El inconsciente psicoanalítico– La experiencia escoptofílica es pasivizante
El Hombre de los Lobos
Primera El inconsciente psicoanalítico
Segunda La experiencia escoptofílica es pasivizante Tercera El Hombre de los Lobos (Nº 1) Cuarta El Hombre de los Lobos (Nº 2) Quinta El Hombre de los Lobos (Nº 3) El inconsciente psicoanalítico Es el fruto de la represión ligada a ciertas fases del desarrollo infantil centradas sobre el complejo de Edipo. En este caso, se puede decir que el complejo de Edipo ha sido inacabado porque el padre es carente. El complejo no ha podido entonces realizarse en su plenitud en el buen momento: el enfermo queda con solamente fragmentos del complejo de Edipo. El erotismo uretral está ligado al rasgo de carácter ambicioso. El lenguaje da cuenta de ello cuando alguien dice: «El apunta más alto de lo que puede mear»… La pasión ambiciosa tiene un carácter relativo: el ambicioso quiere siempre llegar más alto que el otro, su pasión ambiciosa está pues siempre insatisfecha. Relación «a dos» de la frase de latencia pre-edípica=relación de dominancia o de sumisión. La vergüenza no se inscribe más que en una relación al otro. El Hombre de los Lobos permite electivamente poner de relieve las relaciones entre el desarrollo del yo (moi)y la evolución de la libido. El conflicto a base de super-ego está completamente en un segundo plano en esta observación. El conflicto es del registro de las aspiraciones sexuales masculinas y femeninas. No se pueden comprender y englobar todos los casos de la represión si no se iluminan las relaciones del narcisismo y la libido. En el animal, la activación de las funciones sexuales no está para nada desligada de toda especie de actividades y referencias al otro y al semejante (paloma y espejo, pareo y su relación con la parada). En el hombre, existen relaciones de conocimiento —como hombre y mujer— entre individuos. En los animales, la relación del sujeto es una relación «a dos». En una relación «a dos» va a constituirse la referencia hembra a macho: conocimiento del partenaire. Pero en el hombre, él se conoce antes que estas referencias al espectáculo determinante, el individuo tiene ya al menos este conocimiento de sí mismo (estadio del espejo). En razón de este acento puesto en la experiencia de sus exigencias propiamente narcisísticas, se revela en el individuo una suerte de prevalencia de una necesidad de dominio que va en el sentido contrario de la elección instintual del objeto, y de eso resulta, en el caso del Hombre de los Lobos, una situación muy particular. El sujeto hace una elección parcial y contrariada, y eso lo lleva al desconocimiento de su partenaire femenino. El acento está puesto y sostenido sobre la dimensión agresiva de la relación narcisística, y esto provoca el estalido de su libido y su vida instintual queda reducida a explosiones compulsivas cuando reencuentra cierta imago: la de la sirvienta en cuclillas, y puede entonces realizar. El está pues en la posición del amo (en el sentido hegeliano), es deicr, que está separado de sus objetos, desposeído de su objeto sexual. Siendo éste constitutivo del carácter y del mundo humano normales. Si no llega a la relación tríada es porque el complejo de Edipo no ha sido cumplido en él. La experiencia escoptofílica es pasivizante en la represión Freud distingue el conflicto, en el interior del sujeto, de la bisexualidad (lucha narcisística para mantener su virilidad y suprimir, reprimir la tendencia homosexual). El Yo (moi) toma partido: investimiento narcisístico de la fuerza viril. Puede también haber allí conflicto entre el Yo y algo que venga de los instintos sexuales: es un caso más amplio que el primero (que es un sub-caso). En el Hombre de los Lobos el complejo de Edipo está invertido, y esto, a pesar de la minusvalía de la imagen paterna. Hay cisma entre la vida intelectual y la vida instintiva del sujeto. Hay relaciones heterosexuales que él vive de una manera compulsiva, irruptiva en su vida, la que está ligada a una estereotipia (imagen de la sirvienta) y desprovista de los sentimientos que comporta normalmente esta situación sexual: es un proceso «a dos», de amo a esclavo. La escena devastadoraa sobrevino al final del estadio del espejo: es pasivizante, y esta pasividad constituye la fijación homosexual inconsciente. La Fobia: El temor de la castración es inseparable de la imagen del padre, mientras que la