Seminario 1 de J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (segunda parte)

Seminario 1 de J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (segunda parte)

Estas reflexiones son particularmente pertinentes, a mi parecer, en el momento en que
vamos a abordar lo que habitualmente se denomina los Escritos Técnicos de Freud.
Escritos Técnicos es un término ya establecido por cierta tradición. Estando Freud aún en
vida, apareció bajo el título de Kleine Neurosen Schrifte , un pequeño volumen in octavo,
que escogía cierto número de escritos de Freud, comprendidos entre 1904 y 1919, cuyo
título, presentación, y contenido, indicaban que trataban del método psicoanalítico.
Lo que motiva y justifica esta forma es la necesidad de alertar al practicante inexperto,
quien querría precipitarse al análisis, y a quien hay que evitarle ciertas confusiones
respecto a la práctica del método, y también respecto a su esencia.
Se encuentran en estos escritos pasajes de suma importancia para captar el progreso que
ha conocido en el curso de estos años la elaboración de la práctica. Gradualmente vemos
aparecer nociones fundamentales para comprender el modo de acción de la terapéutica
analítica, la noción de resistencia y la función de la transferencia, el modo de acción e
intervención en la transferencia, e incluso, hasta cierto punto, el papel esencial de la
neurosis de transferencia. Es inútil pues subrayar aún más el peculiar interés que tiene
este pequeño conjunto de escritos.
Ciertamente este agrupamiento no es completamente satisfactorio, y el término escritos
técnicos no es quizás el que le da su unidad. Unidad que, no por eso, es menos efectiva.
El conjunto es el testimonio de una etapa en el pensamiento de Freud. Lo estudiaremos
desde esa perspectiva.
Estos textos constituyen una etapa intermedia. Ella continúa el primer desarrollo que
alguien, analista cuya pluma no siempre es acertada, pero que en esta ocasión hizo un
feliz hallazgo, bello incluso, denominó la experiencia germinal de Freud. Precede a la
elaboración de la teoría estructural.
Los orígenes de esta etapa intermedia deben situarse entre 1904 y 1909.
En 1904, aparece el artículo sobre el método psicoanalítico, hay quienes sostienen que
surge allí por primera vez la palabra psicoanálisis; esto es falso pues Freud ya la había
utilizado mucho antes, aún cuando es empleada allí de modo formal, y en el título mismo
del artículo. 1909, momento de las conferencias en la Clark University, del viaje de Freud a
América, acompañado de su hijo, Jung.
Si retornamos las cosas en el año 1920, vemos elaborarse la teoría de las instancias, la
teoría estructural, o como Freud también la llamó, metapsicológica. Es este otro desarrollo
de su experiencia y su descubrimiento que nos ha legado.
Como pueden ver, los escritos llamados técnicos se escalonan entre estos dos desarrollos.
Esto es lo que les confiere su sentido. Es una concepción errónea creer que su unidad
surge del hecho de que Freud habla en ellos de técnica.
En cierto sentido, Freud nunca dejó de hablar de técnica. Basta evocar ante ustedes los
Studien über Hysterie, que no son más que una larga exposición del descubrimiento de la
técnica analítica. La vemos allí en formación; esto es lo que le da su valor. Por ellos habría
que empezar si quisiera hacerse una exposición completa, sistemática, del desarrollo de la
técnica en Freud. La razón por la cual no he tomado los Studien über Hysterie es sencilla;
no son fácilmente accesibles(2) -ya que no todos leen alemán, ni siquiera inglésciertamente
existen otras razones, además de estas razones circunstanciales, que hacen
que haya preferido más bien los Escritos Técnicos.
Incluso en La Interpretación de los sueños, se trata todo el tiempo, constantemente, de
técnica. No hay obra alguna, dejando de lado lo que ha escrito sobre temas mitológicos,
etnográficos, culturales, donde Freud no aporte algo sobre la técnica. Inútil también es
subrayar que un artículo como Análisis terminable e interminable, aparecido hacia 1934, es
uno de los artículos más importantes en lo que a técnica se refiere.
Quisiera ahora acentuar la actitud que me parece deseable mantener, este trimestre, en el
comentario de estos escritos. Es necesario fijarla desde hoy.
