Nota introductoria:
La existencia de este artículo, escrito en colaboración por Freud y el profesor David Ernst Oppenheim, de Viena, fue de hecho ignorada hasta el verano de 1956, cuando la señora Liffman, hija de Oppenheim que a la sazón vivía en Australia, la puso en conocimiento de un librero neoyorquino. Poco después, el manuscrito fue adquirido con destino a los Archivos Sigmund Freud por el doctor Bernard L. Pacella, y es gracias a su generosidad y a la infatigable ayuda del doctor K. R. Eissler, secretario de los Archivos, que hemos podido incluir esta obra en la Standard Edition.
Oppenheim nació en Brno (en la actual Checoslovaquia) en 1881. Era un especialista en estudios clásicos y llegó a ser profesor de griego y latín en el «Akademisches Gymnasium», una escuela secundaria de Viena. El doctor Ernest Jones (1955, pág. 16) lo menciona entre los asistentes a las conferencias que dictó Freud en la universidad en 1906, pero aparentemente su amistad con este data sólo de 1909. En el otoño de ese año parece haber enviado a Freud una copia de un trabajo en que se ocupaba de la mitología clásica de una manera que delataba el conocimiento de la literatura psicoanalítica, ya que ha sobrevivido una carta de Freud (fechada el 28 de octubre de 1909) (1) en que se la agradece en forma muy calurosa y le sugiere que ponga sus conocimientos de los clásicos al servicio de los estudios psicoanalíticos. Consecuencia de esto, evidentemente, fue que se vinculara a la Sociedad Psicoanalítica de Viena, de la cual pasó a ser miembro en 1910 (según Jones, loc. cit). El 20 de abril de ese año leyó en ella un trabajo que inauguró un debate acerca del suicidio (sobre todo entre escolares). Dicho trabajo fue publicado en forma de folleto (Oppenheim, .1910; véase también Freud, 1910g); su autor escogió para ello el seudónimo de «Unus Multorum», aunque lo firmó con su nombre verdadero al reimprimírselo años después en una compilación de Adler y Furtmüller (1914).
Las actas publicadas de la Sociedad de Viena muestran que, entre 1910 y 1911, Oppenheim leyó allí tres «comunicaciones breves», la primera de las cuales, sobre «material del folklore concerniente al simbolismo en los sueños» (16 de noviembre de 1910) tiene notoria relación con el presente artículo. En la primavera de 1911 apareció la tercera edición de La interpretación de los sueños (1900a), y allí Freud insertó una nota en que mencionaba la obra de Oppenheim sobre los sueños y el folklore y anunciaba que próximamente aparecería un trabajo referido a ese tema (AE, 5, pág. 608). Esta nota fue omitida en todas las ediciones posteriores del libro. Indudablemente,. da cuenta de esa omisión, así como de la desaparición del presente escrito, el hecho de que al poco tiempo Oppenheim se convirtiese en partidario de Adler y, junto con otros cinco miembros, renunciase a la Sociedad Psicoanalítica de Viena, el 11 de octubre de 1911. Murió, durante la Segunda Guerra Mundial, en el campo de concentración de Theresienstadt, donde habían sido confinados tanto él como su esposa. Al término de la guerra, esta última emigró a Australia llevando consigo el manuscrito, que pudo salvar. Respondiendo a sus deseos, se lo dio a publicidad sólo después de su muerte.
Es posible establecer dentro de límites bastante precisos la época en la cual Freud participó en este trabajo. De la referencia a la obra de Stekel, Die Sprache des Traumes (pág. 196, n. 30), se infiere que no pudo haber sido escrito antes de los primeros meses de 1911, pues dicha obra se publicó a comienzos de ese año; y debió estar listo antes de la ruptura definitiva con Adler ese mismo verano.
Si bien el manuscrito que hoy poseemos no fue sometido por sus autores a una revisión final, en verdad debieron hacérsele muy pocos retoques a fin de prepararlo para su publicación; se puede apreciar claramente la injerencia que tuvo en él cada uno. El material básico fue recopilado, evidentemente, por Oppenheim, quien lo extrajo en gran medida de la revista Anthropophyteia (Leipzig, 1904-13), dirigida por F. S. Krauss, por la cual Freud siempre había demostrado especial interés. (2) (Véase su carta abierta al director (Freud, 19101), y su prólogo al libro de Bourke, Scatologic Rites of All Nations (Freud, 1913k), de particular significatividad para el presente trabajo.) Oppenheim copió el material en parte a máquina y en parte a mano, le agregó unas pocas consideraciones y lo entregó a Freud; este lo ordenó en una secuencia apropiada, pegó las hojas de Oppenheim en hojas suyas de mucho mayor tamaño, e intercaló profusos comentarios. Al parecer, luego devolvió el manuscrito íntegro a Oppenheim, quien habría agregado dos o tres notas más (algunas de ellas en forma abreviada).
Por lo tanto, en la versión que a continuación ofrecemos, y si se prescinde de cualquier intercambio previo de puntos de vista, las contribuciones de uno y otro se distinguen automáticamente entre sí. El material básico (que aquí figura en un tipo de letra más pequeño) es atribuible a Oppenheim; Freud es el responsable de todo lo demás: la introducción, los comentarios, las conclusiones y el ordenamiento general del texto. El único cambio efectuado por los editores consistió en trasladar las referencias bibliográficas del cuerpo del texto a notas de pie de página. Las escasas anotaciones de Oppenheim al margen también aparecen a pie de página, aclarándose que le pertenecen. Algunas de ellas, sin embargo, se han vuelto ilegibles.
Las referencias bibliográficas han sido controladas en la medida de lo posible, corrigiendo en ellas cierta cantidad de errores.
Notas:
1) El texto de esta carta en alemán, junto con su traducción al inglés, está contenido en la edición norteamericana del trabajo.
2) Una parte del material procede de Kryptadia, publicación de características semejantes a Anthropophyteia que apareció en Heilbronn y París entre 1883 y 1911.
James Strachey.
«Celsi praetereunt austera poemata ramnes».
({«Los soberanos excelsos dejan de lado los poemas carentes de encanto».} )
Persio, Satirae.
Uno de nosotros (O.), en sus estudios del folklore, ha hecho en los sueños que allí se narran dos observaciones que, según le pareció, merecían ser comunicadas. En primer lugar, que el simbolismo empleado en esos sueños coincide por entero con el supuesto por el psicoanálisis, y, en segundo lugar, que a cierto número de esos sueños el pueblo los concibe tal como el psicoanálisis los interpretaría también, a saber, no como indicadores de un futuro que se debería desentrañar, sino como cumplimientos de deseo, satisfacciones de necesidades que se insinúan mientras se duerme. Ciertas peculiaridades de estos sueños asaz indecentes, narrados como chascarrillos, sugirieron luego al otro autor (F) intentar una interpretación de ellos que los hace aparecer todavía más serios y dignos de atención.