amenaza no ha sido expresada por el padre, sino, al contrario, por mujeres. Pero ha intervenido algo que suplió la ausencia del padre, y que lo hizo bajo la forma de la iniciación religiosa. Hay superposición de un pequeño núcleo histérico, una formación infantil de neurosis obsesiva y una estructura paranoica de la personalidad. El padre introduce un nuevo modo de referencia a la realidad: es porque el goce del sujeto le es de una cierta manera arrebatado, que puede situarse él mismo: es el papel del complejo de Edipo. En la rivalidad, hay dos caras: { una cara de lucha, { una cara de ideal { y de modelo. Toda la dificultad para el ser humano, antes de la sexualidad propiamente genital, es ser un Yo (moi) que se reconoce y se aliena en el otro. La sexualidad requiere la intervención de un plano cultural. El sujeto va a tener que situarse por relación al padre. En la fobia hay intervención del animal. A este respecto, Freud hace intervenir los hechos del totemismo: drama del Edipo = drama del asesinato del padre. Lo que se llama la sublimación es la socialización de los instintos. En la represión Hay exclusión de la conciencia de cierta relación, que no por ello continúa menos dominando al sujeto. La represión entraña la atracción propia de una situación excluida de la conciencia, y el desconocimiento, la ceguera en el sistema consciente subjetivo, y todo lo que está coordinado a esta situación, tiende a reunirse a la masa de lo reprimido: es el sistema de lo inconsciente el que tiene una inercia propia, y que continúa atrayendo a esta esfera de amnesia todo lo que le está conexo y molesta la realización del sujeto (como por ejemplo que haya vivido tal situación edípica). Todo esto está bastante electivamente localizado alrededor de la relación al padre y a la madre en un sujeto neurótico. El complejo de Edipo tiene también una función normativizante, además de sus incidencias sobre la génesis de las neurosis. El hombre de los lobos ( Nº 1) Al estudiar el caso «Dora», vimos que la transferencia estaba ligada a anticipaciones subjetivas en el analista, y que la contratransferencia podía ser considerada como la suma de los prejuicios del analista. Es necesario intentar ver lo que aporta y lo que significa este texto del Hombre de los Lobos. El «Hombre de los Lobos» es un personaje en que una parte de su drama es su inserción, podríamos decir, «desinsertada» en la sociedad. Presenta cierto trastorno neurótico, que ha sido calificado, antes de que lo viera Freud, de estado maníaco-depresivo. Para Freud, no se trata de tal clasificación nosográfica; lo que presenta el «Hombre de los Lobos» debe ser considerado como el estado que sigue a una curación espontánea de una neurosis obsesiva. Después del análisis con Freud, este personaje presentó un comportamiento psicótico. Es necesario hacer notar que muy precozmente este hombre fue separado de todo lo que podía, en el plano social, constituir para él un modelo…..Toda la continuación de su historia debe verse y situarse en ese contexto. Freud, pues, publicó el «Hombre de los Lobos» como la historia de una neurosis infantil. Esta neurosis de la infancia tuvo manifestaciones variadas y diversas en su estructura. Si se lo mira de cerca, se ve que aquello sobre lo cual la observación de Freud está centrada es sobre la búsqueda apasionada, detallada, se podría decir: contra los hechos, de la existencia o de la no existencia de acontecimientos traumáticos en la primera infancia. En sus escritos Freud insistió a menudo sobre la dificultad que tuvo para mantener sus ideas a este respecto, ideas extraídas a su campo de experiencia. Incluso en su propio grupo hubo tentativas para disminuir y volver más aceptables al común estas ideas. Y de ahí nacieron las escisiones inauguradas por Jung y Adler. Mucho antes de la desviación junguiana, desde el comienzo de las investigaciones sobre la histeria, fue sorprendido por la regularidad de aparición de historias de seducción o de violación que se comprobaban como puramente fantásticas. Esta no es una objeción absolutamente valedera contra la realidad de acontecimientos traumáticos de la primera infancia. Una objeción más grave es el carácter estereotipado de la escena primitiva: se trata siempre de un coitus a tergo. Y hay ahí algo muy problemático: ese es un esquema, una imagen filogenética que resurge en la reviviscencia imaginaria. En un análisis es esencial