Biografía Laforgue René (1894-1962)
Laforgue René (1894-1962) Psiquiatra y psicoanalista francés
Fundador del movimiento psicoanalítico francés, René Laforgue tuvo un destino tan tumultuoso como el de la mayor parte de los pioneros europeos de su generación. Igual que muchos de ellos, su infancia fue difícil, y en el psicoanálisis encontró un medio de encarar problemas personales. Fue un notable clínico de la psicosis y un excelente profesional del inconsciente, a la manera de un Sandor Ferenczi. También dejó su huella en la historia al formar a una buena cantidad de psicoanalistas franceses, entre ellos Françoise Dolto, su principal heredera. Laforgue nació en Thann, Alsacia, cuando esta provincia pertenecía todavía a Alemania. De allí la paradoja de que el primer Freudiano de Francia haya sido alemán antes de ser francés, y de que introdujo el psicoanálisis en el país más germanófobo de Europa, donde la doctrina vienesa era considerada una «ciencia boche». Laforgue provenía de una familia modesta, afectada por problemas de filiación. El padre, obrero grabador, no era el hijo legal de su propio padre, y la madre, depresiva y suicida, era hija ¡legítima de progenitores que no habían podido casarse en razón de los conflictos que oponían a católicos y protestantes. De modo que ella navegaba entre tres religiones. Enviaba a su hijo tanto a la iglesia católica como al culto protestante. Por la noche, a falta de sinagoga, le hacía recitar plegarias en hebreo. Laforgue fue un rebelde durante toda su vida. Después de haber recibido una inconveniente educación rígida, fue ubicado en un internado severo, del que se fugó. Encontró refugio en Berlín, en la casa de Franz Oppenheimer, un fisiólogo reputado; allí se orientó hacia la medicina y la psiquiatría. En 1913 descubrió la doctrina vienesa al leer La interpretación de los sueños y, un año más tarde, fue movilizado e incorporado al ejército alemán en el frente del Este. Cuando Alsacia volvió a ser francesa, Laforgue era interno en un hospital psiquiátrico de Estrasburgo. Allí se reveló como un notable clínico de la esquizofrenia. Eligió ese tema para su tesis, iniciándose en los trabajos de la escuela zuriquesa: los de Eugen Bleuler y Carl Gustav Jung. En 1922 se casó con Paulette Erikson, hija de un farmacéutico de Colmar. La pareja fue a instalarse en París, donde él conoció a Eugénie SokoInicka, quien lo tomó en análisis (lo mismo que a René Allendy y a Édouard Pichon). Muy pronto Laforgue reunió a su alrededor a quienes en 1926 fundarían la Société psychanalytique de Paris (SPP). Pero entre tanto, en 1923, Henri Claude lo ubicó como asistente en el Hospital Sainte-Anne. Sucedía allí a Eugénie Sokolnicka, que acababa de ser despedida porque no era médica. Emprendió entonces una larga correspondencia con Sigmund Freud que se prolongaría hasta 1937. En noviembre de 1925, un drama lo golpeó duramente. La esposa debió someterme a una histerectomía que en adelante le impediría ser madre. Laforgue trató de ocultarle la verdad el mayor tiempo posible, y terminó por enviarla a analizarse con Sokolnicka. Más tarde, Paulette Erikson se convirtió en psicoanalista después de un control con Heinz Hartmann. Las cartas intercambiadas entre Freud y Laforgue contienen muchos datos sobre los inicios del movimiento psicoanalítico francés: la creación de la Revue française de psychanalyse y del grupo de la Évolution psychiatrique, discusiones en torno a la idea de escotomización, juicios sobre el análisis de Marie Bonaparte enviados por Laforgue a Freud. La entrada en escena de la princesa tuvo una importancia considerable en la historia del movimiento francés. A partir de 1925, ayudada por Rudolph Loewenstein y adulada por Freud, ella reemplazó a Laforgue en la jefatura de ese frágil grupo parisiense dividido en dos tendencias: por un lado los internacionalistas, deseosos de imponer las reglas técnicas de la International Psychoanalytical Association (IPA) en la formación didáctica, y por el otro los chovinistas, muy decididos a fundar un «psicoanálisis francés» desembarazado de toda «germanidad». Laforgue no logró controlar los conflictos, y fue perdiendo progresivamente su autoridad. Su amigo Édouard Pichon le reprochaba que no supiera ejercer el mando, y los adversarios lo acusaban de ser una especie de gurú con una formidable necesidad de reconocimiento, incapaz de sustraerse a su neurosis de fracaso, y demasiado engreído como para hacerse respetar. Después de separarse de Paulette Erikson en 