¿Una sede en la deriva?
Interpretar la Ley de Salud Mental en el horizonte ético de la hospitalidad
Andrés Gatto
Lorena Fioretti
M. Gabriela Marin
Este artículo tiene por finalidad principal difundir y amplificar los ecos de una discusión que se generó a partir de una ponencia en el X Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos organizado por Madres de Plaza de Mayo en Córdoba, en 2011. Dicha exposición era una invitación a reflexionar acerca de una propuesta de interpretación de la Ley Nacional de Salud Mental 26657 (Argentina). Nos preguntábamos desde qué lugar situarse para producir interpretaciones de la ley que permitan alojar aquello que como deseo de destrucción (del cuerpo, de la vida, del lazo) se manifiesta inasimilable a la figura de la “persona humana”, absoluto legal fundante de cuya protección se ocupa la ley.
Este artículo tiene por finalidad principal difundir y amplificar los ecos de una discusión que se generó a partir de una ponencia en el X Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos organizado por Madres de Plaza de Mayo en Córdoba, en2011. Dicha exposición era una invitación a reflexionar acerca de una propuesta de interpretación de la Ley Nacional de Salud Mental 26657 (Argentina). Nos preguntábamos desde qué lugar situarse para producir interpretaciones de la ley que permitan alojar aquello que como deseo de destrucción (del cuerpo, de la vida, del lazo) se manifiesta inasimilable a la figura de la “persona humana”, absoluto legal fundante de cuya protección se ocupa la ley.
A continuación presentamos el resumen de lo expuesto ese día y los principales ejes de discusión e interrogantes que se debatieron en ese contexto.
En primer lugar, nos parece importante señalar que partimos del presupuesto de que la ley, como cualquier texto, implica siempre una lectura, un esfuerzo interpretativo que es necesario llevar a cabo para su traducción al campo de las prácticas concretas. Pero además, es ella misma una interpretación, una visión, una concepción de sujeto, de mundo, de sufrimiento. Este movimiento interpretativo abre la posibilidad a la discusión, al replanteo, a la interpelación constante de lo que toda ley en su misma dinámica tiende a clausurar e instaurar como verdad. Interpretar abre lecturas, en tanto deja lugar a la construcción de aquello que no dice y a la transformación de lo que expone.
Consideramos que la Ley Nacional de Salud Mental es un instrumento que posibilita quebrar discursos de poder disciplinar instituidos, tales como la psiquiatría y la psicología, cuando adquieren ese estatuto. En este sentido, creemos que los Derechos Humanos aplicados como marco a la Salud Mental, se presentan como límites a prácticas inscriptas y escritas desde algunos discursos de poder obscenos, a-históricos, científicos; en los que el cuerpo es acallado, cuando no lacerado por los mismos. Pero además, la sanción de la Ley Nacional de Salud Mental, en tanto texto que define e inscribe una nueva realidad, instaló el debate en la comunidad de aquello que permaneció tanto tiempo como espacio de discusión y decisión exclusivo de los profesionales de la psiquiatría y afines.
La reflexión que proponemos parte de estos presupuestos e intenta articular las nociones de interpretación y traducción en el horizonte de la pregunta por la ética. Y toda pregunta por un hacer ético se piensa siempre desde un telos que es, en nuestro caso, la noción de hospitalidad.
Esta reflexión supone también una tensión entre cierta homogeneización necesaria del derecho y la singularidad del acto de responsabilidad intransferible de la ética.
