Obras de S. Freud: Parte II. El sueño (1916 [1915-16]) – 14ª conferencia. El cumplimiento de deseo

1. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [1915-17])

Parte II. El sueño (1916 [1915-16])

14ª conferencia. El cumplimiento de deseo

Señoras y señores: ¿Debo recordarles el camino que hemos dejado atrás? ¿Cómo en la

aplicación de nuestra técnica tropezamos con la desfiguración onírica, acordamos soslayarla

primero y recogimos en los sueños infantiles las referencias decisivas sobre la esencia del

sueño? ¿Y cómo después, armados con los resultados de esta indagación, abordamos

directamente la desfiguración onírica y -así lo espero- la vencimos paso a paso? Ahora bien,

tenemos que confesarnos que lo hallado por un camino y lo hallado por el otro no coinciden del

todo. Se nos plantea la tarea de componer esos dos hallazgos y ajustarlos uno al otro.

Desde ambos lados resultó que el trabajo del sueño consiste esencialmente en la trasposición

de pensamientos a una vivencia alucinatoria. ¿Cómo puede acontecer eso? He ahí algo

bastante enigmático, pero es un problema de la psicología general que no ha de ocuparnos

aquí. Por los sueños infantiles averiguamos que el trabajo del sueño* se propone eliminar, mediante un cumplimiento de deseo, un estímulo anímico perturbador del dormir. De los sueños

desfigurados no pudimos enunciar nada parecido antes de que supiéramos interpretarlos. Pero

desde el comienzo esperábamos poder introducir los sueños desfigurados dentro de la misma

perspectiva que obtuvimos para los infantiles. La primera confirmación de esta expectativa fue

la intelección de que en verdad todos los sueños … son sueños de niños, trabajan con el

material infantil, con mociones anímicas y mecanismos infantiles. Ahora que consideramos

haber vencido la desfiguración onírica, tenemos que emprender esta otra indagación: averiguar

si la concepción de los sueños como cumplimiento de deseo tiene validez también para los

desfigurados.

Poco antes sometimos a la interpretación toda una serie de sueños, pero omitimos por

completo el cumplimiento de deseo. Estoy seguro de que muchas veces ustedes se vieron

asediados por esta pregunta: ¿Dónde queda entonces el cumplimiento de deseo, que

supuestamente es la meta del trabajo onírico? Esta pregunta es importante; en efecto, esto es

lo que plantean nuestros críticos legos. Como ustedes saben, la humanidad tiene una tendencia

instintiva a defenderse de las novedades intelectuales. Entre las exteriorizaciones de esa

tendencia se cuenta la de reducir enseguida al mínimo el alcance de una novedad así,

comprimiéndola si es posible en un lema. El cumplimiento de deseo es el lema escogido para la

nueva doctrina del sueño. Los legos preguntan: ¿Dónde está el cumplimiento de deseo?

Cuando escuchan que el sueño sería un cumplimiento de deseo, enseguida plantean esa

pregunta y la responden por la negativa. Al punto se les ocurren incontables experiencias

oníricas propias en que al soñar se anudó un displacer y aun una grave angustia; así la

aseveración de la doctrina psicoanalítica del sueño se les hace bastante inverosímil. Fácil nos

resulta responderles que el cumplimiento de deseo no puede ser evidente en los sueños

desfigurados: hay que buscarlo primero. Por tanto, no es posible indicarlo antes de interpretar el

sueño. Sabemos también que los deseos de estos sueños desfigurados son deseos

prohibidos, rechazados por la censura; su presencia, justamente, fue la causa de la

desfiguración onírica y el motivo para la intervención de la censura. Pero a los críticos legos es

difícil hacerles admitir que antes de la interpretación del sueño no es lícito preguntar por el

cumplimiento de deseo. Olvidan esto siempre, una Y otra vez. Su actitud negativa frente a la

teoría del cumplimiento de deseo no es en verdad otra cosa que una consecuencia de la

censura onírica, un sustituto y una emanación de la negativa con que tropezaron estos deseos

oníricos censurados.

