Biografía Byerre Poul (1876-1965)
Byerre Poul (1876-1965) Médico y psicoterapeuta sueco
Este personaje extravagante, de orgullo desmesurado, a la vez esteta, místico, filósofo, poeta y escultor, se asemejaba a muchos otros pioneros del Freudismo en Europa. Se decía nietzscheano y hombre del Renacimiento, pero lo apasionaban sobre todo la hipnosis y el espiritismo. Finalmente, fue el introductor del psicoanálisis en Suecia y los países escandinavos. Como los hombres de su generación, él mismo presentaba los síntomas y los vagabundeos que trataba en sus pacientes. Dejó una obra considerable (miles de páginas) en la cual se entregaba «en cuerpo y alma», proclamando que «la experiencia personal, vivida y elaborada, permite la comprensión intuitiva», la única que vale. Hijo de un comerciante de manteca, emigrado de Dinamarca, nació en Göteborg, y fue víctima desde su infancia de migrañas reiteradas y trastornos del humor, en los que alternaban la manía y la depresión. Admiraba al padre, hombre bondadoso y ahorrativo, incapaz de adaptarse a las convenciones de la vida burguesa, y despreciaba a la madre, mucho más mundana y dinámica, pero afectada, como él, de una suerte de melancolía crónica. A menudo en cama por enfermedades, el joven Poul experimentaba unos celos intensos de su hermano menor Andreas, también depresivo y suicida. Para salir de sus tristes rumiaciones, tomó la costumbre de dar prolongados paseos solitarios por los bosques y las montañas nevadas. Después de estudiar medicina en Estocolmo se dedicó a las enfermedades nerviosas, recurriendo a la hipnosis y la sugestión. En 1904, Andreas Bjerre (1869-1925), que iba a convertirse en un brillante criminólogo, se casó con la joven Amelie Posse, cuya madre, Gunhild Wennerberg (1860-1925), pasó a ser un año más tarde la mujer de Poul. Música y cantante de talento, provenía de la aristocracia intelectual sueca, y tenía tres hijos de su primer matrimonio con Fredrick Posse. Afectada de un reumatismo articular agudo y diversas enfermedades psíquicas y somáticas que iban a postrarla progresivamente, ella fue la «musa» de Bjerre, quien proclamó durante toda su vida que esa unión tenía un carácter místico y despertaba en él fuerzas creadoras. No obstante, los vínculos de parentesco incestuoso que unían a los dos hermanos a través de sus esposas acentuaron sus conflictos y agravaron los síntomas patológicos. En 1905, Poul Bjerre publicó el caso de una joven espiritista, Karin, a la cual atribuía dotes energéticas sobrenaturales, relacionadas con su capacidad para volver a la vida intrauterina. Dos años más tarde sucedió a Otto Wetterstrand (1845-1907), célebre médico de enfermedades nerviosas y partidario de las teorías de Auguste Liébeault, haciéndose cargo de su consultorio y su clientela. Abandonó entonces en parte la práctica de la hipnosis por la del psicoanálisis. En 1909 presentó por primera vez el método Freudiano en la Universidad de Helsinki; en 1911, después de haberse encontrado con Sigmund Freud en Viena, comentó las ideas de este último ante los miembros de la Orden de los Médicos Suecos. Su conferencia, titulada «El método psicoanalítico», recibió una acogida fría, y no fue publicada en la revista de la Orden, según era costumbre. En esa fecha Bjerre redactó para el Jahrbuch un extenso artículo sobre un caso de paranoia femenina, el primero de ese tipo en la literatura psicoanalítica. Este caso, primeramente discutido con Freud en un intercambio epistolar, fue comentado en 1936 por el filósofo francés Ronald Dalbiez en su obra La méthode psychanalytique et la doctrineFreudienne. La paciente era una mujer de 53 años, soltera, convencida de que la perseguían personas que le tiraban de la lengua y contaban a la prensa su relación con su amante. Después de haber tenido relaciones sexuales con hombres, ella se había volcado hacia las mujeres, y convertido en feminista. Bjerre la recibió cuarenta veces, a razón de una entrevista cada dos días, obligándola a proporcionar detalles minúsculos relativos a su historia, y poniendo sistemáticamente en duda sus interpretaciones. Después afirmó haberla curado. Freud, que en esa época estaba elaborando su doctrina de la paranoia, declaró en diciembre