Tres ensayos de teoría sexual (1905): La sexualidad infantil. Fuentes de la sexualidad infantil
En el empeño de rastrear los orígenes de la pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que la excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos; b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como
expresión de algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien (p. ej., la pulsión
de ver y la pulsión a la crueldad). Ahora bien, la investigación psicoanalítica que desde un
período posterior se remonta hasta la infancia, y la observación contemporánea del niño mismo,
se conjugan para mostrarnos otras fuentes de fluencia regular para la excitación sexual. La
observación de niños tiene la desventaja de elaborar objetos que fácilmente originan
malentendidos, y el psicoanálisis es dificultado por el hecho de que sólo mediante grandes
rodeos puede alcanzar sus objetos y sus conclusiones; no obstante, los dos métodos
conjugados alcanzan un grado suficiente de certeza cognoscitiva.
A raíz de la indagación de las zonas erógenas hemos descubierto que estos sectores de la piel
muestran meramente una particular intensificación de un tipo de excitabilidad que, en cierto
grado, es propio de toda la superficie de aquella. Por eso no nos asombrará enterarnos de que
a ciertos tipos de estimulación general de la piel pueden adscribirse efectos erógenos muy
nítidos, Entre estos, destacamos sobre todo los estímulos térmicos; quizás ello nos facilite la
comprensión del efecto terapéutico de los baños calientes.
Excitaciones mecánicas.
Además, tenemos que incluir en esta serie la producción de una excitación sexual mediante
sacudimientos mecánicos del cuerpo, de carácter rítmico. Debemos distinguir en ellos tres
clases de influencias de estímulo: las que actúan sobre el aparato sensorial de los nervios
vestibulares, las que actúan sobre la piel y las que lo hacen sobre las partes profundas
(músculos, aparato articular). La existencia de las sensaciones placenteras así generadas
-merece destacarse que estamos autorizados a usar indistintamente, para todo un tramo,
«excitación sexual» y « satisfacción », si bien nos obligamos así a brindar más adelante una
explicación [véase pág. 1941-, la existencia de esas sensaciones placenteras, entonces,
producidas por ciertos sacudimientos mecánicos del cuerpo, es documentada por el gran gusto
que sienten los niños en los juegos de movimiento pasivo, como ser hamacados y arrojados por
el aire, cuya repetición piden incesantemente (1).
Como es sabido, regularmente se mece a los niños inquietos para hacerlos dormir. Los
sacudimientos de los carruajes y, más tarde, del ferrocarril ejercen un efecto tan fascinante
sobre los niños mayores que al menos todos los varoncitos han querido alguna vez ser
cocheros o conductores de tren cuando grandes. Suelen dotar de un enigmático interés de
extraordinaria intensidad, a todo lo relacionado con el ferrocarril; y en la edad en que se activa la
fantasía (poco antes de la pubertad) suelen convertirlo en el núcleo de un simbolismo
refinadamente sexual. Es evidente que la compulsión a establecer ese enlace entre el viaje por ferrocarril y la sexualidad proviene del carácter placentero de las sensaciones de movimiento. Y
si después se suma la represión, que hace que tantas de las predilecciones infantiles den un
vuelco hacia su contrario, esas mismas personas reaccionarán en su adolescencia o madurez
con náuseas sí son mecidas o hamacadas, o bien un viaje por ferrocarril las agotará
terriblemente, o tenderán a sufrir ataques de angustia en caso de viajar y se protegerán de la
repetición de esa experiencia penosa mediante la angustia al ferrocarril.
A esta serie pertenece el hecho -todavía incomprendido- de que la neurosis traumática
histeriforme grave se produce por sumación de terror y sacudimiento mecánico. Al menos
puede suponerse que estas influencias, que en intensidades mínimas pasan a ser fuente de
excitación sexual, en medida excesiva provocan una profunda conmoción del mecanismo o
quimismo sexuales (2).
Actividad muscular.
Es sabido que una intensa actividad muscular constituye para el niño una necesidad de cuya
satisfacción extrae un placer extraordinario. Está sujeto a elucidaciones críticas el determinar si este placer tiene algo que ver con la sexualidad, si él mismo incluye una satisfacción sexual o puede convertirse en ocasión de una excitación sexual. Esas elucidaciones pueden apuntar también a la tesis ya expuesta, a saber, que el placer provocado por las sensaciones de movimiento pasivo es de naturaleza sexual o genera excitación sexual. Es un hecho, no obstante, que muchas personas informan haber vivenciado los primeros signos de la excitación en sus genitales en el curso de juegos violentos o de riñas con sus compañeros de juego, situación en la cual, además de todo el esfuerzo muscular, operaba un estrecho contacto con la piel del oponente. La inclinación a trabarse en lucha con determinada persona mediante la
musculatura, como en años posteriores la de trabarse en disputas mediante la palabra («Odios
son amores»), se cuenta entre los buenos signos anunciadores de que se ha elegido como
objeto a esa persona. En la promoción de la excitación sexual por medio de la actividad
muscular habría que reconocer una de las raíces de la pulsión sádica. Para muchos individuos,
el enlace infantil entre juegos violentos y excitación sexual es codeterminante de la orientación
preferencial que imprimirán más tarde a su pulsión sexual (3).