Desde luego, tendremos necesidad de explicarnos la existencia de tantos sueños de contenido

penoso y, en particular, los sueños de angustia. Tropezamos aquí por vez primera con el

problema de los afectos en el sueño, que merece por sí solo un estudio, pero del que

desgraciadamente no podemos ocuparnos. Si el sueño es un cumplimiento de deseo, no podría

incluir sensaciones penosas; en esto los críticos legos parecen tener razón. Pero es preciso

tener en cuenta tres clases de complicaciones en que ellos no han reparado.

En primer lugar: puede ocurrir que el trabajo del sueño no logre plenamente crear un

cumplimiento de deseo, de suerte que una parte del afecto penoso de los pensamientos

oníricos quede pendiente y añore en el sueño manifiesto. El análisis tendría que mostrar

entonces que esos pensamientos oníricos eran todavía más penosos que el sueño conformado

a partir de ellos. Y eso es lo que en todos los casos puede demostrarse. Convenimos,

entonces, en que el trabajo del sueño no ha alcanzado su fin, tal como el sueño de beber,

provocado por un estímulo de sed, no logra su propósito de extinguirla. Uno sigue sediento y se

ve forzado a despertarse para beber. No obstante, era un sueño cabal, no había resignado nada

de su esencia. Tendríamos que decir: Ut desint vires, tamen est laudanda voluntas(199). Al

menos el propósito, que claramente se reconoce, sigue siendo digno de alabanza. Tales casos

de fracaso no son nada raros. Contribuye a ello el hecho de que para el trabajo del sueño es

mucho más difícil alterar el sentido de los afectos que el de los contenidos; los afectos suelen

ser muy resistentes. Hay casos en que el trabajo del sueño ha logrado refundir el contenido

penoso de los pensamientos oníricos en un cumplimiento de deseo, mientras que el afecto

penoso se abre paso todavía inalterado. En tales sueños el afecto para nada condice con el

contenido, y nuestros críticos pueden decir que a tal punto el sueño no es un cumplimiento de

deseo, que en él un contenido inofensivo puede sentirse como penoso. A este despropósito

objetaremos que la tendencia del trabajo del sueño al cumplimiento de deseo sale a la luz de la

manera más nítida justamente en los sueños de esa índole, porque está aislada. El error

proviene de que el que no conoce las neurosis imagina demasiado íntimo el enlace entre

contenido y afecto, y por eso no puede concebir que un contenido se retoque sin que la

exteriorización de afecto correspondiente se altere también (ver nota(200)).

Un segundo factor, mucho más importante y que cala más hondo, descuidado igualmente por

los legos, es el siguiente. Un cumplimiento de deseo tendría sin duda que brindar placer, pero

también cabe preguntar: ¿a quién? Desde luego, a quien tiene el deseo. Ahora bien, sabemos

que el soñante mantiene con sus deseos una relación sumamente particular. Los desestima

{verwerfen}, los censura; en suma, no le gustan. Por tanto, un cumplimiento de ellos no puede

brindarle placer alguno, sino lo contrario. La experiencia muestra entonces que eso contrario,

que hemos de explicar todavía, entra en escena en la forma de la angustia. Por consiguiente, en

su relación con sus deseos oníricos, el soñante sólo puede ser equiparado a una sumación de

dos personas, que, empero, están ligadas por una fuerte comunidad. En lugar de toda una serie

de ulteriores puntualizaciones, les ofrezco un conocido cuento en que reencontrarán idénticas

relaciones. Un hada buena promete a una pareja pobre, marido y mujer, el cumplimiento de los

tres primeros deseos que se les ocurran. Eso los llena de dicha y se proponen escoger con

cuidado los tres deseos. Pero la mujer se deja seducir por el aroma de unas salchichas que

cocinan en la choza vecina, y desea para sí un par de salchichas como esas. Y volando están

ellas ahí; es el primer cumplimiento de deseo. Entonces el marido se enoja y en su ira desea

que las salchichas le queden a su mujer colgadas de la nariz. También esto se consuma, y las

salchichas no pueden removerse de su nuevo lugar; he ahí el segundo cumplimiento de deseo,

pero el deseo fue del hombre: a la mujer no le gusta nada ese cumplimiento de deseo. Ya saben

cómo sigue el cuento. Puesto que los dos en el fondo son uno, marido y mujer, el tercer deseo

tiene que ser que las salchichas se aparten de la nariz de la mujer. Podremos aplicar este

cuento muchas veces en otros contextos; aquí nos sirve sólo como ilustración de la posibilidad

de que el cumplimiento de deseo de uno pueda significar displacer para el otro cuando los dos

no están de acuerdo entre sí (ver nota(201)).