I. Simbolismo del pene en sueños de recopilación folklórica
El sueño por el que principiamos, si bien no contiene ninguna figuración simbólica, suena casi como una burla de la interpretación profética y un alegato en favor de la interpretación psicológica de los sueños.
Interpretación de un sueño
Una muchacha se levantó de su yacija y narró a su madre que le había sobrevenido un muy asombroso sueño.
«Bueno, ¿y qué has soñado?», le preguntó la madre.
«¿Cómo te lo puedo decir? Yo misma no sé; era algo largo, rojo y mocho».
«Lo largo significa un camino -dijo la madre, meditando-, un camino largo; lo rojo significa alegría; pero no sé qué puede significar lo mocho».
El padre de la muchacha, que se vestía entretanto y había escuchado todo el parloteo de madre e hija, musitó en ese momento, más bien para sí: «Se parece en algo a mi gallito».
Es mucho más fácil estudiar el simbolismo onírico en el folklore que en los sueños reales. El sueño se ve constreñido a esconder, y sólo libra sus secretos. a la interpretación; en cambio, estos chascarrillos que se visten como sueños se quieren comunicar para el placer de expositor y oyente, y por eso no temen agregar al símbolo su interpretación. Se solazan desnudando el símbolo encubridor.
En la cuarteta que sigue, el pene aparece como un cetro:
Que era rey de la comarca
esta noche yo soñaba
y con el palo en la mano
divertido lo pasaba.
Compárense ahora con ese «sueño» los siguientes ejemplos, en los cuales idéntico simbolismo es utilizado fuera del sueño:
Muchacha hermosa,
me gustas tanto,
yo te haré reina
de cetro en mano.
Así Napoleón le habla
a su hijo, y lo alecciona:
«Mientras el rabo sea el cetro
la vaina será corona».
La fantasía artística ha, tenido la veleidad de crear otra variante para esta glorificación simbólica de los genitales. En una grandiosa lámina de Félicien Rops, que se titula «Tout est grand chez les rois» {«Todo es grande en los reyes»}, se ve a un rey desnudo con los rasgos del Roi Soleil {Rey Sol, Luis XIV}, cuyo pene gigantesco, que se eleva hasta la altura de las manos, porta una corona. La mano derecha balancea un cetro, mientras que la izquierda abarca un gran orbe imperial que por una hendidura en el medio cobra inequívoca semejanza con otra parte del cuerpo de erótica apetencia. El índice de la mano izquierda está metido en esa ranura.
En la canción popular de Silesia que ahora comunicamos, sólo se finge un sueño para encubrir otro hecho. El pene aparece aquí como gusano (una gorda lombriz de tierra) que se ha metido dentro de la muchacha y a su debido tiempo le saldrá como gusanito (hijo).
* Canción de la lombriz de tierra
Susana se recostó en la hierba
y dormida soñó con su amor;
rondaba su nariz una sonrisa
por aquel que el alma le robó.
¡Ay!, el amado tan gentil y fino
de pronto era -¡qué sueño de miedo!
-una gorda y larga lombriz de tierra
que a metérsele en el vientre vino.
Se despierta con terror profundo,
bañada en llanto corre a la aldea
y va gimiéndole a todo el mundo:
«¡Se me metió una lombriz de tierra! ».
La madre, que escucha estos lamentos,
pide auxilio y grita maldiciones;
se lleva a la muchacha adentro
y le hace sus exploraciones.
La busca con constancia mucha,
mas no aparece la lombriz de tierra.
Sale entonces, corre que te corre,
a consultar a una mujer muy ducha.
Esta a la niña le echa las cartas
y astuta dice: «Hay que esperar;
a la sota ya es vano interrogar.
Veamos luego lo que el rey declara».
El rey rojo les mostró bien
neto que el gusano se metió en la niña;
pero todo precisa su tiempo
y nada puede hacerse todavía.
Con el mal anuncio que recibe,
Susanita en su cuarto se encierra;
por fin llega la hora temible
y el gusanito felizmente sale.
Aprovechen, niñas, la conseja
y nunca descansen en la hierba,
que para gran tormento enseguida
vendrá la gorda lombriz atrevida.
Idéntica simbolización del pene como gusano es notoria en muchos chistes obscenos.
El sueño que sigue simboliza al pene como puñal; la soñante tira de un puñal para acuchillarse, y el marido la despierta y le amonesta que no le arranque el miembro.
* Un mal sueño
Una mujer sonó que habían llegado hasta el punto de no tener qué llevarse a la boca la víspera de la fiesta, ni tampoco con qué comprar. Su marido se había bebido todo el dinero. Sólo quedaba un billete de lotería, pero aun este debía ser entregado a alguien como garantía. Pero él lo retuvo, pues el 2 de enero lo sorteaban. Dijo: «Bien, mujer; mañana es el sorteo, conservemos otro poco el billete. Si no ganamos, hemos de venderlo o trasferirlo». – «Al diablo con eso; pagas ese desafuero y le sacas tanto provecho como leche al chivo». Y llegó la mañana. «Mira, ahí viene el repartidor de diarios». El marido lo recibe, toma un ejemplar y empieza a recorrer la lista. Deja correr sus ojos por las cifras, escruta todas las columnas, pero su número no está ahí; no se fía de sus ojos, torna a mirar, y hete aquí que encuentra el número de su billete; pero el número del billete era el mismo, mientras que el de la serie no coincidía. Tampoco esta vez se fió de lo que veía, y pensó entre sí: «Tiene que ser un error. Espera un poco; iré al banco y ahí obtendré total certidumbre». Salió, pues, con la cabeza gacha; por el camino tropezó con un segundo repartidor de diarios. Compró un ejemplar de otro diario, examinó la lista y enseguida encontró el número de su billete; también la serie era la misma inscrita en el suyo. El premio que le correspondía era de 5.000 rublos. Se precipitó entonces al banco, llegó allí a la carrera y pidió que le pagaran enseguida. El banquero dijo que no podrían pagarle antes de una o dos semanas. Empezó a rogar: «Tenga la bondad; déme al menos 1.000 rublos, puedo cobrar más tarde el resto». El banquero se lo negó, pero le dio el consejo de dirigirse al particular que le vendió el billete premiado. ¿Qué hacer ahora? De pronto, como si brotara del suelo, apareció un judío. Olió el negocio y le hizo la propuesta de pagarle el dinero enseguida; claro que sólo 4.000 rublos en lugar de 5.000. El se quedaría con la diferencia. Al hombre le alegró mucho esa suerte y se resolvió a dejar el millar al judío para recibir enseguida el dinero. Lo tomó, y le entregó el billete. Entonces se fue a su casa; por el camino entró en la taberna, se tomó un vasto de un trago, y de ahí directamente a casa; al andar se sonreía y canturreaba una cancioncita. La mujer lo divisó por la ventana y pensó: «Seguro que vendió el número de lotería; se lo ve alegre; es probable que haya entrado a beber y se emborrachara por su miseria». Entonces entró él en la casa, puso el dinero sobre la mesa de la cocina, y luego fue en busca de su mujer para darle la feliz noticia de que había ganado y tenía el dinero consigo. Mientras ellos, trasportados de dicha, se abrazaban y besaban, su hijita de tres años agarró el dinero y lo tiró al horno. Cuando llegaron, apurados por contarlo, ya no estaba ahí. Ardía el último fajo. Ciego de furia, él tomó a la niña por los pies y la arrojó al horno. Entregó el alma. Y como él vio su desdicha, y que no podría salvarse de Siberia, tomó el revólver y ¡pum!, se disparó en el pecho, y enseguida dio su alma. Espantada por semejante infortunio, ella echó mano a un puñal y quiso acuchillarse. Intentaba sacarlo de la vaina, pero no podía de ninguna manera. Oyó entonces una voz como venida del cielo: «¡Basta, deja! ¿Qué haces?». Despertó y vio que no tiraba de un puñal, sino a su marido del rabo. Y este le decía: «¡Basta, deja, que me lo arrancas!».