Obtendremos, evidentemente, una completa satisfacción si consideramos que estamos
aquí para inclinarnos con admiración ante los textos Freudianos, y maravillarnos.
Estos escritos son de tal frescura y vivacidad, que nada tienen que envidiar a otros escritos
de Freud. Su personalidad se revela aquí a veces de modo tan directo que es imposible
dejar de encontrarla. La simplicidad y la franqueza del estilo son ya, por sí mismas, una
especie de lección.
Particularmente, la soltura con que encara el problema de las reglas prácticas que se
deben observar, nos permite ver en qué medida ellas eran, para Freud, un instrumento, en
el sentido en que se dice una herramienta hecha a medida. En suma dice, está, hecha a la
medida de mi mano, y así es como yo suelo agarrarla. Otros quizá preferirían un
instrumento ligeramente diferente, más adecuado a su mano. Encontrarán pasajes que
expresan esto aún más netamente de lo que yo lo hago en esta forma metafórica.
La formalización de las reglas técnicas es tratada así en estos escritos con una libertad
que por sí sola es enseñanza suficiente, y que brinda ya en una primera lectura su fruto y
recompensa. Nada más saludable y liberador. Nada muestra mejor que la verdadera
cuestión se halla en otro lado.
Esto no es todo. Existe, en el modo en que Freud nos transmite lo que se podría
denominar las vías de la verdad de su pensamiento, otro aspecto, que se descubre en
algunos pasajes que aparecen quizás en segundo plano, pero que son no obstante
notables. El carácter doliente de su personalidad, su sentimiento de la necesidad de
autoridad; acompañado en él de cierta depreciación fundamental de lo que puede esperar,
quien tiene algo que transmitir o enseñar, de quienes lo escuchan y siguen. En muchos
sitios aparece cierta desconfianza profunda respecto al modo en que se aplican y
comprenden las cosas. Creo incluso, ustedes lo verán, que se encuentra en él una
depreciación muy particular de la materia humana que le ofrece el mundo contemporáneo.
Esto, seguramente, es lo que nos permite vislumbrar porqué Freud ejerció concretamente
el peso de su autoridad para asegurar, así creía él, el porvenir del análisis, exactamente a
la inversa de lo que sucede en sus escritos. Respecto a todos los tipos de desviaciones,
pues eso era, que se manifestaron, fue exclusivista, e imperativo en el modo en que dejó
organizarse a su alrededor la transmisión de su enseñanza.
Esto no es sino una aproximación a lo que puede revelársenos en esta lectura sobre el
aspecto histórico de la acción y la presencia de Freud. ¿Nos limitaremos acaso a este
registro? Ciertamente no, aunque más no sea por la sola razón de que sería asaz
inoperante a pesar del interés, el estímulo, el agrado, el esparcimiento que de él podemos
esperar.
Hasta ahora he enfocado siempre este comentario de Freud en función de la pregunta
¿qué hacemos cuando hacemos análisis? El análisis de estos breves escritos continuar
en el mismo estilo. Partir pues de la actualidad de la técnica, de lo que se dice, se escribe,
y se practica en relación a la técnica analítica.
Ignoro si la mayoría de ustedes- espero que al menos una parte sí- ha tomado conciencia
de lo siguiente. Cuando, hoy en día- me refiero a 1954, este año tan joven, tan nuevoobservamos
cómo los distintos practicantes del análisis piensan, expresan, conciben su
técnica, nos decimos que las cosas han llegado a un punto que no es exagerado
denominar la confusión m s radical. Les informo que, actualmente, entre quienes son
analistas y piensan (lo que ya restringe el círculo) no hay quizás ni uno que, en el fondo,
esté de acuerdo con sus contemporáneos o vecinos respecto a lo que hacen, a lo que
apuntan, a lo que obtienen, y a lo que está en juego en el análisis.
Hasta tal punto es así que podríamos divertirnos jugando a comparar las concepciones
más extremas: veríamos cómo culminan en formulaciones rigurosamente contradictorias.