Ahora no nos resultará difícil llegar a una comprensión todavía mayor de los sueños de angustia.

Sólo tendremos que utilizar una observación y decidirnos después a aceptar un supuesto en

cuyo apoyo pueden aducirse muchas cosas. La observación es que los sueños de angustia a

menudo tienen un contenido despojado de toda desfiguración; por así decir, se ha sustraído :de

la censura. El sueño de angustia es muchas veces un cumplimiento no disfrazado de deseo, no

desde luego el de un deseo admisible, sino el de uno reprobado. La angustia desarrollada ha ocupado el lugar de la censura. Mientras que del sueño infantil puede enunciarse que es el

cumplimiento franco de un deseo permitido, y del sueño desfigurado común, que es el

cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido, al sueño de angustia sólo le conviene esta

fórmula: es el cumplimiento franco de un deseo reprimido. La angustia es el indicio de que el

deseo reprimido ha resultado más fuerte que la censura, le ha impuesto su cumplimiento de

deseo o estuvo a punto de hacerlo. Concebirnos que eso que para él es cumplimiento de

deseo, para nosotros, que nos situamos del lado de la censura onírica, sólo puede ser ocasión

de unas sensaciones penosas y de la defensa. La angustia que entonces emerge en el sueño

es, si lo prefieren, una angustia frente a la fuerza de estos deseos ordinariamente sofrenados

{Niederhalten} . ¿Por qué esta defensa emerge en forma de angustia? No se lo puede colegir

del estudio del sueño solo; se requiere, es evidente, estudiar la angustia en otros lugares (ver

nota(202)).

Lo mismo que es válido para los sueños de angustia no desfigurados, tenemos derecho a

suponerlo también para los que han experimentado una cuota de desfiguración y para los otros

sueños de displacer cuyas sensaciones penosas probablemente corresponden a

aproximaciones a la angustia. El sueño de angustia es, por lo común, un sueño de despertar;

solemos interrumpir el dormir antes de que el deseo reprimido del sueño haya impuesto, contra

la censura, su cumplimiento pleno. En este caso el sueño ha fracasado en su cometido, pero

no por eso se modifica su esencia. Hemos comparado al sueño con el guardián nocturno o con

un guardián del dormir que quiere preservárnoslo. También el guardián nocturno se ve en la

coyuntura de despertar al durmiente, a saber, cuando se siente demasiado débil para ahuyentar

por sí solo la perturbación o el peligro. No obstante, muchas veces se logra seguir durmiendo

aunque el sueño empiece a ponerse peliagudo y a volcarse a la angustia. Nos decimos,

dormidos: «Esto no es más que un sueño», y seguimos durmiendo.

¿En qué casos el deseo del sueño será capaz de vencer a la censura? La condición para ello

puede ser llenada tanto por el deseo cuanto por la censura oníricos. Por razones que se

ignoran, el deseo puede cobrar alguna vez una hiperintensidad; pero uno tiene la impresión de

que más a menudo es la censura onírica la responsable de este desplazamiento de la relación

de fuerzas. Tenemos ya averiguado que la censura trabaja en cada caso individual con

intensidad diferente, trata a cada elemento con un grado de rigor diverso; ahora querríamos

agregar él supuesto de que es absolutamente variable y no todas las veces aplica el mismo

rigor al mismo elemento chocante. Si una vez las cosas se han conjugado de modo que se

siente impotente frente a un deseo onírico que amenaza coparla, ella se sirve entonces, en vez

de la desfiguración, del último recurso que le queda: abandonar el estado del dormir, con

desarrollo de angustia.