no desviar al sujeto de la realización de lo que es buscado. Es importante que el sujeto haga la realización plena y entera de lo que ha sido su «historia». ¿Qué es un análisis? Es algo que debe permitir al sujeto asumir plenamente lo que ha sido su propia historia. En el análisis del «Hombre de los Lobos», Freud no pudo jamás obtener la reminiscencia propiamente dicha de la realidad en el pasado de la escena alrededor de la cual gira sin embargo todo el análisis del sujeto. La realidad del acontecimiento es una cosa, pero hay otra cosa además: es la historicidad del acontecimiento, es decir, algo flexible (souple) y decisivo que fue una impresión en el sujeto y que dominó y que es necesaria para explicar la continuación de su comportamiento. Es esto lo que da la importancia esencial de la discusión de Freud alrededor del acontecimiento traumático inicial. Este fue reconstituido muy indirectamente, gracias al sueño de los lobos. Es Freud quien enseña al sujeto a leer su sueño. Este sueño se traduce como un delirio. No hay más que invertirlo para traducirlo: Los lobos me miran inmóviles, muy calmos: Yo miro una escena particularmente agitada. Se puede añadir a ello: «Estos lobos tienen bellas colas, ¡cuidado con la mía!». Es este sueño el que lleva a la escena reconstruida y que en seguida es asumida por el sujeto. Es de subrayar, a propósito de la interpretación de este sueño, la atención que Freud le presta al trabajo del sueño: para él la significación de un sueño se lee en su trabajo de elaboración, de transformación. Este acontecimiento traumático permite comprender todo lo que ha sucedido a continuación y todo lo que es asumido por el sujeto: su historia. A este respecto, no es inútil preguntarse qué es la historia. Los animales, ¿tienen una historia? ¿Es la historia una dimensión propiamente humana? La historia es una verdad que tiene como propiedad que el sujeto que la asume depende de ella en su constitución misma de sujeto, y esta historia depende también del sujeto mismo, pues él la piensa y la repiensa a su manera. ¿Un psicoanálisis está acabado solamente cuando el analizado es capaz de tener plena conciencia de sí mismo? La experiencia de Freud exige que el suejto que habla realice sobre cierto campo —el de las relaciones simbólicas— una difícil integración: la de su sexualidad, que es una realidad que le escapa en parte, en la medida en que ha fracasado en simbolizar de una manera humana ciertas relaciones simbólicas. La experiencia psicoanalítica se sitúa para el sujeto sobre el plano de «su verdad». El psicoanálisis es una experiencia «en primera persona». En el caso del «Hombre de los Lobos», durante meses y años las sesiones no aportan nada. Es un sujeto aislado por su posición de rico; su Yo (moi) es un yo fuerte (como todo yo de neurótico). El «Hombre de los Lobos» no llega solamente a asumir su propia vida. Su vida instintual está «incluída», «enquistada»: todo lo que es de orden instintual sobreviene como un maremoto si él encuentra una mujer con un trapo de piso, o una escoba, y que muestra su espalda y sus nalgas. Durante años, pues, este hombre habla y no pasa nada, solamente se mira en el espejo: el espejo es el oyente, es decir Freud, en esta ocasión. El lenguaje no es solamente un medio de comunicación, cuando un sujeto habla, una parte de lo que dice tiene parte de revelación para otro. El progreso de un análisis se juzga cuando se sabe en qué momento el «usted» equilibra al «yo» (je) del que se trata. En el análisis del «Hombre de los Lobos«, el acento permanece mucho tiempo sobre el Yo (moi) y sobre un Yo (moi) irrefutable. Es entonces que Freud hace intervenir un elemento de presión temporal. Y a partir de ese momento, el análisis se desencadena; el H ombre de los Lobos toma su análisis en primera persona: Es yo (je) quien habla y ya no yo (moi). A recordar: l. La embargable evidencia en el instante de una mirada. 2. Etapa: La del problema: trabajo de cogitación del «working-through». 