La figuración del pene como arma, cuchillo filoso puñal, etc., nos es familiar por los sueños de angustia, en particular de mujeres abstinentes; y también en personas neuróticas es la base de numerosas fobias. Pero el complicado ropaje del sueño trascrito nos sugiere el intento de aclararlo mediante interpretación psicoanalítica, apuntalados en trabajos interpretativos ya consumados; sabemos que al hacerlo vamos más allá de lo que el folklore nos ofrece, y mengua nuestra certeza.
Como este sueño desemboca en una agresión sexual ejecutada por la mujer como acción onírica, es sugerente concebir la penuria material del contenido del sueño como el sustituto de una penuria sexual. Sólo la más extrema apretura libidinosa puede justificar semejante agresión de la mujer. Otros fragmentos del sueño apuntan en una dirección diversa, muy definida. La culpa de esa penuria es atribuida al marido. (Se había bebido todo el dinero.) Y cuando después el sueño quita de en medio al marido y a la niña, y hábilmente esquiva el sentimiento de culpa propio por abrigar tales deseos haciendo que el marido mate a la niña, tras lo cual él mismo se elimina, arrepentido, este contenido del sueño nos permite deducir, según múltiples analogías, que se trata de una mujer insatisfecha de su marido y que en su fantasía anhela otra pareja. Para la interpretación no interesa que esta condición de insatisfecha de la soñante se conciba como permanente o como expresión de su apetencia momentánea. La lotería, que en el sueño produce el efímero vértigo de dicha, quizá podría comprenderse como indicación simbólica del matrimonio. El trabajo psicoanalítico aún no ha discernido con certeza este símbolo, pero los hombres suelen decir que el matrimonio es una lotería: uno se saca la grande o un billete sin premio. Las cifras, que en virtud del trabajo del sueño han experimentado enorme aumento, corresponden sin duda a los «números», las deseadas repeticiones del acto satisfaciente. Y así reparamos en que tirarle del miembro al marido no tiene sólo el significado de una provocación libidinosa, sino también otro colateral: una crítica menospreciadora, como si la esposa quisiera arrancar el miembro -bien lo entiende así el marido- porque no sirve, no desempeña su menester.
No nos habríamos demorado en interpretar este sueño, sacando de él un partido que rebasa su manifiesto simbolismo, si otros sueños, que como este concluyen con una acción onírica, no probaran que el pueblo tiene aquí en mira una situación típica susceptible de reconducción unitaria.
II. Simbolismo de las heces y acciones oníricas correspondientes
El psicoanálisis nos ha enseñado que en tiempos infantiles primordiales la caca era una sustancia muy apreciada, en la que hallaban su satisfacción unas pulsiones coprófilas. Con la represión de esas pulsiones, que la educación apura en todo lo posible, esa sustancia cayó víctima del desprecio y pasó a servir a tendencias concientes como recurso para expresar desdén y burla. Sin embargo, ciertas modalidades de trabajo anímico, como el chiste, se las arreglaron para volver asequible por breve instante esa fuente soterrada de placer, mostrando así cuánto se conserva todavía en lo inconciente de aquella estima en que antaño los hombres tuvieron a su caca. Ahora bien, el resto más sustantivo de tal valoración temprana sería que todo interés que el niño tuvo por la caca se trasfirió en el adulto a otro material, el oro, que la vida le enseñó a situar casi por encima de todos los demás. Por una observación de Jeremías vemos cuán antiguo es este vínculo entre excremento y oro: para el mito del antiguo Oriente, el oro es mierda de los infiernos.
En los sueños del folklore, el oro es consabido, y de la manera más unívoca, como símbolo de la caca. Si siente ganas de defecar, el durmiente sueña con oro, con un tesoro. El disfraz del sueño, destinado a inducir que la necesidad se satisfaga ahí mismo en la cama, suele hacer que los montones de caca se depositen en el lugar donde se halló el tesoro, o sea que el sueño dice de manera directa, como por percepción endopsíquica -aunque en una versión invertida-, que el oro es un signo, un símbolo de la caca.
Un ejemplo simple de tales sueños de tesoro o defecación es el que se narra en las Facetiae de Poggio.
* Oro de sueño
Alguien narró en cierta reunión haber hallado oro en sueños. Sobre lo cual otro contó la siguiente historia (lo que sigue es literal):
«Mi vecino soñó una vez que el diablo lo ha llevado al campo para desenterrar oro. Pero no halla nada; entonces el diablo dice: «Está ahí, sólo que ahora no puedes desenterrarlo; pero márcate el lugar para poder reconocerlo tú solo». Cuando el otro rogó que pusieran en el lugar algún signo, el diablo dijo: «Pues caga ahí; de esa manera ningún hombre sospechará que hay oro escondido, y tú podrás reconocerlo con exactitud». Lo hizo así el hombre, despertó enseguida y sintió que había hecho un gran montón en la cama».
(Extractamos la conclusión:) Al salir a toda prisa de su casa, se puso una gorra donde un gato había hecho esa misma noche. Tuvo que lavarse cabeza y cabellos, y «así su oro de sueño se le trocó en mierda».
Tarasevsky (1909, pág. 194, nº 232) informa sobre un sueño similar, de Ucrania, en que un campesino recibe un tesoro del diablo, a quien había puesto una vela, y hace un montón como marca.
