Biografía Freud Anna (1895-1982)
Freud Anna (1895-1982), hija de Sigmund Freud. Psicoanalista inglesa
Nacida en Viena, Anna Freud fue el sexto y último vástago de Sigmund y Martha Freud. No era deseada por la madre ni por el padre, el cual, puesto que no había anticonceptivos, decidió permanecer casto después de ese parto. De modo que la niña debió luchar para hacerse reconocer, con las cualidades de que disponía: valentía, tenacidad, gusto por las cosas del espíritu. Sin la belleza de su hermana Sophie Halberstadt ni la elegancia de Mathilde Hollitscher, se sentía inferior en su familia. Por otra parte, en esa familia sólo de los herederos varones se esperaba que estuviesen dotados para el estudio. Rival desde la infancia de su tía Minna Bernays, pasó la adolescencia celando a la doctrina que la privaba de su padre adorado. En la edad adulta, para acercarse a él, optó por entrar en el círculo de sus discípulos. Pero como no estaba previsto que fuera a la universidad o estudiara medicina, se convirtió en maestra. Siguió siéndolo durante toda la Primera Guerra Mundial, exactamente entre 1914 y 1920. Su primer contacto con el movimiento psicoanalítico se produjo en 1913: en oportunidad de un viaje a Londres, se encontró implicada sin previo aviso en el núcleo de las relaciones de su padre con Ernest Jones. En compañía de Loe Kann, que en ese entonces estaba en análisis con Freud y era la amante de Jones, Anna fue cortejada por este último. Advertido por Loe, a Freud le cayó muy mal, y envió a Jones una firme reprimenda, mientras prohibía a la hija que se comprometiera en una aventura sin futuro con un «solterón» astuto. No contento con ponerse en el papel de padre autoritario, adujo la cura de Loe para interpretar el comportamiento de su discípulo: «Jones -dijo en sustancia- corteja a Anna para vengarse del hecho de que su amante quiere dejarlo, gracias al éxito de su cura». A partir de ese momento, Freud comenzó a desalentar a todos los pretendientes que se atrevían a cortejar a su hija (sobre todo, a Hans Lampl). Jones aguardó unos cuarenta años para defender su causa ante Anna, y confesarle que seguía amándola. Después de la muerte prematura de Sophie y el matrimonio de Mathilde, Anna Freud se convirtió en la Antígona del hogar paterno, a la vez discípula, confidente y enfermera. En cuanto a Freud, no vaciló en tomarla en análisis en dos oportunidades: entre 1918 y 1920, primero, y después entre 1922 y 1924. Dos años más tarde trató de justificarse: «Con mi propia hija he tenido éxito, con un hijo uno tropieza con escrúpulos particulares». En realidad, Freud no se engañaba con esta explicación edípica. Sabía muy bien que ese análisis había tenido el efecto de reforzar el amor que Anna le tenía, y que la afirmación del «éxito- de la cura sólo expresaba una pasión imposible de desanudar. Con toda franqueza le confesó a Lou Andreas-Salomé sus verdaderos sentimientos: él era tan incapaz de renunciar a Anna como de privarse del tabaco. Por su lado, Anna sufría el escándalo suscitado por esa pasión en el movimiento psicoanalítico. Por ello tomó como confidentes a Max Eitingon y Lou Andreas-Salomé. Los dos desempeñaron un papel analítico, el primero tratando de desprenderla del padre, y la segunda impulsándola, por el contrario, a asumir esa situación transgresiva: «Poco importa el destino elegido -dijo Lou-, siempre y cuando uno lo cumpla hasta el final». Lou tenía razón, puesto que fue con el pleno desarrollo de esa piedad filial como Anna pudo dar una verdadera significación a su existencia de mujer y jefa de escuela en el movirniento Freudiano. Mantuvo con su padre una correspondencia de aproximadamente trescientas cartas (de una y otra parte), aún no publicada, pero que se puede consultar en la Library of Congress de Washington. Anna entró en el movimiento a través del psicoanálisis de niños: en 1922 presentó ante la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV) un primer trabajo titulado -Fantasmas y ensueños diurnos de un niño golpeado». Cinco años más tarde se publicó su obra principal, El tratamiento psicoanalítico de niños. Paralelamente asumió la edición de las obras del padre, los Gesammelte Schriften, completados en 1924. Al año siguiente fue elegida directora del nuevo instituto de psicoanálisis de Viena, que acababa de abrirse. Así comenzó a asumir las responsabilidades institucionales que iban a hacer de ella la gran representante de la ortodoxia vienesa, en una época en que Melanie