3. Etapa: el momento de concluir: elemento de prisa y de urgencia propio de toda especie de elección y de compromiso. El hombre de los lobos (Nº 2) La cuestión que es necesario plantear es la de las relaciones del yo (moi) y del instinto sexual que, en el hombre, desemboca en el instinto genital. La observación del «Hombre de los Lobos’ es significativa e instructiva a este propósito. El «Hombre de los Lobos» tiene una vida sexual realizada, aparente, de carácter «incluso» («compulsiva», para Freud). Se trata de un ciclo de comportamiento que, una vez desencadenado, va hasta el fin y que está «entre paréntesis» por relación al conjunto de la personalidad del sujeto. Esta suerte de paréntesis es sorprendente al lado de la confidencia de una vida de carácter igualmente ocluido y cerrado. El «Hombre de los Lobos» tiene vergüenza de su vida sexual, sin embargo ella existe y puntúa su vida de adulto estragada por una depresión narcisista. El «Hombre de los Lobos» tuvo con su hermana relaciones propiamente genitales. Hablando propiamente, no hay retraso instintivo en él. Tiene reacciónes instintivas muy vivas y listas para penetrar a través de la opacidad que fija y hace estancar su personalidad en un estado propiamente narcisista. Se encuentra una virilidad de estructura narcisista (términos adlerianos casi aflorantes). Se puede partir del esquema clásico de la represión: la represión está ligada a la rivalidad con el padre, la que es inasumible (rival omnipotente) y sancionada por un apremio, una amenaza, la de la castración. Hay pues disociación entre la sexualidad y el yo (moi), proceso de doble faz que tiene un resultado normativo y feliz (período de latencia). Pero el retorno de lo reprimido provoca las neurosis infantiles que sobrevienen en el período de latencia. Aquí, la rivalidad con el padre está lejos de haberse realizado y es reemplazada por una relación que, desde el origen, se presenta como una afinidad electiva con el padre: el «Hombre de los Lobos» amaba a su padre, quien era muy gentil con él: hay una preferencia afectiva. El padre no es castrador ni en sus actos, ni en su ser (enferma muy pronto, más castrado que castrador). Y sin embargo Freud nos dice que el temor de la castración domina toda la historia de este enfermo. Freud se pregunta si es en función de un esquema filogenético. La relación de orden simbólico que el sujeto busca conquistar, pues ella le aporta su satisfacción propia, es la siguiente: Todo sucede como si, sobre el fundamento de una relación real, el niño, por razones ligadas a su entrada en la vida sexual, buscara un padre castrador: que sea el genitor, el personaje que castiga: él busca el padre simbólico (no su padre real), teniendo con él relaciones punitivas (y esto justo después de la seducción de su hermana). El niño tiene una actitud provocativa y busca una satisfacción: ser castigado por su padre. La diferencia entre este padre simbólico y el padre real no es cosa rara. Otra cosa es igualmente importante para esclarecer nuestra investigación: es la instrucción religiosa, la que es dada por una mujer (Freud considera a esta instrucción religiosa como un factor de apaciguamiento). En el lenguaje de Freud, la sublimación tiene un sentido diferente de la imagen vulgar que uno se hace de ella: es decir, el pasaje de un instinto a un registro más sublime. Para Freud, es la iniciación de un sujeto a un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal. Durante un cierto tiempo, el niño es calmado gracias a eso. Para Freud, la religión es una ilusión, pues su estructura dogmática le parece mítica. Para Freud, la satisfacción del deseo del hombre exige que sea reconocido. Este reconocimiento deviene el objeto mismo del deseo del hombre. Cuando el hombrecito no encuentra la forma de una religión, se hace una: es la neurosis obsesiva, y es lo que la religión evita. Lo que la instrucción religiosa enseña al niño es el nombre del Padre y del Hijo. Pero falta el espíritu: es decir, el sentimiento del respeto. La religión trazaba las vías por las cuales se podía testimoniar el amor por el padre, «sin el sentimiento de culpabilidad inseparable de las aspiraciones amorosas individuales» (Freud). Pero, para el «Hombre de los Lobos», faltaba una voz plenamente autorizada. Un padre que encarne el bien, el padre simbólico. Y la rebelión ligada al masoquismo se manifiesta (crítica religiosa que hace el niño). Cuando aparece el repetidor que puede encarnar la función del padre y que dice: «la religión, son bolazos», todo eso no se sostiene mucho tiempo. Pues, en este caso, no hay super-ego: el niño no ha podido identificarse a una imagen propiamente paterna que cumpliera la función simbólica del Padre. Por esto y al mismo tiempo no ha podido realizar tampoco el complejo de Edipo normativizante. Sus relaciones, en