Nota introductoria:
En 1912, Freud fue invitado por la Society for Psychical Research {Sociedad de Investigaciones Psíquicas} de Londres a presentar una contribución para una «parte médica especial» de sus Proceedings; el presente trabajo es fruto de ese pedido. Fue escrito por Freud en inglés, pero aparentemente se lo sometió a revisión en Londres antes de publicarlo, en noviembre de dicho año. Una versión alemana apareció en el número de Internationale Zeitschrift zür ärztliche Psychoanalyse de marzo de 1913. A primera vista, nada indicaba que no hubiera sido hecha por el propio Freud; no obstante, según nos dice el doctor Jones (1955, pág. 352), se trataba en verdad de una traducción del original inglés realizada por uno de los principales discípulos de Freud, Hanns Sachs.
Como consecuencia de todo ello, carecemos de un texto totalmente confiable. Por cierto, tanto la revisión cuanto la traducción fueron excelentes, y es probable que Freud mismo interviniera en ellas; pero forzosamente permanecemos en la incertidumbre allí donde puede dudarse de si la elección de términos fue obra suya. Veamos, como ejemplo, una de las dificultades. Entre el segundo y el quinto párrafos, en el original inglés aparece varias veces el vocablo «conception»; nos inclinaríamos a suponer que Freud tenía en mente la palabra alemana «Vorstellung» {«representación»}; y, en verdad, es la que se usa en los correspondientes lugares de la traducción alemana. Al final del séptimo párrafo y en el octavo aparece en el texto inglés el término «idea»; la correspondiente palabra alemana es «Idee»; sin embargo, en los párrafos décimo y undécimo, donde vuelve a aparecer en inglés «idea», la versión alemana reza casi siempre «Gedanke» {«pensamiento»}, pero en un lugar dice «Vorstellung». (1)
Se entenderán nuestras razones para lamentar esta incertidumbre en cuanto a los textos si se tiene presente que este es uno de los más importantes trabajos teóricos de Freud. Aquí, por primera vez, da extensa y razonada cuenta de los fundamentos de su hipótesis sobre la existencia de procesos psíquicos inconcientes, y expone las diversas maneras en que usó el vocablo «inconciente». De hecho, este es un estudio preliminar para la gran obra que escribiría unos tres años después: «Lo inconciente» (1915e). Al igual que las «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b) y la sección III del análisis de Schreber (1911c), evidencia el renovado interés de Freud por la teoría psicológica.
Particular valor reviste el examen de las ambigüedades inherentes al término «inconciente», y la diferenciación de sus tres usos: el «descriptivo», el «dinámico» y el «sistemático». La presente exposición es a la vez más elaborada y clara que la ofrecida, de manera mucho más sucinta, en la sección II de «Lo inconciente» (AE, 14, pág. 168), porque allí sólo se deslindan dos usos, el «descriptivo» y el «sistemático», y no parece establecerse ningún distingo neto entre ese último y el «dinámico» -calificativo aplicado en el presente artículo a lo reprimido inconciente-. En dos exámenes posteriores del mismo tema -el capítulo 1 de El yo y el ello (1923b) y la 31º de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a)-, Freud retornó a la triple distinción hecha aquí; y entonces pudo verse que el uso «sistemático» del término (sobre el cual apenas se habla hacia el final del presente trabajo) constituía un paso conducente a la división estructural de la psique en el «yo», el «ello» y el «superyó», que tanto habría de aclarar toda la situación.
James Strachey
Querría exponer con pocas palabras y con la mayor claridad posible el sentido que en el psicoanálisis, y sólo en él, se atribuye al término «inconciente».
Una representación -o cualquier otro elemento psíquico- puede estar ahora presente en mi conciencia, y un momento después desaparecer de ella; puede reaflorar intacta después de un intervalo, y hacerlo, como decimos nosotros, desde el recuerdo, no como consecuencia de una nueva percepción sensorial. Es para dar razón de este hecho que nos vemos llevados a suponer que la representación ha estado presente: en nuestro espíritu también durante el intervalo, aunque latente en cuanto a conciencia {latent in consciousness}. Pero no podemos formular conjetura alguna sobre la forma en que pudo haber existido mientras estaba presente en la vida anímica y era latente en cuanto a conciencia.
En este punto debemos estar preparados para la objeción filosófica de que la representación latente no ha existido como objeto de la psicología, sino sólo como una predisposición física para la recurrencia del mismo fenómeno psíquico, a saber, aquella misma representación, Pero podemos replicar que semejante teoría rebasa con mucho el ámbito de la psicología propiamente dicha; que simplemente comete una petición de principios {beg the question} estableciendo que «conciente» y «psíquico» son conceptos idénticos, y que incurre a todas luces en injusticia al negar a la psicología su derecho a dar razón de uno de sus hechos más comunes, como la memoria, con sus propios medios.
