Obras de S. Freud: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista (tercera parte)

Psicopatología de la vida cotidiana: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista

D. (1) Quien ha tenido la oportunidad de estudiar por medio del psicoanálisis las mociones anímicas escondidas de los seres humanos puede decir también algo nuevo sobre la cualidad de los motivos inconcientes que se expresan en la superstición. En los neuróticos -con frecuencia muy inteligentes- aquejados de estados obsesivos y de un pensar obsesivo, se discierne de la manera más nítida que la superstición proviene de unas mociones hostiles y crueles sofocadas (2). La superstición es en buena parte una expectativa de infortunio, y quien ha deseado a menudo el mal a otros, pero a consecuencia de haber sido educado para el bien reprimíó {desalojó} a lo inconciente tales deseos, se inclinará particularmente a esperar el castigo de esa maldad- inconciente como un infortunio que lo amenaza del exterior.
Al paso que admitimos no haber agotado en modo alguno la psicología de la superstición con
estas puntualizaciones, estamos obligados a rozar al menos este problema: si han de ponerse
en cabal tela de juicio las raíces reales y objetivas de la superstición, si no existen de verdad
premoniciones, sueños profétícos, experiencias telepáticas, exteríorizaciones de fuerzas
suprasensibles y cosas semejantes. Pues bien; lejos estoy de pretender condenar sin apelacíón
todos estos fenómenos, sobre los cuales aun hombres de sobresaliente intelecto nos presentan
tantas observaciones detalladas, y que deberían ser preferente objeto de ulteriores
indagaciones. Cabe esperar, por cierto, que una parte de estas observaciones llegue a ser
esclarecida por nuestro incipiente discernimiento de los procesos anírnícos inconcientes, sin
constreñirnos a introducir variaciones radicales en las opiniones que hoy sustentamos (3). Y aun sí hubieran de probarse otros fenómenos -p. ej., los aseverados por los
espiritistas-, emprenderíamos, las modificaciones que de nuestras «leyes» demandare la
experiencia nueva, sin que se nos desconcertara por eso la trama de las cosas dentro del
mundo.
En el marco de estas consideraciones, sólo puedo responder de manera subjetiva, vale decir,
según mi experiencia personal, estas cuestiones que acabamos de plantear. Por desdicha,
debo confesarlo, me encuentro entre aquellos indignos individuos ante quienes los espíritus
suspenden su actividad y lo suprasensible huye, de suerte que nunca fui puesto en la situación de vivenciar por mí mismo algo que me incitara a creer en milagros. Como todos los seres
humanos, he tenido premoniciones y he experimentado infortunios, pero unas y otros no
coincidieron entre sí, o sea que a las premoniciones no les siguió nada y el infortunio se abatió
sobre mí sin anuncio previo. En tiempos en que yo, de joven, vivía solo en una ciudad
extranjera (4), a menudo oía a una voz querida, inconfundible, llamarme por mi nombre; decidí
anotar entonces el momento en que me sobrevenía la alucinación para preguntar luego,
inquieto, a quienes permanecían en mi hogar, lo ocurrido en ese mismo instante. Y no había
nada. En cambio, después, trabajaba imperturbable y sin premoniciones con mis pacientes en
momentos en que -mi hija corría riesgo de muerte a causa de una hemorragia. Por otra parte,
en ninguna de las premoniciones de que mis pacientes me informaron pude llegar a reconocer
un fenómeno objetivo. – Empero, debo confesar que en los últimos años he hecho algunas
experiencias asombrosas que hallarían fácil esclarecimiento si se admitiese una trasferencia
telepática del pensamiento (5).
La creencia en sueños proféticos tiene muchos partidarios porque puede invocar en su apoyo el
hecho de que muchas cosas se plasman en el futuro realmente como el deseo las había
construido en el sueño (6). Sólo que ahí hay poco espacío para maravillarse, y entre
el sueño y el cumplimiento se puede comprobar por regla general una gran divergencia, que la
credulidad del sofíante no gusta de anotar. Un buen ejemplo de un sueño que con justicia se
llamaría profético me lo ofreció cierta vez una paciente inteligente y veraz para su análisis
exacto. Contó haber soñado que se topaba con su viejo amigo y médico de su familia ante una
determinada tienda en cierta calle, y cuando a la mañana siguiente fue al centro de la ciudad lo
encontró realmente en el lugar mencionado en el sueño. Hago notar que este milagroso
encuentro no probó su significación por ninguna vivencia subsiguiente, vale decir, que no se la
podía justificar desde lo venidero.
Un examen cuidadoso estableció que no había pruebas de que la dama recordara el sueño ya a
la mañana que siguió a la noche del sueño, o sea, antes de salir de paseo y tener el encuentro.