No nos asombre que el diablo aparezca en ambos sueños como donador de tesoros y seductor, pues él, a su vez un ángel arrojado {drängen aus} del Paraíso, «no es por cierto otra cosa que la personificación de la vida pulsional inconciente reprimida {verdrängen}»
Los motivos de estos sueños-chascarrillos simples parecen agotarse en el placer cínico por lo roñoso y la maligna satisfacción por el bochorno del soñante. Pero en otros sueños de tesoro el ropaje adopta variantes y cobra distintos ingredientes, por cuyo origen y significado tenemos derecho a preguntarnos. En efecto, no consideraremos por entero caprichosos e irrelevantes tales contenidos del sueño, destinados a justificar la satisfacción en los términos de la ratio.
En los dos ejemplos que siguen, el sueño no acontece a un durmiente solitario, sino a uno de los dos hombres que comparten un lecho. El soñante, a consecuencia del sueño, enroña a su compañero de cama.
* Un sueño vívido 25
Dos operarios llegaron fatigados a una posada y pidieron habitación para pasar la noche. «Bien -dijo el posadero-; si no son miedosos les puedo dar un dormitorio, pero andan duendes ahí dentro. Si quieren quedarse, bueno, no se les cobrará nada por lo que toca al dormir». Los compañeros se preguntaron el uno al otro: «¿Eres miedoso?». – «No». Bueno, permanecieron hasta tomarse otro litro de vino, y tras ello se fueron a la habitación indicada.
Apenas llevaban un rato acostados cuando se abrió la puerta y una figura blanca se paseó por la habitación. Uno dijo al otro: «¿No has visto nada?». – «Sí, he visto». – «¿Y por qué no has dicho nada?». – «Espera, no más, que ya vuelve a recorrer la habitación». Y justo, otra vez la figura flotó hacia adentro. Rápido saltó uno de los compañeros, pero todavía más rápido el espectro se filtró hacia afuera por la hendija de la puerta. El operario, nada lerdo, abrió la puerta de un tirón y vio a la figura, una hermosa mujer que iba ya por la mitad de la escalera. «¿Qué hace usted ahí?», prorrumpió el operario. La figura quedó plantada en el sitio, se volvió y habló: «Ahora estoy redimida. Demasiado tiempo tuve que andar espantando. Como premio, toma el tesoro escondido en el lugar donde estás parado». El operario quedó tan asustado como gozoso, y para señalar el lugar se levantó la camisa y plantó un buen sorete, pues pensó que nadie borraría ese signo. Pero cuando más feliz estaba, se sintió asido de pronto. «¡Eh, tú, puerco! -le tronaron en sus orejas-. ¡Que me cagas mi camisa!». Ante tales groseras palabras, despertó el soñante dichoso en su arrobamiento de cuento de hadas, y violentamente sacudido cayó de la cama.
* El caga sobre la tumba
En un hotel ingresaron dos señores, cenaron y bebieron, y al fin quisieron irse a dormir. Pidieron al hotelero que les indicara una habitación. Como todas estaban ocupadas, el hotelero les cedió su cama para que durmieran juntos en ella; ya conseguiría él otro lugar donde dormir. Se acostaron, pues, los dos en la misma cama. A uno de ellos se le apareció en el sueño un espíritu que encendió una vela y lo llevó al cementerio. Las puertas del cementerio se abrieron, y el espíritu con la vela en la mano, y tras él este señor, encaminaron su; pasos hasta la tumba de una muchacha. Llegados a la tumba, se extinguió la vela. «¿Qué hacer ahora? ¿Cómo sabré mañana, cuando llegue el día, cuál es la tumba de la muchacha?», preguntó en el sueño. Le vino una idea salvadora: se sacó los calzones y cagó sobre la tumba. Tras haber cagado, su camarada, que dormía a su lado, le pegó en una mejilla y en la otra: «¡Qué! ¿Tenías que cagarme en el rostro?».
En estos dos sueños aparecen, en lugar del diablo, otras figuras ominosas, a saber, unos espectros como espíritus de difuntos. Y aun, en el segundo sueño, el espíritu conduce al soñante al cementerio, donde ha de señalar cierta tumba con su evacuación. Y bien, una parte de esta situación es muy fácil de comprender. El soñante sabe que la cama no es el lugar apropiado para satisfacer su necesidad; por eso se hace sacar de ahí en el sueño y se procura una persona que le enseña a su oscuro pujo el camino correcto hacia otro sitio donde está permitido satisfacer la necesidad y las circunstancias imponen, incluso, hacerlo. Más todavía: en el segundo sueño, el espíritu se sirve para guiarlo de una vela, como lo haría un servidor que en la oscuridad de la noche guía al forastero hasta el baño. Pero, ¿por qué estos representantes {Repräsentant} de la pulsión a trocar de sitio, cosa que el cómodo durmiente quiere ahorrarse a toda costa, son unos socios tan ominosos como espectros y espíritus de difuntos? ¿Por qué en el segundo sueño el espíritu lo lleva a un cementerio como para profanar una tumba? Tales elementos no parecen tener nada que ver con el esfuerzo para evacuar ni con la simbolización de la caca mediante el oro. En ellos se insinúa la referencia a una angustia que acaso se podría reconducir a un empeño por sofocar la satisfacción en la cama, pero sin que esa angustia explicara el carácter específico del contenido del sueño, que apunta a la muerte. Por eso nos abstenemos de interpretar todavía, y destacamos, como otro rasgo que debería ser explicado, que en ambas situaciones en que dos hombres duermen juntos lo ominoso del guía espectral es entramado con una mujer. El espíritu del primer sueño se revela pronto como una mujer hermosa que ahora se siente redimida, y el del segundo toma como meta la tumba de una muchacha, la cual debe ser señalada con el signo.
Para obtener ulterior esclarecimiento recurrimos a otros sueños de defecación en que los durmientes camaradas ya no son dos hombres, sino marido y mujer, una pareja conyugal. La acción satisfaciente consumada durmiendo a consecuencia del sueño aparece aquí especialmente repulsiva, pero quizá por eso mismo esconde un sentido particular.
Comenzamos, en virtud de sus vínculos de contenido con los que siguen, por un sueño que en términos estrictos no responde al anuncio que hemos hecho. Es incompleto, pues en él no se ensucia a la compañera de cama y esposa. En cambio, es hipernítido el nexo del esfuerzo defecatorio con la angustia de muerte. El campesino, a quien se define como casado, sueña que lo alcanza un rayo y su alma vuela al cielo. Ya arriba, pide permiso para regresar una vez más a la Tierra y ver a su mujer e hijos; le dan la autorización para mudarse en araña y deslizarse hacia abajo por el hilo segregado por él mismo. El hilo le resulta corto y en el afán de exprimir más hilo de su vientre sobreviene la evacuación.