Procesos afectivos.
Las otras fuentes de excitación sexual en el niño suscitan menos dudas. Es fácil comprobar
mediante observación simultánea o exploración retrospectiva que los procesos afectivos más
intensos, aun las excitaciones terroríficas, desbordan sobre la sexualidad; esto, por lo demás, puede contribuir a la comprensión del efecto patógeno de esos movimientos del ánimo. En el escolar, la angustia frente a un examen, la tensión provocada por una tarea de difícil solución,
pueden cobrar importancia, no sólo en lo tocante a su relación con la escuela sino para el
estallido de manifestaciones sexuales. En tales circunstancias, en efecto, es harto frecuente
que sobrevenga un sentimiento estimulador que urge el contacto con los genitales, o un
proceso del tipo de una polución, con todas sus embarazosas consecuencias. La conducta de
los niños en la escuela, que plantea a los maestros bastantes enigmas, merece en general ser vinculada con la incipiente sexualidad de aquellos. El efecto de excitación sexual de muchos afectos en sí displacenteros, como el angustiarse, el estremecerse de miedo o el espantarse, se conserva en gran número de seres humanos durante su vida adulta, y explica sin duda que muchas personas acechen la oportunidad de recibir tales sensaciones, sujetas sólo a ciertas circunstancias concomitantes (su pertenencia a un mundo de ficción, la lectura, el teatro) que amengüen la seriedad de la sensación de displacer.
Si es lícito suponer que también sensaciones de dolor intenso provocan idéntico efecto erógeno,
sobre todo cuando el dolor es aminorado o alejado por una condición concomitante, esta
relación constituiría una de las raíces principales de la pulsión sadomasoquista, en cuya múltiple
composición vamos penetrando así poco a poco (4).
Trabajo intelectual.
Por último, es innegable que la concentración de la atención en una tarea intelectual, y, en
general, el esfuerzo mental, tiene por consecuencia en muchas personas, tanto jóvenes como
más maduras, una excitación sexual concomitante. Hemos de considerarla l a única base
legítima de la tesis, por otra parte tan dudosa, que hace derivar las perturbaciones nerviosas de
un «exceso de trabajo» mental (5).
Si ahora, tras estos ejemplos e indicaciones que no hemos comunicado de manera completa ni
exhaustiva en cuanto a su número, abarcamos panorámicamente las fuentes de la excitación
sexual infantil, vislumbramos o reconocemos los siguientes rasgos generales: múltiples
reaseguros parecen velar por la puesta en marcha de] proceso de la excitación sexual -cuya
naturaleza, es cierto, acaba de volvérsenos enigmática- Sobre todo cuidan por ella, más o
menos directamente, las excitaciones de las superficies sensibles -la piel y los órganos de los
sentidos-, y del modo más inmediato. las estimulaciones de ciertos sectores que han de
definirse como zonas erógenas. Respecto de estas fuentes de la excitación sexual, la cualidad
del estímulo es sin duda lo decisivo, aunque el factor de la intensidad (en el caso del dolor) no
es del todo indiferente. Pero, además, preexisten en el organismo dispositivos a consecuencia
de los cuales la excitación sexual se genera como efecto colateral, a raíz de una gran serie de
procesos internos, para lo cual basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites
cuantitativos. Lo que hemos llamado pulsiones parciales de la sexualidad, o bien deriva
directamente de estas fuentes internas de la excitación sexual, o se compone de aportes de
esas fuentes y de las zonas erógenas. Es posible que en el organismo no ocurra, nada de
cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión sexual (6).
No me parece posible por ahora aportar más claridad y certeza a estas tesis generales; hago
responsables de ello a dos factores: en primer lugar, la novedad de todo el abordaje y, en
segundo lugar, la circunstancia de que la naturaleza de la excitación sex ual nos es enteramente
desconocida. No querría, empero, renunciar a dos observaciones que prometen abrirnos vastas
perspectivas:
Diversas constituciones sexuales.
a) Así como antes vimos la posibilidad de basar las diversas constituciones sexuales innatas en
la diferente plasmación de las zonas erógenas, ahora podemos ensayar eso mismo englobando
las fuentes indirectas de la excitación sexual. Nos es lícito suponer que estas fuentes brindan su
aporte en todos los individuos, pero que no tienen la misma intensidad en todos ellos; cabe
admitir, entonces, que la plasmación privilegiada de cada una de las fuentes de la excitación
sexual contribuye también a diferenciar las diversas constituciones sexuales (7).