No pudo objetar nada a una relación de las cosas que quitaba al episodio todo lo maravilloso y
sólo dejaba en pie un interesante problema psicológico. Ella caminaba una mañana por la calle
de marras, ante una tienda se topó con el viejo médico de su familia, y entonces, al verlo, le
sobrevino el convencimiento de que la noche anterior había sofiado con ese encuentro en el
mismo lugar. Después, el análisis pudo indicar con gran probabilidad cómo habría llegado ella a
ese convencimiento, al cual, según reglas universales, no es lícito denegarle ciertos títulos de
credibilidad. Un encuentro en determinado lugar tras una espera previa; de hecho, esa es la
situación de una cita. El viejo médico de su familia despertaba en ella el recuerdo de antiguas
épocas en que citas con una tercera persona, amiga también del médico, habían sido
sustantivas para ella. Desde entonces ella había mantenido trato con este señor, y el día
anterior al presunto sueño lo había esperado en vano. Sí yo pudiera comunicar en detalle los
vínculos aquí presentes, me resultaría fácil mostrar que la ilusión del sueño profético a la vista
del amigo de los viejos tiempos es equivalente, por ejemplo, al siguiente dicho: «¡Ah, doctor!
Usted me hace acordar ahora a tiempos pasados, cuando nunca habría esperado en vano a N.
si habíamos convenido una cita» (7).
Del consabido «milagroso encuentro» con una persona en quien uno precisamente estaba
pensando, he observado en mí mismo un ejemplo simple y’de fácil interpretación, acaso un
buen arquetipo para sucesos parecidos. Pocos días después que me hubieron concedido el
título de profesor (8) que tanta autoridad confiere en países de organización monárquica, iba
yo dando un paseo por el centro de la ciudad y de pronto mis pensamientos se orientaron hacia
una pueril fantasía de vencanza dirigida contra cierta pareja de cónyuges. Meses antes, ellos
me habían llamado para examinar a su hijita, a quien le había sobrevenido un interesante
fenóme no obsesivo a la zaga de un sueño. Presté gran interés al caso, cuya génesis creía
penetrar; empero, los padres desautorizaron mi tratamiento y me dieron a entender su intención
de acudir a una autoridad extranjera, que curaba mediante hipnotismo. Yo fantaseé, pues, que
tras el total fracaso de este intento los padres me rogaban que interviniera con mí tratamiento
diciéndome que ahora tenían plena confianza en mí, etc. Pero yo respondía: «¡Ah … claro! Ahora
que yo también soy profesor ustedes me tienen confianza. Pero el título no ha hecho variar en
nada mis aptitudes; si ustedes no podían utilizar mis servicios siendo yo encargado de cursos,
también pueden prescindir de mí como profesor». -En este punto mi fantasía fue interrumpida
por un saludo en voz alta: «¡Adiós, señor profesor!», y cuando miré de quién provenía vi que
pasaba junto a mí la pareja de la que acababa de vengarme rechazando su ruego. Una somera
reflexión destruyó la apariencia de lo milagroso. Yo marchaba en sentido contrario a la pareja
por una calle recta y ancha, casi vacía de gente, y a distancia quizá de unos veinte pasos había
distinguido con una mirada fugitiva sus importantes personalidades, reconocíéndolos, pero
eliminé esa percepción -siguiendo el rnodelo de una alucinación negativa- por los mismos
motivos de sentimiento que se hicieron valer luego en esa fantasía de aparente emergencia
espontánea (9).
Siguiendo a Otto Rank (10), informaré sobre otra «resolución de una aparente premonición»:
«Hace algún tiempo yo mismo vivencié una rara variante de aquel «milagroso encuentro» en que
uno se topa con la persona en quien, justamente, estaba pensando. En vísperas de Navidad,
voy al Banco Austrohúngaro para cambiar diez coronas nuevas de plata que me proponía
obsequiar. Ensimismado en fantasías de ambición, que se anudan a la oposición entre mí
escaso peculio y las pilas de dinero almacenadas en el edificio del banco, doblo por la estrecha
calle donde tiene aquel su sede. Veo estacionado ante la puerta un automóvil, y mucha gente
que entra y sale. Pienso, entre mí, que los empleados tendrán tiempo justamente para mis
poquitas coronas; con seguridad me despacharán enseguida, entregaré los billetes que quiero
cambiar y diré: «Por favor, deme usted oro {Gold}». En el acto noto mi error -yo debía pedir platay
despierto de mis fantasías. Estoy ya a unos pocos pasos de la puerta de entrada, y veo a un
joven que viene en dirección contraria; se me antoja conocido, pero a causa de mi miopía no
puedo discernirlo con seguridad. Cuando se aproxima, lo reconozco como un condiscípulo de
mi hermano, de nombre Gold {oro}, de cuyo hermano, un escritor famoso, yo había esperado al
comienzo de mi carrera literaria el generoso patrocinio. Pero este no sobrevino, y entonces
tampoco el esperado éxito material de que se ocupaba mi fantasía en el camino al banco. Por
tanto, ensimismado yo en mis fantasías, debo de haber apercibido al señor Gold, que se
aproximaba, y para mi conciencia, que sofiaba con éxitos materiales, ello se figuró en la forma
de pedir yo al cajero oro -en lugar de plata, de menor valor-. Pero, por otro lado, el hecho
paradójico de que mi inconciente pueda percibir un objeto que mi vista sólo después es capaz
de reconocer parece explicable, en parte, en virtud del «apronte de complejo»
{«Complexbereitschaft»} (11) (Bleuler); como vimos, este se hallaba dirigido a lo material, y
desde el comienzo, contra mi mejor saber, había guiado mis pasos hacia aquel edificio, el único
en el cual se cambia papel moneda y oro».