de 1911 que, si había habido curación, se trataba de un caso de histeria de forma paranoide. Basándose en una experiencia idéntica realizada por Sandor Ferenczi, mantuvo su diagnóstico: «La paciente se volvió paranoica -le dijo a Bjerre- en el momento en que toda su libido estaba dirigida hacia la mujer. Se volvió normal en cuanto, a través de la transferencia, usted le restituyó la antigua fijación en el hombre.» Este intercambio, que permite ver de qué modo tenían lugar las discusiones en las que se nutría Freud para elaborar su clínica, fue sin duda decepcionante para Bjerre, quien se sintió «humillado» en su encuentro con alguien cuya «mirada penetrante y glacial me atravesaba al punto de hacerme sentir mucho peor de lo que nunca hubiera imaginado». En cuanto a Freud, juzgó a Bjerre «taciturno, estirado y carente de humor». En una carta, incluso antes de verlo, dio muestras de una ironía mordaz al respecto: «Sin conocerlo, pienso poder adelantar que lo creo a usted perfectamente incapaz de un ínfimo hurto, pero no diría lo mismo de una invitación a visitarlo a su habitación esta noche, dirigida a una linda criada que acaba de encontrar en el corredor de su hotel». Bjerre no sólo renunció a la idea de tenderse él mismo en el diván, sino que fue abandonando progresivamente el Freudismo, y adoptó otras formas de terapia, a través de las cuales trataba sobre todo de construir su propia identidad. En términos generales, pensaba que el consciente era más importante que el inconsciente en el tratamiento del psiquismo, y que la curación podía obtenerse mediante persuación. En el Congreso de la International Psychoanalytical Association (IPA) de Múnich en 1913, ya había insistido en la primacía del consciente. Su relación tumultuosa con la bella Lou Andreas-Salomé, que tenía la misma edad que su esposa, y que lo abandonó al cabo de nueve meses, no arregló las cosas. La conoció en agosto de 1911, en oportunidad de una visita a Ellen Key, en la casa de esta última en Alvastra, lugar de encuentros intelectuales. Él admiraba a Nietzsche (1844-1900), y había leído la soberbia obra que Lou le dedicó. Preparaba entonces su intervención para el Congreso Internacional de la IPA en Weimar. Lou se cruzó con la mujer de su amante, que estaba paralítica, y observó la extraña relación mística y culpable que los unía. Después viajaron juntos a Weimar, y muy pronto ella ingresó en el círculo de los íntimos de Freud. Mientras Bjerre seguía dudando del Freudismo, Lou lo dejó, para comprometerse apasionadamente en las filas de Freud. En mayo de 1912 Lou puso fin a esa relación amorosa, pidiéndole que quemara las seis cartas que ella le había dirigido. Y en el Diario de un año presentó una descripción cruel de este hombre, en la que se reflejan el orgullo, el narcisismo, el sufrimiento y las inhibiciones de ese puritano nórdico: «Un advenedizo que se hizo a sí mismo y que [ … ] no puede confesarse nada a sí mismo Utiliza a los hombres como un medio para exteriorizarse y ayudarse personalmente 1. Esto se aplica incluso a su vida amorosa: hasta su hogar y su esposa, que se han adaptado a este esquema de una manera afligente y singular, puesto que él es el enfermero, el sostén, el salvador de la vida de su mujer, y sólo a este precio se ha permitido el amor.» Al final de su vida, Poul Bjerre, interrogado por H. F. Peters, se mostró más tierno, respecto de ella, de lo que ella lo había sido con él: «En mi larga vida, nunca encontré otra persona que me haya comprendido tan pronto, tan bien y tan completamente como ella [ … ]. Cuando la conocí, trabajaba en establecer las bases de mi psicoterapia, la cual, en sentido contrario a la de Freud, se funda en el principio de la síntesis. En mis conversaciones con Lou pude ver claramente cosas que yo mismo no habría podido encontrar. Como un catalizador, ella activaba los procesos de mis pensamientos. Es posible que haya destruido vidas y matrimonios, pero su compañía era estimulante. Se sentía en ella la chispa del genio. Uno tenía la impresión de crecer en su presencia [ … ]. Recuerdo que Lou había empezado a aprender el sueco, porque quería leer mis libros en el original.» Pacifista durante la Primera Guerra Mundial, y