Carta 105 (19 de febrero de 1899)
El último pensamiento general se ha sostenido y parece querer crecer hasta lo infinito. No sólo el sueño es un cumplimiento de deseo; también lo es el ataque histérico. El síntoma histérico lo es, y probablemente lo sea todo resultado neurótico, pues anteriormente ya lo he discernido en cuanto a la insanía delirante aguda. Realidad objetiva- cumplimiento de deseo: de estos opuestos brota nuestra vida psíquica. Ahora sé, creo, qué condición separa al sueño del síntoma, el cual por cierto se esfuerza dentro de la vida de vigilia. Respecto del sueño, basta que sea el cumplimiento de deseo del pensamiento reprimido; es que está alejado de la realidad objetiva. En cambio el síntoma, en medio de la vida, tiene que ser además otra cosa: el cumplimiento de deseo del pensamiento represor. Un síntoma se genera allí donde el pensamiento reprimido y el represor pueden con. jugarse en un cumplimiento de deseo.
Cumplimiento de deseo del pensamiento represor es el síntoma, por ejemplo, como castigo, autopunición, la sustitución última de la auto. satisfacción, del onanismo.
Con esta llave se abren muchas cosas. ¿Sabes tú, por ejemplo, por qué X. Y. tiene vómitos histéricos? Porque ella en la fantasía está embarazada, porque en su insaciabilidad no puede prescindir de tener un hijo de su último amante fantaseado. Pero también debe vomitar porque con ello quedará emaciada, habrá adelgazado y perdido su belleza, y no gustará a nadie más.
Así, el sentido del síntoma es un par contradictorio de cumplimientos de deseo.
¿Sabes por qué nuestro amigo E. a quien tú conoces, se pone colorado y suda tan pronto como ve a cierta clase de conocidos, en particular en el teatro? El se avergüenza, eso está claro; pero, ¿de qué? De una fantasía en que se le antoja ser el desflorador de cada persona con quien se topa. Suda al desflorar, se ajetrea muchísimo en eso. Un eco de este significado cobra voz en cada caso dentro de él, como inquina del vencido, cuando se ha avergonzado ante una persona: «Ahora cree esta gansa estúpida que me avergüenzo ante ella. ¡Si la tuviera en la cama ya vería lo poco que me intimida! ». Y la época en que él dirigió sus deseos sobre esta fantasía ha dejado su huella en el complejo psíquico que desencadena el síntoma. Es la clase de latín; la sala del teatro le recuerda al aula, se afana por tener siempre el mismo asiento fijo en la primera fila. El entreacto es el respirium {recreo} y «sudar» se le decía entonces al «operam dare» {«dar lección»}. Sobre esta frase tiene una querella con el profesor. Por otra parte, no ha podido consolarse por no haber acabado en la universidad con la botánica, ahora él lo continúa como «desflorador». La aptitud para las oleadas de sudor procede sin duda de su infancia, desde que su hermano (cuando él tenía tres años) le volcaba sobre el rostro el agua del baño con la jabonadura; un trauma, pero en modo alguno sexual. ¿Y por qué aquella vez en Interlaken, a los 14 años, se masturbó en el escusado en una postura tan asombrosa? Fue sólo para ver al mismo tiempo la «Jungfrau»; con otra, desde entonces no se ha visto las caras, ad genitalia al menos. Es que les ha escapado deliberadamente, pues, ¿por qué, si no, buscaría sólo enredos con actrices?