SIMPOSIUM SOBRE análisis INFANTIL (1927) Parte II
Pero indudablemente esto también es cierto en análisis en los períodos de latencia y en el prepuberal y hasta cierto punto en la pubertad. En cieno n mero de análisis en los que los sujetos estaban en una u otra de estas fases del desarrollo, yo estaba obligada a adoptar una forma modificada de la misma técnica que empleo con los niños. Creo que lo que acabo de decir quita fuerza a las dos objeciones principales que hace Anna Freud a mi técnica del juego. Puso en duda 1) que estuviéramos justificados en suponer que el contenido simbólico del juego del niño sea su m vil principal, y 2) que pudiéramos considerar el juego del niño como equivalente de las asociaciones verbales del adulto. Porque, sostiene, falta en estos juegos la idea de propósito que el adulto trae a sus análisis y que «le permite, al asociar, excluir todas las directivas e influencias conscientes en su cadena de pensamiento». Quisiera además contestar a esta última objeción que estas intenciones de los pacientes adultos (que en mi experiencia ni siquiera son tan efectivas en ellos como Anna Freud supone) son absolutamente superfluas en los niños, y con esto no quiero decir sólo niños muy pequeños. Es evidente por lo que acabo de decir que los niños están tan dominados por su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario excluir deliberadamente ideas conscientes 4. Anna Freud misma También sopes en su mente esta posibilidad (p g. 49). Dediqué tanto espacio a la cuestión de la técnica que debe emplearse con los niños porque esto me parece fundamental en todo el problema del análisis infantil. Cuando Anna Freud rechaza la técnica de juego, su argumento no sólo se refiere al análisis de niños pequeños sino en mi opinión. También al principio básico del análisis de niños mayores, tal como yo lo entiendo. La técnica de juego nos provee una rica abundancia de material y nos da acceso a los estratos más profundos de la mente. Si la usamos incondicionalmente llegamos al análisis del complejo de Edipo, y una vez allá, no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección. Si entonces realmente queremos evitar el análisis del complejo de Edipo, no debemos utilizar la técnica de juego, aun en sus aplicaciones modificadas a niños más grandes. Se sigue de esto que la cuestión no es si el análisis de niños puede ir tan profundo como el de adultos, sino si debe ir tan a lo profundo. Para contestar a esta pregunta debernos examinar las razones que da Anna Freud, en el capitulo IV de su libro, contra penetrar tan hondo. Antes de hacerlo, sin embargo, quisiera discutir las conclusiones de Anna Freud, expuestas en el capítulo III de su libro, acerca del papel que juega la transferencia en el análisis de niños. Anna Freud describe algunas diferencias esenciales entre la situación transferencial en los adultos y en los niños. Llega a la conclusión de que en éstos puede haber una transferencia satisfactoria, pero que no se produce una neurosis de transferencia. En apoyo de esta declaración aduce el siguiente argumento te rico: los niños, dice, no están capacitados como los adultos para comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la realidad. Para responder a esta afirmación, que me parece incorrecta, deberla entrar en una detallada discusión sobre la estructura del súper y en los niños. Pero como esto está expuesto en un pasaje posterior, me contentar aquí con unos pocos enunciados que están apoyados por mi exposición siguiente. El análisis de niños muy pequeños me ha mostrado que incluso un niño de tres años ha dejado atrás la parte más importante del desarrollo de su complejo de Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por la represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos originales. De ah que con respecto al analista los niños pueden muy bien entrar en una nueva edición de sus relaciones amorosas en todos los puntos fundamentales y por lo tanto decisivos. Pero aquí encontramos una segunda objeción te rica. Anna Freud considera que al analizar niños el analista no es, como cuando el paciente es un adulto, «impersonal, indefinido, una página en blanco sobre la cual el paciente puede inscribir sus fantasías», que evita imponer prohibiciones y permitir gratificaciones. Pero de acuerdo con mi experiencia es exactamente as