A la categoría (12) de lo maravilloso y ominoso pertenece también la singular sensación, que
uno registra en diversos momentos y circunstancias, de que uno ya habría vivenciado
exactamente eso mismo, que habría estado alguna vez en idéntica situación, y sin que ningún
empeño permita recordar con nitidez aquello anterior que así se manifiesta. Sé que no hago
sino seguir el uso lingüístico laxo si llamo «sensación» a aquello que nos mueve en todos esos
momentos; sin duda se trata de un juicio, y en verdad de un juicio de discernimiento, pero estos
casos poseen un carácter particularísimo, y no debe descuidarse el hecho de que nunca se
recuerde lo buscado. Yo no sé si este fenómeno de lo «déjá vu» puede tomarse en serio como
prueba de una existencia psíquica anterior del individuo; lo cierto es que los psicólogos le han
dedicado su interés y pretendieron solucionar el enigma por los más diversos caminos
especulativos. Ninguno de los intentos de explicación presentados me parece correcto, porque
todos ellos se limitan a considerar los fenómenos concomitantes y las condiciones
favorecedoras del fenómeno. En efecto, los psicólogos en general todavía hoy siguen omitiendo
aquellos procesos psíquicos que, de acuerdo con mis observaciones, son los únicos
pertinentes para explicar lo «déjà vu»: las fantasías inconcientes.
Creo que se hace mal en definir como una ilusión la sensación de haber vivenciado eso alguna
vez. Antes bien, en tales momentos se toca realmente algo que uno ya vivenció, sólo que esto
no puede ser recordado de manera conciente porque nunca fue conciente. En suma: la
sensación de lo «déjà vu» corresponde al recuerdo de una fantasía inconciente. Existen
fantasías inconcientes (o sueños diurnos), así como hay creaciones concientes de esa índole,
de las que cada cual tiene noticia por experiencia propia.
Sé que este asunto merecería el más exhaustivo tratamiento, pero sólo he de traer aquí el
análisis de un caso de «déjà vu» cuya sensación se caracterizó por una intensidad y una
persistencia particulares. Una dama que ahora tiene treinta y siete años asevera recordarlo de
la manera más neta: a la edad de doce años y medio visitó por primera vez a unas amigas de
escuela en el campo, y cuando entró en la huerta tuvo inmediatamente la sensación de haber
estado allí antes; y esa sensación se le repitió al entrar en las habitaciones, a punto tal que creía
saber cuál sería la siguiente, qué aspecto tendría, etc. Ahora bien, está por completo excluido, y
refutado por la averiguación que ella hizo a sus padres, que este sentimiento de familiaridad
pudiera tener su fuente en una visita anterior a la casa y a la huerta, por ejemplo de niñita. La
dama que esto informaba no andaba en busca de una explicación psicológica, sino que veía en
la emergencia de esa sensación un indicio profético de la signifícatividad que justamente estas
amigas cobrarían luego para su vida de sentimientos. Sin embargo, sopesando las
circunstancias en que este fenómeno afloró en ella, se nos abre el camino hacía otra
concepción. Cuando hizo aquella visita, sabía que esas muchachas tenían un único hermano,
enfermo de gravedad; y en su trascurso llegó a verlo, lo halló de muy mal aspecto y pensó entre
sí que pronto moriría. Y bien, pocos meses antes su único hermano varón había corrido riesgo
mortal a causa de una dífteria; mientras él estuvo enfermo, la alejaron de la casa paterna y
durante varias semanas vivió con unos parientes. Cree que su hermano la acompañaba en esa
visita al campo, y hasta opina que habría sido la primera excursión de alguna importancia que él
hizo tras su enfermedad; no obstante, su recuerdo es curiosamente impreciso en estos puntos,
mientras que tiene ante los ojos, hipernítidos, los demás detalles, sobre todo el vestido que
llevaba ella ese día (13). Al experto no le resultará difícil inferir, de estos indicios, que
