Los complejos y el inconsciente
Epílogo
Las nociones fundamentales de mi psicología han quedado expuestas a lo
largo de esta obra. El lector no habrá dejado de constatar que esta psicología
no se apoya en postulados académicos, sino en la experiencia del hombre, del
hombre sano y del hombre enfermo. Tal es el motivo por el que no ha podido
encerrarse en el estudio de la conciencia, de sus datos y de sus funciones;
debió consagrarse a esta parte de la psique a la que se llama inconsciente.
Todo lo que hemos dicho sobre éste, debe ser entendido cum grano salis, pues
se trata siempre a este propósito de constataciones indirectas, ya que el
inconsciente escapa a la observación inmediata; las concepciones que de él
nos forjamos no son sino las deducciones lógicas de los efectos que ejerce.
Estas deducciones sólo tienen, si se va al fondo de las cosas, un valor de
hipótesis; en cuanto a saber si las representaciones de la conciencia están en
condiciones de captar y de formular de modo adecuado la naturaleza del
inconsciente, es ésta una cuestión que excede al espíritu humano. Mis
concepciones sobre el inconsciente han sido elaboradas poco a poco, bien
porque me haya esforzado por encontrar el denominador común que acerca
en una relación lógica el mayor número posible de hechos observados, bien
porque haya intentado prever el desarrollo futuro, probable, de un estado
psíquico determinado, bien definido, lo que es también un método para
experimentar la exactitud de ciertas hipótesis: como es sabido, numerosos
diagnósticos médicos, en el momento en que el médico los formula, apenas si
podrían ser motivados y sólo el curso previsto de la enfermedad los confirma.
Estoy convencido de que el estudio científico del alma es la ciencia del futuro.
La psicología es la más joven de las ciencias naturales y su desarrollo no ha
pasado todavía del estadio de los primeros pasos. No por ello deja de ser la
ciencia que nos resulta más indispensable; con una claridad cada vez más
meridiana, parece, en efecto, que no son ni el hambre, ni los temblores de tierra,
ni los microbios, ni el cáncer, sino sencillamente el mismo hombre lo que
constituye el mayor peligro para el hombre. La causa de esto es sencilla: no
existe todavía ninguna protección eficaz contra las epidemias psíquicas;
ahora bien, estas epidemias son infinitamente más devastadoras que las
peores catástrofes de la naturaleza. El máximo peligro que amenaza tanto al
individuo como a los pueblos en general es el peligro psíquico. Ante él, la razón
ha dado pruebas de una impotencia total, explicable por el hecho de que
sus argumentos actúan sobre la conciencia, pero sólo sobre la conciencia, sin
tener el menor influjo sobre el inconsciente. Por consiguiente, un peligro
mayor para el hombre emana de la masa, en el seno de la cual los efectos del
inconsciente se acumulan, amordazando, sofocando las instancias razonables
de la conciencia. Toda organización de masa constituye un peligro latente, al
igual que una concentración de dinamita. Pues de ella se desprenden efectos
que nadie ha querido y que nadie es capaz de contener. Por eso es preciso
desear ardientemente que la psicología, sus conocimientos y sus conquistas,
se difundan a una escala tal que los hombres acaben por comprender de
dónde proceden los máximos peligros que pesan sobre sus cabezas. No es
armándose hasta los dientes, cada una por su lado, como las naciones podrán
a la larga preservarse de las horribles catástrofes que son las guerras modernas.
Las armas almacenadas, reclaman la guerra. ¿No sería preferible, por el
contrario, en el futuro, desconfiar y evitar las condiciones—ya descubiertas—
en las que el inconsciente rompe los diques del consciente y destituye a éste,
haciendo correr al mundo el riesgo de incalculables estragos? Espero que este
libro contribuya a aclarar este problema, fundamental para la humanidad .
C. G. Jung Küsnacht-Zürich, enero 1944
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