Apéndice C. La naturaleza de Q
De las dos «ideas rectoras» con que Freud inaugura el «Proyecto» -la neurona y Q-, ningún misterio existe en torno de la primera, pero la segunda requiere algún examen, especialmente porque todo sugiere que fue la precursora de un concepto que habría de cumplir un papel fundamental en el psicoanálisis. No nos referimos al singular enigma, mencionado en mi «Introducción», sobre el distingo entre Q y Q h . Lo que aquí nos interesa tratar es el problema de Q h , una Q que (como Freud indica de manera expresa al final de su primer párrafo) guarda cierta particular conexión con el sistema nervioso. ¿De qué modo imaginaba Freud a esta Q en el otoño de 1895? Aparte del hecho evidente de que quería presentar a Q como algo material -«sometida a la ley general del movimiento», notamos enseguida que Q aparece en dos formas diferenciables. La primera es la «Q corriente», que recorre una neurona o pasa de una de ellas a otra. Esto es descrito de diversas maneras; por ejemplo, habla de la «excitación neuronal como cantidades fluyentes», de «Q corriente», de «una corriente», del «decurso excitatorio». La otra forma, más estática, se expresa en «una neurona investida, que está llena con una cierta Q». La importancia de este distingo entre los dos estados de Q sólo emerge en forma gradual a lo largo del «Proyecto», y uno casi estaría tentado de pensar que sólo se percató de ella mientras lo escribía. La primera señal de la importancia dada a esto se vincula con el análisis del mecanismo que mostraría la diferencia entre alucinaciones y percepciones y el papel que cumple ese mecanismo en la acción inhibitoria proveniente del yo (secciones 14 y 15 de la parte D. En las páginas AE 368-9 se ofrecen detalles sobre esta acción inhibitoria (interferencia por una «investidura colateral», dirigida por una investidura de atención del yo), cuyo resultado es modificar el estado fluyente de Q y convertirlo en un estado estático en una neurona. Aquí, este distingo se relaciona con el que existe entre el proceso primario (no inhibido) y el secundario (inhibido). Pero después se describe de otra manera el mismo distingo, con la noción de que la investidura colateral «liga un monto de la Q que corre a través de la neurona». Ahora bien: no será sino en la parte III del «Proyecto» donde se desarrollarán todas las consecuencias del distingo entre un estado ligado y un estado móvil de Q. La necesidad de la hipótesis de los dos estados de Q surge en relación con el examen que hace Freud de la operación de pensar, que demanda la existencia, dentro de la neurona, de un estado «que, con una investidura elevada, empero sólo permite una corriente pequeña». Así pues, parecería haber dos maneras de medir Q: por el nivel de investidura dentro de la neurona y por el monto de corriente entre las investiduras. A veces se ofreció esto como prueba de que, en realidad, Freud creía que Q era simplemente electricidad, y que esas dos maneras de medición correspondían al amperaje y al voltaje. Cierto es que unos dieciocho meses antes de la redacción del «Proyecto», en su primer trabajo sobre las neuropsicosis de defensa (1894a), Freud había establecido una vaga comparación entre algo precursor de esta Q, «algo que tiene todas las propiedades de una cantidad» y que se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones «como lo haría una carga eléctrica por las superficies de los cuerpos» (AE, 3, pág, 61). También es cierto que Breuer, en su contribución teórica a Estudios sobre la histeria (1895d) -publicados sólo unos pocos meses antes de la redacción del «Proyecto»-, dedicó cierto espacio a una analogía eléctrica con «una cierta medida de excitación en las vías conductoras del encéfalo» (AE, 2, pág. 205). No obstante, en ningún lugar del «Proyecto» hay nada que sugiera que Freud tenía presente una idea semejante. Por el contrario, una y otra vez pone de relieve el hecho de que la naturaleza del «movimiento neuronal» nos es desconocida. Hay que admitir que las elucidaciones efectuadas en el «Proyecto» sobre la índole del estado «ligado» y su operación son algo oscuras. Uno de los mayores enigmas se vincula con la descripción del proceso del «juicio» y la función que en este desempeña la investidura desde el yo. Esa influencia recibe diversas