la expectativa de que su hermano muriera había desempeñado un gran papel en la muchacha
por aquel tiempo, y que nunca le había devenido conciente, o bien cayó bajo una enérgica
represión tras el feliz desenlace de la enfermedad. Si el curso de los acontecimientos hubiera
sido distinto, ella habría debido llevar otro vestido, a saber, ropa de luto. Y entre sus amigas halló
una situación análoga: su único hermano corría peligro de morir pronto, cosa que poco después
sucedió en efecto. Habría debido recordar concientemente que ella misma vivió esa situación
pocos meses antes; pero como la represión le estorbaba ese recuerdo, trasfirió el sentimiento
de recordar sobre los lugares, la huerta y la casa, y cayó presa del «fausse reconnaissance»
{«reconocimiento falso»} de haber visto todo eso ya una vez tal cual. Del hecho de la represión
estamos autorizados a inferir que la expectativa de muerte de su hermano, que ella tuvo en su
momento, no estaría muy lejos del carácter de una fantasía de deseo. Así, habría quedado
como hija única. En su posterior neurosis sufría de la manera más intensa la angustia de perder
a su! padres, angustia tras la cual el análisis, como es usual, pudo descubrir el deseo
inconciente de igual contenido.
En cuanto a mis propias, fugaces, vivencias de «déjà vu» pude de parecida manera derivarlas
de la constelación momentánea de sentimientos. «Sería una nueva ocasión para despertar
aquellas fantasías (inconcientes e ignotas) que se formaron en mí antaño, y antaño lo hicieron
como un deseo de mejorar la situacíón». Hasta ahora (14), esta explicación de lo «déjà vu»
sólo ha sido apreciada por un único observador. El doctor Ferenczi, a quien la tercera edición de
este libro [la de 1910] debe tantos aportes valiosos, me escribe sobre esto: «Me he convencido,
así en mí mismo como en otros, de que el inexplicable sentimiento de familiaridad se debe
reconducir a unas fantasías inconcientes que a uno le son inconcientemente evocadas dentro
de una situación actual. En uno de mis pacientes el proceso parecía ocurrir de otro modo,
aunque en verdad era análogo: este sentimiento retornaba en él asaz a menudo, pero por lo
común pudo demostrarse que provenía de un fragmento de sueño olvidado (reprimido) de la
noche pasada. Parece, entonces, que lo «déjà vu» puede provenir no sólo de sueños diurnos,
sino también de sueños nocturnos».
Supe después que Grasset (15) ha dado del fenómeno una explicación que se aproxima
mucho a la mía. (16)
En 1913 (17) describí en un breve ensayo otro fenómeno muy vecino al de lo «déjà vu»: es el
de lo «déjà raconté» {«ya contado»} (18), la ilusión de haber comunicado ya algo
particularmente interesante que aflora en el curso del tratamiento analítico. El paciente asevera
en tales casos, con todos los indicios de una certeza subjetiva, haber contado ya cierto
recuerdo hace mucho tiempo. Pero el médico está seguro de lo contrario y por regla general
puede convencer al paciente de su error. Esta interesante operación fallida se explica, sin duda,
por el hecho de que el paciente ha tenido el impulso y el designio de comunicar aquello, pero
omitió hacerlo, no lo llevó a cabo, y ahora sitúa el recuerdo de lo primero como sustituto de lo
segundo, la ejecución del designio.
Un parecido sumario de las cosas, y es probable que idéntico mecanismo, muestran las
llamadas por Ferenczi (19) «operaciones fallidas presuntas». Uno cree haber olvidado,
extraviado, perdido algo -un objeto-, y puede convencerse de no haber hecho nada de eso, pues
todo está en orden. Por ejemplo, una paciente regresa a la sala del médico con la motivación de
recoger su paraguas, que debe de haber quedado ahí, pero el médico nota que ese paraguas …
ella lo tiene en la tnano (20). Hubo entonces el impulso hacía tal operación fallida, y
bastó para sustituir a su realización. Salvo esa diferencia, la operación fallida presunta es equiparable a la real. Pero es, por así decir, más barata.
