Biografía Freud Amalia (1835-1930)
Freud Amalia Nacida Malka Nathanson (1835-1930), madre de Sigmund Freud
Tercera esposa de Jacob Freud, Amalia Nathanson nació en Brody, en una familia judía de Galitzia oriental, provincia polaca incorporada a Austria. Pasó una parte de su infancia en Odesa, y era aún muy joven cuando sus padres se instalaron en Viena. Su matrimonio fue celebrado en 1855 por el rabino lsaac Noali Mannheimer según el rito reformado-, la joven tenía veinte años menos que el marido. Un año más tarde dio a luz al primero de sus ocho hijos, al que puso el nombre de su abuelo paterno (Schlomo), muerto tres meses antes del nacimiento del nieto. Sigmund Freud nunca usó ese nombre. Ernest Jones da un retrato preciso de esa mujer vivaz, bella, narcisista, tiránica con los hijos, egocéntrica, dotada de un humor mordaz, y capaz de pasar sus veranos en Ischl, jugando a las cartas con sus amigas, hasta una hora avanzada de la noche: «A los noventa años, se negó a recibir un magnífico chal que le querían regalar, diciendo que «la envejecería» [ … ]. Cuando apareció una fotografía suya en un periódico, comentó: «Qué mal retrato, tengo el aspecto de una centenaria».» Los jóvenes visitantes se sorprendían al oírla hablar del maestro venerado llamándolo mein goldener Sigi («mi Sigi de oro»). Por su parte, Martin Freud describió a su abuela como «una «judía polaca típica con todos los defectos que esto puede suponer» [ … ]. Tenía un carácter dominante y se expresaba con fluidez, era una mujer resuelta, con poca paciencia y extremadamente inteligente». De modo que Freud fue adorado por la madre, y tuvo con ella una relación privilegiada. A su contacto construyó su teoría del complejo de Edipo, según el recuerdo que se puede encontrar en La interpretación de los sueños. Deslumbrado por la desnudez de ella cuando él tenía cuatro años, seis años más tarde tuvo un célebre sueño de angustia: «Mi querida madre, con una expresión del rostro particularmente tranquila y dormida, llevada a su habitación y tendida en la cama por dos (o tres) personajes con pico de pájaro». Según su propia interpretación, los picos de pájaro eran la representación visual de vögeln (atornillar), palabra alemana vulgar que designa las relaciones sexuales, por analogía con Vogel (pájaro). Esos pájaros remitían además a la divinidad egipcia reproducida en la Biblia familiar que el pequeño Sigmund tenía la costumbre de hojear. De modo que el sueño traducía el deseo sexual del niño, dirigido a la madre. Observemos que Freud retomó esta temática en 1910, en otra forma, en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. Consciente del amor que le tenía la madre, Freud declaró a menudo, y sobre todo a propósito de Goethe, que «cuando uno ha sido el favorito incuestionable de la madre, se conserva para toda la vida un sentimiento conquistador, la seguridad de éxito que no es poco frecuente que arrastre efectivamente el éxito tras de sí». Nada es más cierto, y el vínculo que muy a menudo une a todo creador (escritor o artista) con la madre está allí para demostrarlo, especialmente en los casos de homosexualidad exitosa. El propio Freud fue, por otra parte, la prueba viviente de esta verdad. El amor de la madre lo proveyó de todos los corajes: no sólo supo enfrentar la adversidad con una seguridad increíble, sino que incluso adoptó respecto de la muerte esa actitud de aceptación típica de quienes se sienten inmortales porque han podido hacer el duelo del primer objeto de amor: la madre amante. Se comprende entonces la angustia que experimentaba ante la idea de morir antes que Amalia. Se la hizo conocer a Karl Abraham en una carta del 29 de mayo de 1918: «Mi madre cumplirá 83 años este año, y ya no está muy firme. Se me ocurre pensar que si muere, ello me dará un poco más de libertad, pues la idea de que habría que decirle que yo he muerto tiene algo que hace retroceder». Debido a esta angustia, Amalia fue mantenida en la ignorancia respecto de los decesos que habían golpeado a su descendencia. Y cuando ella murió, en Viena, a los 95 años, Freud, afectado de cáncer y ya inválido, se sintió aliviado. Opuesto a los ritos religiosos, y agotado por su propio sufrimiento físico, no asistió a los funerales: «Nada de dolor, nada de duelo», le dijo a Sandor Ferenczi. Pero agregó de inmediato que, en las capas profundas del inconsciente, esa muerte iba a trastornar su vida. Fue lo que realmente ocurrio, aunque la muerte de Jacob Freud, en 1896, había tenido aún más efectos sobre él. Se puede agregar que la observación de Freud sobre «el hijo preferido» fue corroborada de manera negativa por los descubrimientos de Melanie Klein acerca de la primera infancia. Inspirándose en su propia relación detestable con la madre, Klein, en efecto, señaló que el odio primordial que liga al hijo con la madre es la fuente de todas las perturbaciones psicóticas y neuróticas ulteriores, así como la causa primera e inconsciente de todos los fracasos amorosos y profesionales con los que se tropieza en la edad adulta. De allí la necesidad de un análisis precoz. Ferenczi fue el primero en subrayar, en 1930, lo que la doctrina Freudiana de la sexualidad femenina le debía a esa relación entre Amalia y su hijo: «Se observa la ligereza con la que él sacrifica los intereses de las mujeres a los pacientes masculinos. Esto corresponde a la orientación unilateral, andrófila, de su teoría de la sexualidad. En este punto ha sido seguido por casi todos sus alumnos, incluso yo [ … ]. Es posible que el autor tenga una repugnancia personal ante una sexualidad espontánea de la mujer, de orientación femenina: idealización de la madre. Retrocede ante la tarea de tener una madre sexualmente exigente, y de tener que satisfacerla. En un momento dado, debió de verse ante esa tarea, por el carácter apasionado de la madre. (La escena primitiva puede haberlo vuelto relativamente impotente.) [ … ]. En su conducta, Freud desempeña sólo el papel de dios castrador, no quiere saber nada del momento traumático de su propia castración en la infancia; él es el único que no debe ser analizado.» Lo que revela el pobre conocimiento que Freud tenía de la feminidad no es tanto el monismo sexual (libido única), como la incapacidad (señalada por Ferenczi) en que se encontraba para enfrentar la sexualidad de la mujer, y en consecuencia de la madre. Por otro lado, fue su nodriza (Monica Zajic, llamada Nannie), y no la madre, quien lo inició en ese ámbito. Respecto de la sexualidad, Freud adoptó en su vida una actitud contraria a la que preconizaba en su teoría. Nunca fue el amante de las mujeres que lo seducían por su inteligencia llamada «rnasculina», y con las cuales mantenía relaciones transferenciales apasionadas (Marie Bonaparte, Ruth Mack-Brunswick, Jeanne Lampl-De Groot, etcétera), y se casó con una mujer cuya sexualidad se reducía a cumplir con el papel para el cual estaba biológicamente constituida: el de madre. Peter Gay ha puesto de manifiesto este último punto. Con sus hijas, Freud repitió ese clivaje: para él, Anna Freud llegó a ser objeto de una verdadera pasión intelectual, mientras que Mathilde Hollitscher y Sophie Halberstadt tenían el único destino de convertirse en madres. Una sola mujer logró romper el espejo: Lou Andreas-Salomé.