Maud Mannoni – La primera entrevista con el psicoanalista
Para los psicoanalistas lo que importa no son los síntomas positivos o negativos en si mismos, no es la satisfacción o la angustia de los padres ante un niño del que se sienten responsables, sino lo que el síntoma significa para el que, con tal o cual conducta, actualiza el sentido fundamental de su dinámica, y las posibilidades de su futuro que, para este sujeto, el presente prepara, preserva o compromete.
Un ser humano, desde su vida prenatal ya está marcado por la forma en que se lo espera, por lo que luego representa su existencia real para las proyecciones inconscientes de sus padres.
Donde el lenguaje se detiene lo que sigue hablando es la conducta, cuando se trata de niños perturbados, es el niño quien mediante sus síntomas, encarna y hace presentes las consecuencias de un conflicto viviente familiar o conyugal, camuflado y aceptado por sus padres.
El niño es quien soporta inconscientemente el peso de las tensiones e interferencias de la dinámica emocional sexual inconsciente de los padres, cuyo efecto de contaminación mórbida es tanto mas intenso cuando mayor es el silencio y el secreto q se guardan sobre ellas.
En resumen el niño o adolescente se convierte en portavoz de sus padres. De este modo, los síntomas de impotencia que el niño manifiesta constituyen un reflejo de sus propias angustias y procesos de reacción frente a la angustia de sus padres.
En la primera infancia casi siempre los trastornos son de reacción frente a dificultades de los padres y también ante trastornos de los hermanos o del clima interrelacional ambiente.
Cuando se trata de trastornos de la segunda infancia o de la adolescencia, y en la primera infancia no se hayan manifestado perturbaciones, los trastornos pueden originarse en los conflictos dinámicos intrínsecos del niño frente a las exigencias del medio social y las dificultades del complejo de Edipo normal, sin embargo suele suceder que sus consecuencias den lugar a una reacción de angustia en los padres, impotentes para solucionarlos o avergonzados por la crisis de inadaptación del niño a la sociedad. El niño o el joven, que ya por si mismo debe enfrentar duras pruebas, no encuentra más seguridad en su medio social y tampoco en sus padres, tal como sucedía en las situaciones en las lejanas épocas en que el recurrir a ellos en las situaciones de peligro constituía la suprema fuente de protección.
Podemos decir q la única condición para que los conflictos inherentes al desarrollo de todo ser humano puedan resolverse de forma sana es que el niño no haya sido tomado por uno de sus padres como sustituto de una significación aberrante, incompatible con la dignidad humana o con su origen genético.
Para que esta condición sea posible, estos adultos deben haber asumido su opción sexual genital en el sentido amplio del término, emocional, afectivo y cultural, independientemente del destino de este niño. Ello quiere decir que el sentido de su vida está en su cónyuge, en los adultos de la misma edad, en su trabajo, y no en el hijo o los hijos, quiere decir que el pensamiento o la preocupación por este niño, el amor hacia él, no dominan nunca su vida emocional.
Toda vez que antes de la edad de la resolución edipica (6-7 años como mínimo) uno de los elementos estructurantes de las premisas de la persona es alterado en su dinámica psicosocial (presencia o ausencia de uno de los padres en un momento necesario, crisis depresiva de uno de ellos, muerte que se esconde, características antisociales de su conducta) la experiencia psicoanalítica nos muestra que el niño esta informado de ello en forma total e inconciente y q se ve inducido a asumir el rol dinámico complementario regulador como en una especie de homeostasis de la dinámica triangular padre-madre-hijo. Esto es lo patógeno para él.