como debe comportarse un analista de niños, una vez que ha establecido la situación analítica. Su actividad es s lo aparente, porque aun cuando se vuelque completamente en todas las fantasías en el juego del niño, conforme a los modos de representación peculiares de los niños, está haciendo exactamente lo que el analista de adultos, quien, como sabemos, También sigue de buen grado las fantasías de sus pacientes. Pero fuera de esto, yo no permito a los pacientes infantiles ninguna gratificación personal, ya sea en forma de regalos o caricias, o de encuentros personales fuera del análisis, etcétera. En resumen, mantengo en todo las reglas aprobadas en análisis de adultos. Lo que doy al niño es ayuda analítica y alivio, que l siente relativamente rápido aun si antes no ha tenido ninguna sensación de enfermedad. Además de esto, en respuesta a su confianza en mi, puede contar absolutamente con perfecta sinceridad y honestidad hacia l de mi parte. Pero debo discutir las conclusiones de Anna Freud, tanto como sus premisas. En mi experiencia, aparece en los niños una plena neurosis de transferencia, de manera aún loga a como surge en los adultos. Cuando analizo niños observo que sus síntomas cambian, que se acentúan o disminuyen de acuerdo con la situación analítica. Observo en ellos la abreacción de afectos en estrecha conexión con el progreso del trabajo y en relación conmigo. Observo que surge angustia y que las reacciones del niño se resuelven en el terreno anal tico. Padres que observan a sus hijos cuidadosamente con frecuencia me han contado que se sorprendieron al ver reaparecer hábitos, etc., que habían desaparecido hacia mucho. No he encontrado que los niños expresen sus reacciones cuando están en su casa de la misma manera que cuando están conmigo: en su mayor parte reservan la descarga para la sesión analítica. Por supuesto, ocurre que a veces, cuando están emergiendo violentamente afectos muy poderosos, algo de la perturbación se hace llamativo para los que rodean al niño, pero esto es sólo temporario y tampoco puede ser evitado en el análisis de adultos. En este punto por lo tanto mi experiencia está en completa contradicción con las observaciones de Anna Freud. La razón de esta diferencia en nuestros descubrimientos es fácil de ver: depende de la distinta forma en que ella y yo manejamos la transferencia. Permítaseme resumir lo que acabo de decir: Anna Freud piensa que una transferencia positiva es condición necesaria para el trabajo analítico con niños. Considera indeseable una transferencia negativa. «En el caso de niños, escribe, es particularmente inconveniente que haya tendencias negativas dirigidas al analista, a pesar de los muchos puntos que puedan iluminar. Debemos empeñarnos en destruirlas o modificarlas lo antes posible; el verdadero trabajo provechoso se hará siempre cuando la relación con el analista es positiva» (pg. 51). Sabemos que uno de los principales factores en el trabajo anal tico es el manejo de la transferencia, estricta y objetivamente, de acuerdo con los hechos, en la forma que nuestros conocimientos analíticos nos han enseñado que es la correcta. Una resolución cabal de la transferencia es considerada como uno de los signos de que un análisis ha concluido satisfactoriamente. Sobre esta base el psicoanálisis ha establecido una serie de importantes reglas que en todos los casos han demostrado ser necesarias. Anna Freud deja de lado en su mayor parte estas reglas, en el análisis del niño. Con ella, la transferencia, el claro reconocimiento de lo que sabernos que es una importante condición para nuestro trabajo, se convierte en un concepto incierto y dudoso. Dice que el analista «probablemente debe compartir con los padres el amor o el odio del niño» (p g. 56). Y no comprendo qué es lo que se intenta al «demoler o modificar» las inconvenientes tendencias negativas. Aquí las premisas y las conclusiones se mueven en un círculo. Si no se produce la situación analítica con medios anal ticos, si no se maneja lógicamente la transferencia positiva y la negativa, entonces ni causaremos una neurosis de transferencia ni podremos esperar que las reacciones del niño se efectúen en relación con el análisis y con el analista. más adelante tratar en este artículo este punto con mayor detalle, pero ahora sólo recapitular brevemente lo que ya he dicho al declarar