E. (21) Cuando no hace mucho tuve ocasión de presentar a un colega de formación
filosófica algunos ejemplos de olvído de nombres con su análisis, se apresuró a objetar: «Todo
está muy lindo, pero en mí el olvido de nombres se produce de otro modo». Evidentemente no
es lícito despachar el asunto tan a la ligera; yo no creo que a mi colega se le hubiera pasado
antes por la cabeza someter a análisis un olvido de nombre, y tampoco podría decir cuál era
ese otro modo que en él se verificaba. Pero su puntualización toca un problema que acaso
muchos se inclinen a situar en el primer plano. ¿Tiene validez general la solución que aquí
hemos dado para las acciones fallidas y casuales, o se aplica sólo a casos aislados? Y si
sucede esto último, ¿cuáles son las condiciones en que es lícito aducirla para explicar estos
fenómenos, que también podrían ocurrir de otro modo? Mis experiencías me dejan en la
estacada para responder estas preguntas. Sólo puedo desaconsejar que se tenga por raro el
nexo que señalamos, pues tantas veces como en mí mismo y en mis pacientes lo puse a
prueba, lo he podido demostrar con igual certeza que en los ejemplos aquí comunicados, o al
menos surgieron buenas razones para conjeturarlo. No es asombroso que no siempre se
consiga descubrir el sentido oculto de la acción sintomática, pues en ello cuefita como factor
decisivo la magnitud de las resistencias interiores que contrarían la solución. Tampoco uno es
capaz de interpretar cada sueño de sí mismo o de los pacientes; para corroborar la validez
universal de la teoría basta que se pueda penetrar cierto trecho en la escondida trama. El sueño
que se muestra refractario al ensayo de solucionarlo al día siguiente, a menudo se deja arrancar
su secreto una semana o un mes después, cuando una alteración objetiva {real}, sobrevenida
entretanto, ha rebajado las valencias psíquicas en pugna recíproca (22). Lo mismo
vale para la solución de las acciones fallidas y sintomáticas; el ejemplo de desliz en la lectura
«En tonel a través de Europa» (pág. 108) me dio oportunidad de mostrar cómo un sintoma al
comienzo insoluble se vuelve asequible al análisis cuando se ha relajado el interés objetivo
{real} por el pensamiento reprimido (23). Mientras existió la posibilidad de que mi
hermano recibiera antes el codiciado título, aquel desliz de lectura resistió a los repetidos
empeños de análisis; cuando esa precedencía resultó improbable, se me iluminó de pronto el
camino que llevaba a su resolución. Sería incorrecto, entonces, aseverar que todos los casos
que resisten al análisis se generaron por un mecanismo psíquico diverso del aquí descubierto;
para ese supuesto haría falta algo más que unas pruebas negativas. También carece de toda
virtud probatoria la proclividad, quizá presente en todas las personas sanas, a creer en otra
explicación para las acciones fallidas y sintomáticas; ella es, obviamente, una exteriorización de
las mismas fuerzas anímicas que crearon el misterio y por eso propenden a su persistencia y
se revuelven contra su iluminación.
Por otro lado, no debemos descuidar que los pensamientos y las mociones reprimídos no se
crean de una manera autónoma su expresión en acciones fallidas y sintomáticas. La posibilidad
técnica para ese descarrilamiento de las inervaciones tiene que estar dada con independencia
de ellos; y luego será explotada de buen grado por el propósito de lo reprimido de cobrar una
vigencia conciente. En el caso de la operación fallida lingüística, prolijas indagaciones de los
filósofos y filólogos se han empeñado en comprobar qué relaciones estructurales y funcionales
son las que se ofrecen a aquel propósito. Sí de tal suerte distinguimos, en las condiciones de la
acción fallida y síntomátíca, el motivo inconciente de las relaciones psicofísicas y fisiológicas
que lo solicitan {entgegenkommen}, se plantea esta cuestión: si dentro del campo de variación
de la salud existen todavía otros factores capaces de producir, como lo hace el motivo
inconciente y en lugar de este, las acciones fallidas y sintomáticas por el camino de esas
relaciones. No es mi tarea responder a esto.
No tengo (24) ciertamente el propósito de exagerar aún más las diferencias, bastante grandes
ya, entre la concepción psicoanalítica y la usual de las operaciones fallidas. Preferiría señalar
casos en que esas diferencias pierden buena parte de su agudeza. En los casos más simples
e inaparentes de desliz en el habla y la escritura (p. ej., aquellos en que sólo se contraen unas
palabras, o se omiten palabras y letras), son improcedentes las interpretaciones más
complejas. Desde el punto de vista del psicoanálisis, uno debe aseverar que son el indicio de que algo perturbó la intención, pero sin poder averiguar de dónde provino la perturbación, ni qué se proponía. Es que ella no consiguió otra cosa sino anunciar su presencia. Y en estos mismos casos, pues, vemos entrar en acción los favorecimientos (que jamás hemos cuestionado) de la operación fallida por unas constelaciones de valores fonéticos y unas asociaciones psicológicas próximas. Sin embargo, una justa exigencia científica nos ordena aplicar a estos casos rudimentarios de desliz en el habla o en la escritura el rasero de los otros, más acusados, cuya indagación proporciona conclusiones tan indubitables sobre la causación de estos fenómenos.