Aquí paramos mientes en que no sabemos todavía en absoluto cuál es el motivo por el que

estos deseos malignos, reprobados, se agitan justamente por las noches para turbarnos

mientras dormimos. Difícilmente la respuesta no se encuentre en un supuesto referido a la

naturaleza del estado del dormir. Durante el día, sobre estos deseos gravita la pesada presión

de una censura que les hace imposible exteriorizarse mediante efectos cualesquiera. Por la

noche, es probable que esta censura, como todos los otros intereses de la vida anímica, se

recoja o al menos se rebaje fuertemente en beneficio de un único deseo, el de dormir. A este

rebajamiento de la censura durante la noche deben entonces los deseos prohibidos el que les

sea permitido agitarse de nuevo. Ciertos neuróticos insomnes nos confiesan que su insomnio

fue inicialmente deliberado. No se atrevían a dormir porque sentían temor de sus sueños, vale

decir, sentían temor de las consecuencias de esa aminoración de la censura. Mas no por eso el

recogimiento de la censura significa un descuido grave. Lo habrán notado fácilmente: el estado

del dormir paraliza nuestra motilidad; por más que nuestros propósitos malignos se empiecen a

remover, no son capaces de hacer otra cosa más que un sueño, inocuo en la práctica. A. este

tranquilizador estado de cosas alude la muy razonable observación que el durmiente suele

hacer (aunque nocturna, no pertenece a la vida onírica): «Es sólo un sueño». Por eso le damos

permiso y seguimos durmiendo.

Si, en tercer lugar, recuerdan ustedes la concepción según la cual el soñante que se revuelve

contra sus deseos es equiparable a una sumación de dos personas separadas, pero

conectadas estrechamente de algún modo, hallarán concebible otra posibilidad de que por la vía

de un cumplimiento de deseo pueda producirse algo en extremo displacentero, a saber, una

punición. Aquí puede servir de nuevo como ilustración el cuento de los tres deseos: las

salchichas en el plato son el cumplimiento directo del deseo de la primera persona, la mujer; las

salchichas en la nariz de esta son el cumplimiento de deseo de la segunda, el marido, pero a la

vez el castigo por el necio deseo de la mujer. En las neurosis, después, reencontraremos

también la motivación del tercer deseo, el único que nos queda pendiente del cuento. Ahora

bien, hay muchas tendencias punitorias de esa índole en la vida anímica del hombre; son muy

fuertes, y se puede hacerlas responsables de una parte de los sueños penosos(203). Ahora,

quizá, dirán ustedes que de esa manera no queda en pie gran cosa del famoso cumplimiento de

deseo. Pero sí lo miran más de cerca admitirán que no tienen razón. Por contraposición a la

multiplicidad, que después mencionaremos, de lo que el sueño podría ser -y que, según

muchos autores, de hecho es-, la solución cumplimiento de deseo cumplimiento de angustia

cumplimiento de castigo es bien circunscrita. A esto se suma que la angustia es el opuesto

directo del deseo, que los opuestos se sitúan particularmente próximos entre sí en la asociación

y, como tenemos averiguado, coinciden en el inconciente. Además, considérese que el castigo

es también un cumplimiento de deseo, el de la otra persona, la censuradora.

En conjunto, por consiguiente, no he hecho concesión alguna a la objeción de ustedes contra la

teoría del cumplimiento de deseo. Pero estamos obligados a poner de manifiesto el

cumplimiento de deseo en cualquier sueño desfigurado, y no queremos por cierto sustraernos

de esta tarea. Recurramos al sueño, ya interpretado, de las tres malas localidades a cambio de

1 florín y 50 kreuzer, que ya tantas cosas nos ha enseñado. Espero que todavía lo recuerden

ustedes. Una dama a quien su marido le comunica durante el día que Elisa, una amiga de ella

sólo tres meses más joven, se ha comprometido, sueña que está sentada en el teatro con su

marido. Un sector de la platea está casi vacío. Su marido le dice que Elisa y su prometido

también habrían querido ir al teatro, pero no pudieron pues sólo les daban malas localidades,

tres por 1 florín y 50. Ella piensa que tampoco habría sido una desgracia. Nosotros habíamos

colegido que los pensamientos oníricos se referían al fastidio por haberse casado tan temprano

y a la insatisfacción con su marido. Nos es lícito ser curiosos y averiguar el modo en que estos

tristes pensamientos se refundieron en un cumplimiento de deseo, así como el lugar en que se

encuentra su huella dentro del contenido manifiesto. Ahora ya sabemos que el elemento