Esto, sin siquiera recurrir a los aficionados a las paradojas que, por otra parte, no son tan
numerosos. El tema es suficientemente serio como para que los distintos teóricos lo
aborden sin ingenio alguno, y así el humor está ausente, en general, de sus
elucubraciones sobre los resultados terapéuticos, sus formas, sus procedimientos y las
vías por las que se obtienen. Se contentan con aferrarse a la barandilla, al pretil de algún
fragmento de la elaboración teórica de Freud. Sólo esto le ofrece a cada uno la garantía
de estar aún en comunicación con sus compañeros y colegas. Sólo gracias al lenguaje
Freudiano se mantiene un intercambio entre practicantes que tienen concepciones
manifiestamente muy diferentes de su acción terapéutica, y aún más, acerca de la forma
general de esa relación interhumana que se llama psicoanálisis.
Como ven, cuando digo relación interhumana coloco las cosas en el punto al que han
llegado en la actualidad. En efecto, elaborar la noción de la relación entre analista y
analizado, tal es la vía en la que se comprometieron las doctrinas modernas intentando
encontrar una base adecuada a la experiencia concreta. Esta es, ciertamente, la dirección
más fecunda desde la muerte de Freud. M. Balint la denomina two bodies’ psychology,
expresión que, por otra parte, no es suya, ya que la tomó del difunto Rickman, una de las
pocas personas que, después de la muerte de Freud, ha tenido en los medios analíticos
un poco de originalidad teórica. En torno a esta fórmula pueden reagruparse fácilmente
todos los estudios sobre la relación de objeto, la importancia de la contratransferencia y
cierto número de términos conexos, entre ellos en primer lugar el fantasma. La
inter-reacción imaginaria entre analizado y analista es entonces algo que deberemos tener
en cuenta.
¿Significa esto que es una vía que nos permite situar correctamente los problemas? En
parte sí. En parte no.
Es interesante promover una investigación de este tipo, siempre y cuando se acentúe
adecuadamente la originalidad de lo que está en juego respecto a la one body’s
psychology, la psicología constructiva habitual. ¿Pero, basta afirmar que se trata de una
relación entre dos individuos? Podemos percibir aquí el callejón sin salida hacia el cual se
ven empujadas actualmente las teorías de la técnica.
Por el momento no puedo decirles más, aún cuando, quienes están familiarizados con este
seminario deben, sin duda, comprender que, sin que intervenga un tercer elemento, no
existe two bodies’ psychology. Si se toma la palabra tal como se debe, como perspectiva
central, la experiencia analítica debe formularse en una relación de tres, y no de dos.
Esto no quiere decir que no puedan expresarse fragmentos, trozos, pedazos importantes
de esta teoría en otro registro. De este modo se captan las dificultades que enfrentan los
teóricos. Es fácil comprenderlos: si, efectivamente, debemos representamos el fundamento
de la relación analítica como triádico, existen varias maneras de elegir en esta tríada dos
elementos. Se puede acentuar una u otra de las tres relaciones duales que se establecen
en su interior. Este ser, ya verán, una manera práctica de clasificar cierto número de
elaboraciones teóricas que son datos de la técnica.
Es posible que todo esto pueda parecerles por el momento un poco abstracto y, para
introducirlos en esta discusión, quiero intentar decirles algo más concreto.
Evocaré rápidamente la experiencia germinal de Freud, de la que hace un instante les
hablé, ya que en suma ella fue en parte el objeto de nuestras lecciónes del último
trimestre, enteramente centrado alrededor de la noción de que la reconstitución completa
de la historia del sujeto es el elemento esencial, constitutivo, estructural, del progreso
analítico.
Creo haberles demostrado que éste es el punto de partida de Freud. Para él siempre se
trata de la aprehensión de un caso singular. En ello radica el valor de cada uno de sus
cinco grandes psicoanálisis. Los dos o tres que ya hemos examinado, elaborado, trabajado
juntos los años anteriores, lo demuestran. El progreso de Freud, su descubrimiento, está
en su manera de estudiar un caso en su singularidad.
¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para él,
el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración
por parte del sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una
dimensión que supera ampliamente los límites individuales. Lo que hemos hecho juntos,
durante estos últimos años, es fundar, deducir, demostrar esto en mil puntos textuales de
Freud.
Esta dimensión revela cómo acentuó Freud en cada caso los puntos esenciales que la
técnica debe conquistar; puntos que llamaré situaciones de la historia. ¿Acaso es éste un
acento colocado sobre el pasado tal como, en una primera aproximación, podría parecer?
Les mostré que no era tan simple. La historia no es el pasado. La historia es el pasado
historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado.
