Diccionario de Psicología, letra F, Fort-da
Pareja simbólica de exclamaciones elementales, destacada por S. Freud en el juego de un niño de dieciocho meses, y retomada desde entonces no sólo para aclarar el más allá del principio de placer sino también el acceso al lenguaje con la dimensión de pérdida que este implica. Los psicoanalistas han denominado «fort-da» a un momento constitutivo de la historia del sujeto, sustantivando estas manifestaciones de lenguaje centrales en una observación de Freud (Más allá del principio de placer, 1920). La observación Freudiana en sí misma es sucinta: un niño de dieciocho meses, uno de sus nietos, de un carácter excelente, tenía la costumbre de arrojar lejos de sí los pequeños objetos que le caían entre manos pronunciando el sonido prolongado o-o-o-o, que constituía un esbozo de la palabra fort («lejos» en alemán). Además, Freud observa un día en el mismo niño un juego aparentemente más completo. Teniendo en su mano la punta de un hilo de un carretel, el niño lo arrojaba a su cuna pronunciando el mismo o-o-o-o, luego lo volvía a traer hábilmente hacia él exclamando: «Da!» («acá» en alemán). Freud remite con facilidad este juego a la situación en la que se encontraba el niño en esa época. Estando su madre ausente por largas horas, nunca se quejaba, pero muy probablemente sufría mucho por ello, tanto más cuanto que estaba muy ligado a esta madre que lo había educado ella sola. El juego reproducía la desaparición y la reaparición de la madre. Más interesantes son las cuestiones y las hipótesis que siguen a este primer nivel de elaboración. Freud le da un lugar importante a la idea de que el niño, que ante el acontecimiento se encuentra en una actitud pasiva, asume en el juego un papel activo, haciéndose dueño de él. Mejor aún, se venga con él de la madre. Es como si le dijese «sí, sí, vete, no te necesito, yo mismo te echo». El punto esencial sin embargo está en otro lado. ¿Está de acuerdo este juego de ocultamiento con la tesis por la cual la teoría psicoanalítica admite sin reservas que la evolución de los procesos psíquicos está regida por el principio de placer» o, dicho de otro modo, que toda actividad psíquica tiende a la sustitución de un estado penoso por otro agradable? No es este el caso aquí. Aun cuando el niño obtenga alegría del retorno del carretel, la existencia de otra forma de juego donde los objetos no son recuperados prueba que el acento debe ser puesto en la repetición de una separación, de una pérdida. Por ello el juego del niño es una de las introducciones a la pulsión de muerte. También de la pérdida parte Lacan (Seminario I, 1953-54, «Los escritos técnicos de Freud»; 1975), pero esta pérdida es más estructuralmente pérdida de la relación directa con la cosa, contemporánea del acceso al lenguaje («la palabra es el asesinato de la cosa»). Desde el momento en que habla (y el niño de dieciocho meses ya dispone de lo esencial, de una pareja de fonemas en oposición), el sujeto renuncia a la cosa, especial aunque no exclusivamente a la madre como primer objeto de deseo. Su satisfacción pasa por el lenguaje y se puede decir que su deseo se eleva a una potencia segunda, puesto que de ahí en adelante es su acción misma (hacer aparecer y desaparecer) la que constituye al objeto. Esta es la raíz de lo simbólico, donde «la ausencia es evocada en la presencia, y la presencia, en la ausencia». En la presentación lacaniana del fort-da hay que conceder un lugar particular, por otra parte, al carretel. «Este carretel (…) es algo pequeño del sujeto que se desprende, al mismo tiempo que todavía es de él, que todavía está retenido (…) A este objeto daremos luego el nombre de álgebra lacaniana: pequeño a» (Seminario XI, 1963-64, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», 1973). Véanse goce, objeto a .