F. (25) Desde nuestras clucidaciones sobre el trastrabarse, venimos limitándonos a
demostrar que las operaciones fallidas poseen una motivación oculta, y nos valimos del psicoanálisis para anoticiarnos de la respectiva motivación. Hasta ahora hemos dejado casi sin considerar la naturaleza general y las particularidades de los factores psíquicos que obtienen expresión en las operaciones fallidas; al menos no intentamos definirlos mejor ni examinamos su legalidad. Tampoco ahora ensayaremos abordar el tema a fondo, pues ya los primeros pasos que diéramos para ello nos enseñarían que a este campo es mejor entrar desde otro lado (26). Uno puede plantearse aquí varias preguntas, que al menos quiero consignar y circunscribir en su alcance: 1) ¿De qué contenido y origen son los pensamientos y las mociones que se insinúan por medio de acciones fallidas y casuales? 2) ¿Cuáles son las condiciones que constrifien y habilitan a un pensamiento o a una moción para servirse de tales episodios como medio expresivo? 3) ¿Se pueden demostrar unos vínculos constantes y unívocos entre la modalidad de las operaciones fallidas y las cualidades de lo que ha de expresarse a través de ellas?
Empezaré por reunir algún material para responder la última de esas preguntas. Cuando
elucidábamos los ejemplos de trastrabarse, nos vimos precisados a ir más allá del contenido
del dicho intentado, y debimos buscar la causa de su perturbación fuera de la intención. Y esta
causa, en una serie de casos, era evidente y notoria para la conciencia del hablante. En los
ejemplos en apariencia más simples y trasparentes, era una versión diversa del mismo
pensamiento, una que sonaba igualmente justificada [para exteriorizarlol, la que perturbaba la
expresión de este, sin que fuera posible indicar por qué una caía derrotada en tanto se abría
paso la otra (las «contaminaciones» de Meringer y Mayer. En un segundo grupo de casos, el
motivo para que una de las versiones sucumbiese era un miramiento que, empero, no
demostraba poseer fuerza bastante para conseguir una contención total («salir a Vorschwein»).
También aquí la versión retenida era claramente conciente. Sólo con respecto al tercer grupo se
puede afirmar de manera irrestricta que el pensamiento perturbador era diferente del intentado;
aquí parece posible, pues, trazar un distingo capital. El pensamiento perturbador se conecta con el perturbado a través de unas asociaciónes de pensamiento (perturbación por contradicción
interior), o bien le es esencialmente ajeno, y sólo a través de una insólita asociacíón extrínseca
se enlaza la palabra perturbada con el pensamiento perturbador, que a menudo es inconciente.
En los ejemplos que he traído de mis psicoanálisis, el dicho entero está bajo el influjo de unos pensamientos que han devenido activos de manera simultánea, pero son por completo
inconcientes, y ellos se denuncian a través de la perturbación misma (serpiente de Klapper –
Kleopatra), o bien exteriorizan un influjo indirecto posibilitando que las diversas partes del dicho
concientemente intentado se perturben unas a otras («Ase natmen», tras lo cual están la calle
Hasenauer y reminiscencias de una gobernanta). Los pensamientos retenidos o inconcientes,
de los cuales parte la perturbación del habla, son del más diverso origen. Por tanto, este
abordaje panorámico no nos revela ninguna ley general.
El examen comparativo de los ejemplos de desliz en la lectura y en la escritura lleva a los
mismos resultados. Como en el trastrabarse al hablar, algunos casos parecen tener su origen
en un trabajo condensador sin otra motivación (p. ej., el «Apfe»). Empero, a uno le gustaría
averiguar si no tendrán que llenarse unas condiciones partículares para que sobrevenga una
condensación así, que, si tiene cabida en el trabajo onírico, es una deficiencia en nuestro pensar
de vigilia; y de los ejemplos mismos no extraemos conclusión alguna sobre esto. Pero yo
desautorizaría que de ahí se infiriera que sólo existen condiciones como la relajación de la
atención conciente, pues además sé que justamente unos desempeños automáticos se
síngularizan por lo correcto y confiable de su ejecución. Preferiría destacar que aquí, como tan a
menudo sucede en la biología, las constelaciones normales o próximas a lo normal son unos
objetos menos propicios para la investigación que las constelaciones patológicas. Tengo esta
expectativa: lo que permanece oscuro en la explicación de estas perturbaciones más leves se
iluminará mediante el esclarecimiento de perturbaciones graves.
