Obras de S. Freud: El trastrocar las cosas confundido

Psicopatología de la vida cotidiana: El trastrocar las cosas confundido (1)

De la ya citada obra (2) de Meringer y Mayer (3) tomo el siguiente pasaje:
«Las equivocaciones al hablar en modo alguno son un fenómeno aislado. Les corresponden las equivocaciones que tan a menudo sobrevienen en otras actividades del ser humano y que de manera bastante insensata son llamadas «desmemorias»».
O sea que no soy el primero en conjeturar un sentido y un propósito tras las pequeñas
perturbaciones funcionales que aquejan a las personas sanas en su vida cotidiana. (4)
Si las equivocaciones al hablar, que es por cierto una operación motriz, han admitido esa
concepción, parece evidente que podemos trasferir idéntica expectativa sobre las
equivocaciones cometidas en nuestros demás desempeños motores. He formado aquí dos grupos de casos; a todos aquellos en que el efecto fallido, o sea, el no cumplimiento de la
intención, parece lo esencial, los designo como «trastrocar las cosas confundido»
(«Vergreifen»}; y a aquellos otros en que más bien la acción toda parece desacorde con el fin,
los llamo «acciones sintomáticas y contingentes». Claro está que esta demarcación no se
puede trazar netamente; bien echamos de ver, en efecto, que todas las clasificaciones
utilizadas en este ensayo sólo poseen un valor descriptivo y contradicen la unidad interna del
campo de fenómenos.
Es evidente que no avanzaremos mucho en la inteligencia psicológica del «trastrocar las cosas confundido» si lo subsumimos bajo la ataxia y, en especial, la «ataxia cortical». Intentemos, mejor, reconducir cada ejemplo a las condiciones que le son propias. Volveré a valerme de algunas observaciones de mí mismo, aunque en mi caso las oportunidades de hacerlas no son
muy frecuentes.
a. En años anteriores, cuando visitaba pacientes a domicilio más a menudo que hoy, solía
acontecerme que, ante la puerta a la cual debía golpear o llamar, extraía del bolsillo las llaves de
mi propia casa. . . para guardarlas luego casi avergonzado. Si recapacito sobre aquellos
pacientes con quienes me sucedía, me veo llevado a suponer que esta acción fallida -sacar la
llave en lugar de llamar- significaba un homenaje a la casa donde yo cometía ese desacierto.
Era equivalente al pensamiento: «Aquí estoy como en casa», pues sólo ocurría donde me había
encariñado con el enfermo. (Desde luego, nunca llamo a la puerta de mi propia casa.)
La acción fallida era, entonces, una figuración simbólica de un pensamiento que en verdad no
estaba destinado a su admisión seria y conciente, pues de hecho el neurólogo sabe bien que el
enfermo permanece apegado a él en tanto y en cuanto espera recibir un beneficio, y que sólo en
aras del auxilio psíquico puede él permitirse sentir un interés desmedidamente cálido hacia sus
pacientes.
Numerosas observaciones (5) que otros han hecho en sí mismos prueban que en ese
equivocado, aunque provisto de sentido, manejo con las llaves no es en modo alguno una
particularidad de mi persona.
A. Maeder (6) describe una repetición casi idéntica de mis experiencias: «II est arrívé à chacun
de sortir son trousseau, en arrivant à la porte d’un ami particulièrement cher, de se surprendre
pour ainsi dire, en traín d’ouvrir avec sa clé comme chez so¡. C’est un retard, puisqu’iI faut
sonner malgré tout, mais c’est une preuve qu’on se sent -ou qu’on voudrait se sentir- comme
chez soi auprès de cet ami». (7)
E. Jones (8): «The use of keys is a fertile source of occurrences of this kind, of which two
examples may be given. If I am disturbed in the midst of some engrossing work at home by
having to go lo the hospital to carry out some routine work, I am very apt lo find myself trying to
open the door of my laboratory there with the key of my desk at home, although the two keys are
quite unlike each other. The mistake unconsciously demonstrates where I would rather be at the
moment.
»Some years ago I was acting in a subordinale position at a certain institution, the front door of
which was kept locked, so that it was necessary to ring for admission. On several occasions I
found mysell making serious attempts to open the door with my house key. Each one of the
permanent visiting staff, of which I aspired to be a member, was provided with a key to avoid the
trouble of having to wait at the door. My mistakes thus expressed my desire to be on a similar
footíng, and to be quite «at home» there». (9)
Un parecido informe del doctor Harms Sachs: «Siempre llevo conmigo dos llaves, una de las
cuales abre la puerta de mi oficina, y la otra, la de mi vivienda. No es fácil confundirlas, pues la
primera es por lo menos tres veces más grande que la segunda. Además ‘ llevo a aquella en el
bolsillo del pantalón, y a esta en el del chaleco. A pesar de ello, a menudo me ocurría advertir, ya
frente a la puerta, que por la escalera había aprontado la llave que no correspondía. Me resolví a
hacer un experimento estadís tico; puesto que cotidianamente llegaba a cada una de las puertas
en similar estado de ánimo, era preciso que también la confusión de las llaves, si es que
