Estímulo corporal interno (orgánico).
Ahora que nos disponemos a buscar las fuentes del sueño dentro del organismo, y no fuera de él, debemos recordar que casi todos nuestros órganos interiores, que en estado de salud apenas, nos dan noticia de su existencia, en los estados de afección -como solemos decir- o en las enfermedades se convierten para nosotros en fuente de sensaciones casi siempre penosas y, como tales, equiparables a aquellos excitadores externos que nos provocan dolor y sensaciones. Muy antiguas son las experiencias que llevaron a Strümpell, por ejemplo, a sostener (1877, pág. 107): «El alma alcanza en el dormir una conciencia sensitiva mucho más profunda y vasta de su corporeidad que en la vigilia, y se ve precisada a recibir y dejar que operen en ella ciertas impresiones de estímulos provenientes de partes y alteraciones de su cuerpo de los que nada sabía en la vigilia». Ya Aristóteles declaró muy posible que en los sueños se reparase en estados patológicos incipientes, no advertidos todavía en la vigilia (en virtud del agrandamiento de las impresiones por el sueño), y autores médicos que por sus concepciones distan mucho de creer en un don profético de los sueños han admitido ese significado del sueño, al menos en cuanto al anuncio de enfermedades. (Cf. P. M. Simon, 1888, pág. 31, y muchos otros autores.)
Parece que ni siquiera en tiempos recientes faltan ejemplos creíbles de tales rendimientos diagnósticos del sueño. Por ejemplo, Tissíé (1898 [págs. 62-3]) relata, siguiendo a Artigues (1884 [pág. 43]), la historia de una mujer de cuarenta y tres años, en apariencia totalmente sana, que durante algunos años fue frecuentada por sueños de angustia y en quien el examen médico pudo descubrir después una incipiente afección cardíaca, que pronto hubo de llevarla a la tumba.
Es manifiesto que, en toda una serie de personas, perturbaciones bien precisas de los órganos internos operan como excitadoras de sueños. Los autores coinciden en señalar la frecuencia de los sueños de angustia en enfermos que padecen afecciones cardíacas y pulmonares; más aún, este vínculo con la vida onírica ha sido tan destacado que puedo limitarme a mencionar la bibliografía (Radestock [1879, pág. 70], Spitta [1882, págs. 241-2], Maury [1878, págs. 33-4], Simon (1888), Tissié [1898, págs. 60 y sigs.]). Tissíé llega a decir que los órganos enfermos imprimen el sello característico sobre el contenido del sueño. Los sueños de cardíacos suelen ser muy breves y terminan con un despertar aterrorizado; en su contenido, casi siempre desempeña un papel la situación de la muerte en circunstancias crueles. Los enfermos del pulmón sueñan con ahogos, opresiones, huidas, y en número notable están expuestos a la conocida pesadilla que, por lo demás, Börner (1855) pudo provocar experimentalmente poniendo boca abajo al durmiente u obstruyendo sus vías respiratorias. En el caso de perturbaciones digestivas, el sueño contiene representaciones tomadas del círculo del goce y del asco. Por último, la influencia de la excitación sexual sobre el contenido de los sueños es bien notoria en la experiencia de todos los individuos y presta el mayor apoyo a toda la doctrina de la excitación de los sueños por estímulo orgánico.
Si se estudia la bibliografía sobre el sueño, tampoco puede ignorarse que algunos de los autores (Maury [1878, págs. 451-2], Weygandt, 1893) se vieron movidos a ocuparse de los problemas oníricos por la influencia que sus propios estados patológicos ejercían sobre el contenido de sus sueños.
Si bien estos hechos han quedado indudablemente establecidos, el incremento en el número de fuentes del sueño que de ellos resulta no es tan importante como pudiera creerse. Ocurre que el sueño es un fenómeno que aparece en las personas sanas -quizás en todas, quizá todas las noches-, y la enfermedad de órgano no se cuenta, manifiestamente, entre sus condiciones indispensables. Ahora bien, nosotros no queremos saber a qué se deben ciertos sueños particulares, sino cuáles pueden ser las fuentes de estímulo para los sueños habituales de personas normales.
