es lo que corre tras la verdad y es ahí donde yo corro, a donde les conduzco, como los perros de Acteón, tras de mi. Cuando encuentre la morada de la diosa, sin duda me transformaré en ciervo, y ustedes podrán devorarme, pero todavía nos queda por delante algo de tiempo.
¿Les representé el último día a Freud como la figura de Abraham, de Isaac y de Jacob? Leon Bloy, en La salvación por los judíos, los encarna bajo la forma de tres viejos idénticos entregados, en torno a un toldo, según una de las formas de la vocación de Israel, a esta ocupación fundamental que se llama chamarileo. Selecciónan. Una cosa la ponen en un lado, y otra, en el otro. Freud en un lado pone las pulsiones parciales, y en el otro, el amor. Dice: no es lo mismo.
Las pulsiones nos necesitan en el orden sexual –eso, eso tiene del corazón. Para nuestra mayor sorpresa, nos hace saber que el amor, del otro lado, viene del vientre, es el ñam-ñam.
Esto puede sorprender, pero nos aclara sobre algo fundamento para la experiencia analítica: que la pulsión genital, si existe, no está en absoluto articulada como las otras pulsiones. Y ello a pesar de la ambivalencia amor-odio. En sus premisas, y en su propio texto, Freud se contradice cuando nos dice que la ambivalencia puede pasar por una de las carácterísticas de la reversión, de la Verkehrung, de la pulsión. Pero cuando la examina, nos dice claramente que no es en absoluto lo mismo la ambivalencia y la reversión.
Si la pulsión genital, por tanto, no existe, sólo tiene que ir a hacerse formar en otra parte, en otro lado del lado donde hay la pulsión, a la izquierda, en mi esquema de la pizarra. Ya ven que es a la derecha, en el campo del Otro, donde tiene que ir a hacerse conformar la pulsión genital.
¡Pues bien! esto se une, precisamente, a lo que nos enseña la experiencia analítica, a saber, que la pulsión genital esta sometida a la circulación del complejo de Edipo, a las estructuras elementales y a otras del parentesco. Esto es lo que se designa como campo de la cultura de una forma insuficiente, ya que se supone que este campo se fundamenta en un no man’s land en el que la genitalidad subsistiría como tal, cuando de hecho esta disuelta, no agrupada, pues en ninguna parte es atrapable, en el sujeto, la ganze Sexualstrebung.
Pero por no estar en ninguna parte, está no obstante difusa, y esto es lo que Freud, en ese articulo, intenta que veamos.
Todo lo que dice del amor se dirige a acentuar que, para concebir el amor, hay que referirse necesariamente a otra clase de estructura distinta a la de la pulsión. A esta estructura la divide en tres niveles: nivel de lo real, nivel de lo económico y, por último, nivel de lo biológico.
Las oposiciones que a ello corresponden son triples. Al nivel de lo real, lo que interesa y lo indiferente. Al nivel de lo económico, lo que produce placer y lo que produce displacer. Sólo al nivel de lo biológico, la oposición actividad-pasividad se presenta, en su forma propia, la única válida en cuanto a su sentido gramatical, la oposición amar-ser amado.
Estamos invitados por Freud a considerar que el amor, en su esencia, hay que juzgarlo sólo como pasión sexual del gesamt Ich, ahora bien, gesamt Ich es aquí, en su obra un hapax, que tenemos que dar el sentido de lo descrito cuando nos da cuenta del principio del placer. El genzmt Ich es ese campo que les he invitado a considerar como una superficie, y una superficie bastante limitada para que la pizarra sea propicia para representarla, y para que todo pueda ahí por escrito se trata de esta red representada por arcos, líneas, que unen puntos de acumulación, cuyo círculo cerrado marca lo que tiene que conservarse de la homeostasis tensional, de menor tensión, de necesaria derivación, de difusión de la excitación en mil canales -toda vez que en uno de ellos podría ser demasiado intensa.
La filtración de la estimulación a la descarga es el aparato, el casquete -a circunscribir en una esfera- en el que se define, en primer lugar, lo que llama el estadio del Real Ich Y es a eso a lo que, en su discurso, atribuirá la calificación de autoerotisch.
