André Green. El pensamiento clínico (El trabajo psíquico del analista y el modelo clínico contemporáneo)

André Green. El pensamiento clínico: contemporáneo, complejo, terciario

Fernando Urribarri (2)

Fuente: (2012) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (114): 154-173

El trabajo psíquico del analista y el modelo clínico contemporáneo:

Para abordar el modelo contemporáneo debemos situarlo en relación al

freudiano y al post freudiano. Esquemáticamente puede señalarse que en

el modelo freudiano la teoría se centra en el conflicto intrapsíquico; las

psiconeurosis de transferencia constituyen el cuadro clínico paradigmático,

de referencia, que ilustra y confirma el modelo; la práctica apunta al

análisis de las resistencias, y la cura pasa por la disolución de la neurosis

de transferencia. La técnica se basa en la asociación libre y la atención

flotante, siendo necesariamente la contratransferencia un obstáculo.

Por su parte, los modelos post freudianos desplazan el foco de la teoría

sobre el objeto (en unas regiones como relación de objeto, en otras como

lazo estructural con el Otro/otro) desarrollando una perspectiva predominantemente

intersubjetiva o relacional; correlativamente la técnica se

modifica acentuando el rol central del analista (del objeto de la transferencia):

en la corriente anglosajona se prioriza la contratransferencia y en la

lacaniana se destaca el deseo del analista; en la clínica el funcionamiento

psicótico (y secundariamente el de los niños) es tomado como referencia

central, paradigmática.

El modelo contemporáneo propone una nueva síntesis o matriz

disciplinaria. La teoría concibe al sujeto psíquico como proceso heterogéneo

de representación que simboliza las relaciones en y entre lo

intrapsíquico (centrado en la pulsión) y lo intersubjetivo (centrado en el

objeto). Forma psicoanalítica del pensamiento complejo, la perspectiva

metapsicológica contemporánea acentúa la heterogeneidad, la procesualidad

y la poiesis o creatividad del psiquismo. En la clínica los casos

límite devienen los nuevos cuadros paradigmáticos. Ello promueve la

exploración/extensión de los límites de la analizabilidad y de las posibles

variaciones del método. La introducción del concepto de encuadre inaugura

un esquema triádico (encuadre/transferencia/contratransferencia)

del proceso analítico.

En el modelo contemporáneo tiene un rol central la introducción

y elaboración del concepto de encuadre. El encuadre se distingue de la

mera situación material y se concibe como una función constituyente del

encuentro y del proceso analítico. De naturaleza transicional (entre la

realidad social y la realidad psíquica), el encuadre es institución y puesta

en escena del método analítico, de su núcleo dialógico y de su matriz intersubjetiva

simbolizante. El encuadre instituye el espacio analítico, que

es un tercer espacio que hace posible el encuentro y la separación (la

discriminación) entre el espacio psíquico del paciente y el del analista.

Contención y distancia: el encuadre delimita el espacio potencial que hace

posible la comunicación analítica. Su estatuto es a la vez clínico y epistemológico:

el encuadre es condición de la constitución del objeto analítico

(Green), objeto tercero, distinto del paciente y del analista, producido por

la comunicación de cada pareja analítica singular.

Desde el año 2000 el autor de El pensamiento clínico produjo numerosos

trabajos de revisión de los fundamentos de la técnica y de la clínica desde

el punto de vista metapsicológico de la relación entre lo intrapsíquico y lo

intersubjetivo (acerca de la contratransferencia, el proceso, la interpretación

y, muy especialmente, del encuadre). Estas teorizaciones están ligadas a intervenciones

polémicas, que apuntan principalmente a sostener el carácter

psicoanalítico de la práctica con variaciones del encuadre –como la «psicoterapia

analítica», o el trabajo «cara a cara»–. Green propone distinguir en el

encuadre entre una fracción variable y una fracción constante. La fracción

constante corresponde a la «matriz activa», de naturaleza dialógica, constituida

por la asociación libre del paciente acoplada con la escucha flotante

y la neutralidad benévola del analista. Matriz dialógica que forma el núcleo

de la acción analítica, cuyo agente es la pareja analítica, con independencia

relativa de las formas de trabajo. La fracción variable constituye una suerte

de «estuche protector» de la matriz activa, y corresponde a las disposiciones

materiales, secundarias, tales como la frecuencia, la posición del paciente,

y los diversos aspectos del contrato analítico.

