Biografía Mann Thomas (1875-1955)
Mann Thomas (1875-1955) Escritor alemán
Thomas Mann nació en Lübeck, en el norte de Alemania, el 6 de junio de 1875; su madre era una criolla de origen brasileño, cuya belleza exótica y sensual le inspiraría al novelista algunos de sus personajes femeninos más fascinantes; el padre provenía de una de las más ilustres familias protestantes de la ciudad. En 1892, después de la muerte del padre, las dificultades económicas llevaron a la familia a instalarse en Múnich, donde Thomas Mann publicó su primera novela en 1894. Quien iba a convertirse en uno de los más grandes escritores alemanes del siglo XX conoció el éxito en 1901, con su novela Los Buddenbrooks, fresco grandioso de la decadencia de una familia burguesa, en gran medida inspirado en la historia de su propia familia paterna. En 1905 se casó con Katja Pingshiem, de quien tuvo seis vástagos: Erika, que también sería escritora y recogió las confidencias de la madre al final de su vida; Klaus, escritor que se suicidó en 1949, en Cannes, después de haber terminado Le Tournant, su segunda autobiografía; Golo, periodista; Monika, nacida en 1910, el año del suicidio de Carla, una de las hermanas de Thomas Mann; Elisabeth y Michael. Heredero del mundo prometeico de la literatura romántica alemana, Thomas Mann siguió amando durante toda su vida la filosofía de Arthur Schopenhauer (1788-1860), la de Friedrich Nietzsche (1844-1900) y el universo wagneriano. Esta fascinación por las grandes epopeyas líricas, los sabios locos y los magos, su hostilidad a las formas racionales de pensamiento, sospechosas a su juicio de reduccionismo, iban a ser la fuente de los errores y las ambigüedades que caracterizaron su relación con la cosa política y el psicoanálisis. El odio de Thomas Mann a los valores del mundo occidental, del que no excluía a Alemania, ya se tratara del parlamentarismo, el internacíonalismo, los ideales socialistas o, incluso más, la psicología, lo llevaron a tomar partido por el imperialismo prusiano de 1914. La guerra le parecía entonces una cruzada por la defensa de la cultura germánica. Se malquistó con su hermano mayor, Heinrich (1871-1950), escritor y periodista, enamorado de Francia y de Italia, quien en 1914 tomó posición contra la empresa militarista de la Alemania del káíser Guillermo. En 1918, Thomas Mann, amargado por la derrota de su país, publicó una obra maestra panfletaria, Consideraciones de un apolítico, de acentos populistas y nacionalistas, en la cual volvía a atacar, con una violencia increíble, todas las formas de la psicología, a la cual le reprochaba que cultivara lo evidente y no respetara el arte y la creación. En 1924, después de haberse reconciliado con el hermano, publicó una de sus obras más célebres, La montaña mágica (Der Zauberberg), que le valió una reputación internacional: el escritor alemán más conocido del mundo recibió el Premio Nobel de Literatura en 1929. En el transcurso de esos años, sus opiniones políticas habían cambiado. Desde la aparición de los primeros síntomas del ascenso del nazismo, se comprometió con las fuerzas de izquierda, sumando todo su prestigio a las campañas electorales, multiplicando las conferencias ante la juventud, colaborando con los sindicatos para obstaculizar el retorno de la barbarie. Consternado, tomó conciencia de una inversión histórica: el nazismo triunfante había retomado, de un modo caricaturesco pero eficaz, los mismos valores de la Alemania romántica a los cuales él se había apegado tanto. El combate justo de los filósofos románticos se había vuelto anacrónico, ya no era la hora de la apología del instinto y lo irracional contra la alienación moderna, había que movilizar todas las fuerzas disponibles en ayuda de la civilización amenazada. Sin cuestionar la sinceridad y la solidez de ese compromiso, parece, no obstante, que no fue tan espontáneo y enérgico como se ha dicho generalmente. En 1996, su hija Erika, que resistió al nazismo desde la primera hora, publicó un libro de recuerdos en el cual incluyó cartas intercambiadas con su padre entre 1933 y 1936. Algunos de esos