* Sueño y realidad
Un campesino yacía en la cama, y soñaba. Se veía en el campo con su buey, y araba. De pronto cayó sobre él un rayo y lo mató. Sintió con toda claridad cómo su alma volaba hacia arriba y al fin alcanzaba el cielo. San Pedro estaba a las puertas, y quiso enviar al campesino adentro sin más trámite. Pero este pidió permiso para bajar otra vez a la Tierra y al menos poder despedirse de su mujer y sus hijos. Sin embargo, Pedro afirmó que no iría, pues al que llegaba al cielo ya no se le dejaba volver al mundo. Rompió a llorar el campesino, y tan lamentoso fue su ruego que Pedro terminó por ceder. Pero había una sola posibilidad de que volviera a ver a los suyos, y era que Pedro lo trasformara en un animal y lo enviara abajo. Así fue convertido en una araña, y tejió un hilo largo por el que fue descendiendo. Cuando ya pendía sobre su casa a la altura de la chimenea, y ya veía jugar a sus hijos en el prado, notó, aterrado, que no podía seguir segregando el hilo. Su angustia fue desde luego grande, pues a toda costa quería llegar a la Tierra. Por eso apretó y apretó para que el hilo se alargara. Apretó con todas las fuerzas de su vientre., se oyó un estruendo… y el campesino despertó. Y era que mientras dormía le había sucedido algo muy humano.
Hallamos aquí el hilo segregado como un nuevo símbolo de la caca evacuada, cuando el psicoanálisis no nos ofrece ningún correspondiente de esta simbolización, sino que atribuye al hilo un diverso significado simbólico. Veremos luego cómo se allana esta contradicción.
El siguiente sueño, lleno de adornos y muy acentuado, es por así decir más «expansivo»; culmina en el emporcamiento de la esposa. Sin embargo, son asaz llamativas sus concordancias con el sueño anterior. Es verdad que el campesino no ha muerto, pero se encuentra en el cielo, quiere regresar a la Tierra y siente igual perplejidad para «hilar» un hilo lo bastante largo por el cual deslizarse hacia abajo. Pero no se procura este hilo de su cuerpo en condición de araña, sino, de manera menos fantástica, de todo cuanto pueda atar entre sí; y como no termina de alcanzarle, los angelitos le aconsejan directamente que defeque para prolongar la cuerda con el excremento.
* El viaje del campesino al cielo.
Un campesino soñó lo siguiente: Se había enterado de que el trigo tenía un precio alto en el cielo. Entonces le entraron ganas de acarrear allá su trigo. Cargó su carro, unció el caballo y se puso en camino. Viajó y viajó hasta divisar la avenida del cielo, y avanzó por ella. Así llegó ante la puerta del cielo, y hete aquí que estaba abierta. Cobró impulso para entrar directamente, pero apenas había dirigido el carro cuando ¡zas!, la puerta se cerró con estrépito. Empezó entonces a rogar: «Déjenme entrar, tengan la bondad». Pero los ángeles no lo dejaron, le dijeron que había llegado tarde. Como vio que aquí no se podía hacer ningún negocio -pues eso le era negado-, volvió riendas. Pero vean eso: el camino había desaparecido, el camino por el que llegó. ¿Qué haría él? Se volvió a los ángeles: «Palomitas, sean buenos, devuélvanme a la Tierra; si es posible, dénme un camino para que yo llegue a casa con el carro». Pero los ángeles dijeron: «No, mortal; tu carro se queda aquí, y tú viajarás abajo como quieras». – «¿Y cómo me deslizaría, si no tengo ninguna cuerda?». – «Pues búscate algo con lo cual puedas deslizarte abajo». Tomó no más las riendas, el cabestro, el freno, los ató uno con otro y empezó a bajar; se deslizó y se deslizó, miró hacia abajo y todavía le faltaba mucho para alcanzar la Tierra. Trepó otra vez y alargó lo anudado con la correa y las varas. Empezó a bajar de nuevo, y tampoco esta vez alcanzaba la Tierra. Ató luego la lanza con el carro mismo, y aún era demasiado corto. ¿Qué hacer? Meditó y meditó, y al fin pensó: «Bueno, lo alargaré con el saco, con los pantalones, con la camisa, y le añadiré además el cinturón». Manos a la obra, lo ató todo y volvió a deslizarse. Llegó al extremo del cinturón, y la Tierra seguía lejos. No supo entonces qué hacer ya; no tenía nada más para seguir anudando, y saltar abajo era peligroso, podía romperse la nuca. Tornó a rogar a los ángeles: «Sean buenos, condúzcanme a la Tierra». Los ángeles dijeron: «Caga, y del sorete saldrá una cuerda». Y él que caga y caga, casi por media hora, hasta que no le quedó nada más para cagar (hasta que hubo terminado). Salió de ahí una cuerda larga, y él descendió por ahí. Baja que te baja, llegó al final de la cuerda, pero la Tierra estaba todavía lejos. Empezó a rogar de nuevo a los ángeles, que por favor lo llevaran a la Tierra. Pero los ángeles dijeron: «Y bueno, mortal, ahora mea, y de ahí saldrá un cordón de seda». El campesino meó, y siguió meando hasta que no pudo más. Vio que verdaderamente salía de ahí un cordón de seda, y siguió bajando. Y se deslizaba y se deslizaba, y alcanzaba el cabo; y vélo ahí, no llega a la Tierra, faltaban como una braza y media o dos. Tornó a rogar a los ángeles que lo condujeran abajo. Pero los ángeles dijeron: «No, hermano, ahora no tienes más remedio que saltar». El campesino pataleaba irresoluto, no hallaba el coraje para saltar, pero entendió que no tenía otra escapatoria, y ¡cataplúm!, voló, no desde el cielo, sino desde el horno, y sólo en mitad de la habitación cobró el sentido. Despertó entonces y exclamó: «¡Mujer, mujer! ¿Dónde estás?». La mujer despertaba, había oído el estrépito y dijo: «¡Puff! El diablo te lleve. ¿Te has vuelto loco?». Después se palpó toda y ¡linda sorpresa! Su marido la había excrementado y orinado toda. Empezó a insultarlo y a darle un lavado de cabeza en regla. El campesino decía: «¿Por qué gritas? ¡Esto es el colmo! El caballo se ha perdido, quedó en el cielo, y yo también estuve a punto de perderme. Da gracias a Dios por haber yo al menos conservado la vida». – «¿Qué desvarías? Has perdido el seso; el caballo está en el establo, y tú estabas sobre el horno, me has embadurnado toda y después saltaste». Entonces el marido cobró el sentido, ahora se le hizo la luz de que todo era soñado, y narró a su mujer el sueño, cómo viajó al cielo y cómo tuvo que regresar a la Tierra.
Pues bien; en esto el psicoanálisis nos impone una interpretación que altera toda la concepción de este género de sueños. Objetos que se alargan, nos dice la experiencia de la interpretación de sueños, son siempre símbolos de la erección. En estos dos sueños-chascarrillos, el acento recae sobre este elemento: que el hilo no quiere alargarse lo bastante, y también la angustia se anuda directamente a ello en el sueño. Por otra parte, el hilo, como todos sus análogos (cuerda, soga, torzal, etc.), es un símbolo del semen. Por tanto, el campesino se empeña en producir una erección, y sólo cuando no la consigue recurre a una evacuación. Tras el apremio excrementicio de estos sueños sale a la luz de golpe el apremio sexual.
