El método de la interpretación de los sueños. Análisis de un sueño paradigmático
El título que he puesto a mi tratado deja ver la tradición en que quisiera situarme en la concepción de los sueños. Me he propuesto demostrar que ellos son susceptibles de una interpretación; así, las eventuales contribuciones que yo pueda hacer al esclarecimiento de los problemas oníricos considerados en el capítulo anterior no serán para mí sino ganancias suplementarias obtenidas en el desempeño de mí verdadera tarea. Mi premisa de que los sueños son interpretables entra enseguida en contradicción con la doctrina prevaleciente sobre el sueño, y aun con todas las teorías sobre el sueño, exceptuada la de Scherner, pues «interpretar un sueño» significa indicar su «sentido», sustituirlo por algo que se inserte como eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás, en el encadenamiento de nuestras acciones anímicas. Ahora bien, como ya vimos, las teorías científicas sobre los sueños no dejan espacio alguno al eventual problema de su interpretación, puesto que según ellas el sueño no es en absoluto un acto anímico, sino un proceso somático que se anuncia mediante ciertos signos en el aparato psíquico. Muy diferente fue la opinión de los profanos en todos los tiempos. Esa opinión se sirvió de su buen derecho a proceder de manera inconsecuente, y si bien. admitía que los sueños eran incomprensibles y absurdos, no podía decidirse a negarles todo significado. Guiada por un oscuro presentimiento, parece ella suponer que el sueño tiene un sentido, aunque oculto; estaría destinado a ser el sustituto de otro proceso de pensamiento, y no habría más que develar de manera acertada ese sustituto para alcanzar el significado oculto del sueño. El mundo de los profanos se empeñó entonces, desde siempre, en «interpretar» al sueño, y para ello recurrió a dos métodos diferentes por su esencia. El primero de esos procedimientos toma en consideración todo el contenido onírico y busca sustituirlo por otro contenido, comprensible y en algunos respectos análogo. Es la interpretación simbólico de los sueños; desde luego, de antemano fracasa en aquellos sueños que aparecen no meramente incomprensibles, sino, además, confusos. Un ejemplo de ese procedimiento es la explicitación que según la Biblia hizo José del sueño del Faraón. Siete vacas gordas, después de las cuales vendrían siete vacas flacas que se las comerían: he ahí el sustituto de la profecía de siete años de hambruna en Egipto, que consumirían todos los excedentes dejados por siete años de buenas cosechas. La mayoría de los sueños artificiales creados por los literatos se guían por una tal interpretación simbólica, pues reflejan el pensamiento concebido por ellos bajo un disfraz en un todo acorde con los caracteres de nuestros sueños, tal como la experiencia nos los da a conocer. La opinión según la cual el sueño se ocuparía preferentemente del futuro, cuya vislumbrada configuración anticiparía -un resto del significado profético que antaño se atribuía a los sueños, es después motivo para que el sentido del sueño, descubierto por vía de interpretación simbólica, se traslade al futuro mediante un «será». Desde luego, no puede darse indicación alguna del camino que ha de llevar a semejante interpretación simbólica. El arribo queda librado a la ocurrencia aguda, a la intuición directa, y por eso la interpretación de los sueños mediante el simbolismo pudo elevarse a la condición de práctica de un arte que parecía unido a dotes particulares. Nada más lejos de tal pretensión que el otro método popular de interpretar sueños. Podría definírselo como el «método del descifrado», pues trata al sueño como una suerte de escritura cifrada en que cada signo ha de traducirse, merced a una clave fija, en otro de significado conocido. Por ejemplo, he soñado con una carta, pero también con unas exequias, etc.; ahora busco en un «libro de sueños» y encuentro que «carta» ha de traducirse por «disgusto», y «exequias» por «esponsales». Después es asunto mío reintegrar a una trama los tópicos que he descifrado, trama que también aquí remitiré al futuro. Una variación interesante de este procedimiento del descifrado, que de alguna manera corrige su carácter de traducción puramente mecánica, se expone en el escrito sobre interpretación de los sueños [Oneirocritica] de Artemidoro Daldiano. Aquí se atiende no sólo al contenido del sueño, sino a la persona y a las circunstancias de vida del soñante, de tal modo que el mismo elemento