Obras de S. Freud: Inhibición, síntoma y angustia, CAPÍTULO I
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I
En la descripción de fenómenos patológicos, nuestra terminología nos permite diferenciar entre síntomas e inhibiciones, pero no atribuye gran valor a ese distingo. Si no se nos presentaran casos de enfermedad acerca de los cuales es preciso decir que muestran sólo inhibiciones y ningún síntoma, y si no quisiéramos averiguar la condición a que esto responde, difícilmente habría despertado en nosotros el interés por deslindar entre sí los conceptos de inhibición y de síntoma.
No han crecido los dos en el mismo suelo. «Inhibición» tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo patológico: se puede dar ese nombre a una limitación normal de una función. En cambio, «síntoma» equivale a indicio de un proceso patológico. Entonces, también una inhibición puede ser un síntoma. La terminología procede, pues, del siguiente modo: habla de inhibición donde está presente una simple rebaja de la función, y de síntoma, donde se trata de una desacostumbrada variación de ella o de una nueva operación. En muchos casos parece librado al albedrío que se prefiera destacar el aspecto positivo o el negativo del proceso patológico, designar su resultado como síntoma o como inhibición. Nada de esto es muy interesante, en verdad, y nuestro planteo inicial del problema demuestra ser poco fecundo.
Dado que la inhibición se liga conceptualmente de manera tan estrecha a la función, uno puede dar en la idea de indagar las diferentes funciones del yo a fin de averiguar las formas en que se exterioriza su perturbación a raíz de cada una de las afecciones neuróticas. Para ese estudio comparativo escogemos: la función sexual, la alimentación, la locomoción y el trabajo profesional.
a. La función sexual sufre muy diversas perturbaciones, la mayoría de las cuales presentan el carácter de inhibiciones simples. Son resumidas como impotencia psíquica. El logro de la operación sexual normal presupone un decurso muy complicado, y la perturbación puede intervenir en cualquier punto de él. Las estaciones principales de la inhibición son, en el varón: el extrañamiento de la libido en el inicio del proceso (displacer psíquico), la falta de la preparación física (ausencia de erección), la abreviación del acto (ejaculatio praecox) -que igualmente puede describirse como síntoma positivo-, la detención del acto antes del desenlace natural (falta de eyaculación), la no consumación del efecto psíquico (ausencia de sensación de placer del orgasmo). Otras perturbaciones resultan del enlace de la función a condiciones particulares de naturaleza perversa o fetichista.
No puede escapársenos por mucho tiempo la existencia de un nexo entre la inhibición y la angustia. Muchas inhibiciones son, evidentemente, una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría angustia. En la mujer es frecuente una angustia directa frente a la función sexual; la incluimos en la histeria, lo mismo que al síntoma defensivo del asco, que originariamente se instala como una reacción, sobrevenida con posterioridad {nachträglich}, frente al acto sexual vivenciado de manera pasiva, y luego emerge a raíz de la representación de este. También un número considerable de acciones obsesivas resultan ser precauciones y aseguramientos contra un vivenciar sexual, y por tanto son de naturaleza fóbica.
Con esto no avanzamos mucho en materia de comprensión; anotamos, solamente, que se emplean muy diversos procedimientos para perturbar la función: 1) el mero extrañamiento de la libido, que parece producir a lo sumo lo que llamamos una inhibición pura; 2) el menoscabo en la ejecución de la función; 3) su obstaculización mediante condiciones particulares, y su modificación por desvío hacia otras metas; 4) su prevención por medidas de aseguramiento; 5) su interrupción mediante un desarrollo de angustia toda vez que no se pudo impedir su planteo, y por último, 6) una reacción con posterioridad que protesta contra ella y quiere deshacer {rückgängig machen} lo acontecido cuando la función se ejecutó a pesar de todo.
b. La perturbación más frecuente de la función nutricia es el displacer frente al alimento por quite de la libido. Tampoco es raro un incremento del placer de comer; se ha investigado poco una compulsión a comer que tuviera por motivo la angustia de morirse de hambre. Como defensa histérica frente al acto de comer conocemos el síntoma del vómito. El rehusamiento de la comida a consecuencia de angustia es propio de algunos estados psicóticos (delirio de envenenamiento) .