documentos atestiguan la lentitud del escritor, que entonces estaba en Suiza, en asumir una posición pública contra los nuevos amos de su país. A su hermano Klaus, Erika le escribió: «A pesar de nuestra juventud, nos ha tocado en suerte una pesada responsabilidad en la persona de nuestro padre sin grandeza». En febrero de 1936, Thomas Mann publicó en un diario helvético una toma de posición desprovista de toda ambigüedad, que lo reconcilió con la hija, según lo atestigua el telegrama que ella le dirigió entonces: «Gracias, felicitaciones, bendición». En vista de los temas dominantes en la obra de Thomas Mann (la enfermedad, la sexualidad y la muerte), se podría pensar que su encuentro con la obra Freudiana fue rápido y simple. Esto no ocurrió así en absoluto. Contradictorio en sus declaraciones, Thomas Mann llegó hasta disculparse, en una carta a Sigmund Freud del 3 de enero de 1930, por el carácter tardío de su comprensión de la teoría psicoanalítica y de su adhesión a los valores que ella aportaba, mientras que en 1925 había declarado que en su relato de 1912 titulado La muerte en Venecia ya gravitaba la influencia directa de Freud. De hecho, siempre cultivó la ambigüedad en ese punto. En la primera parte de su vida y su obra, el odio a cualquier clase de psicología, el temor a que la psicología se apropiara del arte y la literatura, si bien no respaldan la tesis de una ignorancia absoluta del descubrimiento Freudiano, explican su distanciamiento respecto del psicoanálisis, y sus burlas al respecto. Jean Finck señala: «En un primer momento, Thomas Mann dirigió al psicoanálisis, por lo menos en parte, sus sospechas respecto de la acción supuestamente disolvente y enemiga de la vida que le atribuía a la psicología». Por otro lado, es cierto (y el propio Thomas Mann lo reconoció) que, en razón de su cultura y sus lecturas, de su amor a la filosofía romántica alemana, estaba preparado para abordar las ideas Freudianas. Además nunca dejó de subrayar, a veces en exceso, la filiación, para él evidente, entre Schopenhauer y Freud. Pero hubo que aguardar hasta mediados de la década de 1920, cuando se inició su giro político, para que Thomas Mann se confrontara francamente con la obra de Freud, cuya influencia es evidente en José y sus hermanos, ese gran fresco comenzado en 1926. En adelante, su interés, su simpatía e incluso su admiración por el psicoanálisis, quizás aún más por la persona de Freud, se expresarían de manera resonante, un poco como un compromiso moral. Dos textos célebres ilustran ese reconocimiento: «Freud y el futuro», escrito en 1936 en ocasión del octogésimo cumpleaños del creador del psicoanálisis, y «Freud y el pensamiento moderno», publicado en 1929, en el año del Premio Nobel, sin duda uno de los textos más admirables sobre Freud, con algunas líneas de Stefan Zweig. «Freud y el pensamiento moderno» es una obra de combate filosófico y político. A la manera de Nietzsche, bajo cuyos auspicios se inscribe su desarrollo, Thomas Mann revisa alguna de sus posiciones anteriores, pero sobre todo, como verdadero estratega de la lucha de ideas, desmonta la utilización perversa, por las fuerzas de las tinieblas, de los valores ligados a la cultura (y en particular a los provenientes del romanticismo alemán). En su tiempo, Nietzsche había analizado y criticado el trayecto de los pensadores alemanes que en la Aufklärung creían discernir los gérmenes del progreso, y había llamado a dejar de considerar la filosofía romántica como una obra reaccionaria, demostrando principalmente que Schopenhauer volvía a los valores tan elogiados por Petrarca, Erasmo y Voltaire. Thomas Mann retorna la antorcha, y hace el elogio de Tótem y tabú, que acaba de releer. Ese libro, escribe, «nos incita a algo más que a una simple meditación sobre el espantoso origen psíquico del fenómeno religioso y sobre la naturaleza profundamente conservadora de toda reforma». Freud, explorador de las profundidades, se inscribe evidentemente en el linaje de los pensadores de los siglos anteriores que, en lugar de ignorar o idolatrar el rostro nocturno del ser, sentaron