Los analistas han sacado en conclusión de ello que como eso había que situarlo en alguna parte en lo que se llama el desarrollo, y puesto que la palabra de Freud es palabra de evangelio, el niño de pecho ha de considerar indiferentes todas las cosas que están a su alrededor. Uno pregunta como pueden sostenerse las cosas, en un campo de observadores para los que los artículos de fe, con respecto a la observación, tienen un valor tan aplastante. Pues en fin, si hay algo en lo que el niño de pecho no hace pensar, es que se desinteresa de lo que entra en su campo de percepción.
Que hay objetos desde el momento más precoz de la fase neonatal es algo de lo que no cabe la menor duda, autoerotisch no puede tener en absoluto el sentido de desinterés con respecto a esos objetos. Si leen a Freud en este texto, verán que el segundo tiempo, -el tiempo económico, consiste precisamente en esto: que el segundo Ich al segundo de derecho, el segundo en un tiempo lógico- es el Lust Ich que llama purifiziert. Lust-ich purificado, que se instaura en el campo exterior al casquete en el que designo el primer Real-Ich de la explicación de Freud.
El autoerotisch consiste en lo siguiente, y el propio Freud lo subraya: que no habría surgimiento de los objetos si no hubiese objetos buenos para mi. Este es el criterio del surgimiento y del reparto de los objetos.
Aquí se constituye, pues, el lust-Ich, y también el campo del Unlust, del objeto como resto, como ajeno por conocer, y con motivo, es el que se define en el campo del Unlust, mientras que los objetos del campo del Lustich son amables. El hassen, con su profunda vinculación al conocimiento, es el otro es el otro campo, a este nivel, no hay rastro de funciones pulsionales, sino de las que no son verdaderas pulsiones, y que Freud, en su texto, llama las Ichtriebe. El nivel del Ich es no-pulsional, y es ahí -les ruego que lean atentamente el texto- donde Freud funda el amor. Todo lo que así definido al nivel del Ich no toma valor sexual, no pasa del Erhaltungstrieb. de la conservación, al sexual Trieb, que en función de la apropiación de cada uno de estos campos, su incautación, por una de las pulsiones parciales. Freud dice exactamente que Vorhanung des Wesentlichen, para hacer salir aquí lo esencial, es de un modo puramente pasivo, no pulsional, que el sujeto registra los äussere Reize, lo que proviene del mundo exterior. Su actividad no proviene más que de gegen die äussere Reize durch seine eigene Triebe, sus propias pulsiones. Se trata aquí de la diversidad de pulsiones parciales. En eso somos conducidos al tercer nivel que Freud hace intervenir, de la actividad-pasividad.
Antes de señalar sus consecuencias, querría simplemente hacerles observar el carácter clásico de esta concepción del amor, querer su bien, ¿es necesario subrayar que es exactamente equivalente a lo que se llama, dentro de la tradición, la teoría física del amor, el velle bonum alicui de Santo Tomás, que para nosotros, dada la función del narcicismo, tiene exactamente el mismo valor? Desde hace tiempo he subrayado el carácter capcioso de ese pretendido altruismo, que se satisface preservando el bien ¿de quién? -de él que, precisamente, nos es necesario.
Aquí es, pues, donde Freud se propone asentar las bases del amor. Sólo con la actividad-pasividad entra en juego lo que pertenece propiamente a la relación sexual.
Ahora bien, ¿la relación actividad-pasividad cubre la relación sexual? Les ruego que remitan a aquel pasaje del Hombre de los lobos, por ejemplo, o a tantos otros esparcidos en Los cinco psicoanálisis Freud allí explica, en suma, que la referencia polar actividad-pasividad esta para denominar, para revestir, para metaforizar lo que permanece insondable en la diferencia sexual. Nunca en ningún lado sostiene que, psicológicamente, la relación masculino-femenino se pueda captar de otro modo que por el representante de la oposición actividad-pasividad. En tanto que tal, la oposición masculino-femenino nunca es alcanzada . Esto designa en gran medida la importancia de lo aquí repetido, bajo la forma de un verbo particularmente agudo para expresar lo que tratamos esta oposición pasividad-actividad se vierte, se moldea, se inyecta. Es una arteriografía, y las relaciones masculino-femenino ni siquiera la agotan.
Naturalmente, sabemos bien que la oposición actividad-pasividad puede dar cuenta de muchas cosas en el campo del amor. Pero con lo que tenemos que ver es, precisamente, con esta inyección, por así decirlo, de sadomasoquismo, que no hay que tomar en absoluto, en cuanto a la realización propiamente sexual, por dinero contante y sonante.
