Presidente Thomas Woodrow Wilson (el)
Obra de William Christian Bultitt (1891-1967) escrita en colaboración con Sigmund Freud, y con un prefacio de este último de 1930. Publicada en inglés en Londres y Boston en 1967 con el título de Thomas Woodrow Wilson. A Psychlogical Study. Traducida al francés por M. Tadié en 1967 con el título de Portrait psychologique de Thomas Woodrow Wilson. Esta traducción fue reeditada en 1990 con el titulo de Le Président T W. Wilson.
En 1919, William Bullitt, proveniente de una familia acomodada de Filadelfia y convertido en
consejero del presidente Wilson (1856-1924), fue enviado en misión a Rusia. Se entusiasmó por
la Revolución de Octubre, y negoció con Lenin (1870-1924), con vistas al restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre los dos países. Wilson rechazó sus propuestas, y Bullitt renunció.
Después de casarse con Louise Bryant, la viuda de John Reed (el autor de Los diez días que
conmovieron al mundo), durante diez años fue un peregrino en el desierto. Hizo periodismo,
escribió una novela de éxito y frecuentó el ambiente cinematográfico.
Gracias a su mujer, entonces en análisis con Sigmund Freud, él conoció al maestro en Berlín, en
mayo de 1930. Freud residía en la clínica de Tegel (en la casa de Ernst Simmel), y Bullitt lo
encontró deprimido, atormentado por sus sufrimientos y no pensando más que en la muerte.
Para distraerlo, le habló de la obra que preparaba sobre los cuatro protagonistas del Tratado de
Versalles: Thomas Woodrow Wilson, Georges Clemenceau (1841-1929), David Lloyd George
(1863-1945) y Vittorio Emanuele Orlando (1860-1952). Entonces el rostro del maestro se iluminó.
Desde su libro Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, para el cual le habían faltado
cruelmente los archivos, soñaba con dedicar un ensayo al destino de un personaje disponiendo
de toda la documentación necesaria. Le propuso entonces a Bullitt que escribieran un libro sobre
Wilson, y además lo tomó en análisis.
¿Por qué le interesaba el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, un presbiteriano de
cortos alcances, fealdad extremo. y temperamento enfermizo? La respuesta es simple: Freud no
quería a ese hombre, al que consideraba responsable de la desdichas de la Mitteleuropa. Le
reprochaba que hubiera ratificado un tratado inicuo, por el cual los vencedores le dictaron su ley
a los vencidos. En efecto, en virtud de su sumisión a los signatarios franceses e ingleses,
Wilson había sido el artesano de un tratado que, al humillar a Alemania y dislocar los imperios
centrales, favoreció el ascenso del nazismo y llevó a la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado,
Freud había leído una obra publicada en 1920 donde se estudiaba el estilo de los discursos de
Wilson.
En octubre de 1930, Bullitt le entregó a Freud unas mil quinientas páginas dactilografiadas, con
notas sobre la vida y la actividad política de Wilson. Freud las leyó y se convirtió a la vez en
amigo y analista del diplomático. Juntos discutieron punto por punto cada momento importante de
la vida del presidente. Freud redactó entonces un primer borrador de algunas partes del futuro original, y Bullitt se encargó de los otros. Una vez realizado el trabajo, cada uno leyó los textos del otro hasta que los fragmentos compusieron una obra común. Para darle resonancia, Freud aceptó que se publicara en los Estados Unidos, bajo la responsabilidad de Bullitt. A fin de no hacer pesada la obra, los dos autores decidieron conservar sólo las notas redactadas por el
diplomático acerca de la infancia y la adolescencia de Wilson. Sea como fuere, el 7 de diciembre
de 1930, en una carta a Arnold Zweig, Freud manifestó estar trabajando en Ia introducción a una
obra de otro».