Las vías de la influencia recíproca.
b) Si abandonamos las expresiones figuradas que usamos durante tanto tiempo, y dejamos de
hablar de «fuentes» de la excitación sexual, podemos arribar a esta conjetura: todas las vías de
conexión que llegan hasta la sexualidad desde otras funciones tienen que poderse transitar también en la dirección inversa. Vaya un ejemplo: si el hecho de ser la zona de los labios patrimonio común de las dos funciones es el fundamento por el cual la nutrición genera una
satisfacción sexual, ese mismo factor nos permite comprender que la nutrición sufra
perturbaciones cuando son perturbadas las funciones erógenas de la zona común. Y una vez
que sabemos que la concentración de la atención es capaz de producir excitación sexual, ello
nos induce a suponer que actuando por la misma vía, sólo que en dirección inversa, el estado
de excitación sexual influye sobre la disponibilidad de atención orientable. Una buena parte de la
sintomatología de las neurosis, que yo derivo de perturbaciones de los procesos sexuales, se
exterioriza en perturbaciones de las otras funciones, no sexuales, del cuerpo. Y esta influencia,
hasta ahora incomprensible, se hará menos enigmática admitiendo que representa la
contraparte de las influencias que presiden la producción de la excitación sexual (8).
Ahora bien, esos mismos caminos por los cuales las perturbaciones sexuales desbordan sobre
las restantes funciones del cuerpo servirían en el estado de salud a otro importante logro. Por
ellos se consumaría la atracción de las fuerzas pulsionales sexuales hacia otras metas, no
sexuales; vale decir, la sublimación de la sexualidad. No podemos menos que concluir
confesando que es muy poco todavía lo que sabemos con certeza acerca de estas vías, sin
duda existentes y probablemente transitables en las dos direcciones (9). le respondió el 18 de mayo lo siguiente: «El pasaje de Teoría sexual forzosamente debía resultar ambiguo porque tras él no había ninguna idea clara, sólo una construcción. Hay caminos, de naturaleza desconocida, a través de los cuales los procesos sexuales ejercen un efecto sobre la digestión, la hematopoyesis, etc. Las influencias perturbadoras provenientes de la sexualidad recorren estos caminos, y entonces, normalmente, es probable que también lo hagan los aflujos benéficos o útiles de algún otro tipo» (Freud, 1965a).]
Continúa en ¨Tres ensayos de teoría sexual (1905): Las metamorfosis de la pubertad¨
Notas:
1- Muchas personas recuerdan haber sentido la presión del aire sobre sus genitales al hamacarse como un directo placer sexual. [Un ejemplo específico de esto se cita en una nota de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 280, donde se examina todo este asunto.]
2- Hasta 1924 decía «el mecanismo sexual».
3- Nota agregada en 1910. El análisis de casos de perturbación neurótica de la marcha y de agorafobia no deja dudas sobre la naturaleza sexual del placer del movimiento. Como es sabido, la educación moderna se sirve en gran medida del deporte para apartar a los jóvenes de la actividad sexual; más correcto sería decir que sustituye en ellos el goce sexual por el placer del movimiento y circunscribe la práctica sexual a uno de sus componentes autoeróticos.
4- Nota agregada en 1924. Aquí me refiero a lo que se conoce como masoquismo «erógeno».
5- Se hallarán algunas puntualizaciones previas de Freud sobre este tema en «La sexualidad en la etiología de las neurosis» (1898a), AE, 3, pág, 265, y algunas más tardías en «Análisis terminable e interminable» (1937c), AE, 23, pág. 228.
6- Freud citó este pasaje en «El problema económico del masoquismo» (1924r), AE, 19, pág. 169.
7- Nota agregada en 1920. He aquí una consecuencia inevitable de las puntualizaciones hechas en el texto: es preciso atribuir a todo individuo un erotismo oral, anal y uretral, y la comprobación de los complejos anímicos que les corresponden no implica juicio alguno sobre anormalidad o neurosis. Las diferencias que separan lo normal de lo anormal sólo pueden residir en las intensidades relativas de los componentes singulares de la pulsión sexual y en el uso que reciben en el curso del desarrollo.
8- Freud retomó la cuestión, con especial referencia a la perturbación psicógena de la visión, en su trabajo sobre este tema (1910i), AE, 11, págs. 213-5.
9- En una carta que Abraham escribió a Freud el 14 de mayo de 1911 le solicitaba una breve aclaración sobre este párrafo. Freud.