Pero hete aquí que no se requiere sino dar otro paso para tropezar con una fuente de los sueños que fluye con mayor abundancia que cualquiera de las anteriores y verdaderamente promete no secarse en ningún caso. Si está bien comprobado que el interior del cuerpo pasa a ser, en estados patológicos, fuente de estímulos oníricos, y si admitimos que, durante el dormir, el alma, apartada del mundo exterior, puede prestar mayor atención al interior del cuerpo, hay razones para suponer que los órganos no necesitan estar enfermos para provocar en el alma durmiente excitaciones que de algún modo se convierten en imágenes oníricas. Lo que en la vigilia percibimos oscuramente, y sólo en su cualidad, como cenestesia {Gemeingefühl}, a la cual, en opinión de los médicos, todos los sistemas de órganos prestan su concurso, constituiría por la noche, cuando su influencia es más intensa y sus diversos componentes aislados están activos, la fuente más poderosa y al mismo tiempo la más habitual para la suscitación de representaciones oníricas. No restaría entonces sino investigar las reglas que siguen los estímulos de órgano al trasponerse en representaciones oníricas.
Llegamos con esto a la teoría sobre la génesis de los sueños preferida por todos los autores médicos. La oscuridad en que el núcleo de nuestro ser, el «moi splanchnique» {«yo esplácnico»}, como lo llama Tissié [1898, pág. 23 ], se oculta a nuestra inteligencia y la oscuridad de la génesis del sueño se corresponden tan bien una a la otra que no se puede menos que relacionarlas. La argumentación que convierte a las sensaciones vegetativas de órgano en formadoras del sueño tiene además para el médico este atractivo: permite unificar la etiología del sueño y la de las perturbaciones mentales, que en su manifestación muestran tantas coincidencias; en efecto, las alteraciones de la cenestesia y los estímulos provenientes de los órganos internos acusan también considerable importancia en la génesis de las psicosis.
Por eso no es asombroso que la teoría del estímulo corporal pueda hacerse remontar a más de un creador, que la expuso de manera autónoma.
Para muchos autores fue decisiva la argumentación desarrollada por el filósofo Schopenhauer en 1851. La imagen del mundo nace en nosotros porque nuestro intelecto moldea las impresiones que le vienen desde fuera en las formas del tiempo, el espacio y la causalidad. Los estímulos que parten del interior del organismo, del sistema nervioso simpático, se exteriorizan durante el día a lo sumo en una influencia inconciente sobre nuestro talante. Pero de noche, cuando se acalla el efecto ensordecedor de las impresiones diurnas, las impresiones que surgen del interior pueden atraer la atención, del mismo modo que por la noche oímos el murmullo de las fuentes que el alboroto del día vuelve imperceptible. Pero, ¿de qué otra manera reaccionará el intelecto frente a esos estímulos, si no es cumpliendo la función que le es propia? Por tanto, trasformará los estímulos en figuras que ocupan tiempo y espacio, que se mueven siguiendo el hilo de la causalidad, y así nace el sueño [cf. Schopenhauer, 1851b, 1, págs. 249 y sigs.]. En el vínculo entre estímulos corporales e imágenes oníricas quisieron penetrar después con más detalle Scherner (1861) y tras él Volkelt (1875), autores cuya apreciación crítica reservo para la sección dedicada a las teoría; sobre el sueño.
En una investigación llevada a cabo con particular persistencia, el psiquiatra Krauss [1859, pág. 255] derivó la génesis del sueño, así como de los delirios e ideas delirantes, de idéntico elemento: la sensación orgánicamente condicionada. Apenas se concibe algún lugar del organismo que no pueda ser el punto de partida de un sueño o una imagen delirante. Las sensaciones orgánicamente condicionadas «pueden, empero, dividirse en dos series: 1) las que constituyen el talante global (cenestesia), y 2) las sensaciones específicas, inmanentes a los sistemas principales del organismo vegetativo, entre las que hemos distinguido cinco grupos: a) las sensaciones musculares; b) las pneumáticas; c) las gástricas; d) las sexuales, y e) las periféricas».
Krauss supone que el proceso de génesis de las imágenes oníricas sobre la base de los estímulos corporales es el siguiente: La sensación provocada evoca, siguiendo alguna ley de asociación, una representación emparentada con ella, y se conecta con esta última constituyendo un producto orgánico. Ahora bien, el comportamiento de la conciencia respecto de este producto en modo alguno es el normal. En efecto, no presta atención alguna a la sensación misma, sino que se vuelca por entero a la representación acompañante, lo cual simultáneamente explica que la verdad de estos hechos pudiera desconocerse por tanto tiempo. Krauss designa a este proceso también con una expresión particular: la transustanciación de las sensaciones en imágenes oníricas.