onírico tiene significado diferente para el rico, el hombre casado o el orador que para el pobre, el soltero o, por ejemplo, un comerciante. Pero he aquí lo esencial de ese procedimiento: el trabajo de interpretación no se dirige a la totalidad del sueño, sino a cada uno de sus fragmentos por sí, como si el sueño fuera un conglomerado cada uno de cuyos bloques constitutivos reclamase una destinación particular. Sin duda fueron los sueños sin concierto y confusos los que movieron a crear el método del descifrado. No puede dudarse un momento de que para el tratamiento científico del tema estos dos procedimientos populares de interpretación son totalmente inservibles. El método simbólico es de aplicación restringida y no susceptible de exposición general. Y en cuanto al método del descifrado, todo estribaría en que la «clave», el libro de sueños, fuese confiable, y sobre eso no hay garantía ninguna. Estaríamos tentados de dar la razón a filósofos y psiquiatras y descartar el problema de la interpretación de los sueños como tarea imaginaria. Pero sucede que yo pude aleccionarme mejor. Me vi llevado a admitir que estamos otra vez frente a uno de esos casos, no raros, en que una creencia popular antiquísima, mantenida con tenacidad, parece aproximarse más a la verdad de las cosas que el juicio de la ciencia que hoy tiene valimiento. Debo sostener que el sueño posee realmente un significado y que es posible un procedimiento científico para interpretarlo. He aquí el modo en que llegué a conocer ese procedimiento. Desde hacía años me ocupaba de la resolución de ciertas formaciones psicopatológicas, fobias histéricas, representaciones obsesivas, entre otras, con fines terapéuticos; es que yo sé desde entonces, por una importante comunicación de, Josef Breuer, que para estas formaciones que encontramos como síntomas patológicos su resolución {Auflösung} y su soluc ión {Lösung} son una y la misma cosa. Si uno ha podido reconducir una de tales representaciones patológicas a los elementos a partir de los cuales surgió en la vida psíquica del enfermo, enseguida se desintegra y este se libera de ella. En vista de la impotencia de nuestros otros empeños terapéuticos, y del carácter enigmático de esos estados, me pareció seductor avanzar hasta el esclarecimiento total, y arrostrando todas las dificultades, por el camino que Breuer abriera. Acerca del modo en que cobró forma definitiva la técnica del procedimiento, y acerca de los resultados de mis esfuerzos, he de informar con detalle en otra ocasión. En el curso de esos estudios psicoanalíticos di con la interpretación de los sueños. Mis pacientes, a quienes yo había comprometido a comunicarme todas las ocurrencias y pensamientos que acudiesen a ellos sobre un tema determinado, me contaron sus sueños y así me enseñaron que un sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que ha de perseguirse retrocediendo en el recuerdo a partir de una idea patológica. Ello me sugirió tratar al sueño mismo como un síntoma y aplicarle el método de interpretación elaborado para los síntomas. Ahora bien, para esto se requiere cierta preparación psíquica del enfermo. Hemos de conseguir de él dos cosas: que intensifique su atención para sus percepciones psíquicas y que suspenda la crítica Con que acostumbra expurgar los pensamientos que le afloran. Para que pueda observarse mejor a sí mismo con atención reconcentrada es ventajoso que adopte una posición de reposo y cierre los ojos; debe ordenársele expresamente que renuncie a la crítica de las formaciones de pensamiento percibidas. Entonces se le dice que el éxito del psicoanálisis depende de que tome nota de todo cuanto le pase por la cabeza y lo comunique, y que no se deje llevar, por ejemplo, a sofocar una ocurrencia por considerarla sin importancia o que no viene al caso, u otra por parecerle disparatada. Debe conducirse con sus ocurrencias de manera totalmente neutral; es que esa crítica es la culpable de que él no haya podido descubrir ya la resolución buscada del sueño, de la idea obsesiva, etc. En mi trabajo psicoanalítico he observado que la complexión psíquica del hombre que reflexiona difiere por completo de la del que hace observación de sí mismo. En la reflexión entra más en juego una acción psíquica, lo cual no sucede ni aun en la más atenta de las observaciones de sí, según se ve también por la expresión tensa y el entrecejo arrugado del que reflexiona, a diferencia de la falta de mímica del que hace introspección. En ambos casos tiene que