Descartes R.: Art. 211. Un remedio general contra las pasiones

RENÉ DESCARTES

Tratado de LAS PASIONES DEL ALMA (1649)

TERCERA PARTE

DE LAS PASIONES PARTICULARES

Art. 211. Un remedio general contra las pasiones.

Y ahora que las conocemos todas, tenemos mucho menos motivo que antes para temerlas; pues vemos que todas son buenas en su naturaleza y que lo único que tenemos que evitar es su mal uso o sus excesos, contra los cuales podrían bastar los remedios que he explicado si todo el mundo se cuidara bien de practicarlos. Pero, como entre esos remedios he puesto la premeditación y la industria para corregir nuestros defectos naturales ejercitándonos en separar en nosotros los movimientos de la sangre y de los espíritus de los pensamientos a que suelen ir unidos, he de confesar que hay pocas personas bastante preparadas de esta suerte contra toda clase de situaciones y que estos movimientos suscitados en la sangre por los objetos de las pasiones se producen tan inmediata y súbitamente como consecuencia de las impresiones que recibe el cerebro y de la disposición de los órganos, aunque el alma no contribuya en nada a ello, que no hay cordura humana capaz de oponerles resistencia cuando no se está bastante preparado. Así, por ejemplo, hay muchos que no pueden abstenerse de reír cuando les hacen cosquillas, aunque ello no les produzca ningún placer; pues, despertada en su fantasía la impresión del gozo y de la sorpresa que anteriormente les hizo reír por el mismo motivo, el pulmón se les infla sin que ellos quieran por la sangre que el corazón le envía. Así también, los que son por naturaleza muy inclinados a las emociones de la alegría y de la piedad, o del miedo, o de la ira, no pueden menos de desfallecer, o de llorar, o de temblar, o de que se les revuelva la sangre como si tuvieran fiebre, cuando el objeto de alguna de estas pasiones les mueve la fantasía. Mas algo puede hacerse siempre en tal ocasión, y creo que puedo ponerlo aquí como el remedio más general y más fácil de practicar contra todos los excesos de las pasiones: cuando sentimos la sangre de tal modo agitada, debemos estar sobre aviso y recordar que todo lo que se presenta a la imaginación tiende a engañar al alma y a hacerle considerar las razones que sirven para persuadir al objeto de su pasión mucho más fuertes de lo que pasión son, y mucho más débiles las que tienden a disuadirla. Y cuando la persuade únicamente de las cosas cuya ejecución soporta algún aplazamiento, hay que abstenerse de pronunciar de momento ningún juicio, y distraerse en otros pensamientos hasta que el tiempo Y el sosiego hayan calmado por completo la agitación de la sangre. Y por último, cuando incita a actos sobre los cuales es preciso decidir inmediatamente, la voluntad debe aplicarse principalmente a examinar y a seguir las razones que sean contrarias a las que la pasión presenta, aunque aquellas parezcan menos fuertes: como cuando inopinadamente atacados por algún enemigo, la ocasión no permite que empleemos ningún tiempo en deliberar. Mas una cosa me lleva a creer que los que están acostumbrados a reflexionar en sus actos pueden hacerlo siempre, y es que, cuando se sientan sobrecogidos por el miedo, procuran desviar su pensamiento del peligro considerando las razones por las cuales hay mucha más seguridad y más honor en la resistencia que en la huida; y al «contrario», cuando sientan que el deseo de venganza y la ira los incita a correr inconsideradamente hacia quienes los atacaban, se acordaran de pensar que es impudencia perderse cuando se puede, sin deshonor, salvarse, y que, si la partida es muy desigual, vale más una retirada honrosa o tomar cuartel que exponerse brutalmente a una muerte segura.