el triángulo edípico, lo muestran identificado a la madre. El objeto de su deseo es el padre. Se lo sabe gracias al sueño de angustia. En sus antecedentes inmediatos se encuentra la espera del doble don para el día de Navidad. El «doble don» manifiesta su duplicidad en relación al padre (el regalo de Navidad manifiesta la trascendencia del niño en relación al adulto). El niño es el extraño que escapa al orden donde uno se reconoce; el niño siente que del lado del adulto hay todo un mundo organizado y en el cual, propiamente hablando, él no está iniciado. La relación niño-adulto es de amor, pero este amor es también rechazado (reppouseé): el niño capta todo y por otro lado no sabe todo. y esto explica que el niño se introduzca de un sólo golpe en un sistema completo de lenguaje en tanto que sistema de una lengua y no deletreo de la realidad. El «Hombre de los Lobos» quería pues se regalo de Navidad y el de su cumpleaños. Para él, que se considera como el hijo de su único Padre, quiere también un don de amor real. Y alrededor de esto se cristaliza el sueño-pesadilla esencial. Es un sueño de angustia. Esta no siempre está ligada al retorno de lo reprimido en la conciencia (siendo lo reprimido algo que no ha sido memorizado simbólicamente). Hay que distinguir dos memorias. El niño se acuerda de algo que ha existido y que no puede ser rememorado sobre el plano simbólico. Y esto determina sin embargo todo su comportamiento ulterior, que da esta «sexualidad argumentado en astillas»: es el drama del desarrollo de este niño. En el análisis de este sueño hay dos planos: 1º) los mitos que están en el registro de su tentativa de asumir los mitos socializantes (el cuento tiene un valor de satisfacción saturante que introduce al niño en un medio de comunicación que lo satisface). 2º) Después de eso, no hay más nada, y es sólo Freud quien interpreta este sueño que tiene el valor de la irrupción de la escena primitiva misma en la conciencia nocturna. A este sueño, para comprenderlo, es necesario invertirlo. La realidad apuntada ha sido abolida por esta inversión: ventana abierta: es lo inverso del velo que envuelve al sujeto: es un espejo donde él va a verse a sí mismo mirando (bajo la forma de esos animales que lo miran) —una escena agitada: el padre y la madre teniendo un coitus a tergo. Esto entraña una relajación esfinteriana debida al terror. (Representando esto un regalo orgánico del bebé). El enfermo ha olvidado esta escena, la que es inintegrable a su memoria consciente. Ella resurge cuando él intenta mediatizar su deseo creando una relación simbólica con el padre. En su inconsciente se trata de una relación homosexual pasiva. Pero ésta es reprimida por una exigencia narcisista. ¿Qué es el narcisismo? ¿Una relación libidinal con el cuerpo propio? La relación narcisista está centrada por un reflexión: una imagen especular, narcisista y una identificación al otro. Hay ambigüedad total, el sujeto es a la vez él; y otro. Otra cosa: hay un rol de la imagen impregnante en la erotización de la imagen del otro. Ahí se plantean todas las cuestiones de la bisexualidad. Feminizado en el inconsciente, el sujeto, sobre el plano del Yo (Moi), elige con la última energía la posición justamente opuesta. ¿Cómo explicar esto? Refiriéndose a las relaciones que, en la naturaleza, existen entre la parada y el pareo: hay relación a cierta imagen cuyo afrontamiento es realizado de manera bastante contingente. Se establece una reacción de parada: es una suerte de prueba que produce un cambio en la actitud de los partenaires, y uno y otro, y uno en relación al otro, se reconocen. Por ahí se completa una suerte de esquema innnato y los roles son fijados, repartidos de una vez por todas. ¿Se puede decir que hay algo análogo en la referencia imaginaria a los personajes en la escena primitiva? De donde el conflicto entre una impresión feminizante y una experiencia del cuerpo completo, especular (ver la lección de Freud sobre la feminidad). La relación a una imagen unívoca y fálica nos pone en presencia del fenómeno que, en la experiencia clínica, guarda un carácter original. Todo sucede como si un fenómeno de relación imaginaria a sí mismo recubriera, apagara todo lo que es del otro registro. Por lo que la identificación a la madre en la escena primitiva es rechazada: la imagen de la identificación femenina está del lado de la imagen del cuerpo fragmentado, por