«demasiado temprano, apresuradamente» fue eliminado del sueño por la censura. La platea

vacía es una alusión a eso. El enigmático «tres por 1 florín y 50» nos resulta más comprensible

ahora con ayuda del simbolismo, que después hemos aprendido. El 3(204) en efecto, significa

un hombre, y el elemento manifiesto es fácil de traducir: comprarse un marido a cambio de la dote. («Uno diez veces(205) mejor habría podido comprarme a cambio de mi dote».) El

casarse está sustituido, a todas luces, por el ir al teatro. El «procurarse demasiado temprano

entradas para el teatro» está en remplazo directo del casarse demasiado temprano. Empero,

esta sustitución es la obra del cumplimiento de deseo. Nuestra soñante nunca estuvo tan

insatisfecha con su temprano matrimonio como el día en que recibió la noticia de los

esponsales de su amiga. En su tiempo estaba orgullosa de él y se consideraba aventajada

frente a su amiga. Muchachas ingenuas suelen dejar traslucir, luego de sus esponsales, su

alegría por el hecho de que pronto les estará permitido ir al teatro, a ver las piezas que hasta

entonces tenían prohibidas; les estará permitido ver todo. Esa pizca de placer de ver o de

curiosidad que aquí sale a la luz fue por cierto, al principio, un placer de ver sexual [escoptofilia],

volcado a la vida sexual, en particular de los padres, y pasó a ser después un fuerte motivo que

empujó a las muchachas al matrimonio temprano. De tal manera, la visita al teatro se convierte

en un evidente sustituto alusivo del estar casado. En el fastidio actual por su casamiento

temprano, ella se remonta por eso al tiempo en que era para ella un cumplimiento de deseo

porque le satisfacía su placer de ver, y ahora, guiada por esa vieja moción de deseo, sustituye el

casarse por el ir-al-teatro.

Podemos decir que no nos hemos rebuscado precisamente el ejemplo más cómodo para la

pesquisa de un cumplimiento de deseo escondido. De manera análoga tendríamos que

proceder en el caso de otros sueños desfigurados. No puedo hacerlo frente a ustedes, y

meramente quiero enunciar el convencimiento de que se lo logra en todos los casos. Mas

quiero demorarme en este punto de la teoría. La experiencia me ha enseñado que, de toda la

doctrina del sueño, es uno de los que más peligros corren, y promueve muchas discordias y

malentendidos. Además, quizás estén ustedes todavía bajo la impresión de que yo me retracté

de una parte de mi aseveración cuando manifesté que el sueño era un deseo cumplido o lo

contrario de esto, una angustia o una punición realizadas, y opinarán que ha llegado el momento

de arrancarme otras restricciones. También he oído el reproche de que las cosas que a mí

mismo me parecen evidentes las expongo de manera demasiado sucinta y, por eso, poco

convincente.

Cuando alguien ha avanzado con nosotros hasta este punto en la interpretación de los sueños,

aceptando todos sus aportes, no es raro que se detenga frente al cumplimiento de deseo y

pregunte: «Concedido que el sueño en todos los casos posee un sentido, y que este puede ser

puesto de manifiesto por la técnica psicoanalítica, pero, ¿por qué este sentido, a despecho de

toda evidencia, ha de comprimirse siempre en la fórmula del cumplimiento de deseo? ¿Por qué

el sentido de este pensar nocturno no podría ser tan vario como el del pensar diurno, vale decir,

que el sueño correspondiera una vez a un deseo cumplido, la otra, como usted mismo ha dicho,

a lo contrario de él o a un temor realizado, pero además pudiera expresar un designio, una

advertencia, una reflexión con sus pros y sus contras, o un reproche, un prurito de la conciencia

moral, un ensayo de prepararse para una prueba inmninente, etc.? ¿Por qué precisamente

siempre y sólo un deseo, o a lo sumo su contrario?».

Podría pensarse que una diferencia en este punto no sería importante si se está de acuerdo en

todo lo demás. Basta, se diría, con que descubramos el sentido del sueño y los caminos que

llevan a individualizarlo, y parece secundario que determinemos ese sentido demasiado

estrictamente; pero no es así. Un malentendido en este punto atañe a la esencia de nuestro

conocimiento del sueño y pone en peligro su valor para la comprensión de la neurosis. Esa

suerte de avenimiento que en la vida de los negocios se aprecia como «buena voluntad» está

fuera de lugar en la empresa científica y es más bien dañino.