persuadido de ser el misionero de un nuevo orden espiritual, se opuso ferozmente a la Revolución de Octubre después de haber viajado a San Petersburgo para encontrarse con Aleksandr Kerenski (1881-1970). Paradoja sorprendente: este introductor del Freudismo en los países escandinavos se alejó de la doctrina de Freud sin haber sido realmente Freudiano. También se apasionó por las tesis de Alfred Adler y Carl Gustav Jung, sin adherir verdaderamente a ellas. Así, en 1924 le pidió a Freud la autorización para traducir al sueco el texto de L’Intérêt de la psychanalyse («El interés por el psicoanálisis»), escrito en francés. Después, sin decírselo, lo publicó en una compilación junto a artículos de Oskar Pfister, Alfons Maeder, Jung y Adler. Freud se disgustó; más tarde le recomendó que hiciera traducir las cinco famosas conferencias sobre psicoanálisis pronunciadas en los Estados Unidos en 1909. En el último artículo de esa obra colectiva, titulado «El camino que lleva a Freud para mejor alejarse de él», Bjerre trataba de mostrar los «límites» de todas las teorías de los principales fundadores de la psiquiatría dinámica moderna (Freud, Jung, Adler). Pero, sobre todo, se presentaba a sí mismo como creador de una nueva doctrina terapéutica, la psicosíntesis, que en realidad había sido presentada en 1907 por un psiquiatra suizo. Bjerre pretendía asociarle la ciencia de las religiones, la estética y las ciencias naturales, para demostrar hasta qué punto esa nueva doctrina era superior a todas las otras. De hecho, se postulaba como el fundador de un bjerrismo que no iba a existir nunca. A partir de 1925, después de la muerte de la esposa y el suicidio de su hermano Andreas (que él ocultó a la madre), vivió con su ama de llaves, Signhild Forsberg, hasta el fin de sus días. En esa época comenzó a interesarse de manera más evidente aún por el alma colectiva de los pueblos, y a adherir a una especie de mística naturalista que mezclaba el culto pangermánico con la apología de la mentalidad nórdica, Pronto fascinado por el nacional socialismo, en diciembre de 1933 pronunció una conferencia ambigua, titulada «Hitler psicoterapeuta». Partiendo de la idea de que Hitler tenía un verdadero genio para comprender y captar el alma de las masas, deducía de ello que el nazismo, en tanto doctrina antisemita, era tan fanático y extremista como el Freudismo, al que calificaba de «ciencia semita». A estos dos fanatismos oponía su propia teoría, demostrando que él había sido una de las pocas personas capaces de desprenderse a tiempo del dogmatismo psicoanalítico, tan sectario como la ideología hitleriana. De modo que su creencia en una psicología diferencial de los pueblos y de las razas llevó a Bjerre a «aceptar» la nazificación de Alemania. Por ello, en el curso de la conferencia, exhortó a sus colegas a escoger su campo, en otras palabras, a avalar la «arianización» por los nazis del psicoanálisis y la psiquiatría. Hasta 1942 viajó varias veces a Berlín, trató de hacer editar sus libros y mantuvo correspondencia con Matthias Heinrich Göring. Sin embargo, esta deriva no lo llevó a convertirse en un antisemita militante ni en un seguidor del nazismo. Preocupado ante todo por sí mismo y por la divulgación de sus obras, en 1941 fundó un instituto de psicología médica y psicoterapia en el que él era el único maestro. Seis años más tarde, a falta de discípulos, el instituto cerró sus puertas, y Bjerre se retiró definitivamente a Varstavi, donde vivió en la magnífica casa que se había hecho construir en 1913, después de la muerte de la madre, para consagrarse a sus obras, no sin haber publicado en Psyché, la revista de Maryse Choisy (1903-1979), un artículo en el cual llamaba a una renovación espiritual del «alma nórdica», contra los partidarios del psicoanálisis, a su juicio víctimas de su mentalidad judía. Hizo de su propia doctrina (la psicosíntesis) una nueva religión de los tiempos modernos, superior al judeocristianismo, y la única capaz de curar a la humanidad sufriente. El mesianismo de este extraño Freudiano que había ignorado tanto el Freudismo no ganó más adeptos en Suecia que en otras partes, y Poul Bjerre murió solitario bajo la mirada benévola de su fiel ama de llaves.