Los biólogos competentes consideran la hipótesis evolucionista perfectamente demostrada por la embriogenia. El embrión individual pasa por una serie de estados cuyas diversas formas recuerdan las fases actualmente reconocidas en el desarrollo de las series animales. Parecida analogía puede establecerse en lo referente a la conciencia. En efecto, observamos que ésta adquiere incremento paralelamente a las fases de desarrollo del sistema nervioso en los animales, y este paralelismo de ambos procesos parece verificarse, al menos en lo que toca a sus grandes líneas, en el crecimiento del niño.
La evolución de las razas parece exigir, tanto desde el punto de vista orgánico como del psíquico, un desarrollo cuyos términos principales se colocarían aproximadamente en este orden 1:
1 Estudiaremos estos puntos en algunos de los capítulos siguientes.
1°, una simple contractilidad correspondiente a los primeros sentimientos de placer y de pena; 2.° , un acrecentamiento nervioso correspondiente a las sensaciones y comprendiendo grupos de impresiones musculares lo mismo que ciertas reacciones de adaptación; 3.° , otro acrecentamiento nervioso correspondiente a las simples percepciones de los objetos, con el desarrollo completo de la organización motriz, de la atención espontánea y del instinto; 4.° , una coordinación creciente de los testimonios de la conciencia: memoria, imitación, impulsos, emociones primeras; 5.° , finalmente la aparición de la inteligencia y del pensamiento consciente: la acción voluntaria y las emociones superiores. Sin insistir en los detalles de este esbozo, pueden indicarse claramente ciertas grandes épocas de diferenciación funcional. La primera es la época de los procesos rudimentarios de los sentidos: procesos del placer y del dolor, procesos de la simple adaptación motriz, cómodamente llamada, «época afectiva». La segunda, esto es, la época de la representación simple, de la memoria, de la imitación, de la acción defensiva, del instinto que gradualmente nos lleva a la tercera; la de la representación compleja, de la completa coordinación motriz, de la conquista, de la acción ofensiva y de la volición rudimentaria. Desde el punto de vista psíquico, yo caracterizaría de buen grado estas dos últimas fases del nombre como «é poca de la referencia objetiva». En fin, la cuarta, la época del pensamiento, de la reflexión, de la afirmación del yo, de la organización social, de la unión de las fuerzas, de la cooperación; es la «época de la referencia subjetiva», que, en la historia del hombre, se traduce por la acción social y moral. En el mundo animal, esas épocas forman una serie visible al primer golpe de vista, bien que sus términos no sean rigurosamente distintos uno de otro y que sus sucesivas apariciones no presenten carácter de exclusivismo. Esto basta, por otra parte, para definir y fijar ciertos puntos que servirán de base a las verdaderas adquisiciones y de indicación para estudios sucesivos. Encontramos estas cuatro é pocas representadas por la mayor parte de los invertebrados: insectos y otros, los vertebrados inferiores, los vertebrados superiores y, en fin, el hombre.
La analogía de esta serie de épocas con las del desarrollo del niño es muy clara, al menos en conjunto. El niño comienza, en sus experiencias prenatales y postnatales, por sensaciones vagas de placer y de dolor y por las primeras adaptaciones motrices que de ellas derivan. Pasa por un período de percepción de los objetos y de reacciones correspondientes por sugestión, imitación, etc. Llega a ser más o menos apto para guardarse a sí mismo y adquiere la imaginación y la voluntad; luego, en último lugar, aparece el hombre reflexivo, el ser social y moral que conocemos.