Tampoco en los deslices de lectura y de escritura faltan ejemplos que permitan discernir una
motivación más distante y compleja. «En tonel a través de Europa» es una perturbación de
lectura que se esclarece por el influjo de un pensamiento remoto, esencialmente ajeno, que
brota de una moción reprimida de celos y de ambición, y que explota el «cambio de vía»
{«Wechsel»} de la palabra «Beförderung» para enlazarse con el tema indiferente e inocente
acerca del cual se leía. En el caso de «Burckhard», el nombre mismo es un «cambio de vía» de
esa índole (27).
Es innegable que las perturbaciones en las funciones del habla sobrevienen con mayor facilidad
y demandan de las fuerzas perturbadoras menores requerimientos que las otras operaciones
psíquicas.
Nos situamos en otro terreno con el examen del olvido en sentido estricto, vale decir, el olvido
de vivencias del pasado (el de nombres propios y palabras extranjeras, según lo expusimos en
los capítulos 1 y 11, y el de designios, se podrían separar de este olvido sensu strictiori como
«pasársele a uno algo de la mernoria» y «omisión», respectivamente). Las condiciones básicas
del proceso normal del olvido son desconocidas (28). Además, uno aprende que no
todo cuanto considera olvidado lo está en efecto. Nuestra explicación sólo se refiere aquí a los
casos en que el olvido nos provoca extrañeza por infringir la regla según la cual se olvida lo que
carece de importancia, en tanto que la memoria guarda lo importante. El análisis de los
ejemplos de olvido que parecen demandar un particular esclarecimiento arroja como su motivo,
en todos los casos, un displacer de recordar algo que puede despertar sensaciones penosas.
Llegamos a la conjetura de que ese motivo aspira a exteriorizarse universalmente dentro de la
vida psíquica, pero otras fuerzas que ejercen su efecto en sentido contrario le impiden abrirse
paso de una manera regular. El alcance y la significatividad de este displacer del recuerdo de
impresiones penosas parecen merecedores del más ceñido examen psicológico; y de esta
trama más amplia no se podría separar la averiguación de las particulares condiciones que en
el caso singular posibilitan ese olvido, que es un afán universal.

Continúa en ¨Psicopatología de la vida cotidiana: Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista (cuarta parte)¨

Notas:
1- [La sección D apareció por primera vez en 1907, constando entonces de los seis primeros párrafos; fue ampliada en subsiguientes ediciones.]
2- [Véase, por ejemplo, el historial del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 182. – En el ejemplar interfoliado de la edición de 1904 (cf. mi «Introducción») se encuentran estas anotaciones de Freud, correspondientes a un lugar algo anterior del texto: «La ira, la furia y la consecuente moción asesina son la fuente de la superstición en los neuróticos obsesivos: un componente sádico, que es adscrito al amor y por ende dirigido contra la persona amada y reprimido precisamente a causa de ese nexo y a causa de su intensidad. – Mi propia superstición tiene sus raíces en una ambición sofocada (inmortalidad), y en mi caso ocupa el lugar de esa angustia de muerte que emana de la incertidumbre normal en la vida… ».]
3- Nota agregada en 1924. Cf. Hitschmann, 1910 y 1916.
4- Alude a su estadía en París en 1885-86.
5- [La última oración fue agregada en 1924. – Más o menos por esta época, Freud escribió mucho acerca de la telepatía: el trabajo póstumo «Psicoanálisis y telepatía» (1941d [1921]), el capítulo sobre «El significado ocultista del sueño» incluido en «Alguias notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto» (1925i), y el capítulo sobre «Sueño y ocultismo» de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), además del trabajo mencionado en la nota siguiente.]
6- Nota agregada en 1924. Véase mí trabajo «Sueño y telepatía» (1922a).
7- [Este episodio se narra con mucho más detalle en el trabajo póstumo «Una premonición onírica cumplida» (1941c), AE, 5, págs, 609-11, cuyo manuscrito data del 10 de noviembre de 1899,]
8- [En marzo de 1902.]
9- Véanselos sucesos similares mencionados en el historíal del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, págs. 180-1 y 211-2.
10- Rank, 1912e. Agregado en 1912.
11- [Bleuler, 1910a.]
12- Lo que sigue, hasta la frase «un deseo de mejorar la situación», data de 1907.
13- Véase un examen de este punto en «Construcciones en el análisis» (1937d), AE, 23, págs. 267-8.
14- El resto de este párrafo fue agregado como nota al pie en 1910, y lo mismo sucedió con el párrafo siguiente en 1917. Ambas notas fueron trasferidas al texto en 1924,
15- Grasset, 1904.