En enero de 1932 Bullitt le remitió a Freud la suma de dos mil quinientos dólares en concepto de
anticipo por la edición norteamericana, pero en la primavera estalló una disputa. Freud manifestó
una fuerte insatisfacción y, de golpe, modificó el texto común, añadiendo pasajes que Bullitt no
aprobaba. Ninguno de los dos reveló nunca el motivo de la querella ni el contenido de las partes
añadidas. El 28 de mayo, Marie Bonaparte anotó en su diario que el libro con Bullitt estaba
terminado, pero que éste aguardaba las elecciones en los Estados Unidos. En efecto, el
diplomático había vuelto a su pais para participar en la campaña de los demócratas en favor de
Roosevelt. La disputa no parecía haber afectado desmesuradamente a Freud, puesto que el 16
de febrero de 1933 le escribió a Jeanne Lampl-De Groot: «Bullitt es el único norteamericano que
comprende algo a Europa y desea hacer algo por ella. Por esto no llego a esperar que se le
confíe un cargo desde el que pueda ser eficaz y actuar a su manera.»
En agosto de 1933 Bullitt fue nombrado por Roosevelt embajador de los Estados Unidos en la
Unión Soviética. En diciembre, Freud le dijo a Marie Bonaparte: «De Bullitt, no hay novedades;
nuestro libro no verá la luz».
Según Bullitt, después de una viva discusión, los dos habían decidido olvidarse del texto durante
tres semanas. Cuando volvieron a verse, en el momento de la partida del diplomático a Moscú,
acordaron dejar que madurara la obra común y retomarla más tarde. Cada uno de ellos puso su
firma al lado de la del otro en los sucesivos capítulos del original. El 20 de mayo de 1935 Bullitt
reapareció en Viena como un meteoro, y Freud ya no habló de la obra.
El 23 de mayo de 1936, Marie Bonaparte pasó el día en Viena con Bullitt, y anotó en su diario:
«¡Está vivo! Quiere ayudar a la Verlag, pero no cesa de quejarse de que el análisis le quita la
alegría de vivir.» Defraudado por su estada en la URSS, aguardaba otro destino diplomático. En
agosto fue nombrado embajador en París, y a partir de ese día no dejó de denunciar el peligro
nazi. Desde la anexión de Austria, se aseguró el respaldo personal de Roosevelt para
presentarse en la embajada alemana en París y amenazar a los nazis con el escándalo en el
caso de que tocaran a la familia Freud. Cuando el maestro vienés llegó a París, en junio de 1938,
él lo recibió con Marie Bonaparte y lo acompañó a la estación de Saint-Lazare, punto de partida a
su exilio en Gran Bretaña.
Fue en Londres donde los dos hombres solucionaron finalmente su disputa. Según la versión de
Bullitt, Freud aceptó suprimir los pasajes añadidos, y Bullitt integró las nuevas modificaciones del
maestro (nadie sabe cuáles). Se tomó entonces la decisión común de publicar la obra después
de la muerte de la segunda esposa de Wilson. El 17 de noviembre Marie Bonaparte anotó en su
diario que «los manuscritos de Freud habían sido enviados a Bullitt en América».
La sorprendente aventura de este original inverosímil no se detuvo allí. Cuando los alemanes
invadieron Francia, Bullitt permaneció en Paris y no siguio al gobierno de Paul Reynaud
(1878-1966) en el exilio. Pensaba con justicia que en ese momento no correspondía la
intervención norteamericana, pero subestimaba el poder de resistencia de Inglaterra, no creía en
el de Francia, y se equivocó acerca de las posibilidades de la alianza con la URSS, actitud que
iba a serle reprochada por el general de Gaulle. El 30 de junio de 1940 abandonó París, ciudad a
la que volvió en septiembre de 1944, con el grado de comandante, en el primer ejército francés.
En 1956 puso el original en manos de Ernest Jones, quien dijo que consideraba un privilegio ser
su primer lector: «Aunque éste sea un trabajo compartido -comentó-, no es difícil distinguir la
contribución analítica de uno de los autores, y el aporte político del otro». No añadió nada más. En
1964 Bullitt se dirigió a Max Schur, quien estaba escribiendo su libro sobre Freud. Schur se
mostró interesado, y le preguntó donde estaban las notas y documentos preparatorios
redactados por Freud. El embajador respondió que en junio de 1940 su ayuda de cámara los
había quemado por negligencia, junto con los archivos de la embajada norteamericana,
De modo que todas las huellas de la colaboración de Bullitt y Freud quedaron reducidas a
cenizas. Schur le sugirió a Bullitt que le enviara una copia del original a Anna Freud, para que el
libro se publicara en el marco muy oficial del Sigmund Freud Copyright. Bullitt envió el texto sin
pedirle ninguna ayuda a Anna, la cual, después de una lectura, declaró que lo único escrito por
el padre era el prefacio. Un veredicto sin apelación. A partir de ese día, el Wilson fue proscrito
de la comunidad psicoanalítica internacional, al punto de ser considerado apócrifo. Bullitt, un año
antes de morir, se encargo, solo, de la publicación en los Estados Unidos: esa edición contiene
una introducción de Freud, en la cual éste subraya claramente que colaboró en la obra, y otra
introducción de Bullitt, notas de Bullitt sobre la infancia de Wilson, y un desarrollo común sobre el
destino político del personaje. Erik Erikson en 1967, e llse Grubrich-Simitis en 1987 (en el prefacio
a la edición alemana), expusieron opiniones coincidentes con la de Anna Freud. En
consecuencia, el libro no figura en las ediciones de las obras completas de Freud (en inglés,
francés y alemán).
