Sobre la sexualidad femenina
Si se examina la bibliografía analítica sobre nuestro tema, uno se convence de que todo lo
indicado aquí ya estaba en ella (1). Habría sido innecesario publicar este trabajo si
no fuera que en un campo de tan difícil acceso puede resultar valioso todo informe acerca de
experiencias propias y concepciones personales. Además, he aprehendido muchas cosas con
mayor precisión, aislándolas con más cuidado. En algunos de esos otros ensayos, la
exposición se vuelve confusa porque simultáneamente se elucidan los problemas del superyó y del sentimiento de culpa. Yo lo he evitado, y en la descripción de los diferentes desenlaces de esta fase del desarrollo tampoco he tratado las complicaciones que sobrevienen cuando la niña regresa a la ligazón-madre resignada a consecuencia de su desilusión con el padre, o en el curso de su vida repetidas veces cambia de vía de una actitud a la otra. Pero justamente porque mi trabajo es sólo una contribución entre otras, puedo ahorrarme una apreciación a fondo de la bibliografía y limitarme a poner de relieve las concordancias sustanciales con algunos de esos trabajos, y las importantes divergencias con otros.
La descripción de Abraham (1921) de las manifestaciones del complejo de castración en la mujer no ha sido en verdad superada todavía; pero nos gustaría ver insertado en ella el factor de la ligazón-madre inicial y exclusiva. Tengo que declararme de acuerdo en los puntos esenciales con el importante trabajo de Jeanne Lampl-de Groot (1927) (2), donde se discierne la plena identidad de la fase preedípica en el varoncito y la niña, se sostiene la actividad sexual (fálica) de la niña hacia la madre, y se la prueba mediante observaciones. El extrañamiento respecto de la madre es reconducido al influjo del conocimiento de la castración, que obliga al niño a resignar el objeto sexual y, con él, a menudo, el onanismo; para el desarrollo en su conjunto se acuña la fórmula de que la niña atraviesa una fase de complejo de Edipo «negativo» antes que pueda ingresar en el positivo. Encuentro una insuficiencia de ese trabajo en el hecho de que presenta el extrañamiento de la madre como un mero cambio de vía del objeto, y no considera que se consuma bajo los más claros signos de hostilidad. Esta hostilidad halla apreciación cabal en el último ensayo de Helene Deutsch sobre el masoquismo femenino y su relación con la frigidez (1930), donde la autora admite también la actividad fálica de la muchacha y la intensidad de su ligazón-madre. Deutsch indica, además, que la vuelta hacia el padre acontece por el camino de las aspiraciones pasivas (ya puestas en movimiento a raíz de la madre). En su primer libro publicado (1925), la autora no se había emancipado todavía de la aplicación del esquema edípico también a la fase preedípica, y por eso interpretaba la actividad fálica de la niña como identificación con el padre.
Fenichel (1930) insiste con acierto en la dificultad de discernir, dentro del material que surge
en el análisis, lo que corresponde al contenido intacto de la fase preedípica y lo que de ella ha
sido desfigurado regresivamente (o de otro modo). No admite la actividad fálica de la niña en el sentido de Jeanne Lampl-de Groot, y rechaza también el «desplazamiento hacia atrás» del complejo de Edipo propuesto por Melanie Klein (1928), quien sitúa sus comienzos ya al empezar el segundo año de vida. Esta precisión temporal, que necesariamente altera también la concepción de todas las otras constelaciones del desarrollo, no coincide de hecho con los resultados del análisis de adultos y es incompatible, en particular, con mis descubrimientos acerca de la larga duración de la ligazón-madre preedípica de la niña. Una vía para amortiguar la contradicción se abre observando que en este campo no somos todavía capaces de distinguir entre lo establecido de manera rígida por leyes biológicas y lo cambiante y mudable bajo el influjo del vivenciar accidental. Además del efecto de la seducción, que conocemos hace tiempo, acaso otros factores -el momento en que nacieron los hermanitos, el del
descubrimiento de la diferencia entre los sexos, la observación directa del comercio sexual, la
conducta de cortejo o de rechazo de los padres, etc.- pueden contribuir de igual modo a
apresurar y hacer madurar el desarrollo sexual infantil.
Algunos autores se inclinan a restar valor a las primeras y más originarías mociones libidinales
del niño en favor de procesos posteriores del desarrollo, de suerte que -expresado en términos
extremos- sólo les resta a aquellas el papel de señalar ciertas orientaciones, mientras que las
intensidades [psíquicas] (3)` que echan a andar por esas vías son sufragadas por regresiones
y formaciones reactivas posteriores. Así, por ejemplo, Karen Horney (1926) opina que hemos
sobrestimado en mucho la primaria envidia del pene de la niña, en tanto atribuye la intensidad de
la aspiración a la masculinidad posteriormente desplegada a una envidia del pene secundaria,
usada para defenderse de las mociones femeninas, en especial de la ligazón femenina con el
padre. Esto no se corresponde con mis impresiones. Por seguro que sea el hecho de los
posteriores refuerzos por regresión y formación reactiva, y por difícil que pueda resultar la
apreciación relativa de los componentes libidinales afluyentes, opino que no debiéramos pasar
por alto que aquellas primeras mociones libidinales poseen una intensidad que se mantiene
superior a todas las posteriores, y en verdad puede llamarse inconmensurable. Es correcto, sin
duda, que entre la ligazón-padre y el complejo de masculinidad hay una relación de oposición -es la oposición universal entre actividad y pasividad, masculinidad y feminidad-, pero ello no nos da derecho a suponer que sólo uno sea el primario, y el otro deba su intensidad sólo a la defensa. Y toda vez que la defensa contra la feminidad se cumple con tanta energía, ¿de dónde
recibiría su fuerza sí no es de la aspiración a la masculinidad, que ha hallado su primera
expresión en la envidia del pene del niño y por eso merece ser llamada de acuerdo con esta?
Una objeción parecida vale para la concepción de Jones (1928) de que la fase fálica en la niña
es una reacción de protección secundaria antes que un estadio real del desarrollo. Esto no
responde ni a las constelaciones dinámicas ni a las temporales.
Notas:
1- [Debe señalarse que las obras coetáneas de otros autores que Freud examina a continuación aparecieron después de su trabajo «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), que abarcaba la mayoría de los puntos aquí tratados, pese a lo cual no se hace ninguna refcrencia a él. Véase mi «Nota introductoria», AE, 21 págs. 225-6.]
2- En el artículo del Zeitschrift, el nombre de la autora aparecia «A. L. de Gr.»; lo corrijo aquí a su requerimiento.
3- [«Intensitäten»: No es frecuente que Freud emplee este término, como en este caso, sin un calificativo; aparece exactamente igual, empero, en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 591. En verdad, lo utiliza como un equivalente de «cantidades», preferido por él en el «Proyecto de psicología» de 1895 (Freud, 1950a). Parece usar ambos como sinónimos en su segundo trabajo sobre la neurosis de angustia (1895f), AE, 3, pág. 129. En «La represión» (1915d) equipara la «cantidad» a la «energía pulsional», y en el Esquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, pág. 166, luego de la expresión «intensidades psíquicas» agrega entre paréntesis «investiduras».]