Ahora llamemos «conciente» a la representación que está presente en nuestra conciencia y de la que nosotros nos percatamos {we are aware), y hagamos de este el único sentido del término «conciente»; en cambio, a las representaciones latentes, si es que tenemos fundamentos para suponer que están contenidas en la vida anímica -cómo los tuvimos en el caso de la memoria-, habremos de denotarlas con el término «inconciente».
Entonces, una representación inconciente es una de la que nosotros no nos percatamos, a pesar de lo cual estamos dispuestos a admitir su existencia sobre la base de otros indicios y pruebas.
Esto podría considerarse un trabajo descriptivo o clasificatorio harto insípido si además de los hechos de la memoria o de la asociación a través de eslabones inconcientes ninguna otra experiencia apelara a nuestro juicio. Pero el bien conocido experimento de la «sugestión poshipnótica» nos enseña a insistir en la importancia del distingo entre conciente e inconciente, y parece realzar su valor.
En ese experimento, tal como lo ha realizado Bernheim, una persona es puesta en estado hipnótico y despertada luego. Mientras se encontraba en estado hipnótico, bajo el influjo del médico, le impartían la orden de ejecutar determinada acción en un momento preciso, por ejemplo media hora después. Despierta, y todo indica que se ha reintegrado a su plena conciencia y a su condición mental ordinaria, no recuerda su estado hipnótico y, pese a ello, en el momento fijado se impone a su espíritu el impulso de hacer esto y estotro, y ejecuta la acción con conciencia, aunque sin saber por qué. Parece imposible dar del fenómeno otra descripción que esta: el designio estaba presente en el espíritu de esa persona en una forma latente o inconciente, hasta que llegó el momento fijado, y le devino conciente. Pero no le afloró a la conciencia íntegramente, sino sólo la representación del acto por ejecutar, Aun entonces permanecieron inconcientes todas las otras ideas asociadas con esta representación: la orden, el influjo del médico, el recuerdo del estado hipnótico.
Ahora bien, tenemos todavía algo más que aprender de este experimento. Nos hemos visto llevados de una concepción puramente descriptiva del fenómeno a una dinámica. La idea de la acción ordenada en la hipnosis no devino un mero objeto de la conciencia en un momento determinado, sino que, además, devino eficiente {active}, y este es el aspecto más llamativo del hecho: fue trasferida a la acción tan pronto como la conciencia se hubo percatado de su presencia. Puesto que el estímulo real para actuar es la orden del médico, es difícil no conceder que la idea de la orden del médico devino eficiente también. Sin embargo, esta última no fue acogida en la conciencia {did not reveal itself to consciousness} como ocurrió con su retoño {outcome}, la idea de la acción; permaneció inconciente y por eso fue al mismo tiempo eficiente e inconciente.
La sugestión poshipnótica es un producto de laboratorio, un hecho artificial. Pero sí aceptamos la teoría de los fenómenos histéricos, presentada primero por P. Janet y elaborada luego por Breuer y por mí, dispondremos de una profusión de hechos naturales que muestran de manera aún más clara y nítida este carácter psicológico de la sugestión poshipnótica.
La vida anímica del paciente histérico rebosa de estos pensamientos {ideas} eficientes, pero inconcientes; de ellos provienen todos los síntomas. Es de hecho el carácter más llamativo de la mente histérica el estar gobernada por representaciones inconcientes. Si una mujer histérica vomita, acaso lo haga desde la idea de estar embarazada. Pero ella no tiene noticia alguna de esta idea, aunque se la puede descubrir fácilmente en su vida anímica mediante uno de los procedimientos técnicos del psicoanálisis, y hacérsela conciente. Cuando ejecuta las convulsiones y gestos que constituyen su «ataque», ella ni siquiera se representa concientemente las acciones intentadas y quizá las observe con los sentimientos desapegados de un espectador. No obstante, el análisis podrá demostrar que ella desempeñaba su papel en la reproducción dramática de una escena de su vida, cuyo recuerdo era inconcientemente eficiente durante el ataque. El mismo predominio de ideas inconcientes eficientes es revelado por el análisis como lo esencial en la psicología de todas las otras formas de neurosis.