Desde luego, en la relación sexual entran en juego todos los intervalos del deseos- ¿Que valor tiene para ti mi deseo?, eterna pregunta planteada en el diálogo de los amantes. Pero el pretendido valor, por ejemplo, del masoquismo femenino, como se dice, conviene meterlo en el paréntesis de una interrogación seria. Forma parte de este diálogo muchos puntos, podemos definir como fantasía masculina. Muchas cosas dejan pensar si sostenerla no es complicidad de nuestra parte. Para no entregarnos por completo a los resultados de la encuesta anglosajona, que no diría gran cosa sobre este tema, para no decir que ahí se da algún consentimiento por parte de las mujeres, lo cual no quiere decir nada -nos limitaremos, nosotros analistas, a las mujeres que forman parte de nuestro grupo. Resulta por complete chocante ver que las representantes de este sexo en el circulo analítico están especialmente dispuestas a mantener la creencia basal en el masoquismo femenino. Sin duda, ahí hay un velo que no conviene levantar àpresuradamente y que concierne a los intereses del sexo. Esta es, por otra parte, excursión respecto a nuestro tema, pero excursión profundamente ligada a él, como verán, pues tendremos que volver sobre lo que ocurre en esta coyuntura.
Sea como sea, a este nivel nada nos surge del es decir, del marco del narcicismo, del que Freud nos indica, en términos adecuados, en este articulo, que está formado por la inserción de lo autoerotisch en los intereses organizados del yo.
Dentro de este marco puede haber representación de los objetos del mundo exterior, elección y discernimiento, posibilidad de conocimiento en resumen, todo el campo en el que se ha ejercido la psicología clásica esta ahí incluido. Pero nada -y es claramente por eso por lo que toda psicología afectiva, hasta Freud, ha fracasado- nada todavía representa ahí al Otro, el Otro radical, el Otro como tal.
Esta representación del Otro falta, precisamente, entre estos dos mundos opuestos que la sexualidad nos designa en lo masculino y lo femenino. Llevando las cosas hasta el final, incluso se puede decir que el ideal viril y el ideal femenino están representados en el psiquismo por algo distinto a esta oposición actividad-pasividad de la que hablaba hace un momento. Dependen propiamente de un término que yo no he introducido, sino con el que una psicoanalista ha despuntado la actitud sexual femenina: la mascarada.
La mascarada no es lo que entra en juego en el necesario alarde, al nivel de los animales, en el apareamiento, y además ahí el ornato, generalmente, se revela por parte del macho. La mascarada tiene otro sentido en el campo humano: precisamente el de jugar al nivel, ya no imaginario, sino simbólico.
A partir de ahí ahora nos queda por mostrar que la sexualidad como tal reaparece, ejerce su actividad propia, por mediación -por paradójico que pueda parecer- de las pulsiones parciales.
Todo lo que Freud deletrea de las pulsiones parciales nos muestra el movimiento que el último día les tracé en la pizarra, ese movimiento circular del empuje que sale a través del borde erógeno para volver a él como si fuese su blanco, después de haber dado la vuelta a algo que llamo el objeto a. Expongo -y un examen puntual de todo el texto es la prueba de la verdad de lo que anticipo que es por ahí por donde el sujeto logra alcanzar lo que, propiamente hablando, es la dimensión del gran Otro.
Anticipo la distinción radical existente entre el amarse a través del otro -lo cual, en el campo narcisista del objeto, no deja trascendencia alguna al objeto incluido- y la circularidad de la pulsión, en la que la heterogeneidad del ir y volver muestra en su intervalo una hiancia.
¿Qué hay de común en ver o ser visto? Tomemos la Schaulust, la pulsión escópica. Freud opone claramente beschauen, mirar un objeto ajeno, un objeto propiamente dicho, a ser mirado por una persona ajena, beschaut werden.
Ocurre que un objeto y una persona no son lo mismo, al final del circulo, digamos que se relajan. 0 que su punteado se nos escapa un poco. Por otra parte, para ligarlos, es en la base -allí donde el origen y la punta se reúnen- donde Freud ha de aferrarlos y donde intenta encontrar su unión -precisamente en el punto de retorno. Lo aferra al decir que la raíz de la pulsión escópica hay que tomarla toda ella en el sujeto, en el hecho de que el sujeto se ve a sí mismo.