Mi primera respuesta a esa pregunta, «¿Por qué el sueño no sería multívoco, en el sentido

indicado?», reza como suele en tales casos: Yo no sé por qué no ha de serlo. Nada tendría yo

en contra de ello. Que sea como le dé la gana. Una pequeñez se opone a esa concepción más

amplia y cómoda del sueño, a saber, que en realidad las cosas no son así. Mi segunda

respuesta destacará que tampoco a mí me es ajeno el supuesto de que el sueño responde a

diversas formas de pensamiento y operaciones intelectuales. Una vez, dentro de una historia

clínica, informé de un sueño que sobrevino tres noches sucesivas y después no lo hizo más, y

expliqué ese comportamiento por el hecho de que el sueño respondía a un designio y no hacía

falta que retornase luego de que se lo ejecutó (ver nota(206)). Más tarde he publicado un sueño

que respondía a una confesión (ver nota(207)). Y si es así, ¿cómo puedo todavía contradecirme

y aseverar que el sueño es siempre y es sólo un deseo cumplido?

Lo hago porque no quiero dejar pasar un tonto malentendido que puede costarnos el fruto de

nuestros empeños en torno del sueño, un malentendido que confunde al sueño con los

pensamientos oníricos latentes y enuncia sobre él algo que pertenece única y exclusivamente a

estos últimos. En efecto, es enteramente cierto que el sueño puede subrogar todo eso y ser

sustituido por todo eso que antes enumeramos: un designio, una advertencia, una reflexión, una

preparación, un intento de solucionar una tarea, etc. Pero si ustedes lo miran bien, reconocerán

que todo eso no es válido sino para los pensamientos oníricos latentes que han sido

trasmudados en el sueño. Por las interpretaciones de los sueños se enteran ustedes de que el

pensar inconciente de los hombres se ocupa de esos designios, preparaciones, reflexiones,

etc., con los cuales después el trabajo del sueño confecciona al sueño. Si por el momento a

ustedes no les interesa el trabajo del sueño, pero les interesa mucho el trabajo de pensamiento

inconciente del hombre, eliminen entonces el primero y enuncien del sueño esto que en la

práctica es totalmente correcto: él responde a una advertencia, a un designio, etc. En la

actividad psicoanalítica este caso se da a menudo: las más de las veces el empeño apunta

exclusivamente a volver a descomponer la forma del sueño y a insertar en su lugar dentro de la

trama los pensamientos latentes de los que el sueño ha nacido.

Y así, como de pasada, por la apreciación de los pensamientos oníricos latentes venimos a

enterarnos de que todos esos actos anímicos que hemos mencionado, de alta complejidad,

pueden ocurrir inconcientemente. ¡Resultado tan grandioso cuanto desconcertante!

Pero, para volver atrás: ustedes tienen toda la razón si ponen en claro que se han valido de un

giro abreviado, y no creen que deban referir esa mentada multiplicidad a la esencia del sueño.

Cuando hablan del «sueno» tienen que aludir al sueño manifiesto, vale decir, al producto del

trabajo del sueño, o a lo sumo al trabajo mismo del sueño, o sea, a aquel proceso psíquico que

a partir de los pensamientos oníricos latentes forma al sueño manifiesto. Todo otro empleo de la

palabra es conceptualmente confuso, y sólo puede provocar perjuicios (ver nota(208)). Si con

sus asertos ustedes apuntan a los pensamientos latentes que hay tras el sueño, tienen que

decirlo directamente y no ocultar el problema del sueño valiéndose de un modo de expresión

más difuso. Los pensamientos oníricos latentes son el material que el trabajo del sueño

remodela en el sueño manifiesto. ¿Por qué a toda costa se empeñan ustedes en confundir el

material con el trabajo que lo informa? ¿En qué aventajarían a quienes sólo conocieran el producto del trabajo y no pudieran explicarse de dónde proviene y cómo está hecho?

Lo único esencial en el sueño es el trabajo que ha operado sobre el material de pensamientos.