Klein, su terrible rival, emprendía la gran reestructuración teórica de la obra Freudiana. Estas mujeres, representantes de dos corrientes divergentes en el seno de la International Psychoanalytical Association (IPA), nunca pudieron llegar a un acuerdo. Rodeada por los más notables discípulos vieneses de la primera hora -Siegfried Bernfeld, August Aichhorn, Wilhelm (Willi) Hoffer (1897-1967)-, Anna creó en 1925 el Kinderseminar (Seminario de Niños), que se reunía en el departamento de la Berggasse. Después de las experiencias desdichadas de Hermine von Hug-Hellmuth, se trataba de formar terapeutas capaces de aplicar los principios del psicoanálisis a la educación infantil. El mismo año conoció a Dorothy Burlingham, quien iba a ser su querida y tierna amiga de toda la vida. A través de esa mujer, Anna realizó su propio deseo de maternidad. Con una especie de abnegación mística, se ocupó en efecto de los cuatro hijos de Dorothy: Bob (Robert), Mabbie (Mary), Tinky (Katrina), Michael (Mickey). Todos padecían trastornos psíquicos más o menos graves, y Anna les sirvió de madre, educadora y analista. Para ellos, Anna creó, junto con Erik Erikson, Peter Blos y Eva Rosenfeld (1892-1977), la sobrina de Yvette Guilbert, una escuela especial a la que después concurrieron otros hijos de pacientes en análisis: «Para los analistas que giraban en torno a Freud y la familia Burlingham en Viena -escribe Peter Heller-, el psicoanálisis era una religión, un culto, una Iglesia [ … ]. Mi vida transcurría en la escuela muy privada de los Burlingham-Rosenfeld, marcada por la personalidad de Anna Freud y la concepción de una pedagogía psicoanalítica. Entre otras cosas, la escuela, aunque más tarde se lo haya negado, consistía en una experiencia progresista y elitista de la educación de hijos [de padres] en análisis [ … ]. Una experiencia privilegiada, muy promisoria, inspirada y animada por un ideal de humanidad más puro y sincero que el de todos los otros establecimientos a los que yo he asistido. Allí se difundía un auténtico sentido de la comunidad.» Mientras que Melanie Klein creó una nueva práctica del análisis de niños, Anna Freud siguió la vía indicada por el padre desde la cura de Herbert Graf (Juanito). Anna consideraba que el niño es demasiado frágil para someterlo a un verdadero análisis (con exploración del inconsciente), y sostenía el principio de la cura bajo la responsabilidad de la familia y los padres y, más en general, bajo la tutela de las instituciones educativas. Según ella, el complejo de Edipo no debía ser examinado con demasiada precisión en el niño, en razón de la falta de madurez del superyó. En este ámbito, el enfoque analítico debía por lo tanto integrarse a la acción educativa. La debilidad de la doctrina annaFreudiana provenía de la falta de reflexión sobre los vínculos entre el niño y la madre. A los ojos de Anna sólo contaba la relación con el padre. De allí la prevalencia acordada a la pedagogía del yo, en detrimento de la exploración inconsciente. Después de la ruptura con Otto Rank, Anna Freud fue admitida en el Comité Secreto, ocupando el lugar de aquél. Tuvo entonces la impresión de contarse por fin entre los paladines de la «causa» analítica, lo que la acercaba aún más al padre. Desde entonces se convirtió en custodio de la ortodoxia Freudiana. En 1937, gracias al dinero de una rica norteamericana, Edith Jackson (1895-1977), quien viajó a Viena para analizarse con Freud, abrió un pensionado para niños pobres, al cual dio el nombre de Jackson Nursery. La experiencia se inspiraba en la de Maria Montessori. La interrumpió la implantación del nazismo en Austria. Obligada a emigrar con toda la familia, Anna se instaló en Londres en 1938, acompañada por numerosos vieneses que después se exiliaron en los Estados Unidos. Los kleinianos experimentaron ese desembarco de la Iegitimidad Freudiana- como una verdadera intrusión. En efecto, desde muchos años antes, en la British Psychoanalytical Society (BPS) prevalecían las tesis kleinianas, que habían transformado totalmente el Freudismo clásico. No sólo los psicoanalistas ingleses se habían alejado de sus colegas del continente, sino que su práctica, su mentalidad, sus orientaciones clínicas, incluso sus conflictos (sobre todo en torno a Edward Glover), no tenían ya nada que ver con las disputas del mundo de lengua alemana. Ahora bien, en ese momento Anna acababa de publicar su obra principal, El , Yo – Y los mecanismos de defensa, opuesta a las investigaciones