El encuadre, sostiene Green, deviene una herramienta diagnóstica:

«un analizador de analizabilidad». La posibilidad de usar o no el encuadre

como espacio analítico potencial en el que seguir la regla fundamental,

permite evaluar las posibilidades y dificultades del funcionamiento representativo. Con pacientes no neuróticos, entonces, se fundamentan las

modificaciones del encuadre (menor frecuencia de sesiones, posición cara

a cara, etc.) para establecer las mejores condiciones posibles para el funcionamiento

representativo. Pero estas variaciones debidas a la imposibilidad

o inadecuación de aplicar el encuadre psicoanalítico tradicional conservan

una referencia al mismo en el trabajo psíquico del analista: el encuadre

interiorizado por el analista en su propio análisis funciona como encuadre

virtual antes que como protocolo concreto. Se estructura apuntalándose

en la «estructura encuadrante» del analista, devenida matriz simbólica

reflexiva gracias a la formación analítica (Urribarri, 2010). La diversidad

de la práctica, con sus encuadres variables, encuentra su unidad (a la vez

su fundamento y su condición de posibilidad) en el «encuadre interno del

analista» (Green, 2000b) como garante del método.

La noción de «encuadre interno del analista» concebido como matriz

objetalizante y representativa es la sede del pensamiento clínico. El trabajo

psíquico del analista articula una serie de dimensiones y operaciones

heterogéneas (escucha, figurabilidad, imaginación, elaboración de la

contratransferencia, memoria preconsciente del proceso, historización,

interpretación, construcción, etc.). Su funcionamiento óptimo es el de los

«procesos terciarios», procesos transicionales internos, sobre los cuales se

fundan el pensamiento y la creatividad del analista.

«El pensamiento clínico [define Green en el libro homónimo] es

el resultado de un trabajo mutuo de observación y auto observación

de los procesos mentales que utilizan los canales verbales.» Luego

recuerda que antes propuso que el encuadre analítico transforma al

aparato psíquico en aparato de lenguaje.3 Y también que el proceso

analítico se define como la vuelta sobre sí mismo mediante el pasaje

por el otro semejante. A estas fórmulas agrega la idea de que el pensamiento

clínico consiste en articular por medio del lenguaje dos tipos

de pensamientos: los pensamientos que surgen de las relaciones entre

representaciones conscientes y preconscientes, y los pensamientos que ligan los procesos organizados por el lenguaje con los procesos inconscientes,

dominados por el proceso primario. «Este es el núcleo dinámico

del pensamiento clínico» (prolongando esta perspectiva hemos

propuesto considerar al pensamiento clínico como un «pensamiento

terciario», en tanto complejización y «puesta en forma» reflexiva de

los procesos terciarios).

En contraste con la idea de que las psicoterapias psicoanalíticas son

variantes más simples y superficiales de trabajo analítico, éstas son reconocidas

en su complejidad y su dificultad. Del lado del analista se pone de

relieve la necesidad de un trabajo psíquico especial para hacer representable,

pensable, analizable el conflicto psíquico situado en los límites de la

analizabilidad. Por ejemplo: la escucha debe combinar la lógica deductiva

(del modelo freudiano) con una lógica inductiva. En la formulación de

la interpretación se explicita su carácter conjetural, utilizando el modo

condicional o interrogativo, para permitir que el paciente tenga un «margen

de juego», pueda tomarla o rechazarla. Frente al mutismo (de cuño

lacaniano) y la traducción simultánea (de inspiración kleiniana), la matriz

dialógica del método vuelve a ser valorizada y profundizada. La noción

de diálogo analítico cobra un relieve conceptual, y no solo descriptivo. En

ambos casos –psicoanálisis o psicoterapia– puede decirse que el objetivo

de reconocimiento y metabolización de lo inconsciente es similar. Su resultado

deseable es la constitución o despliegue de un encuadre interno

(o interiorización del encuadre), mediante el cual el núcleo dialógico (intersubjetivo)

del análisis devenga una matriz intrapsíquica reflexiva, una

plataforma dinámica de la función objetalizante (Urribarri, 2005).