Ahora bien, esto último es mucho más apto para explicar los restantes ingredientes del contenido del sueño. Uno no puede sino decirse: Suponiendo que estos sueños inventados se hayan formado de una manera en lo esencial correcta, la acción onírica en que terminan tiene que estar provista de sentido y ser tal que se la propongan los pensamientos latentes del soñante. Y si este al final defeca a su esposa, es fuerza que todo el sueño tenga esa meta y motive ese efecto. El sueño no puede significar otra cosa que un escarnio {Schmähung}, en rigor, un repudio {Verschmähung} de la mujer. Y con esto último es fácil conectar el significado más profundo de la angustia exteriorizada en el sueño.
Siguiendo esos indicios, podemos construir del siguiente modo la situación desde la cual crece este último sueño. El durmiente es asaltado por una intensa necesidad erótica que en el introito del sueño se insinúa con símbolos bastante nítidos. (Se ha enterado de que el trigo -sin duda, un equivalente del semen- se cotiza mucho. Toma impulso para entrar con el caballo y el carro -símbolos genitales- por la puerta abierta del cielo.) Pero esta moción libidinosa recae probablemente sobre un objeto inalcanzable. La puerta se cierra, él resigna su propósito y quiere regresar a la Tierra. Ahora bien: la esposa, que yace cerca de él, no lo estimula; en vano se empeña en tener una erección para ella. El deseo de eliminarla, de sustituirla por una mejor, es en el sentido infantil un deseo de muerte. A quien en lo inconciente alienta tales deseos contra una persona i la que en verdad ama, se le truecan en angustia de muerte, angustia por la persona propia. De ahí, en estos sueños, el estar muerto, el viaje al cielo, la hipócrita añoranza de volver a ver a la mujer y a los hijos. Por el camino de la regresión, la libido sexual desengañada deja que la releve la moción de deseo excrementicia, que insulta y embadurna al inepto objeto sexual.
Es la interpretación que nos sugiere este sueño en particular; pero su demostración, con referencia a las peculiaridades del material disponible, sólo se conseguirá si podemos aplicarla a toda una serie de sueños de sentido emparentado. Con este propósito, remontémonos a los sueños, antes consignados, cuya situación era que el durmiente tenía por compañero de cama a un hombre. Ahora, con posterioridad, nos parece provista de significado la referencia dentro de la cual la mujer se presenta en esos sueños. El durmiente, aquejado por una moción libidinosa, repudia al varón, desea removerlo de ahí y poner a una mujer en su lugar. Desde luego, el deseo de muerte contra el importuno compañero de cama no recibe de la censura moral un castigo tan grave como ese mismo deseo contra la esposa, pero la reacción basta para dirigirlo contra la persona propia o sobre el deseado objeto femenino. El propio durmiente es arrebatado por la muerte; no el otro hombre, sino la mujer ansiada, fallece. Pero al final irrumpe el repudio del objeto sexual masculino en el embadurnamiento, y también el otro siente y reprende esto como escarnio.
En consecuencia, nuestra interpretación se ajusta a este grupo de sueños. Si ahora volvemos a los sueños con embadurnamiento de la esposa, esperaremos hallar expresado de una manera inequívoca, en sueños de este mismo tenor, lo omitido o sólo insinuado en el sueño paradigmático.
En el siguiente sueño de defecación no se destaca el emporcamiento de la mujer, pero se dice, con toda la nitidez posible por el camino simbólico, que la moción libidinosa recae sobre otra mujer. El soñante no quiere emporcar su propia parcela, sino que quiere defecar en el campo del vecino.
* ¡Pedazo de animal!
Un campesino soñó que trabajaba en su amelga. En eso le vino urgente apremio, y como no quería enmerdar su amelga corrió hacia el árbol que estaba sobre la del vecino, se bajó los pantalones y arrojó al suelo una torta de órdago. Al fin, cuando ya había acabado con goce, quiso también limpiarse y empezó a arrancar pasto con fuerza. Pero, ¿qué ocurría? De repente nuestro buen campesino es sacudido de su dormir y se toma la mejilla, que le ardía del bofetón que acababa de recibir. «¡Eh, tú, pedazo de animal! -le escuchó decir a su mujer, que armaba escándalo en la cama junto a él- ¡Me dejarás sin un pelo!».
El arrancar el pelo (el pasto), que ocupa aquí el lugar del embadurnamiento, en el sueño que sigue es mencionado junto a este último. La experiencia psicoanalítica muestra que proviene del círculo simbólico del onanismo (ausreissen, abreissen {sacar, arrancar} ).
Lo que más necesita ser fundamentado en nuestra interpretación parece el deseo de muerte del soñante contra su mujer. Pero en el sueño que ahora comunicaremos él entierra directamente a su mujer, designada con hipocresía como «tesoro»; entierra la vasija donde está contenido el oro y, como era lo acostumbrado en los sueños de tesoro, le planta encima el montón de caca como signo. Mientras excava, trabaja con sus manos en la vagina de su mujer.
* El sueño del tesoro
Cierta vez un campesino tuvo un sueño terrible. Se le antojó, nada menos, que era tiempo de guerra y toda la comarca estaba plagada de soldados enemigos. Resultó que él poseía un tesoro, y tan temeroso estaba de él que no sabía qué hacer ni dónde debía esconderlo. Al final dio en la idea de enterrarlo en su jardín, donde sabía de un lindo lugar. Y entonces sigue soñando cómo va ahí derecho y llega al lugar, y quiere extraer la tierra para que entre la gran vasija en el agujero. Cómo buscó algún instrumento, y no hallándolo en derredor tuvo que emprenderla con sus solas manos. Hace entonces el agujero con las manos solas, mete adentro el recipiente con el dinero y vuelve a cubrirlo todo con tierra. Quiere irse ya, pero se, queda ahí parado y piensa entre sí: «Y cuando los soldados se vayan, ¿cómo hallaré mi tesoro si no pongo algún signo aquí?». Y empieza entonces a buscar; busca, por dondequiera, por arriba, por abajo, por detrás y por delante, por todos los lugares que puede, y al fin no encuentra nada que le permitiera saber siempre dónde ha enterrado su dinero. En ese momento le vino una gran necesidad. « ¡Ah! -dijo para sí-. Ahora todo está bien, si cago encima». Se sacó desde luego los pantalones e hizo un buen montón donde estaba la vasija. Después vio junto a sí un poco de pasto y quiso arrancarlo para poder limpiarse. En ese momento estalló semejante bofetón que por un instante quedó aturdido y miró atónito en derredor. Y enseguida oyó a su mujer, a la que tenía encima, gritándole: «¡Eh, tú, chapucero, miserable! -¿Crees que tengo que admitirlo todo de ti? ¡Primero me huroneas con tus dos manos en la concha, después me cagas encima y ahora quieres arrancarme todo el pelo!».