De modo que los diferentes relatos del episodio se contradicen entre sí, Mientras que Marie
Bonaparte anotó que los manuscritos de Freud habían sido enviados a Bullitt en América, éste le
declaró a Schur que su ayuda de cámara los había quemado en París. Freud, por su lado, no
aclaró nunca qué parte de la obra había redactado él, pero siempre respaldó el proyecto,
afirmando haber colaborado en el libro. Anna Freud, Schur y Erikson fueron sin duda
imprudentes al zanjar como lo hicieron la cuestión de la atribución de los textos.
La obra en sí es notable. Más allá del vocabulario psicoanalítico y conceptual simplista, debido a
la pluma de Bullitt, propone un sorprendente análisis de la locura de un hombre de Estado,
aparentemente normal, en ejercicio de sus funciones.
Identificado desde su más tierna edad con la figura de su «incomparable padre», pastor
presbiteriano y gran predicador, Wilson se tomó primero por hijo de Dios, antes de convertirse a
una religión de su propia cosecha, en la que se atribuía el lugar de Dios. Escogió la carrera
política para realizar sus sueños mesiánicos. Cuando se convirtió en presidente, nunca había
salido de los Estados Unidos, país al que consideraba el más hermoso del mundo, a igual título
que la Inglaterra de Gladstone. No conocía la geografía de Europa e ignoraba que allí se hablaban
distintos idiomas. Durante las negociaciones del Tratado de Versalles olvidó la existencia del
paso de Brennero y le entregó a Italia los austríacos del Tirol, sin saber que hablaban alemán.
También creyó en la palabra de un allegado, quien le dijo que la comunidad judía contaba con
cien millones de individuos distribuidos en los cuatro rincones del mundo. Odiaba a Alemania, y
pensaba que sus habitantes vivían como bestias salvajes.
Para aplicar su política internacional, Wilson inventó silogismos delirantes. Puesto que Dios es
bueno y la enfermedad es mala, deducía que, si Dios existe, no puede existir la enfermedad. Este
razonamiento le permitía negar la realidad y creer en la omnipotencia de sus discursos. Según
los autores, esa denegación de la realidad lo llevó al desastre diplomático. Creó la Sociedad de
las Naciones antes de discutir las condiciones de la paz, gracias a lo cual los vencedores,
contando con la garantía norteamericana, pudieron despedazar a Europa y condenar a Alemania
con toda impunidad.
Wilson creía entonces que la clave de la fraternidad universal podía formularse en catorce
puntos. Pero en lugar de tratar con sus asociados discutiendo las cuestiones económicas y
financieras, pronunció un sermón de la montaña. Después dejó Europa, persuadido de haberlos
convencido y de haber instaurado la paz eterna sobre la tierra.
Con independencia de lo que pudo haber sido una disputa entre Freud y Bullitt, esta obra,
desatendida por los historiadores y sospechada de apócrifa por la comunidad freudiana, traduce
no obstante una concepción freudiana de la historia. En efecto, describe el encuentro de un
destino individual, en el que interviene la determinación inconsciente, con una situación histórica
precisa, sobre la cual obra dicha determinación. Pero también lleva a pensar en un ensueño
aristotélico sobre el héroe caído. Freud compara a Wilson con Don Quijote, es decir, con el
reverso ridículo del Príncipe de Nicolás Maquiavelo (1469-1527): lo contrario de un gran hombre.