La influencia de los estímulos corporales orgánicos sobre la formación de los sueños es reconocida hoy por casi todos los autores, pero la pregunta por la ley de la relación entre ambos recibe respuestas muy diversas, casi siempre oscuras indicaciones. Ahora bien, admitida la teoría del estímulo corporal, se impone una tarea precisa a la interpretación de los sueños: reconducir el contenido de un sueño hasta los estímulos orgánicos que lo causaron; y si no quieren aceptarse las reglas de interpretación descubiertas por Scherner ( 1861 ), las más de las veces se tropezará con el hecho adverso de que la existencia de fuentes orgánicas de estímulo es revelada exclusivamente por el contenido mismo del sueño.
Sin embargo, se ha plasmado de manera bastante coincidente la interpretación de diversas formas de sueño llamadas «típicas» porque reaparecen en muchísimas personas con un contenido del todo similar. Son los conocidos sueños de despeñarse desde lo alto, de pérdida de los dientes, de vuelo y de vergüenza por andar desnudo o mal vestido. Estos últimos sueños estarían provocados simplemente por la percepción, hecha durante el dormir, de que se han arrojado las cobijas y se yace descubierto. El sueño de caída de los dientes. se reconduce a un «estímulo dentario», con lo cual no se alude forzosamente a un estado de excitación patológica de los dientes. El sueño de vuelo es, según Strümpell [1877, pág. 119], la imagen de que se sirve adecuadamente el alma para interpretar el quantum de estímulo producido por el ascenso y descenso de los lóbulos pulmonares, cuando al mismo tiempo la sensibilidad cutánea del tórax ha descendido ya a un estado de no conciencia. Y esta última circunstancia ofrece la sensación que se conecta con la representación del estar suspendido. La caída desde una altura reconocería este motivo: en un momento en que la sensación de presión cutánea ha dejado de ser conciente, o bien un brazo que estaba junto al cuerpo se separa y desciende lentamente, o una pierna flexionada se estira de pronto, con lo cual la sensación de presión cutánea se vuelve de nuevo conciente, pero ese paso a la conciencia se corporiza psíquicamente como sueño de caída. Estos plausibles intentos de explicación tienen una falla manifiesta: sin mayor asidero hacen penetrar en la percepción anímica ¿desaparecer de ella este o aquel grupo de sensaciones de órgano, y ello hasta lograr la constelación que sea favorable para la explicación buscada. Por otra parte, más adelante tendré ocasión de volver sobre los sueños típicos y su génesis.
Simon ha intentado derivar, de la comparación de una serie de sueños parecidos, algunas reglas sobre la forma en que los estímulos de órgano determinan sus resultados oníricos.
Según él (1888, págs. 34-5), cuando durante el dormir un aparato orgánico cualquiera, que normalmente participa en la expresión de un afecto, se encuentre por algún otro motivo en el estado de excitación en que aquel afecto lo pondría, las representaciones oníricas que de allí nazcan contendrán las adecuadas al afecto. Otra regla reza: Cuando un aparato orgánico se encuentre durante el dormir en estado de actividad, excitación o perturbación, el sueño aportará representaciones relacionadas con el ejercicio de la función orgánica que ese aparato cumple.
Mourly Vold (1896) se propuso demostrar experimentalmente, en un ámbito particular, esa influencia que la teoría del estímulo corporal supone en la formación de los sueños. Sus experimentos consistieron en modificar la posición de los miembros del durmiente para comparar los resultados oníricos con tales mudanzas. Comunica, a manera de conclusión, los siguientes asertos:
1. La posición que un miembro tiene en sueños corresponde aproximadamente a su posición real, es decir, se sueña con un estado estático que corresponde al real.
2. Cuando se sueña con el movimiento de un miembro, es siempre de tal modo que una de las posiciones que adopta al cumplirlo corresponde a la real.
3. En sueños puede atribuirse la posición del miembro propio a otra persona.
4. Puede también soñarse que el movimiento correspondiente es estorbado.
5. Si el miembro tiene la posición correspondiente, puede aparecer en sueños como animal o monstruo, pudiendo establecerse en tal caso una cierta analogía entre ambos.
6. La posición de un miembro puede incitar en el sueño pensamientos que tienen alguna relación con el miembro; por ejemplo, si se trata de los dedos soñaremos que contamos.
De tales resultados concluiría yo que tampoco la teoría del estímulo corporal pudo eliminar la aparente arbitrariedad con que son seleccionadas las imágenes oníricas que han de suscitarse.