Con este ejemplo hemos vuelto a los sueños de tesoro de que habíamos partido, y echamos de ver que los sueños de defecación que tratan de un tesoro no contienen nada, o muy poco, de angustia de muerte, y en cambio los otros, en que la referencia a la muerte se declara de manera directa (sueños de viaje al cielo), prescinden del tesoro y motivan la defecación de diversa manera. Es casi como si la mudanza de la mujer en un tesoro hubiera ahorrado el castigo por el deseo de muerte.
Con la máxima nitidez se confiesa el deseo de muerte contra la mujer en otro sueño de viaje al cielo, que, empero, no culmina en una defecación sobre el cuerpo de ella, sino en una acometida sexual sobre sus genitales, como ya ocurría en el sueño anterior. El soñante abrevia directamente la vida de su mujer para alargar la suya, poniendo aceite en su propia lámpara de la vida, tomándolo de la lámpara de ella. Como sustituto de esa franca hostilidad, en la conclusión del sueño entra en escena algo como el intento de una caricia.
* La luz de la vida
San Pedro se le apareció a un hombre que estaba profundamente dormido, y se lo llevaba al Paraíso. El hombre de buena gana accedió y se fue con San Pedro. Largo tiempo hacía que vagaban por el Paraíso cuando llegaron a un bosquecillo grande y espacioso, pero muy bellamente ordenado; por doquier, en cada uno de los árboles, ardían varias lámparas colgantes. El hombre preguntó a San Pedro qué significaba eso. Y San Pedro le respondió que esas lámparas colgantes ardían sólo mientras el hombre vivía, pero tan pronto como el aceite se consumía y la lámpara colgante se extinguía, el hombre debía morir. Esto le interesó mucho, y rogó a San Pedro que lo llevara adonde estaba su lámpara. San Pedro accedió al ruego y lo guió hasta la lámpara colgante de su mujer, y al lado de esta estaba también la del marido. El hombre vio que en la lámpara colgante de la mujer había aún mucho aceite, pero muy poco en la suya propia, y le causó gran pesadumbre que pronto debiera morir. Rogó entonces a San Pedro que tuviera la bondad de verter un poco de aceite en su lámpara colgante. Pero San Pedro dijo que Dios echaba el aceite apenas un hombre nacía, y así ordenaba la duración de su vida. Esto puso al hombre de sombrío talante, y prorrumpió en lamentos junto a la lámpara colgante. San Pedro le dijo: «Ahora tú quédate ahí, yo debo seguir, tengo que hacer aún». El hombre se alegró de ello, y apenas San Pedro estuvo fuera del alcance de su vista, empezó a mojar el dedo en la lámpara colgante de su mujer, haciendo gotear el aceite en la suya; lo hizo varias veces, y cuando San Pedro ya volvía, se estremeció y del terror se despertó, y reparó en que había mojado el dedo en la concha de su mujer y lo escurría en su boca lamiéndolo.
Nota. De acuerdo con una versión narrada por un artesano en Sarajevo, el hombre despertó tras una bofetada de su consorte, a quien había despertado hurgándole en las vergüenzas.
Aquí falta San Pedro, y en vez de las lámparas colgantes hay unos vasos que arden con aceite. – Según una tercera versión que me fue comunicada por un estudiante de Mostar, un venerable anciano muestra al hombre diversas velas encendidas. La suya es delgadísima, la de su mujer enormemente gruesa. Y entonces el hombre, para prolongar su vida, entra a lamer con ardoroso celo la vela gruesa. Y eso le valió una violenta cachetada. «¡Que eres un animal, lo sabía, pero verdaderamente no sabía que eras puerco!», le dijo su mujer, a quien, dormido, le lamía la concha.
Esta historia tiene extraordinaria difusión por toda Europa.
Ha llegado el momento de acordarnos del «mal sueño» de aquella mujer que al final tiraba a su marido del miembro como si se lo quisiera arrancar. La interpretación a que entonces nos vimos llevados armoniza en todas sus partes con la aquí sustentada para los sueños de defecación del hombre. Y también el sueño de la mujer insatisfecha elimina sin ceremonias al marido (y a la hija) como obstáculo para la satisfacción.
Otro sueño defecatorio, sobre cuya interpretación quizá no podarnos tener plena certeza, nos avisa, empero, que hemos de admitir cierta variante en el propósito de estos sueños, al par que arroja nueva luz sobre sueños como los últimos consignados, y otros que comunicaremos, en que la acción onírica consiste en una manipulación de los genitales de la mujer.
* «De terror»
El pachá pernoctó en casa del bey. Al llegar la mañana, el bey yacía aún y no tenía ganas de levantarse. Pregunta el bey al pachá: «¿Qué sueño he tenido?». – «Soñé que sobre el alminar había otro alminar». – «¡Uf, qué cosa!», se asombró el bey. «¿Y qué más soñaste?». – «Soñé -dijo- que sobre ese alminar había una palangana de cobre, pero dentro de la palangana había agua. El viento sopla, la palangana de cobre se mece. Y bueno; ¿qué habrías hecho tú de haber soñado eso?». – «De terror, me habría meado y cagado». – «¿Lo ves? Yo sólo me he meado».
Este sueño insta a la interpretación simbólica, pues su contenido manifiesto es del todo ininteligible, en tanto que sus símbolos son de una claridad llamativa. ¿Por qué, en verdad, se aterrorizaría el soñante viendo mecerse una palangana con agua en la punta del alminar? Ahora bien, un alminar es apropiadísimo como símbolo del pene, y la vasija con agua que se mece rítmicamente parece un buen símbolo para los genitales de la mujer en el acto del coito. El pachá ha tenido entonces un sueño de coito, y si su huésped le insinúa defecar, ello nos sugiere buscar la interpretación en que ambos son hombres ancianos e impotentes, en quienes la edad ha convocado la misma sustitución del placer sexual por el excrementicio que en los otros sueños vimos nacer por la denegación del objeto sexual apropiado. Quien ya no puede copular -opina el pueblo con su rudo amor por la verdad-, tiene todavía el contento de cagar; en este sueño -podemos decir nosotros- vuelve a salir a la luz el erotismo anal, anterior al genital y que fuera reprimido y relevado por esta moción más reciente. Entonces, los sueños de defecación también podrían ser sueños de impotencia.
La variante interpretativa no es tan grande como podría parecer a primera vista. También en los sueños defecatorios cuya víctima es la mujer se trata de impotencia, una impotencia relativa, es cierto: hacia aquella persona que ha perdido su estímulo para el soñante. Así, el sueño de defecación pasa a ser el sueño del hombre que ya no puede satisfacer a la mujer, así como del hombre a quien cierta mujer ya no satisface.
