Biografía Gross Otto (1877-1920)
Gross Otto (1877-1920) Psiquiatra austríaco
Las relaciones de Sigmund Freud con Wilhelm Fliess y Hermann Swoboda demuestran hasta qué punto el movimiento psicoanalítico, sobre todo en los inicios, estuvo marcado por la temática del plagio, el robo de ideas, la droga y la locura. El «affaire Otto Gross», así como los que implicaron a Viktor Tausk y Sabina Spielrein, se contaron entre los más violentos de estos episodios. Nacido en Feldbach, en Estiria (Austria), Otto Gross era hijo del jurista Hans Gross 1847-1915), uno de los fundadores de la criminología. Desde su infancia presentó signos de desequilibrio mental, a los cuales el padre, muy rígido, no supo aportar ninguna respuesta. Soñando con hacer de su hijo un partidario de sus teorías sobre el diagnóstico antropológico precoz de los criminales, lo orientó hacia el estudio de la psiquiatría. Pero al día siguiente de obtener su doctorado, Otto Gross se alistó como médico de a bordo en los paquebotes de la línea Hamburgo-América del Sur. En busca de identidad, se entregó a diversas drogas: cocaína, opio, morfina. Al volver, después de diferentes períodos de práctica en clínicas neurológicas de Múnich y Graz, se sometió a una primera cura de desintoxicación en la Clínica M Burghölzli, donde trabajaba Carl Gustav Jung bajo la dirección de Eugen Bleuler. En 1903 se casó con Frieda SchIoffer y, a través de ella, conoció a Marianne Weber, la esposa del sociólogo Max Weber (1864-1920), y a las dos hermanas Von Richtofen, Else y Frieda. Una estaba casada con el economista Edgar Jaffé, y la otra con el filósofo francés Ernest Weekley, a quien dejó en 1912 para casarse con el escritor David Herbert Lawrence (1885-1926). Designado Privatdozent y agregado de psicopatología, Gross se convirtió en asistente de Emil Kraepelin en Múnich, y se entusiasmó con la obra Freudiana. Después de conocer a Freud, se orientó hacia la práctica del psicoanálisis, frecuentando el ambiente intelectual del barrio de Schwabing, donde se mezclaban a principios de siglo los discípulos de Stefan George (1868-1933) y de Ludwig Mages (1872-1956): «El nietzscheanismo tomaba allí la forma de una metafísica del «eros cosmogóñico» -escribió Jacques Le Rider- en el que se ponía de manifiesto la nostalgia de un dionisismo arcaico inspirado en las investigaciones mitológicas de Bachofen sobre el «matriarcado» de las culturas anteriores al surgimiento del racionalismo griego. Gross se sumó a la causa del psicoanálisis a través de este culto, y preconizando el inmoralismo sexual. En esa época tenía relaciones simultáneas con las dos hermanas Richtofen. En 1906, en Ascona, se vio mezclado en el suicidio de Lotte Chattemer, una militante anarquista. Se sospechó que había proporcionado drogas a la joven, y que la había alentado en su proyecto de quitarse la vida. En 1907, tres años después de su primer encuentro con Freud, publicó una obra, La ideogenidad Freudiana – Y su significación en la alienación maníaco-depresiva de Kraepelin, en la cual relacionaba el concepto Freudiano de clivaje (Spaltung) con el de disociación de Kraepelin. Propuso asimismo reemplazar la expresión dementia praecox por dementia sejunctiva, tomada al psiquiatra Karl Wernicke ( 1848-1905), para expresar la idea de disyunción, abriendo así el camino al concepto bleuleriano de esquizofrenia. Un año más tarde, por pedido del padre, fue internado en la Clínica del Burghölzli, para una segunda cura de desintoxicación. En realidad, Gross era visto a la vez como un discípulo de la tribu Freudiana y como un enfermo peligroso. Por pedido de Freud, Jung lo tomó en análisis y, a lo largo de sus cartas, fue dándole cuenta del desarrollo de esa extraña cura. Sin dejar de elogiar los méritos de Gross como teórico, Jung formuló dos diagnósticos sucesivos: neurosis obsesiva y demencia precoz. Ernest Jones, por su parte, habló más tarde de esquizofrenia. Rotulado entonces -como enfermo mental, Gross se convirtió en un cobayo entrampado entre un maestro y un discípulo que a su vez era un futuro disidente. Él le permitió a Jung sostener ante Freud la validez de la noción de demencia precoz, a la cual el maestro se resistía. El tratamiento terminó en un desastre: Gross huyó de la clínica y se hizo atender, sin más éxito, por Wilhelm Stekel. Muy pronto los partidarios de la causa Freudiana pasaron a considerarlo un extremista peligroso, capaz de perjudicar al movimiento: disoluto, inmoral, anarquista, violentamente apegado a la temática de la revolución por la sexualidad. Freud lo dejó sin miramientos: «Lamentablemente, no hay nada que decir de él; ha caído, y sólo le hará mucho daño a nuestra causa». A pesar de ese rótulo, Gross continuó practicando el psicoanálisis y pretendiéndose Freudiano. En 1908, después de escandalizar atendiendo a una joven rebelada contra la autoridad de los padres, vivió con Sophie Benz, pintora y anarquista que se suicidó en 1911. Nuevamente acusado de incitación al suicidio, después internado varias veces, y finalmente perseguido por la policía, que no dejó de acosarlo por «actividades subversivas», Otto Gross terminaría su vida errante en una calle de Berlín, muerto de frío y hambre. Ninguno de los grandes personajes de la «izquierda Freudiana» (desde Wilhelm Reich hasta Otto Fenichel) habría de rendir homenaje a esta figura maldita de la rebelión antiautoritaria. Fueron escritores como Max Brod (1884-1968), Blaise Cendrars (1887-1961), y en particular Franz Kafka (1883-1924), más sensible que otros a la relación padre/hijo, quienes iban a saludar la memoria de ese hombre que había perturbado tanto el orden moral del Freudismo naciente, y cuya obra reflejaba el trastorno sufrido por la sociedad occidental a principios de siglo: «Yo he conocido muy poco a Otto Gross -escribió Kafka- pero sentí que algo importante me tendía la mano sobre un fondo de ridículo, El aspecto desamparado de su familia y sus amigos (su mujer, su cuñada e incluso el niño de pecho misteriosamente silencioso en medio de las bolsas de viaje -no había riesgo de que se cayera de la cuna cuando estaba solo-, que bebía café negro, comía fruta y todo lo que uno quisiera) me hacía pensar un poco en el desconcierto de los discípulos de Cristo al pie del crucificado.»