La introducción del concepto de encuadre inaugura un esquema triádico

(encuadre/transferencia/contratransferencia) del proceso analítico: si

la transferencia y la contratransferencia son el motor, el encuadre constituye

su fundamento. En esta perspectiva el encuadre es polisémico, conjugando

diversas lógicas a las que la escucha debe estar abierta: de la unidad

(del narcisismo), del par (madre-bebe), de lo transicional (de la ilusión y

lo potencial), de lo triangular (de la estructura edípica). Concordando con

esta polisemia del encuadre la posición del analista es también múltiple

y variable: no puede ser ni predeterminada ni fija; ni como padre edípico

ni como madre continente, etc. El analista debe jugar, tanto en el sentido teatral y musical como lúdico, en función de los escenarios desplegados en

la singularidad del campo analítico. Puesto que el inconsciente «habla en

diferentes dialectos» el analista debe ser «políglota». En la técnica propuesta

por Green para las estructuras no neuróticas se privilegia la dimensión

transicional y dialógica del trabajo analítico: se destaca un recurso que

podríamos denominar «squiggle verbal» –un estilo de intervención orientado

por (y hacia) el movimiento representativo del discurso del paciente.

En «La posición fóbica central» (2002a) André Green propone una

concepción de la asociación libre (y la atención flotante) como producción

acoplada de la pareja analítica: define el discurso en sesión como un

proceso arborescente de creación de sentido, que determina en el decir del

paciente y en la escucha del analista un doble movimiento de «reverberación

retroactiva y anticipación anunciadora». Esta virtualidad polisémica

de la comunicación analítica puede volverse potencialidad traumática en

las estructuras no neuróticas: la posición fóbica central es un ejemplo de

defensa contra esta última posibilidad.

Técnicamente se pasa desde la (sistemática) interpretación de la transferencia,

a la interpretación en la transferencia. La dimensión del «aquíahora-

conmigo» pasa a articularse con el «allí-entonces-con otro». La

Nachträglichkeit freudiana (la resignificación, el après-coup), que define

la temporalidad específica del psicoanálisis, recupera un rol central, siendo

doblemente profundizada: como dimensión esencial, inherente, del

proceso de representación, y como clave del trabajo psicoanalítico. La

historización pasa a ser una dimensión clave del trabajo de análisis. (La

historización se centra en la historia del proceso analítico y, como ejemplificaremos

más adelante, no debe confundirse con la mera construcción

ni mucho menos con la «puesta en relato» de la historia del paciente.) El

libro El tiempo fragmentado despliega toda la riqueza metapsicológica de

la teoría de la temporalidad que está en su base.

En este contexto se destaca la importancia de la imaginación del analista

(especialmente solicitada en el trabajo en los límites de la analizabilidad).

Así redefinida la escucha analítica es más amplia que la contratransferencia,

y la actividad del analista va más allá de la elaboración y el

uso de la misma. Puesto que no todo movimiento de la mente del analista

más allá del proceso secundario es contratransferencial: por ejemplo, se destaca el rol de la regresión formal del pensamiento del analista como

vía para dar figurabilidad a lo no representado del paciente.