Esta misma interpretación, como sueño de impotencia, admite un sueño de las Facetiae de Poggio, que por otra parte se presenta de manera manifiesta como el sueño de un celoso, vale decir, de un hombre que desconfía de poder bastarle a su mujer.
* El anillo de la fidelidad
Franciscus Philelphus estaba celoso de su mujer, y lo martirizaba con máxima inquietud que ella se entretuviera con otro hombre; por eso la espiaba día y noche. Y puesto que en el sueño suele retornar en nosotros lo que nos ocupa en la vigilia, mientras dormía se le apareció un demonio, quien le dijo que si le obedecía mantendría a su mujer en fidelidad eterna.
Franciscus le dijo en el sueño que mucho se lo agradecería, y le prometió una recompensa.
«Toma este anillo -replicó el demonio- y pon cuidado en usarlo en el dedo. Mientras lo uses, tu mujer no podrá yacer con otro sin que tú lo sepas».
Cuando excitado de contento despertó, sintió que tenía metido su dedo en la vulva de su mujer.
No hay mejor recurso para los celosos; así su mujer nunca podrá hacerse acometer por otro sin conocimiento del marido.
Se considera que este chascarrillo de Poggio es la fuente de un relato de Rabelais, que, si bien muy semejante, es más nítido, pues aquí el marido es un hombre de edad avanzada que se casa con una mujer joven, la cual le da buen fundamento para sus temores celosos.
Hans Carvel era un hombre docto, experto, estudioso, un hombre de bien, de buen sentido, de buen juicio, escrupuloso, caritativo, filósofo, bonachón, por lo demás, alegre, buen compañero y amigo de burlas si los hubo; un poco ventrudo, de cabeza bamboleante, pero en todo sentido bien plantado. En sus viejos días casó con la hija del alcaide Concordat, joven, bella, vivaz, galante, condescendiente, graciosa por demás con sus vecinos y servidores. De donde sobrevino, al cabo de algunas semanas, que él se puso celoso como un tigre y entró en sospechas de que ella se hiciera batir las nalgas en otra parte; para obviar lo cual le contaba una enormidad de bellas historias tocantes a las desolaciones advenidas por adulterio, le leía a menudo la leyenda de las mujeres castas, le predicaba la pudicia, le compuso un libro de alabanzas a la fidelidad conyugal, en que abominaba con toda energía del desenfreno de las mal casadas, y le obsequió un bello collar todo cubierto de zafiros orientales.
Ello no obstante, la veía tan desenvuelta y tan de buenas migas con sus vecinos que sus celos crecían más y más. Una noche como las otras, estando acostado con ella en tales pasiones, soñó que hablaba al diablo y le contaba sus cuitas. El diablo lo reconfortó y le puso un anillo en el dedo mayor, diciendo: «Yo te doy este anillo: mientras lo tengas en el dedo, tu mujer no será conocida carnalmente de otro sin tu saber y consentimiento». «Gran merced, señor Diablo -dice Hans Carvel- Renegaré de Mahoma si alguna vez me lo quito del dedo». El diablo desapareció, Hans Carvel todo alegre se despertó, y halló que tenía el dedo en salva sea la parte de su mujer.
Olvidé contar cómo su mujer, sintiéndolo, reculó el culo hacia atrás, como diciendo: «Uuy, nones, no es eso lo que hay que meter ahí», y entonces le pareció a Hans Carvel que le querían robar su anillo.
¿No es infalible este remedio? A ejemplo de aquel, si me crees, haz de modo de tener continuamente el anillo de tu mujer en el dedo.
El diablo, que, como en los sueños de tesoro, aparece aquí como consejero, deja colegir bien algunos de los pensamientos oníricos del soñante. Sin duda que originariamente estaba destinado a «llevarse» a la mujer infiel, difícil de guardar; luego, en el sueño manifiesto mostró el recurso infalible para guardarla por siempre. También aquí discernimos una analogía con el deseo de eliminación (de muerte) de los sueños defecatorios.
Concluiremos este breve repertorio agregando, sin ilación estricta, un sueño de lotería acaso confirmatorio de la conjetura que antes expresamos la de que la lotería simboliza el casamiento.
* Hubo un arrepentimiento, pero no había vuelta
Un comerciante tuvo un sueño maravilloso. soñó que veía un culo de mujer con todo lo anejo a él. En una mitad estaba el número 1, y en la otra, el 3. El comerciante tenía pensado comprarse un billete de lotería. Y esta imagen onírica se le antojó un anuncio de suerte. Sin esperar la hora novena, por la mañana temprano corrió al banco para comprar el billete. Llegó ahí, y sin pensarlo mucho pidió el número 13, las cifras que había visto en el sueño. Adquirido el billete, no pasaba día sin que revisara todos los diarios para saber si habían premiado su billete. Pasó una semana; no, fue algo después, quizás a mediados de la otra, y hete aquí que recibe la lista del sorteo. Pero escrutándola ve que no ha sido premiado su número, y sí en cambio el número 103, serie 8, con 200.000 rublos. El comerciante casi se arranca los pelos. «Tengo que estar equivocado, aquí hay algo erróneo». Quedó por completo fuera de sí, estuvo a punto de enturbiársele el seso, y no comprendía qué significaba haber visto un sueño tal. Entonces se resolvió a examinar el asunto con su amigo, para ver si este le explicaba su mala suerte. Encontró al amigo, y se lo contó todo pelo por pelo. Entonces el amigo dijo: «¡Ah! ¡Qué bobo eres! ¿No reparaste en el cero del culo, entre el 1 y el 3? … ». – « i Ah-ah-ah! ¡El diablo se lo lleve! No caí en ello, que el culo representaba el cero». – «Pero si todo estaba bien claro y nítido; sólo que tú no dedujiste correctamente el número del billete, y el número 8 de la serie… te lo representaba la concha, que es parecida al número 8». Y hubo un arrepentimiento, pero no había vuelta.
Nuestro propósito al redactar este breve ensayo fue doble. Queríamos advertir, por una parte, que la frecuente modalidad repelente del material folklórico, por sucia e indecorosa, no debe disuadirnos de buscar en este unas valiosas confirmaciones para las concepciones psicoanalíticas. Así, esta vez pudimos comprobar que el folklore interpreta símbolos oníricos de la misma manera que el psicoanálisis, y que, en oposición a opiniones populares expresas, reconduce un grupo de sueños a necesidades que han devenido actuales. Por otro lado, nos gustaría declarar que se hace injusticia al pueblo cuando se supone que cultiva este modo de entretenimiento sólo para satisfacer las más groseras concupiscencias. Parece, más bien, que tras estas feas fachadas se esconden reacciones frente a unas impresiones vitales que es preciso tomar en serio, y hasta son de humor triste, a las que el hombre de pueblo no se entregaría de no mediar una ganancia de placer grosero.