de la escuela inglesa. El conflicto era por consiguiente inevitable, y se produjo después de la muerte de Freud, con el desencadenamiento de las Grandes Controversias en 1941. Cercana a las posiciones de la Ego Psychology, Anna Freud retomaba la noción de defensa para convertirla en el pivote de una concepción del psicoanálisis ya no centrada en el ello, sino en la adaptación posible del yo a la realidad. De allí la gran importancia atribuida a los mecanismos de defensa, más bien que a la defensa propiamente dicha. La obra tuvo un enorme éxito en los Estados Unidos, y marcó el nacimiento del annaFreudismo, segunda gran corriente representada en la International Psychoanalytical Association (IPA). Agotada por las controversias, y decepcionada por la evolución del movimiento analítico, que ella encontraba cada vez más alejado del Freudismo original, Anna Freud conservó no obstante a muchos amigos de antaño, que la amaban por su abnegación, su generosidad y su sentido de la fidelidad, y con los cuales podía evocar nostálgicamente el antiguo esplendor vienés. Entre ellos estaban Ernst Kris, Marianne Kris, Heinz Hartmann, René Spitz, Richard Sterba, y otros. Aislada en Londres, pero instalada en la magnífica residencia de 20 Maresfield Gardens que iba a convertirse en el Freud Museum, prosiguió sin descanso sus actividades en favor de la infancia, creando las Hampstead Nurseries, siempre con la ayuda de Dorothy Burlingham. En 1952 fundó la Hampstead Child Therapy Clinic, un centro de terapia e investigación psicoanalíticas donde aplicó sus teorías en estrecha colaboración con los padres de los niños asistidos. Garante de la herencia Freudiana, no sólo se ocupó de la publicación de las obras del padre y de sus archivos, sino también de los miembros de la familia, sobre todo los sobrinos. En la década de 1970 continuó desempeñando el papel de madre con los hijos de su amiga Dorothy. Dos de ellos tuvieron un fin dramático: Bob murió de una crisis de asma después de haber atravesado varios episodios depresivos, y Mabbie terminó por suicidarse ingiriendo una fuerte dosis de medicamentos. En 1990, convertido en profesor de literatura, Peter Heller publicó un conmovedor testimonio: sus recuerdos del análisis con Anna Freud. Nacido en Viena en 1920, había sido tratado por ella entre 1929 y 1932. Después se casó con Tinky, la hija de Dorothy Burlingham, y a continuación pasó muchos años más en el diván de Kris. El relato de su cura, acompañado por las notas que Anna le cedió, permite revivir el extraño enredo de los años 1920-1935, durante los cuales Anna y el padre mezclaron tan estrechamente el diván, la familia y la vida privada. Principalmente, Peter Heller ha señalado el carácter asfixiante de la posición materna ocupada por Anna, mientras que, en su doctrina, ella no tenía en cuenta el vínculo arcaico con la madre. Colmada de honores, pero incapaz de comprender la evolución del movimiento psicoanalítico, Anna Freud murió en Londres después de haber enfrentado la tempestad provocada por los partidarios de la historiografía revisionista a propósito de la publicación de las cartas de su padre a Wilhelm Fliess. A un joven analista que en 1979 le había enviado un artículo en el que se preveía la muerte del psicoanálisis, ella le respondió lo siguiente: «Predecir la muerte del psicoanálisis está quizá de moda. La única respuesta inteligente es la de Mark Twain cuando un periódico anunció por error que él había muerto: «Las noticias de mi muerte son muy exageradas». En todo caso, usted dice que a los viejos los ha dejado muy indiferentes, lo que es normal, pues están acostumbrados a los ataques. En muchos sentidos, el psicoanálisis da lo mejor de sí cuando es atacado.»
(Viena 1895 – Londres 1982). Es la menor de los hijos de S. Freud. Presidenta del Instituto de Formación Psicoanalítica de Viena de 1925 a 1938, se refugia en Londres en 1938 con su padre y funda, en 1951, la Hampstead Clinic, centro de tratamiento, de formación y de investigación en psicoterapia infantil. Es una de las primeras en emprender psicoanálisis de niños. A sus concepciones se opondrán las de M. Klein, en particular del lado de la exploración del complejo de Edipo, porque A. Freud temía el deterioro de las relaciones del niño con sus padres si se analizaban sus sentimientos negativos frente a ellos. Ha publicado Einführung in die Technik der Kinderanalyse (1927), El yo y los mecanismos de defensa (1937), Normalidad y patología en el niño (1965).