haber atención reconcentrada, pero el que reflexiona ejercita además una crítica a consecuencia de la cual desestima una parte de las ocurrencias que le vienen, después que las percibió; a otras las interrumpe enseguida, de modo que no sigue las vías de pensamiento que ellas abrirían, y aun con relación a otros pensamientos sabe arreglárselas para que ni siquiera devengan concientes, y entonces los sofoca antes de percibirlos. En cambio, el que se observa a sí mismo no tiene más trabajo que el de sofocar la crítica; conseguido esto, se agolpan en su conciencia una multitud de ocurrencias que de otro modo habrían permanecido inaprehensibles. Con ayuda de este material así conquistado para la autopercepción, puede realizarse la interpretación tanto de las ideas patológicas como de las formaciones oníricas. Según se ve, trátase de producir un estado psíquico que muestra cierta analogía con el adormecimiento (y sin duda con el estado hipnótico) en cuanto a la distribución de la energía psíquica (la atención móvil). En el adormecimiento emergen las «representaciones involuntarias» por la relajación de una cierta acción deliberada (y por cierto también crítica) que hacemos influir sobre el curso de nuestras representaciones; como razón de esa relajación solemos indicar la «fatiga»; las representaciones involuntarias que así emergen se mudan en imágenes visuales y acústicas. (Compárense las observaciones de Schleiermacher y otros) En el estado que se utiliza para el análisis de los sueños y de las ideas patológicas, el sujeto renuncia intencionada y deliberadamente a aquella actividad, y la energía psíquica ahorrada (o una parte de ella) se aplica a la persecución atenta de los pensamientos involuntarios que ahora afloran y que conservan su carácter de representaciones (esto, a diferencia de lo que ocurre en el adormecimiento). Con ello se hace de las representaciones «involuntarias» representaciones «voluntarias». Muchas personas encuentran difícil adoptar la actitud aquí exigida hacia esas ocurrencias que al parecer «ascienden libremente», con renuncia a la crítica que en otros casos se ejerce sobre ellas. Los «pensamientos involuntarios» suelen desatar la resistencia más violenta, que pretende impedir su emergencia. Ahora bien, si hemos de creer a nuestro gran poeta-filósofo, Friedrich Schiller, una actitud en todo semejante es también condición de la creación poética. En un pasaje de su epistolario con Körner, que me fue indicado por Otto Rank, Schiller responde a un amigo que se quejaba de su falta de productividad: «La explicación de tu queja está, me parece, en la coacción que tu entendimiento impone a tu imaginación. Debo aquí esbozar un pensamiento e ilustrarlo con una metáfora. No parece bueno, y aun es perjudicial para la obra creadora del alma, que el entendimiento examine con demasiado rigor las ideas que le afluyen, y lo haga a las puertas mismas, por así decir. Si se la considera aislada, una idea puede ser muy insignificante y osada, pero quizás, en una cierta unión con otras, que acaso parezcan también desdeñables, puede entregarnos un eslabón muy bien concertado: de nada de eso puede juzgar el entendimiento si no la retiene el tiempo bastante para contemplarla en su unión con esas otras. Y en una mente creadora, me parece, el entendimiento ha retirado su guardia de las puertas; así las ideas se precipitan por ellas pêle-mêle, y entonces -sólo entonces- puede aquel dominar con la vista el gran cúmulo y modelarlo. Vosotros, señores críticos, o como quiera que os llaméis, sentís vergüenza o temor frente a ese delirio momentáneo, pasajero, que sobreviene a todos los creadores genuinos y cuya duración mayor o menor distingue al artista pensante del soñador. De ahí vuestras quejas de infecundidad, porque desestimáis demasiado pronto y espigáis con excesivo rigor» (carta del 1º de diciembre de 1788). Y sin embargo, eso que Schiller llama «retiro de la guardia de las puertas del entendimiento», el estado de autoobservación en que se ha abolido la crítica, en modo alguno es difícil. La mayoría de mis pacientes lo consuman después de las primeras indicaciones; yo mismo puedo hacerlo a la perfección, si me ayudo escribiendo mis ocurrencias. El monto de energía psíquica que así se quita a la actividad crítica, y con el cual puede elevarse la intensidad de la observación de sí, oscila considerablemente según el tema en que se ha de fijar la atención. Ahora bien, el primer paso en la aplicación de este procedimiento enseña que