En su elocuente artículo «Desmembramiento de la contratransferencia:

lo que hemos ganado y perdido con la extensión de la contratransferencia

» (2001) André Green propone distinguir y designar tres dimensiones

que suelen confundirse. Lo que corresponde a la posición analítica que

precede y favorece la transferencia del paciente, así como a su predisposición

general a reconocer y procesar su propia contratransferencia, se lo

denomina «conjunto anteanalítico» (pudiendo considerárselo como una

«antetransferencia»). Es el basamento de la «contratransferencia stricto

sensu, singular, por venir». Justamente la «contratransferencia a la obra»

(en francés: à l’ouvre, es decir en obra, en marcha, inherente al trabajo)

se distingue de la latencia de la disposición anteanalítica y «se encarna de

manera efectiva en la relación singular. […] Me refiero a una contratransferencia

que sorprende las expectativas del analista». La contratransferencia

es una exigencia de trabajo psíquico para el analista. La asimetría de

la relación analítica «no le da ninguna autoridad interpretativa, sino un

deber de analizar la transferencia del paciente y su eco en el analista». Para

ello, sostiene que «el lugar de la contratransferencia y del pensamiento

analítico implica la movilidad de los registros y la puesta en actividad de

los procesos terciarios». El doble registro (intrapsíquico e intersubjetivo)

favorece un «pensamiento tercero» que emerge de las operaciones de reunión

y separación (intersubjetivo), articulado con los diversos modos de

pensamiento (intrapsíquico) «abriendo una posibilidad de salir de los impasses

de la dualidad». Por último propone diferenciar un «acoplamiento

a la transferencia» o «contratransferencia engranada» (engrené) en la que

el trabajo de pensamiento se ve paralizado por una relación inconsciente

hipnótica de fascinación mutua, en la que el analista responde en espejo

a la fuerza reverberante de la transferencia del paciente.

Green postula un apuntalamiento preconsciente de la atención flotante.

Esto no significa que el rol del inconsciente del analista sea excluido

sino que es articulado, mediado, por el preconsciente que es el que permite

su simbolización y uso técnico. El rol del preconsciente adquiere

una importancia renovada como espacio de mediación, intersección e

interacción representativo: espacio transicional interno, pivote de la asociación libre del paciente (y de la atención flotante del analista), sede de su

perlaboración. En este contexto debe situarse la idea del encuadre interno

del analista como una matriz representativa preconsciente en la que se

funda la comprensión y la creatividad del analista. En la elaboración de

la contratransferencia los procesos terciarios del analista permiten que

la resonancia inconsciente primaria se ligue adquiriendo figurabilidad,

pudiendo llegar a ser significada y luego pensada mediante el lenguaje, y

finalmente religada con la inteligida de la situación analítica.

Para ilustrar el pensamiento clínico en tanto complejización del trabajo

psíquico del analista me gustaría citar una precisa descripción del

autor de Locuras privadas. Discutiendo el modelo post freudiano, y en

particular la noción bioniana de rêverie como modelo de la contratransferencia

totalizante, escribe:

¿En qué consiste la escucha del analista? En primer lugar en comprender el

sentido manifiesto de lo que se dice, condición necesaria para todo lo que

sigue; después, y es la etapa fundamental, en imaginarizar el discurso, es decir

no solamente imaginarlo, sino incluir en él la dimensión imaginaria construyendo

de otro modo lo implícito de ese discurso en la puesta en escena del

entendimiento. La etapa siguiente (delirará o) desligará la secuencia lineal

de esta cadena, evocará otros fragmentos de sesión: recientes unos (acaso de

la última sesión), menos recientes otros (aparecidos hace algunos meses) y,

en fin, mucho más antiguos otros (por ejemplo un sueño de comienzos del

análisis). […] El analista tiene la tarea de ser el archivista de la historia del

análisis y de buscar en los registros de su memoria preconsciente para lo cual

convocará sus asociaciones en todo momento. He ahí el fondo sobre el cual

se desarrolla la capacidad de ensoñación del analista. Ésta cobra cuerpo en la

última etapa, la de religazón, que se efectuará seleccionando y recombinando

los elementos así espigados para dar nacimiento a la fantasía contratransferencial

que va al encuentro de la fantasía transferencial del paciente [1986].

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Notas:

 

3- Para un mayor desarrollo acerca del lenguaje y de la complejidad de la simbolización en el discurso, remito a la ponencia de Patricia Álvarez en Revista de Psicoanálisis, Vol. 69 (1), 2012.