Tercera parte
Clasificación y descripción de las diversas categorías de masas
CAPÍTULO 2
LAS MASAS CALIFICADAS DE CRIMINALES
Tras un cierto período de excitación, las masas caen en un estado de simples autómatas inconscientes, conducidos mediante sugestiones, por lo que es difícil calificarlas, en cualquier caso, de criminales. Conservo, sin embargo, este calificativo erróneo por haber sido consagrado por investigaciones psicológicas. Algunos actos de las masas son seguramente criminales si se les considera en sí mismos, pero como lo es el acto de un tigre que devora a un hindú tras haberle hecho despedazar primero por sus cachorros para distraerles.
Generalmente, los crímenes de las masas son el resultado de una poderosa sugestión, y los individuos que toman parte en ellos están persuadidos después de que han cumplido con un deber. No sucede así en absoluto con el criminal corriente.
La historia de los crímenes cometidos por las masas pone de manifiesto lo precedente.
Se puede citar como ejemplo típico el asesinato del gobernador de la Bastilla, De Launay. Tras la toma de dicha fortaleza, el gobernador, rodeado por una multitud muy excitada, recibió golpes de todas partes. Unos proponían que se le colgase, otros cortarle la cabeza, o atarle a la cola de un caballo. Al debatirse, dio por descuido una patada a uno de los presentes. Alguien propuso, y su sugerencia fue inmediatamente aclamada por la multitud, que el individuo golpeado cortase el cuello al gobernador. Dicho sujeto, un cocinero sin trabajo, medio tonto, que había ido a la Bastilla a ver lo que pasaba; juzgó que, puesto que los demás estaban de acuerdo, su acción era patriótica y creyó incluso que merecía una medalla por destruir a un monstruo. Con un sable que le prestaron, golpeó sobre el cuello desnudo, pero al no producirse el corte porque el sable estaba mal afilado, sacó de su bolsillo un pequeño cuchillo con el mango negro y (como por su calidad de cocinero, sabía trinchar las carnes) concluyó felizmente la operación.
Aquí puede verse con claridad el mecanismo antes indicado. Obediencia a una sugestión tanto más potente por ser colectiva, creencia por parte del asesino de haber cometido un acto muy meritorio, convicción corroborada, por otra parte, por la unánime aprobación de sus conciudadanos. Un acto así puede ser calificado legalmente, pero no psicológicamente, de criminal.
Las características generales de las masas calificadas de criminales son exactamente las que hemos comprobado en todas las masas: sugestibilidad, credulidad, movilidad, exageración de sentimientos buenos o malos, manifestaciones de ciertas formas de moralidad, etc.
Volvemos a hallar todas estas características en una de las masas que más siniestros recuerdos ha dejado en nuestra historia: los septembrinos. Presenta por otra parte una gran analogía con las masas que realizaron las matanzas de la noche de San Bartolomé. Tomo los detalles de la correspondiente narración de Taine, quien los obtuvo a partir de memorias de la época. No se sabe exactamente quién dio la orden o sugirió vaciar las prisiones masacrando a los presos. Que fuese Danton, como parece probable, u otro, poco importa: el único hecho que nos interesa aquí es el de la poderosa sugestión recibida por la masa encargada de la matanza.
La tropa de asesinos comprendía unas trescientas personas y constituía el tipo perfecto de una masa heterogénea. Aparte de un número muy reducido de maleantes, se componía sobre todo de tenderos y artesanos diversos (zapateros, cerrajeros, peluqueros, albañiles, empleados, etc.). Bajo la influencia de la sugestión recibida se hallaban perfectamente convencidos, como el cocinero antes citado, de que cumplían un deber patriótico. Asumían una doble función, la de jueces y la de verdugos, y no se consideraban en modo alguno como criminales.