Pero ahí, porque es Freud, no se equivoca. No es verse en el espejo es Selbst ein Sexualglied beschauen -se mira, diré, en su miembro sexual.
Pero ¡cuidado! ahí tampoco eso no va. Ya que este enunciado es identificado con su inverso que es bastante Curioso, y me sorprende que nadie haya descubierto su humor. Ello da: sexual Glied von eigener Person beschaut werden. En cierta manera, del mismo modo como el número dos se regocija de ser impar, el sexo, o la pito, se regocija al ser mirado. ¿Quién pudo nunca realmente comprender el carácter realmente subjetivable de semejante sentimiento?
De hecho la articulación del aro del ir y volver de la pulsión, se obtiene perfectamente no cambiando en el último enunciado más que uno de los términos de Freud. No cambio eigenes Objekt, el objeto propiamente dicho que es de hecho eso a lo que se reduce el sujeto, no cambio von fremder Person, el otro, bien entendido, ni beschaut, sino que coloco en lugar de werden, machen -de lo que se trata en la pulsión es de hacerse ver. La actividad de la pulsión se concentra en este hacerse y al referirlo al campo de las otras pulsiones, quizás podremos lograr alguna luz.
Es preciso que vaya deprisa, desgraciadamente, y no sólo abrevio, sino que lleno los agujeros que Freud, hecho sorprendente, dejé abiertos en su enumeración de las pulsiones.
Después del hacerse ver, introduciré otro, el hacerse oír, del que Freud ni siquiera nos habla.
Es preciso que, muy rápidamente, les indique su diferencia con el hacerse ver. Las orejas son, en el campo del inconsciente, el único orificio que no puede cerrarse. Mientras que el hacerse ver viene señalado con una flecha que realmente vuelve al sujeto, el hacerse oír va hacia el otro. La razón de ello es de estructura, e importa que lo diga de paso.
Vayamos a la pulsión oral. ¿Que es? Se habla de fantasías de devoración, hacerse manducar. Cada cual conoce, en efectos confinando ahí todas las resonancias del masoquismo, el término, otrificado de la pulsión oral. Pero ¿por qué no poner las cosas entre la espada y la pared? Puesto que nos referimos al niño de pecho y al seno, y puesto que la alimentación es la succión, digamos que la pulsión oral es el hacerse chupar, es el vampiro.
Esto nos alumbra, por otra parte, sobre lo que ocurre con este objeto singular -que me esfuerzo por arrancar, en la mente de ustedes, de la metáfora alimentación- el seno. El seno también es algo adherido, ¿qué chupa qué? -el organismo de la madre, así se indica suficientemente, a este nivel, cual es la reivindicación, por el sujeto, de algo separado de él, pero que le pertenece, y con él que se completa.
Al nivel de la pulsión anal -algo de alivio aquí- eso no parece ir del todo bien. Y sin embargo, hacerse cagar ¡tiene un sentido! Cuando aquí se dice on se fait rudement chier, tenemos que ver con el enmerdeur etemo. Se está muy equivocado al identificar simplemente el famoso excremento con la función que se le da en el metabolismo de la neurosis obsesiva. Se esta muy equivocado al amputarlo de lo que representa, en este caso, del regalo, y de la relación que tiene con la mancha, la purificación, la catarsis. Se esta muy equivocado al no ver que es de ahí que surge la función de la oblatividad. Por decirlo todo, el objeto, aquí, no está muy lejos del campo que llamamos del alma.
¿Qué nos revela este breve sobrevuelo? ¿No parece que, en esta vuelta que representa su red, la pulsión, al invaginarse a través de la zona erógena, está encargada de ir a buscar algo que, cada vez, responde en el Otro? No remitiré a la serie. Digamos que al nivel de la Shaulust es la mirada. Sólo lo indico para tratar mis adelante de los efectos en el Otro de este movimiento de llamada.
Quiero señalar aquí la relación de la polaridad del ciclo pulsional con algo que siempre está en el centro. Se trata de un órgano que hay que tomar en el sentido de instrumento de la pulsión -en otro sentido, pues, que el que tenía hace un momento en la esfera de inducción del Ich. Este órgano inaprensible, este objeto que sólo podemos rodear, y diciéndolo todo, este falso órgano -esto es lo que ahora conviene interrogar.