no debe tomarse como objeto de la atención todo el sueño, sino los fragmentos singulares de su contenido. Si yo pregunto al paciente todavía no ejercitado: «¿Qué se le ocurre acerca de este sueño?», por regla general no atinará a capturar nada en su campo de visión mental. Debo presentarle el sueño en fragmentos, y entonces él me ofrecerá para cada trozo una serie de ocurrencias que pueden definirse como los «segundos pensamientos» de esa parte del sueño. Ya por esta primera e importante condición, entonces, el método de interpretación de sueños que yo practico se aparta del método popular, famoso en la historia y la leyenda, de la interpretación por el simbolismo, y se aproxima al segundo, el «método del descifrado». Como este, es una interpretación en détail, no en masse; como este, aprehende de antemano al sueño como algo compuesto, como un conglomerado de formaciones psíquicas.En el curso de mis psicoanálisis de neuróticos he. sometido ya a interpretación más de un millar de sueños, pero no quisiera emplear aquí ese material para una introducción a la técnica y la doctrina de la interpretación de los sueños. Prescindiendo por completo de que me expondría a la objeción de que se trata de sueños de neurópatas, que no autorizan inferencia alguna sobre los sueños de los hombres sanos, hay otro motivo que me obliga a desestimarlos, El tema a que apuntan esos sueños es siempre, desde luego, el historial que está en la base de la neurosis. Por eso para cada sueño se requeriría un extenso informe previo y una incursión en la naturaleza y las condiciones etiológicas de las psiconeurosis, cosas estas que en síy por sí son nuevas y en extremo sorprendentes, y desviarían la atención del problema de los sueños. Mi intención es más bien procurarme, con la resolución de los sueños, un trabajo preparatorio para la exploración de los problemas más difíciles de la psicología de las neurosis. Pero si renuncio a los sueños de los neuróticos, mi material principal, no puedo mostrarme demasiado selectivo con el resto. Sólo me quedan aquellos sueños que me han sido contados ocasionalmente por personas sanas de mi conocimiento, o que encuentro registrados como ejemplos en la bibliografía sobre la vida onírica. Por desgracia, en todos esos sueños me resulta imposible el análisis, sin el cual no puedo descubrir el sentido del sueño. Es que mi procedimiento no es tan cómodo como el del método popular del descifrado, que traduce el contenido dado del sueño de acuerdo con una clave establecida; más bien tiendo a pensar que en diversas personas y en contextos diferentes el mismo contenido onírico puede encubrir también un sentido disímil. Por eso mis propios sueños se me recomiendan como un material rico y cómodo, procedente de una persona más o menos normal y referido a múltiples ocasiones de la vida cotidiana, Es seguro que se me opondrá la duda en la confiabilidad de tales «autoanálisis». En modo alguno está excluida, se diría, la arbitrariedad. A mí juicio, la situación es más favorable en la observación de sí que en la observación de otros; comoquiera que sea, es lícito tentar hasta dónde se llega en la interpretación de los sueños con el autoanálisis. Otras dificultades hube de vencer en mi fuero interno. Tenemos un comprensible horror a revelar tantas cosas íntimas de nuestra vida psíquica, pues sabemos que no estamos a cubierto de las interpretaciones torcidas de los extraños. Pero debemos poder sobreponernos a ello. «Tout psychologiste -escribe Delboeuf [1885]- est obligé de faire l’aveu même de ses faiblesses s’il croit par là jeter du jour sur quelque problème obscur». Y yo también me creo con derecho a pedir al lector que sustituya enseguida su interés inicial hacía las indiscreciones que debo cometer por el exclusivo ahondamiento en los problemas psicológicos que gracias a ese medio se iluminan. Escogeré, entonces, uno de mis propios sueños y elucidaré en él mi modo de interpretación. Tales sueños exigen siempre un informe preliminar. Ahora debo rogar al lector que durante un buen trecho haga suyos mis intereses y se sumerja conmigo hasta los menores detalles de mi vida, pues el interés por el significado escondido de los sueños exige imperiosamente una tal trasferencia. InformePreliminar En el verano de 1895 había yo tratado psicoanalíticamente a una joven señora, muy amiga mía y de mi familia. Bien se comprende que tal mezcla de relaciones puede convertirse para el médico, y tanto más para el psicoterapeuta, en fuente de múltiples