Convencidos así de la importancia de su misión, comenzaron por constituir una especie de tribunal e inmediatamente aparecieron el espíritu simplista y la equidad no menos simplista de las masas. En vista del considerable número de los acusados se decidió en primer término que los nobles, los sacerdotes, los oficiales, los servidores del rey -es decir, todos los individuos cuya mera profesión constituía una prueba de culpabilidad a los ojos de un buen patriota-, serían ejecutados en montón, sin necesidad de decisiones especiales. A los demás se les juzgaría por su aspecto y su reputación. Quedando así satisfecha la conciencia rudimentaria de la masa, se procedió legalmente a la matanza y a dar libre curso a unos feroces instintos cuya génesis he mostrado en otro lugar, instintos que las colectividades pueden desarrollar en alto grado. Por otra parte, y como es regla general en las masas, dichos instintos no impiden la manifestación concomitante de otros sentimientos contrarios, tales como una sensibilidad, que con frecuencia es tan extrema como la ferocidad.
Poseen la simpatía expansiva y la rápida sensibilidad del obrero parisién. En la prisión de la Abbaye, al enterarse un federado que los detenidos habían estado durante veintiséis horas sin agua, quería exterminar al negligente carcelero, y lo habría hecho, sin duda, a no ser por las súplicas de los propios detenidos. Cuando un prisionero es absuelto (por su tribunal improvisado), guardianes y verdugos, todo el mundo, le abraza entusiasmado y se le aplaude a rabiar; luego vuelven para asesinar a los demás. Durante la matanza no deja de reinar la alegría. Bailan y cantan en torno a los cadáveres, disponen bancos para las damas, felices al ver matar a los aristócratas. Continúan también mostrando una especial equidad. Al haberse quejado uno de los asesinos, en la Abbaye, de que las damas situadas algo lejos veían mal y que tan sólo algunos de los asistentes tenían el placer de golpear a los aristócratas, aceptan lo justo de tal observación y deciden hacer pasar lentamente a las víctimas entre dos filas de estranguladores que no han de golpear más que con el dorso del sable, a fin de prolongar el suplicio. En la Force, se desnuda totalmente a las víctimas, produciéndoles lesiones en su piel durante media hora; y luego, una vez que todo el mundo lo ha visto bien, se las remata abriéndoles el vientre.
Por otra parte, los asesinos son muy escrupulosos y manifiestan la moralidad, cuya existencia hemos señalado en el seno de las masas. Colocan sobre la mesa de los comités el dinero y las alhajas de las víctimas.
En todos sus actos se encuentran siempre dichas formas rudimentarias de razonamiento, características del alma de las masas. Así, tras haber exterminado a mil doscientos o mil quinientos enemigos de la nación, alguien hace observar, y su sugerencia es inmediatamente aceptada, que las otras prisiones, en las que hay viejos mendigos, vagabundos, jóvenes detenidos, contienen en realidad bocas inútiles, de las cuales convendría desembarazarse. Por otra parte, entre ellos figuran ciertamente enemigos del pueblo, tales como por ejemplo una cierta señora Delarue, viuda de un envenenador: Debe estar furiosa por encontrarse en la cárcel; si pudiera prendería fuego a París; tiene que haberlo dicho; lo ha dicho. ¡Acabemos con ella también! La demostración parece evidente y todos son matados en bloque, incluyendo a unos cincuenta niños de doce a diecisiete años que podrían haber llegado a convertirse en enemigos de la nación y tenían, por consiguiente, que ser suprimidos.
Tras una semana de trabajo terminaron todas estas operaciones y los asesinos pudieron pensar en el descanso. Íntimamente persuadidos de que lo habían hecho por el bien de la patria, reclamaron una recompensa a las autoridades; los más celosos exigieron incluso una medalla.
La historia de la Comuna de 1871 nos ofrece varios hechos análogos. La creciente influencia de las masas y las sucesivas capitulaciones de los poderes ante las mismas nos proporcionarán seguramente muchos otros.
Volver a «Psicología de las masas por Gustave Le Bon (índice)«