El camino de la restitución de la historia del sujeto adquiere la forma de una búsqueda de
restitución del pasado. Esta restitución debe considerarse como el blanco hacia el que
apuntan las vías de la técnica.
Verán indicada a lo largo de toda la obra de Freud, en la cual como les dije las
indicaciones técnicas se encuentran por doquier, cómo la restitución del pasado ocupó
hasta el fin, un primer plano en sus preocupaciones. Por eso, alrededor de esta restitución
del pasado, se plantean los interrogantes abiertos por el descubrimiento Freudiano, que no
son sino los interrogantes, hasta ahora evitados, no abordados -en el análisis me refiero- a
saber, los que se refieren a las funciones del tiempo en la realización del sujeto humano.
Cuando volvemos al origen de la experiencia Freudiana ­cuando
digo origen no digo origen
histórico, sino fuente
nos damos cuenta que esto mantiene siempre vivo al análisis, a
pesar de los ropajes profundamente diferentes con que se lo viste. Freud coloca siempre,
una y otra vez, el acento sobre la restitución del pasado, aún cuando, con la noción de las
tres instancias ­verán
que también podemos decir cuatro
da al punto de vista estructural
un desarrollo considerable, favoreciendo así cierta orientación que, cada vez más, centrar
la relación analítica en el presente, en la sesión en su actualidad misma, entre las cuatro
paredes del análisis.
Para sostener lo que estoy diciendo, me basta evocar un artículo que publicaba en 1934,
Konstruktionen in der Analyse, en el que Freud trata, una y otra vez, la reconstrucción de
la historia del sujeto. No encontramos ejemplo más carácterístico de la persistencia de este
punto de vista de una punta a otra de la obra de Freud. Hay allí una insistencia última en
este tema pivote. Este artículo es la esencia, la cima, la última palabra de lo que
constantemente se halla en juego en una obra tan central como El hombre de los lobos:
¿cuál es el valor de lo reconstruido acerca del pasado del sujeto?
Podemos decir que Freud llega allí ­pero
se siente claramente en muchos otros puntos de
su obra
a una concepción que emergía en los seminarios que realizamos el último
trimestre, y que es aproximadamente la siguiente: que el sujeto reviva, rememore, en el
sentido intuitivo de la palabra, los acontecimientos formadores de su existencia, no es en
sí tan importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos.
Existen sobre este punto fórmulas sorprendentes. Después de todo ­escribe
FreudTraüme,
los sueños, sind auch erinnern, son también un modo de recordar. Incluso llegar
a decir que los recuerdos encubridores mismos son, después de todo, representantes
satisfactorios de lo que está en juego. Es cierto que en su forma manifiesta de recuerdos
no lo son, pero si los elaboramos suficientemente nos dan el equivalente de lo que
buscamos.
¿Ven ustedes adónde arribamos? En la concepción misma de Freud, arribamos a la idea
de que se trata de la lectura, de la traducción calificada, experimentada, del criptograma
que representa lo que el sujeto posee actualmente en su conciencia ­
¿qué diré?, ¿de él
mismo? No solamente de él mismo
de él mismo y de todo, es decir del conjunto de su
sistema.
Hace un momento les dije, que la restitución de la integridad del sujeto se presenta como
una restauración del pasado. Sin embargo, el acento cae cada vez más sobre la faceta de
reconstrucción que sobre la faceta de reviviscencia en el sentido que suele llamarse
afectivo. En los textos de Freud encontramos la indicación formal de que lo exactamente
revivido- que el sujeto recuerde algo como siendo verdaderamente suyo, como habiendo
sido verdaderamente vivido, que comunica con él, que él adopta- no es lo esencial. Lo
esencial es la reconstrucción, término que Freud emplea hasta el fin.
Hay aquí algo muy notable, que sería paradójico, si para acceder a ello no tuviéramos idea
acerca del sentido que puede cobrar en el registro de la palabra, que intento promover
aquí como necesario para la comprensión de nuestra experiencia. Diré, finalmente, de qué
se trata, se trata menos de recordar que de reescribir la historia.