las premisas de su conocimiento. Guardémonos de hacer creer -continúa el autor de Mario y el mago- que Freud, porque explora lo oscuro, analiza lo glauco y visita la cloaca, es un oscurantista. Al defender de tal modo el pensamiento Freudiano, Thomas Mann está en pleno acuerdo consigo mismo. En efecto, el inconsciente Freudiano es el tiro de gracia a esa psicología clásica que él detesta, y el antirracionalismo de Freud «equivale a comprender la superioridad afectiva y dominante del instinto sobre la mente; no equivale a una prosternación admirativa hacia esa superioridad, a burlarse del espíritu». Thomas Mann reconoce entre líneas el narcisismo y la pulsión de muerte en la obra de Novalis, y dice que «lo que se ha denominado erróneamente el pansexualismo de Freud, su teoría de la libido, es, en síntesis, y despojado de toda mística, un romanticismo que se ha vuelto científico». Para concluir este análisis, encuentra acentos beethovenianos, los del Himno a la alegría: el psicoanálisis «es la forma del irracionalismo moderno que se resiste inequívocamente a todos los abusos reaccionarios que se han hecho de él. Es -nos declaramos convencidos de ello- una de las piedras más sólidas que hayan contribuido jamás a edificar el porvenir, morada de una humanidad liberada y que habrá alcanzado el conocimiento». En 1930, en ocasión de una reedición de su autobiografía, Freud añadió algunas líneas de conclusión en las que finalmente aceptaba ser ubicado entre los grandes pensadores de la humanidad. Al hacerlo, recordó a Thomas Mann: «En 1929, Thomas Mann, uno de los autores que tenían la mayor vocación de ser voceros del pueblo alemán, me asignó un lugar en la historia del espíritu moderno, en frases tan ricas de contenido como benévolas». El 8 de mayo de 1936, cuando los nazis ya no hacían un misterio de sus intenciones, Thomas Mann pronunció en Viena un discurso lírico en honor del «psicólogo del inconsciente [. .. ] verdadero hijo del siglo de Schopenhauer e lbsen, entre los cuales nació». En esa ocasión recordó con humildad que el psicoanálisis había ido a él, mucho más que él al psicoanálisis, y explicó que «apenas» se atrevía a hablar de Freud, quien debía ser honrado «como pionero de un humanismo del futuro». Un mes más tarde, el 14 de junio de 1936, visitó a Freud para leerle personalmente su texto. Max Schur ha descrito la impresión que ese elogio produjo en Freud, quien a su vez, en una carta a Arnold Zweig del 17 de junio de 1936, comentó hasta qué punto lo había conmovido esa visita: «Thomas Mann, que ha dado su conferencia sobre mí en cinco o seis lugares diferentes, tuvo la gentileza de repetírmela el domingo 14 de este mes, a mí personalmente, en mi habitación, aquí en Grinzing. Fue una gran alegría para mí y los míos, que se encontraban presentes.» Thomas Mann abandonó Alemania y viajó a los Estados Unidos en 1938. Enseñó en Princeton antes de instalarse en California. En 1944 adquirió la ciudadanía norteamericana, y a partir de entonces dedicó gran parte de su energía a investigar las raíces del cataclismo del que su país natal tenía, a sus ojos, una responsabilidad colectiva. Como lo ha recordado Jean-Michel Palmier, esta posición fue duramente criticada por Bertolt Brecht (1898-1956), quien le reprochó que confundiera «alemán» con «nazi». En 1945, en un texto titulado: «Por qué no vuelvo a Alemania», se explayó sobre su trayecto intelectual y político, y acerca de su abandono progresivo de las raíces alemanas: «Es cierto -dijo-, en el curso de todos estos años Alemania se me ha vuelto muy extraña. Ustedes convendrán conmigo en que es un país que da miedo.» Reprochándoles a los alemanes en general su participación (así fuera pasiva) en esa «guerra espantosa», exclamó: «¡Qué grado de insensibilidad tenía que haberse alcanzado para escuchar el Fidelio en la Alemania de Himmler sin cubrirse el rostro con las manos y abandonar la sala corriendo!» En 1952 Thomas Mann dejó definitivamente los Estados Unidos y se radicó en Suiza, desde donde recorrió Europa (incluso Alemania) dando conferencias. Murió en Zurich el 12 de agosto de 1955.