respondía a un diverso determinismo psíquico, mostrara una tendencia regular. La observación
de posteriores casos arrojó este resultado: por regla general, extraía la llave de mi casa ante la
puerta de mi oficina, y sólo una vez sucedió lo inverso, y era que llegaba cansado a casa,
donde, según yo sabía, un huésped me esperaba. Hice un intento por abrir la puerta con la llave
de la oficina, demasiado grande, naturalmente».
b. En una determinada casa, desde hace seis años, todos los días espero a una hora fija que
me hagan pasar ante una puerta del segundo piso; durante ese prolongado lapso me sucedió
dos veces (con breve intervalo) que subiera un piso más, o sea que me «remontara»
{«versteigen»}. Una de las veces me hallaba en medio de un sueño diurno de ambición, que me
hacía «montar {steigen} alto y siempre más alto»; hasta dejé de oír que la puerta en cuestión se
había abierto cuando yo ponía el pie en el primer escalón del tercer piso. La otra vez iba también
demasiado «ensimismado en mis pensamientos»; cuando lo advertí, di la vuelta en sentido
inverso y procuré atrapar la fantasía que me dominaba, hallando que me fastidiaba una crítica
(fantaseada) a mis escritos, en la que se me reprochaba que yo iba siempre «demasiado
lejos», y en la que yo tenía que sustituir la expresión poco respetuosa de «remontado»
{verstiegen; o « extravagante » }.
C. Sobre mí mesa de escribir están puestos uno junto al otro, desde hace muchos años, un
martillo para examinar reflejos y un diapasón. Cierto día, concluido mi horario de consulta, me
dispongo a salir a toda prisa porque quiero alcanzar determinado tren urbano. A plena luz del día
guardo en el bolsillo del saco el diapasón en lugar del martillo, y sólo el excesivo peso del objeto
que tira hacia abajo mi bolsillo me hace advertir mi desacierto. Quien no tenga la costumbre de
atender a sucesos tan nimios sin duda explicará y disculpará por la prisa del momento ese
yerro. Por mi parte, preferí preguntarme por qué, en verdad, había tomado el diapasón en vez
del martillo. En efecto, la prisa podría haber sido de igual manera un motivo para tomar
correctamente lo que era preciso, a fin de no perder tiempo en rectificar la acción.
«¿Quién ha tomado últimamente el diapasón?», era la pregunta que me asediaba. Y fue, pocos
días antes, un niño idiota cuya atención para las impresiones sensoriales yo examiné, y quedó
tan cautivado por el diapasón que a duras penas pude recuperarlo. ¿Significará aquello
entonces que yo soy un idiota? Y en verdad así lo parece, pues la primera ocurrencia que se
asocia a martillo {Hamer} dice «chamer» («asno», en hebreo).
Pero, ¿a qué viene este vituperio? Aquí es preciso indagar la situación. Mi prisa era para acudir
a una consulta en un lugar situado en el trayecto del ferrocarril urbano del oeste, acerca de un
enfermo que, según la anamnesis que me hicieron llegar por carta, unos meses atrás se había
arrojado por el balcón y desde entonces no podía caminar. El médico que me pide la consulta
escribe que, a pesar de ello, no sabe si hay lesión en la médula o se trata de una neurosis
traumática -histeria-. Es lo que yo debo decidir. Aquí, pues, cabía una advertencia: yo debía
proceder con particular cautela en el peliagudo diagnóstico diferencial. Es que los colegas opinan, de todos modos, que uno diagnostica muy a la ligera una histeria donde hay cosas más serias. ¡Pero el vituperio todavía no se justifica! Y sí, pues a esto se agrega que la pequeña
estación ferroviaria pertenece a la misma zona donde hace años examiné a un joven que, tras
sufrir una emoción, no pudo caminar correctamente. En ese momento diagnostiqué histeria y
luego tomé al enfermo bajo tratamiento psíquico; resultó que mi diagnóstico no había sido
incorrecto, sin duda, pero tampoco correcto. Todo un conjunto de síntomas del enfermo eran
histéricos, y estos desaparecieron pronto en el curso del tratamiento. Pero entonces, detrás de
ellos se hizo visible un resto inatacable para la terapia, y que sólo podía corresponder a una
esclerosis múltiple. A los que examinaron al enfermo después les resultó fácil discernir la
afección orgánica; en cuanto a mi, difícilmente habría podido obrar de otro modo y formular un
juicio diverso; no obstante, la impresión fue la de un grave error; desde luego, la promesa de
curación que yo le había hecho fue Insostenible. El desacierto de tomar el diapasón por el
martillo se podía entonces traducir a estas palabras: «¡Eh, tú, cretino, asno; cuídate de no volver
a diagnosticar una histeria cuando estás frente a una enfermedad incurable, como hiciste con
aquel pobre hombre hace años en ese mismo lugar!». Y por fortuna para este pequeño análisis,
aunque no para mi talante, ese mismo hombre aquejado de una grave parálisis espástica había
estado en mi consultorio pocos días antes y un día después que el niño idiota.
Como se advierte, es en este caso la voz de la autocrítica la que se hace oír a través del yerro.
El desacierto de tomar una cosa por otra para ser así empleado como autorreproche es
apropiadísimo. Aquí el desacierto actual quiere figurar el desacierto que uno cometió en otra
parte.

