El vocabulario de Michel Foucault: LETRA I
Intelectual
(Intellectuel). En Dits et Écrits II se encuentra una interesantísima entrevista con G. Deleuze acerca de los intelectuales y el poder (DE2, 306-315). Nos hemos ocupado de ella en el artículo Deleuze. Otros textos fundamentales sobre la misma cuestión son “La Fonction politique de l’intellectuel” (DE3, 109-114) y “Entretien avec Michel Foucault” (DE3, 140-160). Tradicionalmente la politización de un intelectual se llevaba a cabo, según Foucault, en torno de dos ejes: su posición de intelectual en la sociedad burguesa y la verdad que sacaba a la luz en su discurso. Un intelectual decía la verdad a aquellos que no la veían y en nombre de aquéllos que no podían decirla (DE1, 308). De este modo, el intelectual llamado “de izquierda” tomaba la palabra y se le reconocía, como representante de lo universal, el derecho de hablar como maestro de verdad y de justicia. “El intelectual sería la figura clara e individual de una universalidad de la cual el proletariado sería la forma oscura y colectiva” (DE3, 109). A esta figura del “intelectual universal” Foucault opone la figura del “intelectual específico”. Mientras el intelectual universal deriva del “jurista-notable” (el hombre que reivindicaba la universalidad de la ley justa), el intelectual específico deriva del “sabio-experto”. Éste último es una figura que se desarrolla a partir de la posguerra; la figura de Oppenheimer ha servido de bisagra entre uno y otro. “Y, por primera vez –yo creo– el intelectual ha sido perseguido por el poder político, ya no más en función del discurso general que tenía, sino a causa del saber que poseía; es en este nivel que constituía un peligro político […]” (DE3, 110). Es necesario, según Foucault, redefinir la figura del intelectual específico. Sería peligroso descalificarlo por su saber específico diciendo que es para especialistas y que, por lo tanto, no interesa a las masas (pues ellas tienen conciencia de este saber y están implicadas en él), o que sirve a los intereses del capital o del Estado (pues esto muestra el lugar estratégico que ocupa), o que es el vehículo de una ideología cientificista (lo cual es secundario respecto de los efectos de poder propios de los discursos verdaderos) (DE3, 112). Esta redefinición de la figura del intelectual específico pasa por la manera en que se plantea la cuestión de la verdad. Foucault señala al respecto cinco características de la “economía política” de la verdad: 1) La “verdad” está centrada en los discursos científicos y en las instituciones que los producen. 2) Está sometida a una constante incitación política y económica. 3) Es objeto de difusión y consumo. 4) La verdad es producida bajo el control dominante, no exclusivo, de los aparatos políticos y económicos (la universidad, el ejército, la escritura, los media). 5) Está en juego en todo debate político y todo enfrentamiento social. A partir de aquí, Foucault ofrece cinco proposiciones para redefinir la figura del intelectual: 1) Se ha de entender por “verdad” un conjunto de procedimientos para la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación y el funcionamiento de los enunciados. 2) Entre la verdad y el poder existe una relación circular; los sistemas de poder la producen y sostienen y ésta induce efectos de poder. Sería una quimera oponer una verdad sin poder a un poder sin verdad (proposición característica del intelectual universal). 3) Este régimen de la verdad no es sólo ideológico o superestructural; ha sido una condición para la formación y desarrollo del capitalismo que funciona aun en los países socialistas. 4) El problema político fundamental del intelectual no es la crítica de los contenidos ideológicos, sino la posibilidad de constituir otra política de verdad. 5) No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder, sino de separar el poder de la verdad de sus formas hegemónicas (sociales, económicas, culturales) (DE3, 112-114). Por ello el intelectual específico está inserto en una triple especificidad: la de su posición social, la de sus condiciones de vida y trabajo, la de la política de verdad de nuestras sociedades. • “Pero, si el intelectual se pone a desempeñar nuevamente el papel, que jugó durante ciento cincuenta años, de profeta respecto de lo que ‘debe ser’, de lo que ‘debe pasar’, se tendrá nuevamente estos efectos de dominación y se tendrá otras ideologías que funcionan de la misma manera” (DE3, 348). “La función del intelectual no es decir a los otros lo que tienen que hacer. ¿Con qué derecho lo haría? Acuérdense de todas las profecías, promesas, mandatos y programas que los intelectuales han formulado en los últimos dos siglos y cuyos efectos se ven ahora. El trabajo del intelectual no es modelar la voluntad política de los otros; es, por medio de los análisis que ha hecho en los dominios que le son propios, reinterrogar las evidencias y los postulados, sacudir las costumbres, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas. Retomar la medida de las reglas y de las instituciones y, a partir de esta reproblematización (en la que pone en juego su oficio de intelectual específico), participar en la formación de una voluntad política (en la que tiene que desempeñar su rol de ciudadano)” (DE4, 676-677). Más sintéticamente, la función del intelectual consiste en diagnosticar el presente, no en razonar en términos de totalidad para formular las promesas de un tiempo que vendrá.
Intellectuel [245]: AN, 5. AS, 55. DE1, 132, 513, 516-517, 550, 652, 791. DE2, 192, 236, 307-309, 331, 364, 400, 421-422, 473, 478, 492, 498-499, 507, 517, 525, 703, 720, 737, 759, 772, 775-777, 782, 789. DE3, 8, 80, 85-86, 107, 109, 110-114, 133, 154-160, 268, 329, 348, 384, 399, 475, 531, 537, 594-596, 604, 605, 610, 626, 634, 667, 669, 794, 806. DE4, 48-50, 59, 64, 78, 84, 86-87, 92, 95-96, 105, 181, 205, 210, 329, 335,
347, 350, 373, 449, 452, 496, 498, 520, 529, 535-536, 573, 638, 675-677, 689, 747, 749, 778. HS, 32, 113, 135, 282, 424. NC, 121. PP, 62, 219, 225, 230, 264, 282, 292, 329.
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