que el método de Anna Freud de atraer hacia si la transferencia positiva por todos los medios posibles y la de disminuir la transferencia negativa cuando está dirigida hacia ella, no sólo me parece técnicamente incorrecto, sino que me parece militar mucho más en contra de los padres que mi m todo. Porque no es sino natural que la transferencia negativa queda entonces dirigida contra aquellos con quienes el niño está vinculado en la vida diaria. En su cuarto capítulo Anna Freud llega a una serie de conclusiones que me parecen poner de manifiesto este círculo vicioso, esta vez de manera especialmente clara. He explicado en otro lugar que el término «circulo vicioso» significa que a partir de ciertas premisas se extraen conclusiones que son luego utilizadas para confirmar estas mismas premisas. Citar a como ejemplo de una de las conclusiones que me parecen erróneas, la declaración de Anna Freud de que en el análisis de niños es imposible vencer el obstáculo del imperfecto dominio del lenguaje del niño. Es cierto que hace una reserva: «Hasta donde alcanza mi experiencia hasta ahora, con la técnica que he descrito». Pero la siguiente frase contiene una explicación de naturaleza teórica general. Dice que lo que descubrimos acerca de la temprana infancia cuando analizamos adultos «se revela por estos m todos de asociación libre e interpretación de las reacciones transferenciales, o sea por aquellos medios que fracasan en el análisis de niños». En varios pasajes de su libro Anna Freud pone énfasis en la idea de que el análisis de niños, al adaptarse a la mente del niño debe alterar sus métodos. Pero basa sus dudas acerca de la técnica que yo he desarrollado en una serie de consideraciones teóricas, sin haberlas sometido a prueba en la práctica. Pero he comprobado por la aplicación práctica que esta técnica nos ayuda a obtener las asociaciones de los niños con mayor abundancia aun que las que obtenemos en el análisis de adultos, y penetrar as mucho más profundamente que en ellos. Demasiado y por lo tanto no interpreta correctamente. Porque estos objetos externos no son por cierto idénticos al superyó ya desarrollado del niño, aun cuando una vez hayan contribuido a su desarrollo. Sólo de esta manera podemos explicar el hecho asombroso de que en niños de tres, cuatro o cinco años, descubramos un superyó de una severidad que se encuentra en la más tajante contradicción con los objetos de amor reales, los padres. Quisiera mencionar el caso de un niño de cuatro años cuyos padres no sólo nunca lo castigaron ni amenazaron sino que en realidad son extraordinariamente cari osos y buenos. El conflicto entre el yo y el superyó en este caso (que s lo tomo como un ejemplo entre muchos) muestra que el superyó es de una fantástica severidad. Basado en la conocida fórmula que prevalece en d inconsciente, el niño espera en razón de sus propios impulsos canibalísticos y sádicos, castigos tales como castración, ser cortado en pedazos, devorado etc., y vive perpetuamente aterrado por ello. El contraste entre su tierna y cariñosa madre y el castigo con que lo amenaza su propio superyóó es realmente grotesco, y es una ilustración del hecho de que no debernos de ningún modo identificar los objetos reales con aquellos que el niño introyecta. Sabemos que la formación del superyóó tiene lugar sobre la base de varias identificaciones. Mis resultados muestran que este proceso, que termina con el período del complejo de Edipo, o sea con el comienzo del período de latencia, comienza a una edad muy temprana. Basando mis observaciones en mis descubrimientos en el análisis de niños muy pequeños, indiqué en mi último artículo que el complejo de Edipo se forma por la frustración sufrida con el destete, es decir, al final del primer año de vida o al comienzo del segundo. Pero parejamente con esto vernos los comienzos de la formación del superyó. Los análisis de niños mayores y de niños muy pequeños brindan un panorama claro de los diversos elementos a partir de los cuales se desarrolla el superyó y los diferentes estratos donde tiene lugar el desarrollo. Vemos cuántos escalones tiene esta evolución antes de terminar con el comienzo del período de latencia. Se trata realmente de terminación, porque contrariamente a Anna Freud, estoy llevada a creer por el análisis de niños que su superyó es un producto sumamente