16- Se menciona un caso especial de «déjà vu», del que se da una explicación muy diferente, en un pasaje agregado en 1909 a La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 401. Freud examinó un fenómeno afín a este, el de la «despersonalización», en su «Carta a Romain Rolland (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolís)» 1936a), AE, 22, pág. 218.
17- Los dos últimos párrafos de la sección D fueron agregados en 1924.
18- [Freud, 1914a.]
19- Ferenczi, 1915a.
20- [Este ejemplo fue tomado del trabajo de Ferenczi.]
21- Los dos primeros párrafos de esta sección datan de 1901.
22- Véanselas puntualizaciones contenidas en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 518-9, y en dos trabajos posteriores: «El uso de la interpretación de los sueños en el psicoanálisis» (191le), AE, 12, págs. 89-90, y el capítulo titulado «Los límites de la interpretabilidad», en «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto» (1925i), AE, 19, págs. 129-32.
23- Nota agregada en 1924. A este punto se anudan cuestiones muy interesantes de naturaleza económica, cuestiones que consideran el hecho de que los decursos psíquicos tienen por meta una ganancia de placer y una cancelación de displacer. Es ya un problema económico saber cómo se vuelve posible recuperar, por el camino de unas asociaciones sustitutivas, un nombre que se olvidó por un motivo de displacer. Un excelente trabajo de Tausk (1913a) muestra con buenos ejemplos cómo el nombre olvidado se vuelve otra vez asequible si se consigue incorporarlo a una asociación teñida de placer, capaz de contrabalancear el displacer que se espera de la reproducción.
24- Este párrafo fue agregado en 1917.
25- Con excepción de las notas 62 y 64, el resto de este capítulo data de 1901.
26- Nota agregada en 1924. Este escrito tiene enteramente el carácter de un trabajo de divulgación; sólo se propone, por acumulación de ejemplos, allanar el camino al necesario supuesto de unos procesos anímicos inconcientes y, no obstante, eficientes; pero evita toda consideración teórica sobre la naturaleza de eso inconciente.
27- [Esta misma expresión «cambio de vía» es empleada varias veces en el contemporáneo historial clínico de «Dora» (1905e); p. ej., AE, 7, pág. 58n. Freud emplea también «palabra-puente» {«Wortbrücke»}, y el historial del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 167- y «puente asociativo» {«Assoziationsbrücke»}
28- Nota agregada en 1907. Sobre el mecanismo del olvido en sentido estricto puedo dar las siguientes indicaciones: El material mnérnico está sometido en general a dos influjos: la condensación y la desfiguración {dislocación}. Esta última es obra de las tendencias que gobiernan dentro de la vida anímica, y se dirige sobre todo contra las huellas mnémicas que han conservado eficiencia afectiva y se mostraron más resistentes a la condensación. Las huellas devenidas indiferentes caen bajo el proceso condensador sin defenderse contra este; no obstante, se puede observar que, además de ello, unas tendencias desfiguradoras se sacian en el material indiferente toda vez que quedaron insatisfechas allí donde querían exteriorizarse. Como estos procesos de la condensación y la desfiguración se extienden por largos períodos, durante los cuales todas las vivencias frescas contribuyen a la replasmación del contenido de la memoria, suele creerse que es el tiempo el que vuelve inciertos y deslíe los recuerdos. Muy probablemente respecto del olvido no se pueda hablar de una función directa del tiempo. Lo esencial de estas puntualizaciones ya había sido expuesto en una breve nota al pie del libro sobre el chiste (1905c), AE, 8, págs. 161-2n. Un interesante examen del proceso mediante el cual son olvidados los recuerdos cargados de afecto se hallará en el «Proyecto de psicología» de 1895 (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 430-1.1 -En el caso de las huellas mnémicas reprimidas, se puede comprobar que no han experimentado alteraciones durante los más largos lapsos. Lo inconciente es totalmente atemporal. El carácter más importante, y también el más asombroso, de la fijación psíquica es que todas las impresiones se conservan, por un lado, de la misma manera como fueron recibidas, pero, además de ello, en todas las formas que han cobrado a raíz de ulteriores desarrollos, relación esta que no se puede ilustrar con ninguna comparación tomada de otra esfera. Teóricamente, entonces, cada estado anterior del contenido de la memoria se podrá restablecer para el recuerdo aunque todos sus elementos hayan trocado de antiguo sus vínculos originarios por otros nuevos. [Esta parece ser la primera mención explícita de la «atemporalidad» de lo inconciente; véase una nota mía en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 184, n. 4. – En el capítulo I de El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, págs. 70-1, Freud quiso ilustrar esto mediante una comparación con las etapas del desarrollo histórico de Roma, demostrando finalmente que la analogía no es aplicable. En ese capítulo hay también un detenido examen de la naturaleza de la memoria y el olvido.