c. La locomoción es inhibida en muchos estados neuróticos por un displacer y tina flojera en la marcha. la traba histérica se sirve de la paralización del aparato del movimiento o le produce una cancelación especializada de esa sola función (abasia). Particularmente característicos son los obstáculos puestos a la locomoción interpolando determinadas condiciones, cuyo incumplimiento provoca angustia (fobia).
d. La inhibición del trabajo, que tan a menudo se vuelve motivo de tratamiento en calidad de síntoma aislado, nos muestra un placer disminuido, torpeza en la ejecución, o manifestaciones reactivas como fatiga (vértigos, vómitos) cuando se es compelido a proseguir el trabajo. La histeria fuerza la interrupción del trabajo produciendo parálisis de órgano y funcionales, cuya presencia es inconciliable con la ejecución de aquel. La neurosis obsesiva lo perturba mediante una distracción continua y la pérdida de tiempo que suponen las demoras y repeticiones interpoladas.
Podríamos extender este panorama a otras funciones, pero sin esperanza alguna de obtener mejores resultados. No saldríamos de la superficie de los fenómenos. Nos decidimos, entonces, por una concepción que ya no deja subsistir grandes enigmas en el concepto de inhibición. Esta última expresa una limitación funcional del yo, que a su vez puede tener muy diversas causas. Conocemos bien muchos de los mecanismos de esta renuncia a la función, así como una tendencia general de ellos.
En el caso de las inhibiciones especializadas, esa tendencia es más fácil de discernir. Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para tocar el piano, escribir o aun caminar, el análisis nos muestra que la razón de ello es una erotización hiperintensa de los órganos requeridos para esas funciones: los dedos de la mano, o los pies. Hemos obtenido esta intelección, de validez universal: la función yoica de un órgano se deteriora cuando aumenta su erogenidad, su significación sexual. En tal caso se comporta, si se nos permite la comparación un poco torpe, como una cocinera que no quisiera trabajar más en la cocina porque el dueño de casa trabó relaciones amorosas con ella. Si el acto de escribir, que consiste en hacer fluir algo líquido de un tubo sobre un papel blanco, ha cobrado la significación simbólica del coito, o si la marcha se ha convertido en sustituto simbólico de pisar el vientre de la Madre Tierra, ambas acciones, la de escribir y la de caminar, se omitirán porque sería como si de hecho se ejecutase la acción sexual prohibida. El yo renuncia a estas funciones que le competen a fin de no verse precisado a emprender una nueva represión, a fin de evitar un conflicto con el ello.
Otras inhibiciones se producen manifiestamente al servicio de la autopunición; no es raro que así suceda en las actividades profesionales. El yo no tiene permitido hacer esas cosas porque le proporcionarían provecho y éxito, que el severo superyó le ha denegado. Entonces el yo renuncia a esas operaciones a fin de no entrar en conflicto con el superyó.
Las inhibiciones más generales del yo obedecen a otro mecanismo, simple. Si el yo es requerido por una tarea psíquica particularmente gravosa, verbigracia un duelo, una enorme sofocación de afectos o la necesidad de sofrenar fantasías sexuales que afloran de continuo, se empobrece tanto en su energía disponible que se ve obligado a limitar su gasto de manera simultánea en muchos sitios, como un especulador que tuviera inmovilizado su dinero en sus empresas. Un instructivo ejemplo de este tipo de inhibición general intensiva, de corta duración, pude observarlo en un enfermo obsesivo que caía en una fatiga paralizante, de uno a varios días, a raíz de ocasiones que habrían debido provocarle, evidentemente, un estallido de ira. A partir de aquí ha de abrírsenos un camino que nos lleve a comprender la inhibición general característica de los estados depresivos y del más grave de ellos, la melancolía.
Acerca de las inhibiciones, podemos decir entonces, a modo de conclusión, que son limitaciones de las funciones yoicas, sea por precaución o a consecuencia de un empobrecimiento de energía. Ahora es fácil discernir la diferencia entre la inhibición y el síntoma. Este último ya no puede describirse como un proceso que suceda dentro del yo o que le suceda al yo.
Continúa en Inhibición, síntoma y angustia, CAPÍTULO II