Por tanto, del análisis de fenómenos neuróticos aprendemos que un pensamiento latente o inconciente no necesariamente es débil, y que su presencia en la vida anímica admite pruebas indirectas de la mayor fuerza, equivalentes casi a la prueba directa brindada por la conciencia. Nos sentimos justificados para armonizar nuestra clasificación con este aumento de nuestro conocimiento introduciendo un distingo fundamental entre diversas variedades de pensamientos latentes e inconcientes. Estábamos acostumbrados a pensar que todo pensamiento latente lo era a consecuencia de su debilidad, y devenía conciente tan pronto cobraba fuerza. Ahora hemos adquirido la convicción de que hay ciertos pensamientos latentes que no penetran en la conciencia por intensos que sean. Llamaremos entonces preconcientes a los pensamientos latentes del primer grupo, mientras que reservaremos el término inconciente (en el sentido propio) para el segundo grupo, que hemos estudiado en las neurosis. El término «inconciente», que hasta aquí empleábamos en un sentido meramente descriptivo, recibe ahora un significado más amplio. No sólo designa pensamientos latentes en general, sino, en particular, pensamientos con un cierto carácter dinámico, a saber, aquellos que a pesar de su intensidad y su acción eficiente se mantienen alejados de la conciencia.
Antes de proseguir mi exposición, quiero referirme a dos objeciones que previsiblemente se suscitarán en este punto. La primera puede ser formulada del siguiente modo: en vez de suscribir la hipótesis de los pensamientos inconcientes, de los cuales nada sabemos, haríamos mejor en suponer que la conciencia puede ser dividida, de suerte que ciertos pensamientos u otros procesos anímicos puedan formar una conciencia separada que se desprendió y se enajenó de la masa principal de actividad psíquica conciente. Casos patológicos bien conocidos, como el del doctor Azam, parecen muy aptos para probar que la división de la conciencia no es una imaginación fantástica.
Me permito oponer a esta teoría que ella no hace sino abusar de la palabra «conciente». No tenemos derecho a extender el sentido de esta palabra hasta el punto de hacerle designar también una conciencia de la que su poseedor nada sabe. Si ciertos filósofos hallan difícil creer en la existencia de un pensamiento inconciente, más objetable todavía me parece la existencia de una conciencia inconciente. Los casos descritos como de división de la conciencia, por ejemplo el del doctor Azam, pueden contemplarse mejor como migración {shilting} de la conciencia, en que esta función -o lo que ella fuere- oscila entre dos diversos complejos psíquicos que alternativamente devienen concientes e inconcientes.
La otra objeción previsible sería que nosotros aplicamos a la psicología normal conclusiones que provienen sobre todo del estudio de estados patológicos. Podemos aventarla en virtud de un hecho del que tenemos noticia merced al psicoanálisis. Ciertas perturbaciones de función que les suceden con muchísima frecuencia a los sanos, por ejemplo lapsus linguae, errores de memoria y de lenguaje, olvido de nombres, etc., pueden reconducirse con facilidad a la acción eficiente de unos intensos pensamientos inconcientes, tal como pueden serlo los síntomas neuróticos. En estas elucidaciones nos encontraremos luego con otro argumento, más convincente todavía.
Por la diferenciación de pensamientos preconcientes e inconcientes nos vemos llevados a abandonar el ámbito de la clasificación y a formarnos una opinión sobre las relaciones funcionales y dinámicas en la actividad de la psique. Hemos hallado un preconciente eficiente, que sin dificultad pasa a la conciencia, y un inconciente eficiente, que permanece inconciente y parece estar cortado {cut off} de la conciencia.
No sabemos si estos dos modos de actividad psíquica son idénticos o divergen esencialmente desde su comienzo, pero podemos preguntar por qué debieron diferenciarse en el curso de los procesos psíquicos. Para esta pregunta, el psicoanálisis nos brinda sin vacilar una clara respuesta. Al producto de lo inconciente eficaz en modo alguno le es imposible penetrar en la conciencia, mas para ello es necesario cierto gasto de esfuerzo. Si lo intentamos en nosotros mismos, recibimos el nítido sentimiento de una defensa {repulsion} que tiene que ser dominada; y si lo provocamos en un paciente, recibimos los más inequívocos indicios de lo que llamamos su resistencia a ello. Así aprendemos que el pensamiento inconciente es excluido de la conciencia por unas fuerzas vivas que se contraponen a su aceptación, mientras que no estorban a otros pensamiento; los preconcientes. El psicoanálisis no deja ninguna duda de que el rechazo de pensamientos inconcientes es provocado meramente por las tendencias corporizadas en su contenido. La teoría más cercana y probable que podemos formular en este estadio de nuestro saber es la siguiente: Lo inconciente es una fase regular e inevitable en los procesos que fundan nuestra actividad psíquica; todo acto psíquico comienza como inconciente, y puede permanecer tal o bien avanzar desarrollándose hasta la conciencia, según que tropiece o no con una resistencia. El distingo entre actividad preconciente e inconciente no es primario, sino que sólo se establece después que ha entrado en juego la «defensa». Sólo entonces cobra valor tanto teórico como práctico el distingo entre unos pensamientos preconcientes que aparecen en la conciencia y pueden regresar a ella en cualquier momento, y unos pensamientos inconcientes que lo tienen prohibido. Una analogía grosera, pero bastante adecuada, de esta relación que suponemos entre la actividad conciente y la inconciente la brinda el campo de la fotografía ordinaria. El primer estadio de la fotografía es el negativo; toda imagen fotográfica tiene que pasar por el «proceso negativo», y algunos de estos negativos que han podido superar el examen serán admitidos en el «proceso positivo» que culmina en la imagen.