Notas:

1- Salvo indicación en contrario, la primera parte de este capítulo, data de 1901.
2- [En las ediciones anteriores a 1910 se la calificaba de «meritoria».]
3- Meringer y Mayer, 1895, pág. 98.
4- [Nota agregada en 1910. Una segunda publicación de Meringer [1908] me ha mostrado después cuán injusto fui con este autor atribuyéndole tal discernimiento.
5- [Este párrafo y los cuatro siguientes fueron agregados en 1912.]
6- Maeder, 1906-08.
7- {«A todos les ha sucedido sacar su juego de llaves al llegar a la puerta de calle de un amigo particularmente querido, sorprendiéndose, por así decir, a punto de abrir con su llave como si fuera su propia casa. Es una demora, porque pese a todo hay que tocar el timbre, pero prueba que con ese amigo uno se siente -o querría sentirse- como en su casa».}
8- Jones, 1911b, pág. 509.
9- {«El uso de llaves es una fértil fuente de ocurrencias de esta clase, de las cuales pueden darse dos ejemplos. Si en medio del cúmulo de trabajo que tengo en mi casa me veo perturbado por la necesidad de ir al hospital a cumplir con alguna tarea de rutina, es muy probable que me encuentre tratando de abrir la puerta de mi laboratorio en el hospital con la llave del estudio de mi casa, aunque las dos llaves son muy diferentes entre sí. El error demuestra inconcientemente dónde preferiría estar en ese momento.
»Años atrás ocupaba un cargo secundario en una cierta institución, cuya puerta de calle se mantenía cerrada con llave, de modo tal que para entrar había que tocar el timbre. En varias ocasiones me hallé seriamente interesado en tratar de abrir la puerta con la llave de mi casa. A cada uno de los miembros del personal permanente de esa institución, del cual yo aspiraba a formar parte, se le había provisto de una llave para evitarle la molestia de esperar en la puerta. Así pues, mis errores expresaban el deseo de estar en un pie de igualdad con ellos, y de sentirme en ese sitio «como en mi casa»».}

Continúa en ¨ Psicopatología de la vida cotidiana: El trastrocar las cosas confundido (segunda parte)¨