Nexo con otras neurosis (segunda parte)
a. Se ha solido considerar nerviosas y demostrativas de una tendencia neuropática hereditaria afecciones que muchas veces son extrañas al dominio de la neuropatología y no necesariamente dependen de una enfermedad del sistema nervioso; así las neuralgias faciales genuinas y numerosas cefaleas, que se creían nerviosas, pero que más bien derivan de alteraciones patológicas posinfecciosas y de supuraciones en el sistema de cavidades faringonasales. Estoy persuadido de que los enfermos se beneficiarían si abandonáramos con más asiduidad el tratamiento de estas afecciones a los cirujanos rinologistas.
b. Todas las afecciones nerviosas halladas en la familia del enfermo, sin tener en cuenta su frecuencia y su gravedad, se han aceptado para imputar a aquel una tara nerviosa hereditaria. ¿No es cierto que esta manera de ver parece contener tina separación neta entre las familias indemnes de toda predisposición {prédisposition} nerviosa y las familias a ella sujetas sin límite ni restricción? ¿Y los hechos no abogan más bien en favor de la opinión opuesta, a saber, que existen transiciones y grados de dispos ición {disposition} nerviosa, y que ninguna familia escapa a ellos por completo?
c. Ciertamente, nuestra opinión sobre el papel etiológico de la herencia en las enfermedades nerviosas debe ser el resultado de un examen imparcial estadístico y no de una petitio principii. Mientras no se haya realizado ese examen, se debería creer tan posible la existencia de las neuropatías adquiridas como de las neuropatías hereditarias. Pero si puede haber neuropatías adquiridas por hombres no predispuestos, ya no se podrá negar que las afecciones halladas entre los ascendientes de nuestro enfermo acaso fueron, en parte, adquiridas. Así, ya no se podría invocarlas como pruebas concluyentes de la disposición hereditaria que se imputa al enfermo en razón de su historia familiar, puesto que rara vez se logra el diagnóstico retrospectivo de las enfermedades de los ascendientes o de los miembros ausentes de la familia.
d. Quienes han seguido a Fournier y a Erb con respecto al papel etiológico de la sífilis en la tabes dorsal y la parálisis progresiva han advertido que es preciso admitir influjos etiológicos poderosos cuya colaboración es indispensable para la patogenia de ciertas enfermedades que la herencia, por sí sola, no podría producir. Sin embargo, Charcot mantuvo hasta sus últimos días, como lo supe por una carta privada del maestro, una estricta oposición a la teoría de Fournier, que, no obstante, va ganando cada vez más terreno.
e. Es indudable que ciertas neuropatías pueden desarrollarse en el hombre perfectamente sano y de familia irreprochable. Es lo que se observa cotidianamente en el caso de la neurastenia de Beard; si la neurastenia se limitara a las personas predispuestas, nunca habría cobrado la importancia y la extensión que le conocemos.
1. En la patología nerviosa tenemos la herencia similar y la herencia llamada disímil. Respecto de la primera no se hallará nado, más que decir; y aun es notabilísimo que en las afecciones que dependen de la herencia similar (enfermedad de Thorrisen, enfermedad de Friedreich, miopatías, corea de Huntington, etc.) nunca se descubre huella alguna de otra influencia etiológica accesoria. Pero la herencia disímil, mucho más importante que la otra, deja lagunas que sería preciso llenar para obtener una solución satisfactoria de los problemas etiológicos. Aquella consiste en el hecho de que los miembros de la familia se muestran afectados por las neuropatías más diversas, funcionales y orgánicas, sin que se pueda dilucidar una ley que dirija la sustitución de una enfermedad por otra ni el orden de su sucesión a través de las generaciones. junto a individuos enfermos hay en esas familias personas que permanecen sanas, y la teoría de la herencia disímil no nos dice por qué cierta persona soporta la carga hereditaria sin sucumbir a ella, ni por qué otra persona enferma elegiría, entre las afecciones que constituyen la gran familia neuropática, tal afección nerviosa en lugar de otra -la histeria en lugar de la epilepsia, de la vesania, etc.-. Pero como lo fortuito no existe en patogenia nerviosa más que en otros campos, es preciso conceder que no es la herencia la que preside la elección de la neuropatía que se desarrollará en el miembro de una familia predispuesta, sino que cabe suponer la existencia de otros influjos etiológicos de naturaleza menos comprensible, que merecerían entonces el nombre de etiología específica de tal o cual afección nerviosa. Sin la existencia de ese factor etiológico especial, la herencia no habría podido nada; se habría prestado a la producción de una neuropatía diversa si la etiología específica en cuestión hubiera sido remplazada por un influjo diverso.