LA RELACIÓN MADRE-HIJO: Maduración de la persona y cambio de actitudes

LA RELACIÓN MADRE-HIJO

M.ISABEL ZULUETA (Psicóloga. Fundación de Down de Madrid)

2.3. Maduración de la persona y cambio de actitudes

Las personas que atiendan a los padres pueden ayudar a que la pareja se encuentre mejor y consigan mejorar sus actitudes, lo que va a permitir una maduración de su personalidad.

Hablar de los propios sentimientos. De la tristeza, la preocupación, el desconcierto, etc., con la pareja, la familia y los amigos. Admitir esos sentimientos aunque sean negativos, no taparlos ni disfrazarlos de otra cosa, poderlos verbalizar sin culpabilidad. El hablar del tema con naturalidad libera.

Esta es, quizá, la primera ayuda que se puede dar a los padres por parte de los profesionales: una escucha atenta, tranquila, de comprender esos sentimientos con empatía, que es la capacidad de entender los sentimientos de los demás sin verse envuelto en ellos.

La segunda ayuda sena clarificar las dudas e ignorancias lógicas que se tienen acerca del problema. Aclarar el sentimiento de culpabilidad que muchas veces apenas se verbaliza. Darles la información que ellos requieran, en lugar de cargarles de consejos que todavía no pueden asimilar.

La tercera, intentar que la pareja reanude su propio diálogo y su apertura al exterior.

La cuarta, centrar a los padres en el tratamiento, haciéndoles ver las ventajas de no diversificar las ayudas al niño.

La quinta, fomentar el vínculo afectivo entre los padres y el hijo.

Esto le va a ayudar a sentirse seguro de sí mismo, poder dominar su frustración y sentirse bien integrado en el entorno que va a cuidar de él. Dice Bruno Bettelheim:

«El niño aprende a vivir en su incapacitación, pero no puede vivir bien si no está convencido de que sus padres lo hallan por completo digno de amor. Si los padres, enterados del defecto del niño, lo aman ahora, puede tener la seguridad que otros habrán de amarlo en el futuro. Este convencimiento le permite vivir bien hoy y tener fe en los años por venir.»

La fuerza y el carácter del vínculo original madre-hijo influyen sobre los vínculos que el niño establece más adelante.

Escuchar, observar, conocer y comprender al niño. Para conseguirlo puede ser útil:

a) Considerar al niño como un ser autónomo y con su propia identidad. No etiquetarlo con un diagnóstico, porque cada niño es distinto y tiene su propia personalidad. Aprender a escuchar su conducta, a leer sus sentimientos, a observar objetivamente y desde fuera, sin que las emociones nos perturben.

b) Tener en cuenta lo que puede realizar y hacer esfuerzos constructivos por ayudarle, no sólo en las actividades escolares y en los aprendizajes sino en habilidades sociales.

c) Atender a sus necesidades especiales: que no significa sobreprotegerlo ni aferrarnos a él. Trabajar con ilusión por su autonomía.

d) Cuidar su ocio y sus amistades de una manera activa, ayudarle a tener un tiempo libre del que disfrute.

e) No evitar a toda costa que sufran por circunstancias de la vida.

Eso significaría sobreprotegerlos como a seres indefensos.

Ayudarlos cuando llega el dolor para que puedan sobreponerse, de esta manera madurarán. Si les evitamos el dolor, serán siempre niños desvalidos.

f) No temer al futuro, a su vida adulta, a su madurez, ni a su vida afectiva y sexual, ya que si nos da miedo, inconscientemente la coartaremos, no le permitiremos con nuestro silencio y nuestro «No pensar» conocer y enfrentar sus deseos y necesidades.

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