detrás para el enfermo. Y es por lo cual la libido narcisista, confirmación narcisista, debe traer una denegación absoluta de su contenido (o tinte —la palabra falta en el texto) homosexual: hay prevalencia de la imagen completa (fálica) del cuerpo. La reevocación de la imagen fragmentada del cuerpo provoca el resurgimiento de un estado anterior del yo (moi) y esto da angustia. Así se explica el carácter narcisista de la afirmación viril del sujeto y, de ahí, viene también la dificultad para alcanzar un objeto heterosexual. La identificación a la hermana es cierta (hay un año y medio de diferencia entre ello = buena diferencia: «nota sensible» en el sentido que eso tiene en música). Al punto que, cuando la hermana ha muerto, ella es como reabsorbida por él mismo. Por eso no puede aceptar los primeros avances de su hermana, que le habrían dado acceso a un estadio propiamente genital. Para que la identificación se produzca en el hombre, debe ser por intermedio de un modelo realizado: adulto, femenino o masculino (hay una diferencia con los animales: en ellos la experiencia es pasivizante para uno, promotora de actividad para el otro). El hombre se anticipa en su imagen completa antes que la haya alcanzado. De donde los fantasmas de castración: el pene puede ser tomado o arrebatado. La identificación narcisista es frágil y está siempre amenzada. La escuela francesa ha tocado algo justo ligando la oblatividad a la maduración de la función genital. Pero este lazo es muy complejo. El sentido verdadero de la oblatividad se encuentra en una relación de don consitutiva de un acceso pleno a la sexualidad humana. (El altruismo es diferente, ya que está ligado a una identificación narcisista del otro). La oblatividad verdadera es una relación simbólica que hace que el deseo del hombre se reconozca y se mediatice por el deseo del otro: suerte de captura del deseo del otro. Esta aclaración está incluida en el texto del que hemos hecho la traducción. (R.R.P.) El hombre de los lobos ( Nº3 ) Nuestras explicaciones han mostrado que la observación del «Hombre de los Lobos» permitía plantear cuestiones y aportar luces sobre la cuestión de la transferencia. En este caso, como lo hemos visto en el estudio de la historicidad, podemos abrir el problema de una manera que sobrepasa mucho a la observación. En la observación de Ruth Mack Brunswick una cosa está clara: lo que resta es más que un residuo mórbido, lo que está en el centro de la cura con R. M. Brunswick es la transferencia. Durante todo el período de cura con R. M. Brunswick no se trata ya del enfermo, no se habla más que de Freud. Por el don de la palabra algo ha cambiado en la posición recíproca de aquellos que se han hablado. Lo que Freud ha sido para el paciente está pues todo el tiempo ahí en el primer plano. No es pues dudoso que uno vea plantearse en la segunda parte de la historia del «Hombre de los Lobos» la transferencia como intermediaria entre el analizado y el analista. R. M. Brunswick se plantea la pregunta de saber lo que ha sido la causa del segundo empuje mórbido, es decir la determinación de la segunda enfermedad. Y es la transferencia. Ella piensa que es una suerte de tendencia que es completamente fundamental en las relaciones afectivas del sujeto: ella lo expresa en términos de afectividad. Cuando el paciente ha vuelto a ver a Freud por segunda vez, Freud dice haber analizado entonces la transferencia. R. M. Brunswick dice que se trata de la pasividad primordial del sujeto y echa luz sobre el hecho de que Freud la ha acuñado sobre una fecha, un plazo. Los pacientes retienen algo hasta el último límite. En este caso, se puede pensar que si el sujeto ha sido así «forzado», ha debido guardar una posición. Ahí está el resorte de la transferencia no liquidada. La señora Mack Brunswick dice también que hay algo curioso. No hay ejemplos de que, en el curso de un análisis profundo, se revelen todas las actitudes posibles de un sujeto. El psicoanálisis del «Hombre de los Lobos» fue total y agotó el material, y sin embargo jamás se manifestó una actitud paranoica. (Así, pues, la explicación por «un medio que quedó sin alcanzar» no es una explicación válida). Es necesario deternerse a ver las diferentes relaciones paternales de este sujeto, todas aquellas de las que es capaz. En la última fase de la enfermedad se ven encarnarse los diferentes tipos de relaciones paternales. Los