resistente, inalterable en su núcleo, y que no es esencialmente diferente del de los adultos. La única diferencia es que el yo mas maduro de los adultos está más capacitado para llegar a un acuerdo con el superyó. Pero esto a menudo sólo es aparentemente lo que pasa. Además los adultos pueden defenderse mejor de las autoridades que representan al superyó en el mundo exterior; inevitablemente los niños dependen más de éstas. Pero esto no implica, como concluye Anna Freud, que el superyó del niño sea «aún demasiado inmaduro, demasiado dependiente de su objeto, para controlar espontáneamente las exigencias de los instintos, cuando el análisis lo ha desembarazado de la neurosis». Aun en los niños estos objetos -los padres- no son idénticos al superyó. Su influencia sobre el superyó del niño es enteramente análoga a la que podemos comprobar que está en juego en los adultos cuando la vida los coloca en situaciones algo similares, por ejemplo, en una posición de particular dependencia. La influencia de temidas autoridades en los exámenes, de los oficiales en el servicio militar, etc., es comparable con el efecto que Anna Freud percibe en las «constantes correlaciones en los niños entre el superyó y los objetos amorosos, que pueden ser comparadas con las de dos vasos comunicantes». Presionados por situaciones de la vida como las que mencionó u otras similares, los adultos, como los niños, reaccionan con un incremento en sus dificultades. Esto sucede porque se reactivan o refuerzan viejos conflictos por la dureza de la realidad, y aquí juega un papel predominante la actuación intensificada del superyó. Ahora bien, éste es exactamente el mimo proceso que al que se refiere Anna Freud, a saber, la influencia de objetos aún actualmente presentes en el superyó (del niño). Es verdad que las buenas y malas influencias sobre el carácter y todas las otras relaciones contingentes de la niñez ejercen mayor presión sobre los niños que la que sufren los adultos. Sin embargo, También en los adultos esto es indudablemente importante 5. Anna Freud cita un ejemplo (Pgs. 70-7l) que le parece ilustrar particularmente bien la debilidad y la dependencia de las exigencias del ideal del yo en los niños. En el período de la vida que precede inmediatamente a la pubertad, un niño que tena un impulso incontrolable a robar descubrió que el agente principal que lo influía era su temor al padre. Anna Freud toma esto como prueba de que aquí el padre, que realmente exista, podía todavía ser reemplazado por el superyó. Ahora bien, creo que con bastante frecuencia podemos encontrar los adultos desarrollos similares del superyó. Hay muchas personas que (a menudo durante toda su vida) en última instancia controlan sus instintos asociales únicamente por miedo a un «padre» con una apariencia algo distinta: la policía, la ley, el desprestigio, etc. Lo mismo es También cierto en lo que respecta a la «doble moralidad» que Anna Freud observa en los niños. No son sólo los niños quienes tienen un código moral parad mundo de los adultos y otro para ellos mismos y sus camaradas. Muchos adultos se comportan exactamente del mismo modo y adoptan una actitud cuando están solos o con sus iguales, y otra para superiores y extraños. Creo que una razón de la diferencia de opinión entre Anna Freud y yo es la siguiente. Entiendo por superyó (y en esto estoy completamente de acuerdo con lo que Freud nos enseña sobre su desarrollo), la facultad que resulta de la evolución edípica a través de la introyección de los objetos edípicos, y que, con la declinación del complejo de Edipo, asume una forma duradera e inalterable. Como ya lo he explicado, esta facultad, durante su evolución y más aun cuando ya está completamente formada, difiere fundamentalmente de aquellos objetos que realmente iniciaron su desarrollo. Por supuesto que los niños (pero También los adultos) establecer n toda clase de ideales del yo, instalando diversos «superyóes» pero esto tiene seguramente lugar en los estratos más superficiales y está determinado en el fondo por aquel superyó firmemente arraigado en el niño y cuya naturaleza es inmutable. El superyó que Anna Freud cree funciona todavía en la persona de los padres no es idéntico a este superyó interno en el verdadero sentido, aunque no discuto su influencia en l. Si queremos penetrar en el verdadero superyó , reducir su poder de actuación e influirlo, nuestro único recurso para hacerlo es el análisis. Pero con esto quiero decir un análisis que investigue todo el desarrollo del complejo de Edipo y la estructura del superyó. Volvamos al ejemplo de Anna Freud que he mencionado anteriormente. En el niño cuya mejor arma contra el asalto de sus instintos era su temor al padre, nos encontramos con un superyó indudablemente inmaduro. Preferir a no llamar a semejante superyó típicamente «infantil». Tomando otro ejemplo: el niño de cuatro años cuyos sufrimientos por la presión de un superyó castrador y canibalístico, en absoluto contraste con sus buenos y cariñosos padres, seguramente no tiene este único superyó. Descubrí en identificaciones que correspondan más estrechamente a sus verdaderos padres, aunque de ninguna manera eran idénticas a ellos. El niño llamaba a estas figuras, que aparecían como buenas y protectoras y dispuestas a perdonar, su «papá y mamá hadas», y cuando su actitud hacia mí era positiva, me adjudicaba en el análisis el rol de la «mamá -hada» a quien se poda confesar todo. Otras veces -siempre que reaparecía la transferencia negativa- yo jugaba el rol de la madre mala de la que esperaba todo lo malo que fantaseaba. Cuando yo era la mamá-hada, era capaz de satisfacer los pedidos más extraordinarios y de gratificar deseos que no tenían ninguna posibilidad de ser colmados en la realidad. Yo debía ayudarlo trayéndole como regalo, a la noche, un objeto que representaba el pene del padre, y éste deba ser cortado y comido. El que él y ella mataran a su padre era uno de los deseos que la «mamá-hada» debía gratificar. Cuando yo era el «papá mágico», debamos hacer lo mismo a su madre, y cuando l mismo tomaba el rol del padre, y yo representaba el del hijo, no sólo me permitía el coito con su madre sino que me daba informaciones acerca de éste, me animaba a hacerlo, y También me mostraba cómo podía realizarse el coito fantaseado con la madre por padre e hijo simultáneamente. Toda una serie de las más variadas identificaciones, opuestas entre si, originadas en estratos y períodos muy diferentes, fundamentalmente distintos de los objetos reales, tuvieron como resultado en este niño un superyó que realmente daba la impresión de ser normal y haber evolucionado bien. Una razón más para seleccionar este caso entre otros muchos análogos es que se trata de un niño que se podría llamar perfectamente normal y que estaba en tratamiento analítico sólo por razones profilácticas. Sólo después de un tiempo de análisis y cuando el complejo de Edipo fue explorado en profundidad, pude reconocer la estructura completa y diferentes partes del superyó del niño. Mostró las reacciones de un sentimiento de culpa con una tica de nivel realmente elevado. Condenaba todo lo que consideraba malo o feo de un modo que aunque apropiado para el yo de un niño, era análogo al funcionamiento del superyó de un adulto con un alto nivel tico. La evolución del superyó del niño, aunque no menos que la del adulto, depende de varios factores que no necesitarnos tratar aquí con mayor detalle. Si por alguna razón esta evolución no se ha realizado totalmente y las identificaciones no son totalmente afortunadas, entonces la angustia, a partir de la cual se originó toda la formación del superyó, tendrá preponderancia en su funcionamiento. Creo que el caso citado por Anna Freud no prueba otra cosa sino que tales desarrollos del superyó existen. No creo que muestre que éste es un caso de desarrollo específicamente infantil, ya que nos encontramos con el mismo fenómeno en aquellos adultos cuyo superyó no está desarrollado. Por eso creo que las conclusiones que Anna Freud extrae de este caso son erróneas. Lo que Anna Freud dice con respecto a esto me da la impresión de que ella cree que el desarrollo del superyó, con formaciones reactivas y recuerdos encubridores, tiene lugar en alto grado durante el período de latencia. Mi conocimiento anal tico de niños pequeños me obliga a diferir de ella en forma absoluta en este punto. Mi observación me ha enseñado que todos estos mecanismos están ya establecidos cuando surge el complejo de Edipo, y son activados por éste. Cuando el complejo de Edipo ha declinado, ya realizaron su tarea fundamental; los desarrollos y reacciones subsiguientes son más bien la superestructura de un sustrato