Pero el distingo entre actividad preconciente e inconciente, y el discernimiento de la barrera que las divide, no es ni el último ni el más significativo resultado de la investigación psicoanalítica de la vida anímica. Hay un producto psíquico que se encuentra en las personas más normales y, empero, ofrece notabilísima analogía con las más silvestres producciones de la insanía; por otra parte, no fue más inteligible para los filósofos que la insanía misma. Me refiero a los sueños. El psicoanálisis se funda en el análisis de sueños; la interpretación de estos es el trabajo más acabado que la joven ciencia ha realizado hasta hoy. Un caso típico de la formación de sueños puede describirse del siguiente modo: Un itinerario de pensamiento {train of thoughts} fue despertado por la actividad mental del día y ha retenido algo de su capacidad eficiente; en virtud de esta, ha escapado a la disminución {inhibition} general del interés, la cual es la introducción al dormir y su preparación mental. Durante la noche, este itinerario de pensamiento consigue hallar la conexión con uno de los deseos {tendencies} inconcientes que han estado siempre presentes desde la infancia en la vida anímica del soñante, pero por lo común reprimidos y excluidos de s~ presencia conciente. Entonces, en virtud de la fuerza que les presta ese apoyo inconciente, estos pensamientos, los relictos del trabajo diurno, pueden devenir otra vez eficientes y aflorar a la conciencia en la forma de un sueño. Han ocurrido, pues, tres cosas:
1. Los pensamientos han experimentado una mudanza, un disfraz y una desfiguración, que constituye la parte del socio inconciente.
2. Los pensamientos han conseguido investir {have occupied} la conciencia en un momento en que no debía serles ello asequible.
3. Un fragmento de lo inconciente ha aflorado en la conciencia, cosa que de ordinario le habría resultado imposible.
Hemos aprendido el arte de descubrir los «restos diurnos» {«residual thoughts»} y los «pensamientos oníricos latentes»; por su comparación con el contenido manifiesto del sueño somos capaces de formarnos un juicio sobre las migraciones {changes} por las que han atravesado y sobre el modo en que estas sobrevinieron.
Los pensamientos oníricos latentes no se diferencian en nada de los productos de nuestra actividad anímica conciente ordinaria. Merecen el nombre de pensamientos preconcientes y de hecho pueden haber sido concientes en algún momento de la vigilia. Pero en virtud de la conexión que por la noche establecieron con las aspiraciones {tendencies} inconcientes, fueron asimilados a estas últimas, en cierto modo rebajados al estado de unos pensamientos inconcientes y sometidos a las leyes por las que es regulada la actividad inconciente. Y aquí se ofrece la oportunidad de aprender algo que no habríamos podido colegir sobre la base de reflexiones o cualquier otra fuente de saber empírico: las leyes de la actividad anímica inconciente se distinguen en amplia medida de las que rigen a la actividad conciente. Mediante un trabajo de detalle tomamos noticia de las peculiaridades de lo inconciente y podemos esperar aprender todavía mucho de una exploración más a fondo de los procesos que sobrevienen en la formación del sueño.
Esta indagación no ha llegado siquiera a promediarse, y no es posible exponer los resultados obtenidos hasta ahora sin entrar en los problemas, en extremo enredados, de la interpretación de los sueños. Sin embargo, no quiero interrumpir esta elucidación sin apuntar el cambio y el progreso de nuestra inteligencia de lo inconciente, que debemos al estudio psicoanalítico de los sueños.
Lo inconciente nos pareció al comienzo un mero carácter enigmático de un cierto proceso psíquico; ahora significa para nosotros algo más: es un indicio de que ese proceso participa de la naturaleza de una cierta categoría psíquica, de la que tenemos conocimiento por otros y más importantes caracteres, y pertenece a un sistema de actividad psíquica que merece nuestra mayor atención.
El valor de lo inconciente como índice ha superado con mucho a su significación como propiedad. A falta de una expresión mejor y menos ambigua, damos el nombre de «el inconciente» al sistema que se da a conocer por el signo distintivo de ser inconcientes los procesos singulares que lo componen. Para designar este sistema propongo las letras ICC {Ubw}, abreviatura de la palabra «inconciente» {«Unbewusst»}
Este es el tercer sentido, y el más importante, que el término «inconciente» ha cobrado en el psicoanálisis.
Notas:
1) {Estas consideraciones nos han decidido a traducir el trabajo de la versión alemana, consignando entre llaves algunos de los términos empleados en el original inglés.}