denominaciones («investidura colateral», «preinvestidura» o «sobreinvestidura») y está íntimamente relacionada con la idea de una investidura de la atención. Al principio , parecería que la atención no es sino un medio de dirigir las investiduras colaterales hacia el sitio en que se las necesita; pero en otros lugares del trabajo es como si la sobreinvestidura de la atención fuera en sí misma la fuerza que produce el estado «ligado». En verdad, todo el problema del nexo de la atención con Q requiere un examen. («Energía y libre» parece llamarla Freud en su carta a Fliess del 1º de enero de 1896, pág. 388.) La atención hace su modesta aparición en la sección 14 de la parte 1 , pero pronto comienza a crecer en importancia (en la sección 19 de la parte I y en la sección 6 de la parte II), hasta que en la parte III ya se ha vuelto casi predominante. Pese a ello, en los escritos posteriores de Freud, y salvo unas escasas menciones esporádicas, la «atención» casi desaparece, si bien hasta el final persisten huellas anónimas de ella a lo largo de dos líneas diferentes, que se remontan ambas, en última instancia, al «Proyecto». La primera y más evidente se vincula con el «examen de realidad», cuya historia ha sido plenamente documentada en mi «Nota introductoria» a «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1917d), AE, 14, págs. 217-9. La otra línea, menos notoria aunque quizá más importante, concierne justamente al papel de la atención (o de otro dispositivo similar) en la génesis del distingo entre el estado ligado y el estado libre de Q, y, más allá de esto, entre los procesos primario y secundario. Examino esta función de la atención en una nota a pie de página de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 189. Freud alude a ella de modo indirecto en sus últimas obras: Moisés y la religión monoteísta (1939a), AE, 23, pág. 93, y Esquema del psicoanálisis (1940a [1938]), AE , 23, pág. 161. Sean cuales fueren los pormenores del mecanismo que provoca la trasformación de Q libre en Q ligada, es obvio que Freud atribuía la mayor significatividad a la distinción misma. «Creo que este distingo -escribió en «Lo inconciente»- sigue siendo hasta hoy nuestra intelección más profunda en la esencia de la energía nerviosa» ( AE , 14, pág. 185). (Ver nota)(660) Esta cita podría hacernos abrigar la expectativa de que los escritos posteriores de Freud arrojasen luz sobre nuestro problema inmediato, la naturaleza de Q. Esa abreviatura no vuelve a aparecer, aunque no es difícil reconocerla bajo varios seudónimos, con la mayoría de los cuales ya estamos familiarizados por el «Proyecto». Uno de ellos, «energía psíquica», es particularmente interesante, porque en él se pone de manifiesto lo que semeja ser un cambio decisivo en el concepto: Q ya no es «algo material», sino que ha devenido algo psíquico. En ningún lugar del «Proyecto» hallamos la expresión «energía psíquica» «energía y », frase que se presenta en la Carta 39 y passim, no significa sino «energía proveniente del sistema neuronal y »-, pero ella es muy usada en La interpretación de lo s sueños (1900a). Si bien allí declara, que «nos mantenemos en el terreno psicológico» ( AE , 5, pág. 529), un examen cuidadoso muestra las huellas del antiguo encuadre neurológico. Hasta el conocido pasaje del libro sobre el chiste ( 1905c), AE , 8, pág. 141, en que parece dar la espalda a las neuronas y a las fibras nerviosas, de hecho deja las puertas bien abiertas para una explicación fisiológica. Vimos que en la oración citada de «Lo inconciente» (1915) hablaba de «energía nerviosa», no de «energía psíquica». Por otro lado, en la recopilación en alemán de sus escritos publicados en 1925 { GS } modificó la frase final de Estudios sobre la histeria (1895d), cambiando «sistema nervioso» por «vida anímica» ( AE , 2, pág. 309). Ahora bien, sea que esta revolución haya sido pequeña o grande, es indudable que muchas características fundamentales de Q sobrevinieron hasta el fin, trasmutadas, en las obras de Freud, como lo prueban las numerosísimas referencias dadas en las notas al pie de estas páginas. Reviste especial interés la relación de Q con las pulsiones, escasamente mencionadas aquí por ese nombre, aunque son a todas luces las sucesoras de la «Q endógena» y de los «estímulos endógenos». En mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 107 y sigs., tracé en parte la historia de la concepción Freudiana de las pulsiones, y específicamente de sus diversas clasificaciones de estas -en un comienzo, pulsiones libidinales y pulsiones yoicas; luego, pulsiones libidinales y pulsiones destructivas-. Un punto no mencionado allí adquiere relevancia en el presente contexto: Freud descartó en dos oportunidades la posibilidad de que existiese una «energía psíquica indiferente» capaz de cobrar cualquiera de las dos formas de las pulsiones; lo hizo en «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 76, y en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 45. Esta «energía psíquica indiferente» se asemeja mucho a un volver sobre la pista de Q. Tales incertidumbres acerca de las pulsiones -entidades que, como Q, son «conceptos fronterizos entre lo anímico y lo somático», según nos dice en «Pulsiones y destinos de pulsión» (AE, 14, pág, 117)- y acerca de su clasificación nos recuerdan que Freud fue siempre muy congruente en cuanto a destacar nuestra ignorancia respecto de la naturaleza básica de Q o sus sucedáneos. Como hemos visto (pág. 442) en el «Proyecto» se insiste a menudo en esto, y la misma declaración reaparece con frecuencia en obras posteriores; citemos unos pocos casos: La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 588; «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 185; Moisés y la religión monoteísta (1939a), AE, 23, pág. 93. La conclusión es enunciada de la manera más clara en Más allá del principio de placer (1920g): «El carácter impreciso de todas estas elucidaciones nuestras, que llamamos metapsicológicas, se debe, por supuesto, a que no sabemos nada sobre la naturaleza del proceso excitatorio en los elementos del sistema psíquico, ni nos sentimos autorizados a adoptar una hipótesis respecto de ella. Así, operamos de continuo con una gran X que trasportamos a cada nueva fórmula». Se diría, pues, que nuestra indagación debe cesar aquí y ‘que no tenemos más opción que dejar irresuelto el problema de Q, como lo hizo Freud. Pero si bien la naturaleza última de Q le era desconocida a Freud, siempre dio por sentados algunos de sus rasgos esenciales e insistió en ellos hasta el fin de su vida. Si nos remontamos a una de las más antiguas ocasiones en que aparece el término, la del primer trabajo sobre las neuropsicosis de defensa , vemos que allí se habla de algo «que tiene todas las propiedades de una cantidad -aunque no poseamos medio alguno para medirla-; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga» (AE, 3, pág. 61). Es evidente que a la misteriosa Q se le dio ese nombre en virtud de que poseía tales características. Desde el comienzo, Freud debió tomar en cuenta, en muchos puntos de sus teorías, los factores cuantitativos. Así, en «La etiología de la histeria» (1896c), leemos: «En la etiología de las neurosis tienen tanto peso las condiciones cuantitativas como las cualitativas; para que la enfermedad devenga manifiesta es preciso que sean rebasados ciertos valores de umbral» (AE, 3, pág. 209). Más importante aún, empero, es el hecho de que la cantidad esté implícita en toda la teoría del conflicto como causa no sólo de las neurosis sino de toda una gama de estados anímicos. Este hecho se vuelve explícito en varios pasajes; por ejemplo, en «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1 912c), AE, 12, págs. 243-5; en la 23º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 341; en «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad» (1922b), AE, 18, pág. 222, y en «Análisis terminable e interminable» (1937c), AE, 23, págs. 228-9. En este último caso, la importancia de los factores cuantitativos es vinculada con la situación terapéutica, pero el mismo vínculo ya había sido establecido más de cuarenta años atrás, en la contribución de Freud a Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, pág. 270. En su gran trabajo sobre «Lo inconciente» (1915e), Freud emplea el término «económico» como equivalente a «cuantitativo» (AE, 14, pág. 178) y a partir de entonces los usó como sinónimos. Por lo tanto, cualquiera que sea la naturaleza última de Q, tenemos derecho a ver en este concepto el antecesor de uno de los tres elementos fundamentales de la metapsicología.]