que ha tomado una forma fija y persiste inmodificado. Algunas veces y en ciertas circunstancias, las formaciones reactivas están acentuadas, y, nuevamente, cuando la presión extrema es más poderosa, el superyó opera con mayor fuerza. Estos fenómenos, no obstante, no son privativos de la niñez. Lo que Anna Freud considera como una ampliación adicional del superyó y como formaciones reactivas en el período de latencia y en el período inmediatamente anterior a la pubertad, es simplemente una adaptación aparente y superficial a las presiones y exigencias del mundo exterior, y no tiene nada que ver con el verdadero desarrollo del superyó. A medida que crecen, los niños (como los adultos) aprenden a manejar el «doble código moral» más hábilmente que los niños pequeños, que todavía son menos convencionales y más honestos. Pasemos ahora a las deducciones de la autora a partir de sus proposiciones sobre la naturaleza dependiente del superyó de los niños y su doble c digo moral en relación con los sentimientos de vergüenza y desagrado. En las páginas 73-75 de su libro, Anna Freud sostiene que los niños difieren de los adultos en este aspecto: cuando las tendencias instintivas del niño se han hecho conscientes no se puede esperar que el superyó asuma por si mismo la total responsabilidad de su dirección. Piensa que los niños, dejados solos en esto, sólo pueden descubrir «un único sendero corto y adecuado, saber, el que conduce a la gratificación directa». Anna Freud no acepta -y da buenas razones para su actitud- que la decisión sobre cómo deben ser empleadas las fuerzas instintivas liberadas de la represión deba corresponder a las personas responsables de la educación del niño. Considera por lo tanto que lo único que debe hacerse es que «el analista guíe al niño en este aspecto tan importante». Da un ejemplo para ilustrar la necesidad de intervención educacional por parte del analista. Veamos lo que dice. Si mis objeciones a sus proposiciones teóricas son válidas, deberán soportar la prueba de un ejemplo práctico. El caso en cuestión es uno que Anna Freud discute en varios pasajes de su libro: el de una ni a de seis años que sufría de neurosis obsesiva. Esta niña, que antes del tratamiento manifestaba inhibiciones y síntomas obsesivos, se tornó en ese momento desobediente y falta de límites. Anna Freud infirió que en ese punto hubiera debido intervenir con el rol de educadora. Creyó reconocer que el hecho de que el niño gratificara sus impulsos anales fuera del análisis una vez libres de la represión, indicaba que ella había incurrido en un error y había confiado demasiado en la fuerza del ideal del yo del niño. Pensó que este superyó aún insuficientemente establecido hubiera necesitado una influencia educativa temporaria por parte del analista, y por lo tanto, en este punto no era capaz de controlar los impulsos del niño sin ayuda. Creo que sería bueno que yo También seleccionara una ilustración para sustentar mi opinión, opuesta a la de Anna Freud. El caso que citar fue muy grave: el de una ni a de seis años que en el comienzo del análisis sufra de una neurosis obsesiva 6. Erna, cuya conducta en el hogar era intolerable y que manifestaba marcadas tendencias asociales en todas sus relaciones, sufría de frecuente insomnio, de excesivo onanismo obsesivo, inhibición completa para el aprendizaje, profundas depresiones, ideas obsesivas y varios otros síntomas graves. Fue tratada analíticamente durante dos años, y es evidente que la curación fue su resultado, porque desde hace más de un año ha estado en un colegio que por principio s lo toma «niños normales» y que está enfrentando allá la prueba de la vida. Como es de suponer, en un caso tan grave de neurosis obsesiva la ni a sufra de inhibiciones excesivas y profundos remordimientos. Manifestaba el característico viraje de la personalidad de «ángel a demonio», de «princesa buena a malvada», etc. En ella, También, el análisis liberó tanto enormes cantidades de afecto como impulsos sádicos anales. Durante las sesiones analíticas tenían lugar extraordinarias descargas: rabietas que se desahogaban en los objetos de mi cuarto, tales cono almohadones, etc., ensuciaba y destrozaba juguetes, manchaba papel con agua, plastilina, lápices y demás. En todo esto la ni a daba la impresión de estar considerablemente liberada de inhibiciones y parecía