Hablo de lo que esta en Freud. Esto no quiere decir que tenga razón, pero esta trama es
permanente, subyace continuamente al desarrollo de su pensamiento. Nunca abandonó
algo que sólo puede formularse en la forma que acabo de hacerlo ­reescribir
la historiafórmula
que permite situar las diversas indicaciones que brinda a propósito de pequeños
detalles presentes en los relatos en análisis.
Podría confrontar la concepción Freudiana que les expongo con concepciones
completamente diferentes de la experiencia analítica.
Hay quienes efectivamente consideran el análisis como una especie de descarga
homeopática, por parte del sujeto, de su aprehensión fantasmática del mundo. Según
ellos, en el interior de la experiencia actual que transcurre en el consultorio, esta
aprehens ión fantasmática debe, poco a poco, reducirse, transformarse, equilibrarse en
cierta relación con lo real. El acento est puesto allí, pueden verlo claramente en otros
autores que Freud, en la transformación de la relación fantasmática en una relación que se
llama, sin ir más lejos, real .
Sin duda, pueden formularse las cosas de modo más amplio, con suficientes matices como
para dar cabida a la pluralidad expresiva, como lo hace una persona que ya nombré aquí,
y que escribió sobre técnica. Pero, a fin de cuentas, todo se reduce a esto. Singulares
incidencias resultan de ello, que podremos evocar cuando comentemos los textos
Freudianos.
¿Cómo la práctica instituida por Freud ha llegado a transformarse en un manejo de la
relación analista-analizado en el sentido que acabo de comunicarles?, es ésta la pregunta
fundamental que encontraremos en el transcurso del estudio que intentamos.
Esta transformación es consecuencia del modo en que fueron acogidas, adoptadas,
manejadas, las nociones que Freud introdujo en el período inmediatamente ulterior al de
los Escritos Técnicos, a saber las tres instancias. Entre las tres, es el ego la primera en
cobrar importancia. Todo el desarrollo de la técnica analítica gira, desde entonces, en
torno a la concepción del ego, es allí donde radica la causa de todas las dificultades
planteadas por la elaboración teórica de este desarrollo práctico.
Sin duda alguna hay una gran distancia entre lo que efectivamente hacemos en esa
especie de antro donde un enfermo nos habla y donde, de vez en cuando, le hablamos, y
la elaboración teórica que de ello hacemos. Incluso en Freud, en quien la separación es
infinitamente más reducida, tenemos la impresión que se mantiene una distancia.
No soy desde luego el único que se ha planteado esta pregunta: ¿qué hacía Freud
efectivamente? Bergler formula esta pregunta por escrito y responde que no sabemos gran
cosa acerca de ello, salvo lo que Freud mismo nos dejó ver cuando, también él, formuló
directamente por escrito el fruto de algunas de sus experiencias y, en particular, sus cinco
grandes psicoanálisis. Tenemos allí la mejor apertura hacia el modo en que Freud actuaba.
Pero los rasgos de su experiencia no parecen poder reproducirse en su realidad concreta.
Por una razón muy sencilla, en la cual ya he insistido: la singularidad de la experiencia
analítica tratándose de Freud.
Fue realmente Freud quien abrió esta vía de la experiencia. Este hecho, por sí solo, le
daba una óptica absolutamente particular, que su diálogo con el paciente demuestra. Se
advierte, a cada momento, que el paciente no es para él más que algo así como un apoyo,
un interrogante, un control si se quiere, en el camino por el que él, Freud, avanza solitario.
A ello se debe el drama, en el sentido propio de la palabra, de su búsqueda. El drama que
llega, en cada caso que nos ha aportado, hasta el fracaso.
Durante toda su vida Freud continuó por las vías que había abierto en el curso de esta
experiencia, alcanzando finalmente algo que se podría llamar una tierra prometida. Pero
no puede afirmarse que haya penetrado en ella. Basta leer lo que se puede considerar su
testamento, Análisis terminable e interminable, para ver que, si de algo tenía conciencia,
era, justamente, de no haber penetrado en la tierra prometida. Este artículo no es una
lectura aconsejable para cualquiera, para cualquiera que sepa leer ­por
suerte poca gente
sabe leer
ya que, por poco analista que uno sea, es difícil de asimilar, y si uno no lo es,
pues entonces le importa un bledo.
A quienes están en posición de seguir a Freud, se les plantea la pregunta acerca de cómo
fueron adoptadas, re-comprendidas, re-pensadas las vías que heredamos. De modo tal
que nuestra única alternativa es reunir nuestros aportes bajo la égida de una crítica, una
crítica de la técnica analítica.