dentistas y los dermatólogos forman dos series de personajes muy diferentes. La búsqueda por el sujeto del castigo, de la castración paterna, es diferente de la identificación. Entonces ¡hay dos series! Por una parte: los padres castradores, representados por los dentistas: arrancan los dientes buenos o malos y el enfermo no les guarda rencor. Esto muestra lo que busca el sujeto: más le harán, mejor para él. Con ellos, su modo de relación es especial: es la desconfianza, desconfianza que no le impedirá tenerles confianza: más desconfía y más se confía… Por otra parte, otro tipo paterno: los Padres mortíferos: sobre el plano de la relación imaginaria más primitiva, contra la cual el yo (moi) del sujeto huye y se sustrae con una suerte de pánico. Este tipo está ligado a la imagen de la escena primitiva: identifica al sujeto a esta actitud pasiva causa de suprema angustia, pues equivale a la fragmentación primitiva. De donde: renovación de esa enfermedad y desorden primordial. El peligro viene entonces del interor y es preciso elegir: reprimir o volver a poner todo en cuestión: es una amenza mortal: el contragolpe ambivalente de una agresividad radical. Para el «Hombre de los Lobos», la nariz representa un símbolo sentido, imaginario: el agujero que todos los demás podrían ver. A mediada que se desenvuelve el análisis de R. M. Brunswick, se ve entre el personaje castrador y el otro (el profesor X, su más mortal enemigo) pasarse fases sucesivas. Según el «Hombre de los Lobos», él era el «hijo favorito de Freud«. La reacción tipo, la que corresponde a la desconfianza, es la hipocondría: signo emergente. El ocultó a Freud (que le había entregado una renta) que había podido recuperar algunas joyas y algunos recursos, mientras que, hasta entonces, él era considerado con justicia como un hombre honesto. ¿Es que ve en la renta una prenda de amor que le es debida? ¿O está más ligado a la realidad? Habíendole impedido Freud retornar a Rusia para recuperar sus bienes cuando todavía era posible, ¿es ésta una sorda queja compensada por el hecho de que él creía que Freud le había dado este mal consejo por amor, para conservarlo? Sea lo que sea, él considera que eso le es debido, ese don de dinero. El destino sirve a la señora Mack Brunswick y le permite penetrar en las posiciones del enfermo. En el momento de la muerte del profesor X, ella observa en efecto un primer paso adelante en las defensas del paciente, quien, sobre la hora, tras el síntoma hipocondríaco, revela: «El está muerto, yo ya no podría entonces matarlo». Ese es el fantasma que sale ante todo y que es seguido por el contenido persecutorio largo tiempo preparado: delirio de persecución. La desaparición misma del objeto suprime la saturación en una relación que puede permanecer bajo forma de tensión. Es entonces que R. Mack Brunswick interpreta: «El profesor X, es Freud»…. El sujeto niega, pues la relación a la cual se atiene, en lo que concierne a Freud, es la del hijo favorito. Otra cara del delirio que aparece entonces, la del delirrio de grandeza (dice R.M.B.). Es la misma cosa bajo una forma diferente (ej.: El profesor X aparece en un sueño como el analista). ¿Cuál va a ser el paso siguiente? R.M. Brunswick lo empuja bastante en sus atrincheramientos para desmantelar su posición de «hijo favorito». Y entonces, las cosas son abordadas sobre el plano de la realidad actual del analista: ¿En qué medida Freud está allí realmente presente? R .M. Brunswick le muestra que Freud no se interesa en su caso. Entonces, el sujeto se comporta como un loco. Freud aparece inmediatamente después en un sueño espectacular. Sueño del padre enfermo semejando un músico ambulante……Es un sueño en espejo: El padre es él mismo, y Freud aquel contra quien aporta la reivindicación: «él ha rehusado su vieja música, es un Judío, un sucio Judío». ¿ Cuál es el don que hay entre ambos? Es el cuestionamiento que él ha tenido con Freud, y esas relaciones son apenas relaciones a un objeto, y son esencialmente agresivas. El sujeto está entonces en el acmé de su desorden, pero la continuación de los sueños muestra progresos en el sentido de un retorno a la realidad. El fondo de la cuestión, es «su sentido», a saber los lobos. En un sueño el origen instintual de sus trastornos está del otro lado de una muralla en el límite de la cual se encuentra R. Mack Brunswick.
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