extraer un placer notable de esta conducta a menudo bastante salvaje. Pero descubrí que no se trataba simplemente de un caso de gratificación desinhibida de sus fijaciones anales, sino que otros factores jugaban un rol decisivo. De ninguna manera era tan «feliz» como se hubiera podido pensar a primera instancia, y como los que rodeaban al niño hubieran pensado que ser a en el caso citado por Anna Freud. Lo que en gran parte se encontraba debajo de su «falta de freno» era angustia y También la necesidad de castigo que la impelían a repetir su comportamiento. En éste, También, habla una evidencia clara de todo el odio y el desafío que databa del período en que se le haba enseñado hábitos de limpieza. La situación cambió completamente cuando analizamos estas fijaciones tempranas, sus conexiones con la evolución del complejo de Edipo, y el sentimiento de culpa asociado a éste. En estos períodos en los que se liberaban con tanta fuerza impulsos sádico-anales, Erna manifestaba una inclinación temporaria a descargarlos y gratificarlos fuera del análisis. Llegué a la misma conclusión que Anna Freud: que el analista debía haberse equivocado. Sólo que -y ésta es probablemente una de las diferencias más sobresalientes y fundamentales entre nuestras opiniones- yo inferí que haba fracasado de alguna manera por el lado anal tico y no por el educacional Quiero decir que me di cuenta de que haba fracasado en resolver completamente las resistencias durante la sesión analítica y en liberar totalmente la transferencia negativa. En este y en todos los otros casos encontré que si queremos capacitar a los niños para controlar mejor sus impulsos sin que se agoten en una laboriosa lucha contra ellos, la evolución edípica debe ser desnudada analíticamente tan completamente como sea posible, y los sentimientos de odio y culpa que resultan de esta evolución deben ser investigados hasta sus mismos comienzos 7. Ahora bien, si tratamos de ver hasta qué punto Anna Freud encontró necesario reemplazar las medidas analíticas por medidas educativas encontramos que la pequeña paciente misma nos da una información exacta. Después de que Anna Freud le hubo demostrado claramente (p g. 41) que la gente sólo podía portarse tan mal con quienes odiaba, la niña preguntó «por qué habría ella de tener ese sentimiento de odio por su madre a quien ella suponía que quería mucho». Esta pregunta tena una buena justificación y muestra esa buena comprensión de la esencia del análisis que a menudo encontramos en pacientes de cierto tipo obsesivo, incluso muy pequeños. La pregunta se ala el camino que hubiera debido tornar el análisis: hubiera debido penetrar más profundamente. Anna Freud, sin embargo, no tomó este canino, ya que leemos: «Aquí rehusé decirle nada más, ya que También yo había llegado al fin de lo que sabía». La pequeña paciente trató entonces ella misma de ayudar a encontrar la forma que la podría conducir más lejos. Repitió un sueño que ya había mencionado y cuyo significado era un reproche contra su madre porque ésta sal a precisamente cuando la niña más la necesitaba. Algunos das después trajo otro sueño que indicaba claramente celos de sus hermanos y hermanas menores. Anna Freud se detuvo entonces, cesó de avanzar más lejos en el análisis precisamente en el momento en que hubiera debido analizar el odio de la niña por su madre, o sea cuando realmente lo que primero debía hacerse era dilucidar en primer lugar toda la situación edípica. Vemos que es verdad que haba liberado y llevado a su descarga algunos de los impulsos sádico-anales, pero no puso atención en la conexión de estos impulsos con la evolución edípica; por el contrario, confió sus investigaciones a estratos superficiales conscientes o preconscientes, porque hasta donde podemos juzgar a través de lo que escribe, También parece haber omitido la prosecución del análisis de los celos de sus hermanos y hermanas hasta sus deseos inconscientes de matarlos. Si Anna Freud lo hubiera hecho, también esto la habría conducido hasta los deseos de la ni a de matar a la madre. Más aun, debe haber omitido también el análisis de la actitud de rivalidad con la madre, ya que de otro modo tanto la paciente como la analista hubieran debido saber para entonces algo de las causas del odio de la ni a por su madre.
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