El órgano de la pulsión se sitúa en relación con el verdadero órgano. Para que lo aprecien, y para mantener que ahí se da el único polo que, en el campo de la sexualidad permanece a nuestro alcance susceptible de ser aprendido, me permitiré emitir ante ustedes un mito -en el que tomaré el padrinazgo histórico de lo dicho en el Banquete de Platón, por boca de Aristófanes, en lo concerniente la naturaleza del amor.
Esta utilización supone, por supuesto que nos permitimos utilizar el judo con la verdad ese aparejo que, ante mi anterior auditorio, siempre he evitado utilizar.
A mis oyentes he proporcionado algunos antiguos modelos y principalmente en el campo de Platón, pero tan sólo les he dado el aparato para cavar en ese campo. No soy de los que dicen: Hijos míos, aquí hay un tesoro; gracias a lo cual van a trabajar el campo. Les he dado la reja y el arado, a saber, que el inconsciente está hecho a base de lenguaje, y en un momento determinado, hace aproximadamente tres años y medio, resultaron en ellos tres trabajos muy buenos. Pero ahora es cuestión de decir. El tesoro sólo se puede encontrar por el camino que anuncio.
Este camino participa de lo cómico. Lo cual es absolutamente esencial para comprender el menor de los diálogos de Platón, a fortiori, lo que hay en el Banquete. Incluso se trata si prefieren, de una broma. Se trata ,por supuesto, de la fábula de Aristófanes. Esta fábula es un desafió a los siglos, pues los ha atravesado sin que nadie haya intentado preocuparse. Voy a intentarlo.
Esforzándome por recapitular lo dicho en el Congreso de Bonneval llegué a fomentar algo que se expresa así: Voy a hablarles de la laminilla.
Si quieren acentuar su efecto bromístico la llamarán la hommelette. Esta hommelette, como verán, es más fácil de animar que el hombre primordial en cuya cabeza parecíamos meter un homúnculo para hacerlo andar. Cada vez que se rompen las membranas del huevo del que saldrá el feto en trance de convertirse en un recién nacido, imaginen por un momento que algo se escapa, que se puede hacer con un huevo lo mismo que un hombre, a saber la hommelette, o la laminilla.
La laminilla es algo extra plano, que se desplaza como la ameba.. Simplemente es algo más complicado. Pero pasa por todas partes. Y como es algo -dentro de poco les diré por qué-que tiene relación con lo que el ser sexuado pierde en la sexualidad es como la ameba con respecto a los seres sexuados, inmortal. Puesto que eso sobrevive a toda división, puesto que subsiste a toda intervención escisípara. Y eso corretea.
¡Pues bien!, eso no es tranquilizador. Supongan tan sólo que eso viene a envolverles el rostro, mientras duermen tranquilamente…
Veo posibilidades de que no entremos en lucha con un ser capaz de esas propiedades. Pero no se trataría de una lucha muy cómoda. Esta laminilla, este órgano, que tiene como carácterística el no existir, pero que no deja de ser un órgano -podría desarrollarse más su lugar zoológico- es la libido.
Es la libido en tanto que puro instinto de vida, es decir de vida inmortal, de vida irreprimible, de vida, que no tiene necesidad de ningún órgano, de vida simplificada e indestructible. Eso es precisamente lo substraído al ser vivo desde que está sometido al ciclo de la reproducción sexuada. Y de esto son representantes, equivalentes, todas las formas que podemos enumerar del objeto a. Los objetos a no son más que sus representantes, sus figuras. El seno, como equívoco, como elemento carácterístico de la organización mamífera, la placenta por ejemplo, representa claramente esta parte de sí mismo que el individuo pierde al nacer, y que puede servir para simbolizar el más profundo objeto perdido. Podría evocar la misma referencia para todos los demás objetos.
La relación del sujeto con el campo del otro se encuentra con ello esclarecida. Vean lo que he dibujado en la parte inferior de la pizarra. Esta es su explicación.
En el mundo del real Ich, del yo, del conocimiento, todo puede existir como ahora, incluídos ustedes y la conciencia, sin que por ellos haya, por más que se piense lo contrario, el menor sujeto. Si el sujeto es lo que yo les enseño, a saber, el sujeto determinado por el lenguaje y la palabra, eso quiere decir que el sujeto, in initio, empieza en el lugar del Otro, en tanto que surge el primer significante.