No tenemos derecho alguno a pasárnoslo por alto en la teoría, por más que en ciertas

situaciones prácticas nos sea lícito descuidarlo. La observación analítica muestra, también, que

el trabajo del sueño nunca se limita a traducir estos pensamientos a los modos de expresión

arcaicos o regresivos que ya conocen ustedes. En cambio, por regla general agrega algo que

no pertenece a los pensamientos latentes del día, pero que es el genuino motor de la formación

del sueño. Este agregado indispensable es el deseo, igualmente inconciente, para cuyo

cumplimiento es remodelado el contenido del sueño. El sueño puede ser todo lo que se quiera

mientras ustedes sólo tomen en cuenta los pensamientos subrogados por él: advertencia,

designio, preparación, etc.; es siempre también el cumplimiento de un deseo inconciente, y es

sólo esto si ustedes lo consideran como resultado del trabajo del sueño. Un sueño, por tanto,

nunca es un designio o una advertencia, pura y simplemente, sino siempre un designio, etc.,

traducido al modo de expresión arcaico con el auxilio de un deseo inconciente y remodelado

para el cumplimiento de estos deseos (ver nota(209)). Uno de esos caracteres, el cumplimiento

de deseo, es el constante; los otros pueden variar; pueden ser a su vez también un deseo, de

suerte que el sueño figure como cumplido un deseo latente del día con el auxilio de un deseo

inconciente.

Yo comprendo muy bien todo esto, pero no sé si he logrado hacerlo comprensible también para

ustedes. Además, tropiezo con dificultades para probárselo. Por una parte, eso no se obtiene

sin el cuidadoso análisis de muchos sueños y, por la otra, este punto, el más espinoso e

importante de nuestra concepción del sueño, no puede exponerse de manera convincente sin

referirlo a lo que viene después. ¿Acaso pueden creer ustedes, en vista de la íntima trabazón de

todas las cosas, que uno pueda penetrar muy hondamente en la naturaleza de una de ellas sin

haberse ocupado de otras cosas de naturaleza parecida? Puesto que todavía nada sabemos de

los parientes cercanos del sueño, de los síntomas neuróticos, tenemos que conformarnos

también aquí con lo alcanzado. Sólo quiero elucidar frente a ustedes un ejemplo más, y plantear

una nueva consideración.

Tomemos de nuevo aquel sueño al que ya varias veces volvimos, el de las tres localidades de

teatro a cambio de 1 florín y 50. Puedo asegurarles que al principio eché mano de él sin

propósito alguno, en calidad de ejemplo. A los pensamientos oníricos latentes ya los conocen

ustedes: fastidio por haberse apresurado tanto en casarse, frente a la noticia de que su amiga

recién acaba de comprometerse; menosprecio por su marido, la idea de que habría conseguido

uno mejor con que sólo hubiera esperado. Al deseo que ha hecho de estos pensamientos un

sueño ya lo conocen también: es el placer de ver, el de poder ir al teatro, muy probablemente

una ramificación de la curiosidad antigua de averiguar por fin lo que pasa cuando uno se casa.

Como es sabido, esta curiosidad se dirige en los niños, por regla general, a la vida sexual de los

padres; es, por consiguiente, infantil y, en la medida en que continúa presente más tarde, es

una moción pulsional cuyas raíces llegan hasta lo infantil.

Pero la noticia que recibió ese día no brindó ocasión alguna para que despertase ese placer de

ver; meramente, para el fastidio y el arrepentimiento. Esa moción de deseo no pertenecía en

principio a los pensamientos latentes, y pudimos enhebrar en el análisis el resultado de la

interpretación del sueño sin atender a ella. El fastidio tampoco era en sí soñable; del

pensamiento: «Fue un disparate casarse tan temprano», no podía nacer un sueño antes que a

partir de él se despertase el viejo deseo de ver, de una buena vez, lo que ocurre cuando se está

casado. Este deseo formó, pues, el contenido del sueño sustituyendo el casarse por el

ir-al-teatro, y le dio la forma de un cumplimiento de deseo anterior: «Así, me es permitido ir al

teatro y mirar todo lo prohibido, y tú no puedes hacerlo; yo estoy casada y tú debes esperar».

