El duelo por el cuerpo infantil perdido es el primero que enuncia Arminda Aberasturi, este duelo tiene que ver con la imposición que viene desde lo biológico para el sujeto. Esta imposición hace sentir al individuo incapaz de tramitar con su nuevo cuerpo; esta nueva realidad que tiene que ser formalizada lo hace experimentar un sentimiento de impotencia. La contradicción que se da en él, teniendo una mente aun infantil y un cuerpo cercano al de un adulto hacen, hace que pueda experimentar un ”verdadero fenómeno de despersonalización”.
Esta despersonalización se da en los primeros momentos del cambio corporal adolescente y puede ser tramitada desde la sustitución de objetos reales por símbolos verbales, es decir, el sujeto debe abandonar objetos reales como la medre de la infancia y lo que este representa, y a su vez reemplazarlos con el conjunto de símbolos que adquiere en la adolescencia, su ideología, aficiones, gustos y formas sociales con las que se compromete totalmente le ayudan a pasar por esta perdida y elaborar su correspondiente duelo.
El niño ya se encontraba familiarizado con su cuerpo, con los alcances y limitaciones de este, con el como actuar, y lo poco o nada le importaba la apariencia física que poseía no solo en este cuerpo sino con la ropa que usaba y accesorios que utilizaba con esta, ahora para el adolescente toda esta situación cambia, la ropa y los accesorios que utiliza lo identifican con determinado estilo, igualmente con estos intenta proyectar parte de su personalidad y lo distinguen como parte de un grupo en especifico; de esta manera el adolescente termina por aceptar su nuevo cuerpo como vehículo de expresión de su identidad, sin embargo, cabe anotar, que la inconformidad con respecto a este siempre estará presente.
Esta incomodidad se puede explicar por dos vías; la primera de estas es que el transcurso de adaptarse a este nuevo cuerpo no es rápido, ni se da de un momento a otro, es un proceso que se da paulatinamente y que tiene como final el cuerpo adulto, el cual es aceptado como tal cuando la persona finaliza su adolescencia y comienza su adultez. La segunda característica que origina esta incomodidad vendrá de la sociedad y sus estándares de “belleza” determinados, la imagen que proyectan los medios de comunicación y en general la sociedad, es una imagen en la mayoría de los casos, de cuerpos perfectos e inalcanzables para gran parte de los sujetos, de esta manera la presión social hace que el sujeto este en constante inconformidad con su cuerpo y en búsqueda de un estado casi inalcanzable.
Solo cuando el sujeto ha podido aceptar su cuerpo tal y como es, con sus posibilidades y limitaciones es que podrá entrar a modificarlo según lo considere necesario, pero teniendo en cuenta sus propios parámetros y no los impuestos desde afuera. “Solo llega esta conformidad mediante un largo proceso de duelo, a través del cual no solo renuncia a su cuerpo de niño sino que abandona la fantasía omnipotente de bisexualidad, base de la actividad masturbatoria. Entonces si puede aceptar que para concebir a un hijo necesita la unión con el otro sexo, y por lo tanto debe renunciar el hombre a las fantasías de procreación dentro de su propio cuerpo y la mujer a la omnipotencia maternal. En una palabra, la única forma de aceptar el propio cuerpo” y es en esta forma en la cual el sujeto podrá acomodarse a su nuevo cuerpo, partiendo de las renuncias que realiza (como la renuncia a la fantasía de bisexualidad) y asumiendo su papel y posibilidad desde su cuerpo.
Volver al índice principal de «Los tres duelos del adolescente«