La técnica no vale, no puede valer sino en la medida en que comprendemos dónde est la
cuestión fundamental para el analista que la adopta. Pues bien, señalemos en primer
término, que escuchamos hablar del ego como si fuera un aliado del analista, y no
solamente un aliado, sino como si fuese la única fuente de conocimiento. Suele escribirse
que sólo conocemos el ego. Anna Freud, Fenichel, casi todos los que han escrito sobre
análisis a partir de 1920, repiten: No nos dirigimos sino al yo, no tenemos comunicación
sino con el yo y todo debe pasar por el yo.
Por el contrario, desde otro ángulo, todo el progreso de esta psicología del yo puede
resumirse en los siguientes términos: el yo esta estructurado exactamente como un
síntoma. No es más que un síntoma privilegiado en el interior del sujeto. Es el síntoma
humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre.
Traducir el yo analítico de esta manera rápida, abreviada, es resumir, lo mejor posible, los
resultados de la pura y simple lectura del libro de Anna Freud El yo y los mecanismos de
defensa. Ustedes no pueden dejar de sorprenderse de que el yo se construye, se sitúa en
el conjunto del sujeto, exactamente como un síntoma. Nada lo diferencia. No hay objeción
alguna que pueda hacerse a esta demostración, especialmente fulgurante. No menos
fulgurante es que las cosas hayan llegado a un punto tal de confusión, que el catálogo de
los mecanismos de defensa que constituyen el yo resulta una de las listas más
heterogéneas que puedan concebirse. La misma Anna Freud lo subraya muy bien:
aproximar la represión a nociones tales como las de inversión del instinto contra su objeto
o inversión de sus fines, es reunir elementos en nada homogéneos.
En el punto en que nos encontramos, tal vez no podamos hacer nada mejor. Pero de todos
modos podemos destacar la profunda ambigüedad de la concepción que los analistas se
hacen del ego; ego sería todo aquello a lo que se accede, aunque, por otra parte, no sea
sino una especie de escollo, un acto falido, un lapsus.
Al comienzo de sus capítulos sobre la interpretación analítica, Fenichel habla del ego como
todo el mundo, y siente necesidad de afirmar que desempeña este papel esencial: ser la
función mediante la cual el sujeto aprende el sentido de las palabras.
Pues bien, desde la primera línea, Fenichel está en el núcleo del problema. Todo radica
allí. Se trata de saber si el sentido del ego desborda al yo.
Si esta función es una función del ego, todo el desarrollo que Fenichel hace a continuación
resulta absolutamente incomprensible; por otra parte, él tampoco insiste. Afirmo que es un
lapsus, porque Fenichel no lo desarrolla, y todo lo que sí desarrolla consiste en afirmar lo
contrario, y lo conduce a sostener que, a fin de cuentas, el id y el ego, son exactamente lo
mismo, lo cual no aclara mucho las cosas. Sin embargo, ­lo
repito
o bien la continuación
del desarrollo es impensable, o bien no es cierto que el ego sea la función por la que el
sujeto aprende el sentido de las palabras.
¿Qué es el ego? Aquello en lo que el sujeto está capturado, más allá del sentido de las
palabras, es algo muy distinto: el lenguaje, cuyo papel es formador, fundamental en su
historia. Tendremos que formular estos interrogantes que nos conducir n lejos, a propósito
de los Escritos Técnicos de Freud, haciendo la salvedad de que, en primer lugar, estén en
función de la experiencia de cada uno de nosotros.
Será también necesario, cuando intentemos comunicarnos entre nosotros a partir del
estado actual de la teoría y de la técnica, que nos planteemos la cuestión de saber lo que
ya estaba implicado en lo que Freud introducía. ¿Qué es lo que, quizá, ya en Freud se
orientaba hacia las fórmulas a las que somos hoy conducidos en nuestra práctica? ¿Qué
reducción tal vez existe en la forma en que somos llevados a considerar las cosas? ¿O
acaso, algo de lo realizado luego, avanza hacia una ampliación, una sistematización más
rigurosa, más adecuada a la realidad? Nuestro comentario sólo adquirirá su sentido en
este registro.