El problema de la cualidad
Hasta aquí no hemos tenido en cuenta que toda teoría psicológica, además de sus logros en el orden de la ciencia natural, debe llenar un gran requisito. Debe explicarnos aquello de lo cual tenemos noticia, de la manera más enigmática, por nuestra «conciencia», y como esta conciencia nada sabe de los supuestos que llevamos hechos –cantidades y neuronas-, explicarnos también este no saber.
Para empezar, explicitemos una premisa que nos ha guiado hasta aquí. Hemos abordado los procesos psíquicos como algo que podría prescindir de esta noticia por la conciencia, como algo que existe independientemente de una conciencia. Esto nos prepara para no hallar corroborados por la conciencia algunos de nuestros supuestos. Entonces, si no nos dejamos desorientar por esto último, he aquí lo que se sigue de aquella premisa: la conciencia no nos proporciona una noticia completa ni confiable de los procesos neuronales; y estos, en todo su radio, tienen que ser considerados en primer término como inconcientes y, lo mismo que otras cosas naturales, deben ser inferidos. (Se observará que esta formulación concierne a entidades fisiológicas (los «procesos neuronales»). Aún debería trascurrir un tiempo antes de que Freud pudiera sostener exactamente lo mismo respecto de eventos psíquicos.)
Pero, por otra parte, hay que enhebrar el contenido de la conciencia dentro de nuestros procesos Y cuantitativos. La conciencia nos da lo que se llama cualidades, sensaciones que son algo otro {anders sind} dentro de una gran diversidad, y cuya alteridad {Anders} es distinguida según nexos con el mundo exterior. En esta alteridad existen series, semejanzas, etc.; cantidades, no las hay aquí en verdad. Uno puede preguntar: ¿cómo se generan las cualidades y dónde se generan las cualidades? Son preguntas que demandan la más cuidadosa indagación, y aquí sólo podemos ofrecer un abordaje aproximativo.
¿Dónde se generan las cualidades? En el mundo exterior no, pues según la intuición que nos ofrece nuestra ciencia natural, a la que en este punto ciertamente la psicología debe estar sometida, afuera sólo existen masas en movimiento, y nada más. ¿Quizás en el sistema Φ ?
Armoniza con esto que las cualidades se anudan a la percepción, pero lo contradice todo cuanto se puede argüir con derecho en favor de que la sede de la conciencia está en pisos superiores del sistema de neuronas. Entonces, en el sistema ψ . Pero contra esto hay una importante objeción. En la percepción actúan juntos el sistema Φ y el sistema ψ ; ahora bien, existe un proceso psíquico que sin duda se consuma exclusivamente en p, el reproducir o recordar, y que (formulado esto en general) carece de cualidad. El recuerdo no produce, de norma, nada que posea la naturaleza particular de la cualidad-percepción. Así, uno cobra valor para suponer que existiría un tercer sistema de neuronas, neuronas ω ([La elección de la letra griega «co» por Freud para designar el sistema perceptual de neuronas es examinada en mi «Introducción») podríamos decir, que es excitado juntamente a raíz de la percepción, pero no a raíz de la reproducción, y cuyos estados de excitación darían por resultado las diferentes cualidades; vale decir, serían sensaciones concientes.
Si uno retiene que nuestra conciencia brinda sólo cualidades, mientras que la ciencia natural reconoce sólo can tidades, resulta una caracterización de las neuronas ω como por una regla de tres: en tanto que la ciencia se ha fijado como tarea reconducir todas nuestras cualidades de sensación a una cantidad externa, de la arquitectura del sistema de neuronas cabe esperar que conste de unos dispositivos para mudar la cantidad externa en cualidad, con lo cual otra vez aparece triunfante la tendencia originaria al apartamiento de cantidad. Los aparatos nerviosos terminales eran una pantalla destinada a no dejar que actuaran sobre Φ más que unos cocientes de la cantidad exterior, en tanto que simultáneamente Φ procura la descarga gruesa de cantidad. El sistema ψ ya estaba protegido frente a órdenes cuantitativos más altos, sólo tenía que habérselas con magnitudes intercelulares. Y, continuando en esta línea, cabe conjeturar que el sistema ω es movido por cantidades todavía menores. Uno vislumbra que el carácter de cualidad (por tanto, la sensación conciente) sólo se produce allí donde las cantidades están desconectadas lo más posible. Es claro que ellas no se dejan eliminar por completo, pues también a las neuronas ω tenemos que pensarlas investidas con Qη y aspirando a la descarga.
Ahora bien, esto plantea una dificultad en apariencia enorme. Vimos que la condición de pasadero depende de la injerencia de Qη las neuronas ψ son ya impasaderas. Y todavía más impenetrables tendrían que ser las neuronas ω con una Qη todavía más pequeña. Y bien, a los portadores de la conciencia no les podemos atribuir este carácter. Con el cambio de vía {Wechsel} del contenido, con la fugacidad de la conciencia, con el fácil enlace de cualidades percibidas simultáneamente, sólo armoniza una plena condición de pasaderas de las neuronas ω y una total restitutio in integrum {restitución de su integridad}. Las neuronas no se comportan como órganos de percepción, y por otra parte no sabríamos qué hacer con una memoria que ellas tuvieran. Por consiguiente, carácter pasadero, facilitación plena, que no proviene de cantidades. ¿De dónde, pues?
Veo una sola salida: revisar el supuesto fundamental sobre el decurso de Qη . Hasta ahora sólo he considerado este último como trasferencia de Qη de una neurona a otra. Pero además es preciso que posea un carácter: naturaleza temporal; en efecto, la mecánica de los físicos ha atribuido esta característica temporal también a los otros movimientos de masas del mundo exterior. En aras de la brevedad, la llamo el período. Supondré entonces que toda resistencia de las barreras-contacto sólo vale para la trasferencia de Q, pero que el período del movimiento neuronal se propaga por doquier sin inhibición, por así decir como un proceso de inducción.
Queda mucho por hacer aquí en materia de aclaración física, pues es preciso que también en esto las leyes generales del movimiento rijan exentas de contradicción. Ahora sigue este otro supuesto: las neuronas ω son incapaces de recibir Qη , a cambio de lo cual se apropian del período de la excitación; y este su estado de afección por el período, dado un mínimo llenado con Qη , es el fundamento de la conciencia. También las neuronas ψ tienen desde luego su período, sólo que este carece de cualidad; mejor dicho: es monótono. Desviaciones de este período psíquico, peculiar de ellas, llegan a la conciencia como cualidades.
¿A qué se deben las diferencias del período? Todo apunta a los órganos de los sentidos, cuyas cualidades deben de estar constituidas justamente por períodos diferentes de movimiento neuronal. Los órganos de los sentidos no sólo actúan como pantallas de Q, igual que todos los aparatos nerviosos terminales, sino también como filtros, pues sólo dejan pasar un estímulo de ciertos procesos con período definido. Es probable que trasfieran luego sobre Φ esta condición de diferente, comunicando al movimiento neuronal períodos diferentes de alguna manera análogos (energía específica); y estas modificaciones son las que se continúan por Φ pasando por ψ , hacia ω , y allí, donde están casi exentas de cantidad, producen sensaciones concientes de cualidades. Esta propagación de cualidad no es duradera, no deja tras sí ninguna huella, no es reproducible. [El oscuro concepto de «período» reaparece, en un contexto semejante, en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 8 y 61, y en «El problema económico del masoquismo» (1924c), AE, 19, pág, 166.]