De tal modo, la situación presente se mudó en su contraria, fue puesto un viejo triunfo en el

lugar de la derrota reciente. Colateralmente, a la satisfacción del placer de ver se entrelaza una

satisfacción del egoísmo competitivo. Ahora esta satisfacción determina el contenido manifiesto

del sueño, donde realmente se dice que ella está sentada en el teatro, mientras que la amiga no

pudo entrar. Los fragmentos del contenido del sueño tras los cuales todavía se ocultan los

pensamientos oníricos latentes se sobreimponen a esa situación de satisfacción como una

modificación discordante e incomprensible. La interpretación del sueño tiene que prescindir de

todo cuanto sirve a la figuración del cumplimiento de deseo, y recobrar, partiendo de esas

indicaciones, los penosos pensamientos oníricos latentes.

La nueva consideración que quiero presentarles se propone dirigir la atención de ustedes a los

pensamientos oníricos latentes, empujados ahora al primer plano. Les ruego no olviden que

ellos son, en primer lugar, inconcientes para el soñante; en segundo lugar, enteramente

comprensibles y coherentes, de suerte que se dejan comprender como reacciones naturales

frente a la ocasión del sueño; en tercer lugar, que pueden tener el valor de una moción anímica

o una operación intelectual cualesquiera. Ahora, con más rigor que antes, llamar a estos

pensamientos «restos diurnos», los confíese o no el soñante. Separo entonces restos diurnos y

pensamientos oníricos latentes, designando con este último título, en armonía con nuestro uso

anterior, a todo cuanto averiguamos a raíz de la interpretación del sueño, mientras que los

restos diurnos son sólo una parte de aquellos. Así pues, nuestra concepción desemboca en que

a los restos diurnos se les suma algo, algo que también pertenecía a lo inconciente, una moción

de deseo intensa, pero reprimida, y esta sola es la que ha posibilitado la formación del sueño.

La repercusión de esta moción de deseo sobre los restos diurnos crea el otro sector de los

pensamientos oníricos latentes, aquel que ya no tiene que aparecer racional ni concebible

desde la vida de vigilia.

Para la relación de los restos diurnos con el deseo inconciente, me he servido de una

comparación que no puedo sino repetir aquí. Para cualquier empresa se requiere de un

capitalista que sufrague los gastos, y de un empresario que tenga la idea y sepa llevarla a cabo.

En la formación del sueño, el papel del capitalista lo desempeña siempre y sólo el deseo

inconciente: él presta la energía psíquica para la formación del sueño; el empresario es el resto

diurno que decide acerca del uso de ese gasto. Ahora bien, el propio capitalista puede tener la

idea y la pericia, o el empresario mismo poseer capital. Esto simplifica la situación práctica,

pero dificulta su comprensión teórica. En la economía política, aunque tal sea el caso, siempre

se descompone a esa persona única en sus dos aspectos de capitalista y de empresario, y así

se restablece la situación básica de la cual partió nuestra comparación. En la formación del

sueño se presentan estas mismas variaciones; dejo a cargo de ustedes el proseguirlas (ver

nota(210)).

Aquí no podemos seguir adelante, pues es probable que hace largo tiempo los inquiete a

ustedes un reparo que merece ser escuchado. «¿Son los restos diurnos -me preguntanrealmente

inconcientes en el mismo sentido que el deseo inconciente que debe agregárseles para hacerlos soñables?». Van ustedes por buen rumbo. Ahí está el punto donde salta toda la

cosa. Ellos no son inconcientes en el mismo sentido. El deseo del sueño pertenece a un otro

inconciente, a aquel que hemos individualizado como de origen infantil, provisto de mecanismos

particulares. Sería totalmente apropiado diferenciar estas dos maneras de lo inconciente

mediante designaciones diversas. Pero, para ello, preferimos esperar hasta que nos

familiaricemos con el campo de fenómenos de las neurosis. Se nos ha echado en cara que

hablar de un inconciente es ya una extravagancia; ¿qué se dirá ahora si confesamos que no

nos basta con menos de dos de ellos? (ver nota(211)).

Interrumpamos aquí. Otra vez, han debido conformarse con algo incompleto; pero, ¿no es

reconfortante pensar que este saber tiene continuación, y que esta será producida por nosotros

mismos o por quienes nos sigan? ¿Y acaso nosotros mismos no hemos averiguado gran

cantidad de cosas nuevas y sorprendentes?

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