Ahora bien ¿Que es un significante. Desde hace mucho tiempo lo repito para no tener que articularlo de nuevo aquí. Un significante es lo que representa un sujeto ¿para quien?, no para otro sujeto, sino para otro significante. Para ilustrar este axioma, supongan que descubren en el desierto una piedra cubierta de jeroglíficos. Ni por un momento dudarán que detrás hubo un sujeto para inscribirlos. Pero creer que cada significante se dirige a ustedes, es un error, la prueba de lo cual está en que no pueden entender nada de ellos. Pero si los definirán cono significantes, por cuanto están seguros de que cada uno de estos significantes se refiere a cada uno de los otros. Y de esto es de lo que se trata en la relación del sujeto con el campo del Otro. El sujeto nace en tanto que en el campo del otro surge el significante. Pero por ese mismo hecho, eso que antes no era nada, sino sujeto por venir -se cuaja en significante.
La relación con el Otro es, precisamente, lo que para nosotros hace surgir lo que representa la laminilla- no la polaridad sexuada, la relación de lo masculino con la femenino, sino la relación del sujeto del sujeto viviente con lo que pierde al tener que pasar, para su reproducción, por el ciclo sexual.
De este modo explico la afinidad esencial de toda pulsión con la zona de la muerte y concilio las dos caras de la pulsión -que a la vez presentificar la sexualidad en el inconsciente y representada en su esencia, la muerte. Comprendan también que, si les he hablado del inconsciente como de lo que se abre y, se debe a que su esencia radica en marcar ese tiempo por el que, al nacer con el significante, el sujeto nace dividido. El sujeto es este surgimiento que, justo antes, como sujeto, no era nada, pero que apenas aparecido se cuaja en significante.
De esta conjunción del sujeto en el campo de la pulsión el sujeto tal como se evoca en el campo del otro, de este esfuerzo para unirse, depende que haya un soporte para la ganze Sexualstrebung. No hay otro. Sólo ahí se representa la relación de los seres de los sexos al nivel del inconsciente.
Por lo demás, la relación sexual está confiada a los gajes del campo del Otro. Están confiadas a la vieja de la que -no es vana fábula- Dafnis precisa aprender como hay que hacer para hacer el amor.
F Wahl: -La pregunta se refiere a la perdida que sufre lo viviente sexuado, luego a la articulación actividad-pasividad
J. LACAN: -Usted señala efectivamente una de las carencias de mi discurso. La laminilla tiene un borde, viene a insertarse en la zona erógena, es decir, en uno de los orificios del cuerpo, en tanto que esos orificios -toda nuestra experiencia lo muestra- están ligados a la apertura-cierre de la hiancia inconsciente.
Las zonas erógenas están ligadas al inconsciente, ya que es allí donde se anuda la presencia de lo viviente. Hemos descubierto que es precisamente el órgano de la libido, la laminilla, quien liga al inconsciente la pulsión llamada oral, la anal, a las que añado la pulsión escópica y a la que casi habría que llamar la pulsión invocante que, como les dije incidentalmente -nada de lo que digo es pura broma-, tiene este privilegio de no poder cerrarse.
En cuanto a la relación de la pulsión con la actividad-pasividad, pienso que me he dado a entender suficientemente al decir que al nivel de la pulsión, es puramente gramatical. Es sostén artificio, que Freud emplea para hacernos comprender el ir y el volver del movimiento pulsional. He insistido cuatro cinco veces en el hecho de que no podríamos reducirlo pura y simplemente a una reciprocidad. Hoy he indicado, de una forma muy articulada que en cada uno de los tres tiempos, a, b, c en los que Freud articula cada pulsión es importante sustituir la fórmula de hacerse ver, oír, y toda la lista que he dado. Lo cual implica fundamentalmente actividad, con lo que uno a lo que el propio Freud articula al distinguir los dos campos, el campo pulsional por una parte, y el campo narcisista del amor, por otra al subrayar que al nivel del amor existe reciprocidad del amar al ser amado y que en el otro campo, se trata de una pueda actividad para seine eigene Triebe para el sujeto ¿Lo comprenden?. De hecho, salta a la vista que, incluso en su pretendida fase pasiva, el ejercicio de una pulsión, masoquista por ejemplo, exige que el masoquista se dé, por así decirlo, una dificultad.