Bueno es añadir, sin embargo, llegados a este punto y para profundizar algo más, una postrera distinción, cuyo valor justificará ampliamente lo que se dirá más adelante. Es evidente que si la é poca objetiva precede a la subjetiva (si el niño reacciona a sus percepciones primero de un modo puramente reflejo, y con reflexión luego), se observará gran diferencia entre el modo cómo en estos dos diversos momentos mirará a las personas. Antes de hacer reflexiones sobre sí mismo, es decir, en la época objetiva, no puede comprender las otras sino como objetos exteriores; pero aprendiendo a reflexionar sobre sí mismo, concluye también por considerar a los demás como sus iguales, es decir, como seres que, a imitación suya, se defienden contra el mundo exterior. Hay, no obstante, cuatro fases muy distintas en la experiencia del niño con relación a las personas; fases, por lo demás, posteriores todas ellas al período puramente afectivo de su desarrollo: 1.° Las personas son simplemente objetos, partes de la materia, conocidas por sus sensaciones que se le representan como exteriores a él. 2.° Son objetos de una naturaleza del todo particular, muy interesantes, muy activos, en extremo arbitrarios, verdaderos presagios de goce o de pena. Si estimamos esos objetos como plenamente representados, es decir, como situados en el espacio y objetivados exteriormente, podemos considerar estas premisas como proyectivas y decir que para el niño, en este período, las personas son personas proyectivas o personas proyectos. 3.° El niño advierte que sus propias acciones emanan de é l, bien que imitadas de sus semejantes «proyectivos», que directamente le excitan a ejercer también su acción. Juzga como centro de sus actos su propio organismo y su conciencia como teatro de ellos, y adquiere de este modo conciencia de sí mismo como sujeto. 4.° En fin, ha descubierto ya ciertas particularidades análogas en las demás personas sus iguales y entonces éstas se presentan como personas objetivadas, como sujetos o personas «ejects», es decir, compañeros sociales.
Insisto aquí en esta serie de distinciones, por más que luego habremos de profundizar en ellas, ya que su negligencia es la que más ha viciado desde el principio los primeros trabajos de psicología infantil y social. El «sofisma del psicólogo», tan cómodo y a la vez tan conocido, lo mismo para disfrazar la ignorancia que para velar el error, sólo llegará a ser imposible por la adopción de términos precisos. Si entendemos por objeto lo que el niño toma como externo, por personas proyectos el conocimiento distinto que tiene de los demás antes de conocerse a sí mismo, por sujeto la conciencia que adquiere de sí, y por personas ejects el conocimiento de los demás como sujetos semejantes a sí mismo, tenemos, a lo que juzgo, términos más precisos que antes, y nos queda tiempo para definirlos más largamente según las exigencias de los hechos.
Este nuevo punto de comparación ilustra perfectamente el paralelismo del desarrollo individual con la serie animal. El único período que los autores no han observado con claridad es el de objetivación que se refiere a las personas proyectos.
La asociación, la vida común organizada para la protección de la comunidad, las sociedades animales de diferentes especies, la división animal del trabajo, etc., sea cual fuere el origen de todas estas cosas, parecen presuponer una época de ese género en la serie animal. Esos seres muestran un reconocimiento de los individuos entre sí, una verdadera comunidad de vida y de acción enteramente opuestas al individualismo de una conciencia puramente sensacional y solitaria. Y, sin embargo, no es una conciencia refleja, organizadora y voluntaria al modo de la conciencia, o sea pretensión de hallar en un estado inferior lo que únicamente se observa en las formas superiores de la vida mental. Pero es preciso que este instinto de agrupamiento descanse sobre una época análoga del desarrollo de la conciencia animal.
Determinamos así una época de la conciencia animal que no deja de tener valor, y a la vez evitamos el «sofisma del psicólogo», tan habitual en los naturalistas.
Grave error es el de creer que podrá explicarse la sociedad humana por el instinto de asociación de los lobos, cuando permanece sin explicar ese instinto, o bien creer que el altruismo reflexivo del hombre se explica por la simpatía orgánica de la leona por su cachorro. En todos estos casos, queremos explicar lo superior que conocemos directamente por lo inferior análogo que conocemos mal, y descuidamos estudiar los procesos esenciales, únicos en ofrecer desarrollos continuados en el total encadenamiento de las series que evolucionaron, y, por consiguiente, únicos explicativos.