confusiones. El interés personal del médico es mayor, y menor su autoridad. Un fracaso amenaza enfriar la vieja amistad con los allegados del enfermo. La cura culminó con un éxito parcial, pues la paciente perdió su angustia histérica, pero no todos sus síntomas somáticos. Por entonces, todavía no tenía yo plena certeza sobre los criterios que marcan el cierre definitivo de un historial histérico, y propuse a la paciente una solución que a ella no le pareció aceptable. En esa desavenencia interrumpimos el tratamiento con motivo de las vacaciones de verano. Un día me visitó un colega más joven, uno de mis amigos más íntimos, que había estado con la paciente (Irma) y su familia en su lugar de veraneo en el campo. Le pregunté cómo estaba ella y recibí esta respuesta: «Está mejor, pero no del todo bien». Sé que las palabras de mi amigo Otto, o el tono en que las dijo, me irritaron. Creí entender un reproche, como si yo hubiera prometido demasiado a la paciente, y atribuí con razón o sin ella el que Otto tomara partido en contra de mí a la influencia de los parientes de la enferma, que, según yo suponía, no habían visto con buenos ojos el tratamiento. Por lo demás, esa sensación penosa no fue clara para mí, ni la expresé en modo alguno. Esa misma tarde redacté la historia clínica de Irma con el propósito de enviársela, a modo de justificación, al doctor M., un amigo común que era entonces la personalidad descollante en nuestro círculo. La noche que siguió a esa tarde (más bien hacia la mañana) tuve el siguiente sueño, que fijé por escrito inmediatamente después de despertar. Sueño del 23/24 de julio de 1895 Un gran vestíbulo -muchos invitados, a quienes nosotros recibimos. – Entre ellos Irma, a quien enseguida llevo aparte como para responder a su carta, y para reprocharle que todavía no acepte la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores, es realmente por tu exclusiva culpa». – Ella responde: «Si supieses los dolores que tengo ahora en el cuello, el estómago y el vientre; me siento oprimida». – Yo me aterro y la miro. Ella se ve pálida y abotagada; pienso que después de todo he descuidado sin duda algo orgánico. La llevo basta la ventana y reviso el interior de su garganta. Se muestra un poco renuente, como las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso entre mí que en modo alguno tiene necesidad de ello. – Después la boca se abre bien, y hallo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes veo extrañas formaciones rugosas, que manifiestamente están modeladas como los cornetes nasales, extensas escaras blanco-grisáceas. – Aprisa llamo al doctor M*, quien repite el examen y lo confirma. . . El doctor M. se ve enteramente distinto que de ordinario; está muy pálido, cojea, está sin barba en el mentón … Ahora también está de pie junto a ella mi amigo Otto, y mi amigo Leopold la percute a través del corsé y dice: «Tiene una matidez abajo a la izquierda», y también señala una parte de la piel infiltrada en el hombro izquierdo (lo que yo siento como él, a pesar del vestido) … M. dice: «No hay duda, es una infección, pero no es nada; sobrevendrá todavía una disentería y se eliminará el veneno» … Inmediatamente nosotros sabemos de dónde viene la infección. No hace mucho mi amigo Otto, en una ocasión en que ella se sentía mal, le dio una inyección con un preparado de propilo, propiteno … ácido propiónico … trimetilamina (cuya fórmula veo ante mí escrita con caracteres gruesos) … No se dan esas inyecciones tan a la ligera … Es probable también que la jeringa no estuviera limpia. Este sueño lleva una ventaja a muchos otros. Son claros de inmediato los acontecimientos de la víspera a los que se anuda y el tema que trata. El informe preliminar los pone de manifiesto. La noticia que recibí de Otto sobre el estado de Irma, el historial clínico que estuve redactando hasta bien entrada la noche, ocuparon mi actividad anímica también mientras dormía. No obstante, nadie que conozca solamente el informe preliminar y el contenido del sueño podrá sospechar el significado de este. Ni yo mismo lo sé. Me asombran los síntomas patológicos de que Irma se me queja en el sueño, pues no son los mismos por los cuales la he tratado. Me mueve a risa la disparatada idea de aplicar una inyección de ácido propiónico, y las palabras de consuelo que el doctor M. dice. Hacia el final, el sueño me parece más oscuro y comprimido que al comienzo. Para averiguar el significado de todo eso tengo que resolverme a un análisis en profundidad.