Creemos que la noción de hospitalidad absoluta y sus articulaciones jurídicas que propone Derrida, pueden ayudarnos a pensar ese campo que se abre entre el hacer posible y lo imposible como horizonte al que se destinaría cualquier acción ética. La hospitalidad no es hospitalidad si es estricto cumplimiento de un pacto o de un deber. El loco, el extranjero torpe para hablar la lengua del médico, siempre corre el riesgo de quedar sin defensas ante el derecho, es, ante todo, extranjero a la lengua del derecho. Debe solicitar la hospitalidad en una lengua que por definición no es la suya, aquella que le impone el dueño de casa, el anfitrión, el rey, el señor, el poder, la Nación, el Estado, el padre, etc. (Derrida, La hospitalidad, cuando trabaja la Apología de Sócrates.) Sin duda, todas las éticas de la hospitalidad no son las mismas, pero no hay cultura ni vínculo social sin un principio de hospitalidad. Éste ordena, hace incluso deseable una acogida sin reserva ni cálculo, una exposición sin límite al arribante: antes de pronunciada cualquier palabra, cualquier nombre propio. Ahora bien, dicha hospitalidad hacia cualquier integrante incuestionado del conjunto de lo humano admite aún la posibilidad de clausurar sobre sí mismo el movimiento de apertura, si sobre ese fondo, y en el mismo gesto, no se invita al extranjero a nombrarse, es decir, si en los procedimientos que se emprenden en relación a un sufrimiento, no se oficia, además de derecho, la producción de sujeto. Dicha producción de sujeto implicaría dirigirnos a él, reconociéndole un nombre propio, generando un lugar para que las palabras, sus producciones, cualesquiera sean éstas, tomen su lugar, evitando que la pregunta se convierta en una “condición”, un fichaje o un simple control de fronteras.
En el campo de la llamada patología mental, lo extranjero es aquello que hace agujero en la clase misma de Lo Humano, lo que no se re asimila ni como semejanza ni como desemejanza, lo que rechaza y corta cualquier lazo social, lo que nos despierta del sueño del dormir tanto como del sueño de la vigilia, lo que desde lo humano quedaría afuera de las normas de la hospitalidad. El extranjero radical que se nombra por fuera de cualquier semejanza, de cualquier asimilable, aquél en cuyo lugar no nos podemos poner, aquél con el que no podemos identificarnos, aquello de lo que no podemos decir “bueno, al fin y al cabo, yo también soy en este momento extranjero en alguno de los otros países que habito.” Ese Otro de lo Humano es el grito desgarrador que no pide nada a nadie, es el cuerpo del cataléptico que ha dejado de comer y que no consiente ni a las normas básicas de su auto conservación; es el acto suicida, es la agitación psicomotriz que no se calma con palabras ni pastillas. Se nos presenta como desafío, entonces, cómo alojar aquello que se nombra sin atributos ni relaciones, desde el discernible puro del sufrimiento. El desafío pasa, tal vez, por abstenerse de las actuales tecnologías brutales usadas para “humanizar” lo Otro: desde la intoxicación por sobre medicación hasta la aplicación de electricidad en el cuerpo. Pero no sólo el médico se horroriza del nombre propio del extranjero sino también el psicólogo, el trabajador social, el agente sanitario, el enfermero, quienes deberán abstenerse también, en nombre de la hospitalidad absoluta, y bajo su responsabilidad, de cualquier filantropía, “cura por amor” o consagración al lazo social que pretenda la asimilación de lo Otro a lo Mismo.
Nos preguntamos, entonces, ¿cómo recibir a aquel que habla una lengua extranjera (la del delirio, el alarido, el murmullo ininteligible, la frase interrumpida)? ¿Qué sería trabajar desde la hospitalidad en el campo de la salud mental? ¿Cómo sostener en las prácticas un discurso que no aspire a capturar al otro? ¿Cómo sostener la pluralidad sin jerarquías? ¿Cómo vivir en la diferencia? ¿Cómo vivir junto a otros?
Frente al discurso omnipotente, cínico y brutal de los intereses comerciales y corporativos que se juegan en el campo de la salud, ¿cómo generar límites y al mismo tiempo seguir reflexionando? ¿Algo de la sede se vuelve necesario en algunos momentos para sostener, defender, una posición en la práctica concreta? ¿Y cómo hacer para que no se cristalice dicha posición dando lugar a la deriva? Deriva que nos permita seguir transitando en el incierto camino de cualquier hacer que se pretenda reflexivo.