1938, se casó con Delia Clauzel, una de sus ex pacientes. Hija de un diplomático, provenía de la gran burguesía de derecha, y sentía pasión por el orientalismo y el esoterismo. A través de ella, Laforgue se fue alejando del Freudismo clásico para volverse hacia interrogantes espiritualistas. Para colmo de males, Delia, en 1942, dio a luz a una hija discapacitada que moriría cuatro años más tarde. Entonces se inició el período más negro de la vida de Laforgue. Movilizado y enviado a Saint-Brieuc en 1939, siempre incapaz de elegir su campo, se había convencido de que la victoria alemana era segura y de que había que «arreglarse» con el enemigo -Con peligro de someter al psicoanálisis a la buena voluntad de los nazis-. Mientras que el conjunto del movimiento francés había interrumpido toda actividad pública (algunos analistas emigraron, otros pasaron a la clandestinidad, otros esperaban días mejores), Laforgue tomó contacto con Matthias Heinrich Göring e inició con él una importante correspondencia. Le propuso hacer reaparecer la Revue française de psychanalyse bajo la tutela alemana, y crear en París un instituto «arianizado» según el modelo del de Berlín. El intento fracasó. Los nazis desconfiaron de ese Freudiano de la primera hora, miembro de la Liga contra el Antisemitismo y hostil a las tesis del nacional socialismo. En 1942, presintiendo la victoria de los Aliados, Laforgue cambió una vez más de orientación. Refugiado en su casa de Chabert, en el Mediodía de Francia, protegió a judíos y refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio (STO), facilitó la partida al extranjero de Oliver Freud y su esposa, y dirigió la cura de Eva Freud, hija de esa pareja, que se negó a abandonar el territorio francés. Al producirse la liberación, llevado a un tribunal de depuración por John Leuba (1884-1952), nuevo presidente de la SPP y germanófobo convencido, Laforgue fue puesto muy pronto en libertad, gracias a los diferentes testimonios de aquellos a quienes él había protegido, y sobre todo porque en esa época no existía ninguna prueba de esa extraña colaboración frustrada. A pesar del sobreseimiento judicial de 1946, el rumor persistió. Según sus enemigos, Laforgue se había convertido en un infame colaboracionista, incluso en un antisemita; para sus amigos, prontos a la hagiografía, seguía siendo un pionero heroico, incluso un resistente. El examen minucioso de los archivos, y en particular de la correspondencia con Göring, exhumada por primera vez en 1986 por Élisabeth Roudinesco, demuestra que, si Laforgue fue maldecido por el movimiento psicoanalítico, esto se debió menos a su supuesta colaboración con el enemigo (de la que nadie tenía pruebas en la época) que a su práctica didáctica, considerada transgresora e inadaptada a las normas de la IPA. En 1950, en el primer congreso mundial de psiquiatría, organizado por Henri Ey, Laforgue comenzó a denunciar el fanatismo de las sociedades psicoanalíticas. Tres años más tarde, en el momento de la escisión de 1953, renunció a la SPP para unirse a las filas de la nueva Société française de psychanalyse (SFP), fundada por Daniel Lagache y Juliette Favez-Boutonier. Un tiempo más tarde, huyendo de las disputas parisienses, se instaló en Casablanca, donde creó un pequeño círculo de discípulos, en cuyo centro él ocupaba el lugar de un maestro a la vez caído y admirado, dividido entre el amor del exilio y la nostalgia de la patria perdida. Estudió la mentalidad de las poblaciones indígenas, y se interesó por el problema de la redención. Pero sobre todo adoptó las tesis diferencialistas de la psiquiatría colonial francesa, según las cuales la «mentalidad indígena» era «inferior» a la del occidental llamado «civilizado», y extrajo de ellas análisis psicopatológicos, pretendiendo, por ejemplo, que los modos educativos en vigor entre los árabes favorecían la aparición de un «yo paranoico». Compartía este tipo de análisis con la fracción chovinista de la primera generación francesa: en efecto, esa temática había llevado a Angelo Hesnard, Édouard Pichon y otros, a rechazar la «germanidad» de las teorías Freudianas, en nombre del carácter francés de las suyas. No obstante, no se puede considerar a Laforgue un verdadero racista o un antisemita como lo era su discípulo y amigo Georges Mauco (quien colaboró con el nazismo). Murió a continuación de una operación quirúrgica. Las obras de psicoanálisis aplicado que dedicó a Talleyrand y a Baudelaire están tan olvidadas como sus escritos clínicos.